Las electrizantes más de cuatro horas de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos 2024, en París, no sólo me mantuvo "permanentemente al borde del asiento" como muy bien describió una presentadora mexicana de televisión. También dejó una inquietud: ¿cuál es la relación entre deportes y culturas? Y ¿cómo ha evolucionado esta vinculación -si la hay- a lo largo del tiempo?
Sería simple decir que es una paridad que se ha mantenido a lo largo del tiempo. Bastaría recurrir a que los primeros juegos nacieron en Grecia y tenían un contenido cultural innegable y concluir que los últimos, los actuales de París, también derrocharon, en su inauguración, incontables muestras de cultura y arte.
Lamentablemente no es así. Mi experiencia demuestra que ambas disciplinas se han ido alejando, al menos en nuestro continente y país.
Ya en mi formación escolar, la educación física contaba con distinciones respecto de los ramos artísticos como artes plásticas, literatura o educación musical. Desde luego, un simple justificativo maternal aludiendo un improbable resfrío, posibilitaba ausentarme de dichas clases, lo que terminaba en bajas calificaciones y el consiguiente descenso en el promedio final. -Ah, tienes cinco en gimnasia, no importa. Al final se mejoraba la calificación con una discutible evaluación del "esfuerzo", es decir, demorar, en las clases finales, menos en la vuelta al patio, que lo alcanzado al inicio del año escolar. Así, se consagraba un alejamiento de la actividad física, sin mayores consecuencias.
En esa misma época, los clásicos universitarios eran conformados por dos bloques, uno cultural: las barras de cada universidad que competían en ingenio y creatividad, y el partido de fútbol propiamente tal. Incluso se decía que quien ganaba en las barras, perdía en el partido y todos felices.
Por los sesenta, también, llego la televisión a Chile y el gobierno entregó su concesión a universidades, debido al innegable aporte cultural que harían a través de sus pantallas, la U de Chile; la UC; la UC de Valparaíso; y la U del Norte. Lo que obviamente no impidió que la verdadera extensión del nuevo medio de comunicación a lo largo del país, se lograra gracias al Mundial de Fútbol de 1962.
Nuevamente cultura y deporte, de la mano, aportaban a la sociedad, Incluyendo varias universidades que competían con sendos equipos en los campeonatos profesionales de futbol y otros deportes.
Pero la "profesionalización", introdujo la relevancia del dinero en el deporte. Los jugadores se comenzaron a "vender", incluso algunos destacados, al exterior; más de algún empresario o publicista descubrió que poner su marca en las camisetas aumentaría sus ganancias. De ahí a las casas de apuestas auspiciando equipos y hasta selecciones nacionales, hubo solo un paso. Y se llegó a organizar un mundial de fútbol en Qatar, con un clima infernal y un estadio desarmable, hecho de contenedores.
La última perla fue, en la reciente Copa América de fútbol, introducir directamente un show, un espectáculo televisivo en el entretiempo de la final, diletando al doble los tiempos habituales del descanso entre los primeros y los segundos 45 minutos. E introduciendo un factor disruptivo en el tiempo exacto que los aficionados usamos para alimentarnos, refrescarse y atender necesidades biológicas.
En esta vertiginosa danza de millones de dólares en los que bailan derechos de transmisión televisiva; arriendos de camisetas; corrupción de dirigentes... la cultura no llegó a competir. Y siguió por caminos muy alejados del deporte.
Es evidente que un actor, shakesperiano o no, se resistiría a poner un logotipo comercial un su vestuario; o que una orquesta no introduciría un jingle de Coca Cola entre el primer y segundo movimiento de una sinfonía. Tampoco que un escritor redactara, por encargo, una novela exaltando los beneficios de una pasta dental.
Pareció que la vieja sociedad de deporte y cultura se dio por perdida, incluso, en la construcción de una institucionalidad cultural, a inicios de siglo, se optó por el modelo británico de los consejos de las artes, sin siquiera considerar que la secretaría de Estado que los rige en Gran Bretaña, es la misma de los deportes y las comunicaciones.
Sin embargo, París 2024 vuelve el alma al cuerpo. La feliz integración de la historia de Francia; los símbolos urbanos (torre Eiffel); los grandes edificios culturales (museos, bibliotecas); destacadas artistas (Lady Gaga, Cèline Dion); notables elencos (orquesta y ballet nacional, bailarinas del Moulin Rouge), en la ceremonia inaugural mostró al mundo que el ensamble de cultura y deporte es posible y deseable.
La gran pregunta es la habitual: ¿Quién paga? Porque el deporte es capaz de generar recursos millonarios y la cultura apenas se sostiene con financiamientos mixtos entre Estado, privados y las audiencias.
Quizás sea el momento de volver la vista atrás y recuperar para el beneficio ciudadano los aportes que en este matrimonio tan provechoso como necesario hicieron las universidades, la televisión y el Estado con sus diversas caras como infraestructura; patrimonio material; compra de obras de arte y ejemplares de libros; junto con una gestión dinámica y liviana aprovechando las ricas experiencias en ese terreno que acumulan diversos gestores culturales que han sido capaces de sostener grandes edificios -como en Francia- combinando recursos mixtos y sosteniendo elencos estables o temporales.
Incluso se podría soñar con recuperar ríos que, como el Sena, recorren la capital y otras ciudades, uniendo destinos monumentales.
Pero eso, es "agua de otro costal".