“Cachupín”, por Nato y “Desde la Marquesina”, por Jumar eran mis favoritos en la revista Estadio, que coleccionaba rigurosamente pues sus portadas, con rostros de jugadores, me servían para configurar –en la alfombra familiar- dos elencos de once retratos cada uno que se enfrentaban afanosamente lanzándose una pelota de papel arrugado hasta convertir celebrados goles a las carátulas de Misael Escuti o el Sapo Livingstone. Cuando fruto del ajetreo deportivo las carátulas se desprendían del cuerpo de la revista, quedaban a la intemperie los habituales de la última página: Cachupín y Julio Martínez.
Cómo no iba a ser emocionante
cuando, trabajando en Quimantú, me encomiendan crear una colección de libros
para niños y me señalan a un peliblanco y tímido diagramador que “me podía
ayudar”: Renato Andrade.
Así conocí a Nato y sin
demostrar mi infantil admiración nos pusimos a trabajar. Me recomendó el
formato: un 16 apaisado, “así no se pierde papel” es como “una revista de patos
(Disneylandia) pero acostada”, me explicaba; la letra, una 18 redonda en
negrita, “así es más fácil para los niños”, el papel “uno blanco que tenga
cuerpo para no tener que usar uno diferente para la portada”, y los colores
planos “aplicados, cuatro por el tiro y dos por el retiro en prensas planas,
que tienen menos trabajo que las rotativas”, para ahorrar tinta y separaciones
de colores.
Una cátedra en pocos minutos,
que seguí con boquiabierto silencio. En efecto, Nato había trabajado muchos
años como ilustrador en Zig Zag pero ahora, que su partido de tanto tiempo
había llegado al poder, era reconocido como un diseñador de experiencia y
disponía de una mesa de dibujo y un contrato estable. Lo mismo que hizo con
Cuncuna en términos de maqueta permanente, lo forjó después con la Colección
Mini libros, que articulaban una portada con un fondo plano, una ilustración
redonda y un título colorido. Muchas veces esa ilustración era creada por el
propio Nato, siguiendo sabias descripciones de Alfonso Calderón.
Pero el mayor aporte –ya
colectivo, fruto de la confianza que generaba trabajar con Nato- fue el nombre
y el logo de la Colección. Les había encomendado a él y María Angélica Pizarro,
su colega diseñadora, que me sugirieran propuestas de logo. Angélica, delante
de mí, tomó una plantilla de Letraset y comenzó a desplegar letras “o”
minúsculas, una junto a la otra. Luego de siete u ocho. Las o dieron un pequeño
giro hacia arriba, como si levantaran una imaginaria cabeza. Sobre ella,
cayeron dos trozos de una delgada película negra, como antenitas. Una o
pequeñita ¿el signo ° (grados)? En el extremo superior derecho de la supuesta
cabeza fue el toque decisivo aunque no final: luego vendrían las patitas. Pero
la imagen ya se explicaba sola: gusano, larva, lombriz… cuncuna. Claro, sería
la Colección Cuncuna.
Fue un parto a tres bandas
con resultado positivo, que terminaría de consagrarse a manos -o lápiz- del
poeta Manuel Silva: “Carita de pena no
queda ninguna, lágrimas en risa convierte Cuncuna”.
Después vendría el carboncillo
de Nato para inmortalizar el cuento anónimo El negrito zambo, número uno de Cuncuna. Más tarde otros títulos, como El tigre, el brahman y el chacal y
algunos extras:
-
Nato, le dije un
día muy agitado desde la puerta de su oficina, me acaba de llamar el compañero
de las prensas que tiene un espacio en un pliego de las portadas de Nosotros
los chilenos y que podríamos destinarlo a algún impreso para promover Cuncuna…
Tenemos media hora.
Renato tomó una de sus
ilustraciones, la del negrito reclinado contra una palmera, satisfecho después
de haberse devorado cientos de panqueques hechos con la grasa de los derretidos
tigres que lo acechaban y me dijo: ponle
un texto.
Recordé una frase del
Presidente Allende: “En mi gobierno los únicos privilegiados serán los niños” y
discurrí:
-
Perdón, pero
somos privilegiados.
En menos de media hora, las
prensas planas expelían miles de negritos jactanciosos. A dos colores y sin
gastar un peso.
Historias de los tiempos de
NATO.