28 julio 2008

HERMOSO PROYECTO CULTURAL SE ARRIENDA

“Falta una institucionalidad cultural imparcial que, fomentando la cultura, garantice al mismo tiempo el pluralismo”. Sorprendente conclusión de un editorial de El Mercurio del 28 de julio. Más sorprende cuando erige como legítima la parcialidad que surgiría de una “teleserie truculenta” en la televisión estatal por que ésta se emite “con respaldo de su directorio y con fondos propios, proveídos por sus avisadores”.

Desde 2004, todos los caudales asignados por el Fondart y los demás fondos concursables sectoriales son entregados con respaldo del Directorio Nacional del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes además de pasar por estrictas evaluaciones de pares y comités técnicos. Tal directorio posee una diversidad semejante a la del Directorio de TVN, incluso con dos de sus miembros aprobados por el Senado, y una mayoría abrumadora -8 de 11- de personalidades representativas de la sociedad civil. Ergo, para el articulista, lo que le falta a la institucionalidad cultural para ser imparcial -el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes fue creado por ley de la República con los votos de parlamentarios de todos los sectores-, son recursos provistos por los “avisadores”.

Pero, la citada ley señala que los recursos concursables provienen de fondos públicos y no de aquellos. Se propone en el comentario que, para ser imparciales, sólo debieran existir fondos apara apoyar el arte surgidos de los auspiciadores, evitándose así “el sesgo de quién ejerce el poder”.

Gran noticia para los miles de creadores que postulan año a año a los diferentes fondos concursables. Se acaba la pesadilla de escribir proyectos y la angustia de esperar sus resultados. Sólo será necesario poner un simple aviso de fondo rojo y letras blancas: SE ARRIENDA o SE VENDE, en la carátula de un producto cultural.

Ahora, si por alguna misteriosa casualidad, no se arrienda ni se vende, sencillamente deberán hacer un nuevo intento hasta que el mercado los acoja.

Por favor, pongámonos serios. Los lectores lo merecen y la trayectoria de un diario tan antiguo también. No existe en el mundo un país que no asigne recursos públicos para el arte y la cultura, tampoco un sistema de asignación de esos recursos más imparcial y transparente que el chileno, semejante a los Art Council de los países de la comunidad británica.

Que este sistema acepte en ocasiones proyectos que no son del gusto universal o que beneficie a personas con comportamientos privados o clandestinos que no alcanzan a ser evaluados por quienes corresponde, es parte del juego. No se evalúa conforme a prejuicios sino a calidad artística, no se evalúa opciones sexuales o políticas de las personas, sino proyectos. Y esta capacidad de evaluación no es idéntica a la capacidad (financiera) de poner avisos. Aquí participan personas tanto o más conocedoras de las artes que los postulantes, justifican sus determinaciones y, además, se hacen públicas. Es, en definitiva, un sistema más participativo que aquel sugerido de “fondos de particulares que aprecien (las manifestaciones artísticas) y deseen erogar para su producción”. Sistema que por lo demás está disponible en la llamada Ley de Donaciones Culturales y que, a pesar de disponer que el Estado financia el 50% de lo que ponen los particulares por la vía de la rebaja tributaria, no logra satisfacer ni el equivalente a la mitad de lo asignado a los creadores. En un mismo año (2006) los fondos públicos concursables del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes distribuyeron entre los postulantes 9 mil millones de pesos, obviamente sólo una parte de lo solicitado. Los aportes reales de los privados fueron de 4,2 mil millones, a los que se debe sumar igual cantidad de dineros no percibidos por el estado por concepto de impuestos, otro aporte público.

Suponiendo que los “avisadores” hicieran un maratónico esfuerzo por alcanzar las cifras de la “demanda” de los creadores, aún restaría saber cuánto proyectos serían desechados no por su calidad sino por su “sesgo”.

Me temo que tanto los creadores como las audiencias van a preferir la “parcialidad” de una institucionalidad participativa, autónoma y descentralizada, complementada con excepciones tributarias y aportes de las personas, vía taquilla.

Es lo que hay.

20 julio 2008

HISTORIA Y GESTIÓN CULTURAL


“El nuevo mapa del mercado laboral chileno”, publicado por Qué Pasa el 18 de julio, destaca aquellas profesiones u oficios que están en vías de extinción –como los zapateros- y los que crecen exponencialmente –como los telefonistas de centros de llamadas- pero no menciona a una profesión en apogeo: los historiadores.

Este auge se debe, en parte, a algo que comenzó como un juego: TVN compró un formato de programa a la BBC para elegir a los Grandes Chilenos de la historia. Al presentar el proyecto en sociedad escogieron un naipe, de 60 cartas con igual número de nombres y breves descripciones al reverso, de los “candidatos” al Gran Chileno. Para entregar el juguete, soltaron las cartas de cartón en una caja redonda de lata, como aquellas de las viejas películas en celuloide. Desde ese momento, el jueguito comenzó a hacer ruido.

Uno de los mensajes habituales de mis clases de Políticas Culturales es incentivar a los estudiantes del magíster en Gestión Cultural a tener en cuenta encuestas, ratings, premios y otros indicadores que podrían estar señalando preferencias del público. Esto, porque un gestor cultural debe tener conciencia a la vez de lo que están sintiendo los creadores y las audiencias: el escenario y la platea.

Por ello, he seguido con atención esta especie de “guerra de los Grandes Chilenos” desatada por la ruidosa caja de celuloide. A estas alturas del juego, los seleccionados son diez y, a pesar de disminuir el número de cartas de naipe, la repercusión crece.

Reportajes de La Tercera de este domingo encargó a cada uno de diez -historiadores, por cierto- su propio listado de 10 nombres, para elaborar el listado correspondiente a los diez más votados de entre las cien preferencias de los historiadores.

Sigamos jugando. Si cruzamos los diez elegidos de TVN, por los que votaron estudiantes y profesores en base a los nombres propuestos en el naipe, con los diez elegidos por los historiadores escogidos por La Tercera -es decir si mezclamos algo así como los Oscares con Cannes- los inobjetables, que aparecen en ambas categorías, son sólo cinco. De los unánimes, tres pertenecen al mundo de la cultura: Violeta Parra, Gabriela Mistral -las únicas mujeres que forman parte de esta mezcla de listados-, Pablo Neruda, Alberto Hurtado y Arturo Prat.

Esta notable presencia artística (60%) entre nuestros cinco sobresalientes en la historia patria no amaina ya que en reciente reportaje de Qué Pasa “Los 50 influyentes del 2008” -más de 400 personalidades, sectorizadas por áreas, que influyen en elegir influyentes- determinaron que 10 de ellos, es decir un 20%, forman parte del mundo de la cultura, experimentándose un alza respecto del mismo ejercicio del 2007 (en que fueron sólo 7).

En la propuesta de los historiadores en La Tercera llama la atención un solitario voto por la contemporánea “señora Juanita”, en la lista de Patricio Bermedo, Director del Instituto de Historia de la UC. Por primera vez se incorpora a un listado de “los Grandes” a “una chilena de a pié”, que simbolizaría a las audiencias o los receptores de las grandezas de estos selectos chilenos.

Esta visión, similar a los intereses de la gestión cultural que mira no sólo a los protagonistas sino también a los observadores o destinatarios, podría encontrar antecedente en 1910, en la Exposición Histórica del Centenario, que se realizó en base a donaciones de objetos históricos que hizo la gente y que derivó en la formación del entonces inexistente Museo Histórico Nacional. Esclarecido gesto de nuestros antepasados que, como dato curioso, no calzó adecuadamente con las previsiones de infraestructura para dicho museo, que debió instalarse originalmente en dependencias del flamante museo de Bellas Artes el que a su vez no disponía de suficientes obras de arte para completar el edificio que se había construido como símbolo del Centenario.

Esta discrepancia entre lo planeado y sus resultados demuestra que para ser un Gran Chileno no sólo hay que tener una notable obra en beneficio del país, sino que, perdónenme la digresión profesional, hay que agregarle un poquito de gestión. Sino, veamos: Neruda tiene una activa fundación que recibe en sus casas al 80% de los turistas extranjeros que visitan nuestro país; Prat, un monumento rigurosamente visitado, desfilado y homenajeado cada 21 de mayo; Gabriela, una reciente reconciliación con su patria y un Centro Cultural que será emblema del Bicentenario; Violeta, una familia de hermanos, hijos y nietos que destilan talento urbe et orbi; el Padre Hurtado, un Santuario y periódicas manifestaciones de jóvenes que cada agosto marchan en multitud hacia él desde el Centro Cultural Estación Mapocho.

Por el contrario, al único que forma parte del naipe de TVN y que no obtuvo votación alguna de los 10 historiadores, José Miguel Carrera, se le recuerda sólo por una Gran Avenida que pierde su nombre en los primeros paraderos.

Otro ejemplo de gestión inadecuada, Bernardo O’Higgins, ubicado por los historiadores entre los diez Grandes, no pasó el escrutinio de estudiantes y profesores en TVN, según entendidos, por la excesiva asociación de su imagen con la dictadura militar. Lo que se corrobora con el hecho que sólo tres preferencias de las posibles entre los historiadores, mencionaron al general Pinochet. Mala junta para el hijo de don Ambrosio.

Como se ve, el juego da para largo. Y los naipecitos van a seguir barajándose y haciendo ruido.

Con ello, los historiadores tendrán ahora más futuro mirando nuestra historia y los gestores culturales podremos contribuir con ellos a instalar esa historia en el presente y el futuro.

Tal vez sólo eso justifique la celebración del Bicentenario.

Todo partió como un juego... es que lo lúdico es parte de la vida.

03 julio 2008

GRAN SEÑOR Y RAJADIABLOS

Las cosas de la vida. O más bien, las cosas de la Tele... Al parecer una inocente teleserie nocturna en horario prime, que reúne a un fogueado elenco y fogosas escenas de sexo de una diversidad social y sexual sobre el promedio, está causando un ajuste de cuentas de los chilenos con uno de los aspectos más traumáticos de la historia reciente: la reforma agraria.


Una discusión no hecha, aplacada en su momento porque quienes encabezaron la revuelta fueron los propios hijos de los latifundistas, camuflados bajo banderas vaticanas, de demócratas cristianos, de estudiantes de la UC, de mapus, está saliendo a la luz.

Mientras el motivo literario del patrón de fundo se mantuvo en la literatura, como la clásica novela de Eduardo Barrios (Nascimento, 1948), o en los tribunales, alcanzando a un senador de la República no conservador, los señores o ex señores de la tierra permanecieron en silencio. Pero, cuando la descripción, en una obra de ficción, de uno de ellos llegó al dormitorio de viejos camastros de bronce y elegantes plasmas televisivos, ardió Troya.

Se denuncian oscuras maniobras para desprestigiar a la antigua oligarquía agraria, contaminando de paso a familias ascendentes por alcande de apellidos (¿sería más verosímil si el protagonista se llamara González?).

Por la otra trinchera surgen notables intelectuales y artistas luciendo orgullosos su condición de hijos de peones agrícolas y ratificando los malos tratos que cualquier estudiante mediocre de literatura escolar bebió desde los primeros años de formación.

Es verdad, en Chile existieron dueños de fundo y peones, como en todas partes. Hoy en día la industrialización del agro y la vocación declarada de convertirnos en potencia alimenticia los ha dejado anclados en la historia, una historia que, como canta Serrat,lo que no tiene es remedio.

Leyendo a los (ex) señores que reclaman por los alcances supuestamente ofensivos no he podido dejar de recordar a uno de mis profesores de tercer año básico, el sacerdote Gregorio Sánchez Ugarte, que rellenaba magistralmente las clases en las que otro profesor faltaba contándonos unas historias que llamaba "Lecciones de cosas". En ellas, el protagonista recorría el mundo realizando hazañas que nos maravillaban. Lo llamó Ugarte, como su apellido materno.

Creanme que todos -infantes de un dígito de edad- entendimos que Ugarte no existía y que sus historias no pretendían beneficiar ni perjudicar al padre Gregorio. Sólo, tal vez, homenajear castamente a su madre.