Cuando la dictadura en Chile provocó una estampida de exilio, muchos
de los afectados resolvieron, en sus nuevos países, volver a lo privado, valorizando la vida familiar, los estudios y el ocio, por sobre la agitada vida
de la época de Allende, que tan mal había terminado. Se hablaba, especialmente
entre el nutrido exilio en Roma, de un “ritorno al privato”. Los años han pasado,
muchos exiliados han retornado y la gran mayoría ha retomado sus actividades
públicas, de compromiso social y preocupación por nuevas causas como la medioambiental, la igualdad de género, la educación pública o el indigenismo. En ellas se han
encontrado con severas restricciones de financiamiento, en especial debido a
que el estado ya no tiene la magnitud que tuvo y las nuevas buenas causas son
infinitas. Surge entonces otra forma de mirar hacia lo privado: como una fuente
más segura de organizarse, obtener recursos y a la vez menos incierta que los
veleidosos fondos gubernamentales, tan sujetos a los cambios electorales. Nace
la pregunta sobre cómo retornar a lo privado –empresas y sociedad civil- y
persuadir a sus componentes que lo mejor para la sociedad toda es que se ocupen
de estas nuevas causas que, a todas luces, han venido para quedarse.
Según el diario El País del 4 de agosto de 2010, “Warren
Buffett y Bill Gates, los hombres más ricos en Estados Unidos, cenaron en
secreto en Nueva York con una docena de grandes fortunas del país para hablar
de todo lo que podría llegar a hacer si juntaban su dinero. Fue un encuentro
sin precedentes, que muchos llegaron a sospechar se trataba de una reunión
clandestina para, en plena crisis financiera, ver cómo podían dominar el mundo.
Nada de eso. Se trataba justamente de lo contrario. En plan de amigos, los
asistentes discutieron ideas para ver lo que podría hacer con sus fortunas en
el ámbito de la filantropía. A ese encuentro siguieron otros, para dar forma
entre bastidores a la campaña The Giving Pledge (El compromiso de dar). Hoy,
casi medio centenar de multimillonarios se han sumado a la iniciativa y han
hecho su manifiesto: destinar al menos la mitad de su riqueza a obras de
caridad. Se trata de un movimiento sin precedentes en el ámbito de la
filantropía”.
Con estos dos antecedentes básicos, la necesidad de
financiamiento y la oferta del mismo, se configura en el mundo un
escenario más que favorable para avanzar hacia el financiamiento privado de un
sector que, a juzgar por lo que ocurre actualmente en Europa, lo requiere con
urgencia: la cultura.
El camino en Chile no es sencillo, aunque se ha avanzado en el diagnóstico. El economista Jorge Marshall afirmó en diciembre de 2008 que "la filantropía fortalece la sociedad civil, lo
que ayuda al progreso del país. Sin embargo, para lograr estos beneficios es
indispensable una sana convivencia entre filantropía y democracia, ya que la
capacidad del dinero de otorgar una mayor influencia a ciertos grupos está en
permanente tensión con el principio de igualdad ante la ley. El avance de la
filantropía requiere de un cambio cultural". Probablemente en la línea de los equilibrios que impidan dirigismos estatales o empresariales.
Uno de los principales impulsores de las donaciones
empresariales, el animador de TV, Don Francisco, señaló el 22 de noviembre
2012: "Todavía en el mundo empresarial, en el mundo más
poderoso, no existe el concepto de la donación a través del éxito. He visto en Estados
Unidos y Europa, cómo le demuestro a la sociedad que tuve éxito: a través de
hacer cosas por los demás. Es tan distinto a la costumbre de acá”.
Para Nicola Schiess, Presidenta del Área de Fundaciones de la Asociación de Empresas Familiares de Chile, si bien en USA a la gente le gusta figurar, en Chile existe más la donación anónima, aún usando la ley de donaciones, pero falta el hábito de la filantropía, y eso debe fomentarlo el Estado. La ley de donaciones es poco estimulante y está restringida sólo a empresas con resultado positivo.
Para Nicola Schiess, Presidenta del Área de Fundaciones de la Asociación de Empresas Familiares de Chile, si bien en USA a la gente le gusta figurar, en Chile existe más la donación anónima, aún usando la ley de donaciones, pero falta el hábito de la filantropía, y eso debe fomentarlo el Estado. La ley de donaciones es poco estimulante y está restringida sólo a empresas con resultado positivo.
Un artículo publicado en Economía y Negocios, el 4 de noviembre pasado, señala
que "las reglas para donar están dispersas
en 90 cuerpos normativos y llenan 1.000 páginas de legislación, lo que
dificulta su aplicación por parte de las firmas y las organizaciones
particulares que buscan ayuda. El tinglado es tal que no siempre se puede estar
seguro de que se obtendrá algún beneficio tributario, y una infracción puede
ser castigada hasta con cárcel. Según
un estudio del Ministerio de Hacienda,
el 51% de los grandes contribuyentes de Chile no ha hecho un aporte de este
tipo en los últimos siete años, y el 29% de los que sí lo realizan lo hace para
un fin específico -usualmente cultura- y no a tantos otros que tienen las
mismas o más necesidades de apoyo. El alto porcentaje de corporaciones que
no han aportado no se explica por la falta de generosidad de sus dueños, sino
más bien por el intrincado sistema que regula las donaciones en Chile y que es
descrito por actores del mundo social como una mediagua a las que se le han ido
agregando parches tras parches".
Llama la atención, en el caso de Chile, que un gobierno -y el Ministro de Cultura, aunque no su Directorio Nacional- confesadamente partidarios de la presencia de empresas en la gestión de espacios culturales, no hayan tenido una acción más decidida respecto del estímulo de la filantropía. El propio Presidente de la República, una de las mayores fortunas del país, no ha tenido gestos concretos en la dirección señalada, por el contrario, a juicio de analistas políticos de la época, demoró más de lo aconsejable en crear un fideicomiso ciego para administrar sus bienes durante su período presidencial. Es curioso que los mayores avances en el estímulo de la filantropía hayan venido de gobiernos del signo contrario, pero que entendían la necesidad imperiosa de reforzar los fondos públicos para la cultura tanto con concursos transparentes como con leyes de estímulos tributarios.
Como en otros fenómenos culturales, la ausencia de filantropía se explica por la carencia de hábitos filantrópicos y éstos provienen de la confianza en las instituciones receptoras de los recursos. Tal vez uno de los caminos posibles para desarrollar este hábito hayan sido las empresas familiares, ya que -por definición- tienen una permanencia en el tiempo por generaciones y es el tiempo el que apunta a la confianza y a los hábitos. Otro componente es la cercanía (emocional y geográfica) con los proyectos a apoyar. También el elemento familiar contribuye a establecer lazos con territorios ("la tierra de mis antepasados") o con proyectos ("la escuela de mis hijos o el teatro de los empleados de mi empresa"). No debe descuidarse entonces el aspecto emocional en la creación de hábitos de filantropía.
Con todo, queda claro que el problema no radica sólo en los donantes sino también en el resto de la sociedad (beneficiario, gestor y Estado). El Estado, a través de los gobiernos y la legislación, debe promover la filantropía no sólo con estímulos tributarios, sino con medidas que apunten a la creación de fundaciones administradoras de fondos de donantes, de protección del anonimato cuando éste se requiera, de estudios para descubrir aquellos casos de cercanía emocional o territorial de los posibles proyectos y velar por la transparencia de todas las donaciones.
Los beneficiarios deben tener la capacidad de organizar sus proyectos y elaborarlos en términos aceptables para los benefactores y para la sociedad. En ambos casos, la presencia de los gestores es determinante y necesaria. Por ejemplo, a través de la creación de fundaciones confiables administradoras de proyectos, con institucionalidades permanentes y no alterables según cambios electorales.
Si bien es cierto que hace falta la emocionalidad en los donantes para devenir en filántropo, es también necesario que se desarrolle una cierta emocionalidad entre la sociedad toda: que la gente que de alguna manera es admirada en la sociedad, como el director de cine George Lucas, deben predicar con el ejemplo en los momentos más difíciles. Es lo que hicieron las familias Carnegie y Rockefeller, y por eso quizás EE UU sea potencia también en el ámbito de la filantropía. La filantropía será mejor recibida, como concepto, si los personajes admirados la desarrollan transparente y públicamente.
Veremos quién, en Chile, lanza la primera piedra... o el primer cheque.
Veremos quién, en Chile, lanza la primera piedra... o el primer cheque.