1993. Es enero y recién comienza el tercer año de vida del proyecto de crear en la estación de trenes abandonada, un centro cultural. También el tercer año del primer gobierno democrático post dictadura que decidió simbolizar esa transición con un espacio para la cultura. Ni puentes ni edificios faraónicos. Un centro cultural multiuso que viniera a recuperar para los chilenos la estación construida para el Centenario de la Independencia con francesa arquitectura y vocación de servir de puerta de entrada a un Chile en que los barcos eran la principal manera de llegar. Una estación que uniera entonces el principal puerto, Valparaíso, con la capital pueblerina y mediterránea.
La tarea era urgente, quedaba sólo un año para terminar el gobierno transitorio y su símbolo debía finalizar su restauración en marzo de 1994, fecha de traspaso del mando a otro gobierno democrático pero que debería buscar su propia impronta. Mapocho sería el legado del primer gobierno democrático y a la vez el primer centro cultural con una definición amplia de cultura y una manera muy especial de gestionarla, con la misión de conservar el patrimonial edificio y la tarea de auto financiar el empeño.
Todos los plazos eran estrechos y enero
un mes de poca actividad cultural que permitiría avanzar fuertemente en las obras de remodelación que habían sido castigadas
por las necesidades de acoger a la feria del libro, en noviembre, y otras
actividades culturales indispensables para confrontar la marcha blanca de su
destino futuro, que distraían valiosas jornadas a la restauración.
¡Cómo íbamos a decirles que no podíamos recibirlos si eran una metáfora de nuestra propia historia! Eran inmigrantes de principios de siglo veinte tal como nuestros abuelos que también descendieron de los barcos en el puerto Pacífico que complementaba al Atlántico Buenos Aires, Valparaíso. Venían a contarnos, con música en vivo, con murgas y carnavales, con títeres y muñecos gigantes, con militares autoritarios y prostitutas de buen ver, una historia que llevábamos en la sangre pero que no queríamos reconocer.
Catalinas Sur, es una urbanización de
La presentación resultó asombrosa e inédita para el público santiaguino.
Un gozo inesperado para los cerca de tres mil espectadores que, entre el sábado 9 y domingo 10
de enero, se apretujaron en el espacioso recinto para disfrutar con el guión, los colores y el
ritmo de los emocionantes habitantes que vinieron desde la Boca.
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