25 octubre 2016

CENTRO CULTURAL ESTACION MAPOCHO, UN CASO


Un caso, un modelo o una experiencia digna de mirarse. Aunque sólo sea para no cometer los mismos errores. Son pocas las veces en que un empeño cultural  llama la atención del mundo por lo riguroso, sistemático, sostenido y sostenible a la vez, y que puede exhibir con satisfacción sus resultados. Son 22 años de trabajo "oficial" más cuatro previos de "marcha blanca", con notables cifras de visitantes, audiencias fieles y un porcentaje máximo de autofinanciamiento. Es de lo que trata este libro, que será presentado el 3 de noviembre en Filsa 2016, del que se reproducen a continuación algunos párrafos de la introducción, escrita por Fernando Ossandón, su editor.


La gestión cultural se ha convertido en una actividad profesional, sistemática y reconocida cada vez más como indispensable para el desarrollo y el buen vivir de los pueblos y las naciones. También es una actividad de intermediación que pone en contacto a los creadores artísticos y simbólicos con quienes se espera participen y/o beneficien directamente de sus obras y servicios; las audiencias. En un mundo complejo como el de hoy, la gestión cultural es una tarea que compromete a organizaciones, instituciones y personas por igual.

El libro intenta reflejar la vida y pasión de un espacio de intermediación cultural conocido –y probablemente querido también– por la mayoría de los chilenos, en especial aquellos que habitan el Gran Santiago: el Centro Cultural Estación Mapocho.

Se trata de un relato y de una sistematización.

Relato de cómo nació este centro cultural, incluso antes de que empezara; de la evolución y desarrollo que ha tenido por más de veinticinco años; de su extensa, nutrida y variada oferta programática; del cuidado y puesta en valor del edificio patrimonial a su cargo; de la gestión de sus recursos humanos y materiales; y de la calidad de los vínculos que ha establecido con sus públicos.

Sistematización de una experiencia de gestión de oportunidades, riesgos y herramientas de trabajo a cargo del directorio de la Corporación Cultural de la Estación Mapocho, del director ejecutivo –y su equipo directivo y de gestión–, de las entidades aliadas y demás entes colaboradores, así como de los variados públicos asistentes, cuya fidelidad y confianza se ha incrementado con el tiempo. Es esta extendida labor la que dio pie al deseo de compartir el Modelo Mapocho de gestión y administración, acuñado por este centro cultural a lo largo de los años.

El propósito que anima esta publicación es difundir, de manera ordenada y analítica, el modelo de gestión que ha orientado la programación cultural, artística y corporativa de sus actividades, la preservación del edificio patrimonial puesto a su cargo y la gestión administrativa y financiera que hace posible todo lo anterior.

Lo inspira el convencimiento de que se trata de una gestión cultural compleja, atractiva y exitosa, así como la secreta esperanza de que compartirla sirva para animar a otros a emprender sus propias aventuras y aprender de sus propios aciertos y eventuales errores.

Sería motivo de gran satisfacción que este escrito capte el interés de los gestores culturales y artísticos de Chile y, ¿por qué no? del extranjero; de encargados de cultura y funcionarios de organismos públicos y de la administración local; de estudiantes de gestión cultural y humanidades; de periodistas; de artistas que se desenvuelven, además, como gestores culturales; de investigadores sociales de la gestión cultural, las políticas públicas y el arte; de encargados de bibliotecas e instituciones académicas; así como del público en general interesado en conocer más acerca de los temas de cultura y del Centro Cultural Estación Mapocho en particular.

Y si de deseos se trata, está también el sueño de que este libro sirva para alimentar la reflexión y el debate acerca de cómo seguir desarrollando este centro cultural en un contexto histórico bastante evolucionado respecto de aquel que le vio nacer. Esta es una pregunta que queda abierta: no obtiene respuestas en esta edición. Cada uno y cada una podrán sacar sus propias conclusiones.

Fue el Presidente Patricio Aylwin (1990-1994) y su equipo directivo de administración central y local –en este caso, la Municipalidad de Santiago– quien acogió el desafío de recuperar un emblemático edificio, declarado monumento nacional en 1976, pero dejado abandonado a su propia suerte en la ribera del río que lleva su nombre. La decisión fue destinarlo a la creación de un centro cultural para la ciudad y el país. Una opción significativa en una nación que recién comenzaba su camino hacia la restauración democrática y se proponía saldar las enormes «heridas» y «deudas» dejadas por la dictadura cívico-militar en materia de derechos humanos, sociales, económicos y culturales.

Junto con la recuperación del edificio patrimonial, el liderazgo político de la época decidió crear una corporación cultural de derecho privado, sin fines de lucro, para administrar el naciente centro cultural.

Encomendaron a la nueva corporación una doble misión: difundir la cultura y preservar el patrimonio histórico puesto a su disposición. Junto con ello, le asignaron una obligación práctica de gestión: el autofinanciamiento. Nada de elefantes blancos –que el Estado después no estuviera en condiciones de solventar– fue el explícito deseo del Presidente a cargo de la nación.

... 

Los contenidos de este relato se despliegan en torno a la metáfora de una estación de trenes:

El capítulo I, Todos a bordo, da cuenta de cómo un grupo de autoridades del primer gobierno democráticamente elegido y de la administración local post dictadura tuvieron la clarividencia de escuchar «el llamado de los libreros» a reacondicionar el edificio estación y convertirlo en un gran centro cultural para la ciudad de Santiago y el país.

El capítulo II, Sala de máquinas, relata la organización y funcionamiento que adquirió el proyecto de gestión cultural, sus primeros pasos y la puesta a prueba en manos de quienes lo impulsaron.

El capítulo III, Punta de rieles, refiere al esfuerzo por preservar el edificio y Monumento Nacional Histórico que fuera, efectivamente, la terminal del circuito ferroviario que operó en torno suyo durante setenta años. Mantenerlo, remozarlo, recuperarlo de los embates de la naturaleza y ponerlo en valor, es decir, fomentar su uso y adecuar sus instalaciones para que puedan acoger una variedad de actividades artísticas, culturales y de entretención sin perder su sello y personalidad.

El capítulo IV, El viaje, es un recorrido por las distintas etapas y formas que adquirió la programación a lo largo de los años y de los hitos más significativos de su desarrollo. Es un viaje a la memoria, con sus vericuetos, detenciones y vuelta a emprender la marcha hacia adelante.

El capítulo V, Los pasajeros, se detiene en la observación de las audiencias, de los múltiples diálogos y formas de escucha que se implementan con el objetivo de acercarlas a las actividades artísticas y culturales, y así motivarlas a convertir dicha participación en un hábito que perviva en el tiempo.

Finalmente, el capítulo VI, Patio de maniobras, sirve de ocasión para compartir la sistematización de las principales estrategias que caracterizan el Modelo Mapocho de gestión y administración en torno a cuatro ámbitos: audiencias, programación, económico-financiero e institucional.

A manera de epílogo, el apartado Próximo destino aspira a dibujar los bordes del escenario más cercano por los que seguramente deberá transitar la gestión del centro cultural en un futuro próximo. 

Buen viaje.

20 octubre 2016

MÉXICO LINDO Y QUERIDO... ¡BIENVENIDOS!



Luego de dos versiones -1999 y 2012- en las que Chile fue País Invitado de Honor en la FIL de Guadalajara, era hora de que nuestra principal feria del libro y el Centro Cultural Estación Mapocho recibieran nuevamente a México como estrella principal de la FILSA 2016; ya estuvo el 2004. No es que Jorge Negrete, que arribó en 1946, colapsando sus fans la estación ferroviaria sea la imagen más significativa de esta ininterrumpida relación entre la estación Mapocho y México. Sólo es la que tiene más tiempo. Podrían haber estado allí los Voladores de Papantla, que nos miraron desde las prodigiosas alturas para la Expo Cumbre de las Américas en 1998 o el festival de Música Ranchera, que terminó con varios charros entre las rejas por "porte ilegal de armas".


Una de las primera actividades musicales del centro cultural, aún en remodelación, fue un encuentro de chilenísimos mariachis que decidieron dar a conocer su próxima actividad con un cóctel típico donado por el restaurante Plaza Garibaldi. El entusiasmo fue tal que, al finalizar la cita con la prensa, las emprendieron hacia la Plaza de Armas para brindar la correspondiente mañanita al Alcalde de Santiago. No fue suficiente y resolvieron continuar hacia la Plaza Italia, donde un par de escrupulosos Carabineros los detuvo por porte ilegal de armas (parte natural de la vestimenta de un charro). La aventura terminó, a pocas horas de la inauguración de la fiesta, gracias a las gestiones de abogados municipales que lograron la libertad del infractor, que permaneció varias horas a la sombra, las que obviamente aprovechó para escribir una agradecida ranchera a sus liberadores, que estrenó en la noche inaugural.


Cuando ya se sabía que Chile sería la sede de la Segunda Cumbre de las Américas, 1997, el gobierno anfitrión, encabezado por el Presidente Frei Ruiz Tagle, recibió la propuesta de acompañarla de una muy cultural expo Cumbre, idea que transmitió a los Presidentes americanos con la invitación a que ellos mismos decidieran la manifestación que aportarían. Así, el Presidente Clinton no dudó en incorporar al afamado pianista Herbie Hancock (con la secreta esperanza de poder presentar un dúo de saxo y piano de ellos dos, que falló por segundos) y al instalador Sam Gilliam que descolgaría gigantescas esculturas de tela desde las alturas del Centro Cultural Estación Mapocho, sede de la Expo. El Presidente peruano Alberto Fujimori envió la réplica del reciente descubrimiento arqueológico de la cultura Mochica, el señor de Sipán. Ante tal despliegue, México recurrió a los míticos Voladores de Papantla, cuyos vuelo excedían las magnitudes de la muestra y debieron acomodarse en los cielos de la plaza Arturo Prat, frente al centro cultural, dejando como largo recuerdo un sólido mástil que posteriormente sostuvo, durante varios años, una enorme bandera chilena.

Terminaba el gobierno del Presidente Frei, a fines de 1999, cuando vía Aero México, despegó, una delegación de literatos integrada por Gonzalo Rojas, Volodia Teitelboim, Poli Délano, Antonio Skármeta, Raúl Zurita, Efraín Barquero, Roberto Bolaño, Carlos Cerda, Jaime Collyer, Gonzalo Contreras, Alejandra Costamagna, Elicura Chihuailaf, Marco Antonio de la Parra, Ana María del Río, Guido Eytel, Soledad Fariña, Carlos Franz, Alberto Fuguet, Benjamín Galemiri, Alejandro Jodorowsky, Ramón Griffero, Floridor Pérez, Jaime Quezada, Hernán Rivera Letelier, Fernando Sáez, Luis Sepúlveda, Marcela Serrano, Elizabeth Subercaseaux, Luis Vargas Saavedra, Pedro Lemebel... Desembarcaron en una Guadalajara que ya estaba escuchando en vivo a Los Jaivas, Los Tres, IIIapu, el Cuarteto de Guitarras de Santiago, Sol y lluvia, Inti Illimani y Douglas. 


Mientras en museos y galerías de arte se desplegaban: El lugar sin límite, muestra de plástica chilena contemporánea; Siqueiros ilustra el Canto General de Pablo Neruda; Si vas por Chile, de artistas chilenos radicados en México: Francisco Altamira, Carlos Arias, Osvaldo Barra, Francisco Casas, Beatriz Aurora Castedo, Víctor Hugo Núñez, Nathalie Regard, y las litografías Perfiles chilenos desde la Conquista.


En salas de teatro se presentaron la Compañía de Julio Jung y el Grupo la Troppa, con Gemelos. Y las de cine proyectaban: Historias de fútbol, de Andrés Wood; La Dama de las Camelias, de José Bohr; Misa de Réquiem, de Guillermo Blanco y Alberto Daiber; Gringuito, de Sergio Castilla; El Chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin; Magallanes, Magallanes, de Carlos Droguett y Marco Enríquez; Cielo ciego, de Nicolás Acuña; Julio comienza en julio, de Silvio Caiozzi, y El entusiasmo, y La frontera, de Ricardo Larraín.

Lo más valorado por el publico local fue, sin dudas, la exhibición de parte del acervo histórico de la Biblioteca Nacional de Chile: El Despertador Americano. Correo Político Económico de Guadalajara, primer periódico publicado por los insurgentes durante la guerra de la Independencia de México. Solamente se imprimieron siete números en la ciudad de Guadalajara del 20 de diciembre de 1810 al 17 de enero de 1811. Fueron tales las precauciones que exigió la salida de este patrimonio que su curador, Gonzalo Catalán, debía esposarse diariamente a la maleta que trasladaba los ejemplares desde el hotel hasta su lugar de exhibición. Durante la noche tapatía, los ejemplares insurgentes reposaban esposados a una sólida cañería de alguno de los baños del hotel que acogía a la delegación chilena.


El Chile post dictatorial recibió esta invitación -una formidable experiencia de gestión cultural- a llenar todos los espacios de la capital del estado de Jalisco y, literalmente, puso en tensión a todo el Ministerio de Relaciones Exteriores, incluyendo su Embajada en México, encabezada por Luis Maira; Pro Chile, y la Dirección de Asuntos Culturales, bajo la atenta batuta del subsecretario Mariano Fernández, quién no omitió la presencia de destacadas viñas nacionales y sus más notables mostos, relevados por César Fredes y subastados, para terminar de enterar el presupuesto que exigió esta completa caravana.

Valga esta recordación de lo que llevó Chile a México al declinar el siglo XX, para motivar y a la vez comprender la magnitud de la bienvenida que amerita esta presencia mexicana en Santiago. Que se complementa con la huella profunda que ha dejado el país hermano con sus industrias culturales -como FCE, PelMex- su música, sus actores, sus intelectuales, sus escritores, sus muralistas o el inolvidable Jorge Negrete.

Que será justamente homenajeado en FILSA 2016.


18 octubre 2016

LA CULTURA DEL VOTO, EL VOTO ES CULTURA


Entre las emociones fuertes de mi vida política recuerdo el aplauso con que recibimos, la larga fila de ciudadanos que esperábamos inscribirnos en los registros electorales poco antes del plebiscito del 5 de octubre de 1988, al primer inscrito de la comuna de La Reina. El futuro votante salió feliz y estoy seguro que se le (nos) escaparon unos lagrimones.


Vivíamos una larga dictadura que entre sus primeras “medidas” estuvo quemar esos registros que ahora comenzábamos a reconstruir, manualmente y una persona por vez. Fue una larga mañana en el mismo lugar donde los reininos se casaban, sacaban carnet de identidad y de conducir y certificados de nacimiento. A pocos metros del tradicional supermercado (que metafóricamente alguna vez fue la cooperativa Unicoop) donde repartíamos los primeros volantes llamando a elecciones libres e inscribirse en los reconstruidos registros.

Seguro que varios de los de aquella cola acumularon coraje para desafiar al poder esas mañanas de domingo en que recogían silenciosos los panfletos y felicitaban con una sonrisa a los pocos vecinos que osaban desafiar al poder omnímodo que ya dos veces había realizado novedosas consultas ciudadanas sin registros y con sendas mutilaciones a las puntas de la cédula de identidad.

Aún en aquellas consultas truchas, con ninguna posibilidad de que el dictador fuera derrotado, los partidos democráticos llamaban a votar No,  a pesar del riesgo que podía implicar. Es que votar formaba parte de la esencia nacional y era la forma en que se expresaban las voluntades. Aunque ese voto no implicara una victoria cierta ni menos una "pega" próxima.

Esta costumbre colectiva -una de las definiciones de cultura- se reforzaba por clases obligatorias en los últimos años de liceo de Educación Cívica y Economía Política. Se aprendía a votar con la misma determinación que a firmar cheques, extender letras de cambio y a conocer los conceptos de votos válidamente emitidos, objetados, nulos y blancos... Así, cada uno podía enfrentar con sabiduría si alguna vez era seleccionado como vocal de mesa, ocasión en que las familias lo o la acompañaban con excedidas bolsas de sandwichs, galletas, huevos duros y bebidas analcohólicas para compartir con otros vocales, el relevante Presidente de Mesa y los apoderados de las listas de todos los partidos.

Si algo caracterizaba esos encuentros ciudadanos, además de la impecable vestimenta "dieciochera", era el esfuerzo común por no tocar temas políticos ni que pudieran ofender a quienes con toda legitimidad y respeto, profesaban creencias diferentes.

Tampoco era un misterio que la mayoría de los candidatos a alcaldes, regidores, diputados, senadores o Presidente iniciaban una carrera que avizoraba una victoria en varias elección más. La votación formaba parte de un proceso con sosegadas estaciones, muy alejadas de la ansiedad que suele caracterizar a candidatos recientes que si no van seguros, prefieren omitir su rostro en la propaganda.

Por ello fue tan fuerte el que un Presidente democráticamente elegido fuese sacado a punta de cañonazos y bombardeo aéreo del Palacio de Gobierno. Tanto que un destacado editor que acaba de fallecer -Jorge Barros Torrealba- vistió corbata negra desde ese fatídico 11 de septiembre hasta que su cuerpo lo resistió, a pesar de que Allende muy probablemente no fue el candidato que recibió su voto.

Sorprende, entonces, la ligereza con que muchos -elegidos y electores- enfrentan las recientes vulneraciones del registro electoral, que son simplemente ofensas a un listado culturalmente respetado y uno de los sustentos de nuestra democracia.

Se ha herido un patrimonio, sin la gravedad de la barbarie de la quema de 1973, pero permanece el propósito para el que fuera creado: que los ciudadanos y ciudadanas voten expresando así su adhesión a algún postulante, su deseo de dejarlo en blanco o, sencillamente, de anularlo con el insulto o gráfica que la cámara secreta aconseje en ese momento.

Lo que no es sano para nuestra cultura es restarse de esta fiesta nacional.

11 octubre 2016

CULTURA: BAJA EL PRESUPUESTO ¿Y QUÉ PASA?

Lo que en otros sectores -y en algunos personeros del nuestro- podría llamar a rebato, en cultura debiera ser asumido con tranquilidad. Primero, porque se conservan los montos fundamentales en buen pie: fondos concursables e infraestructura, segundo porque hemos sobrevivido a tiempos mucho peores, tercero porque tenemos las instituciones adecuadas para cruzar el desierto, si este fuera el caso.



En el Centro Cultural Estación Mapocho deberíamos estar felices pues nada se recorta. Sería imposible recibir del presupuesto nacional menos que cero. Al contrario, podríamos decir que el aporte estatal -la magnífica estación remodelada, recibida en comodato por veinte años- se valora aún más en un escenario en el que otros aportes decrecen. Sin considerar que dicho aporte fiscal es cada vez más valioso como consecuencia de las mejoras que, más allá de su mantención, se le introducen año a año. Misión que está registrada en sus estatutos fundacionales y que son otra lección derivada de la experiencia mayor de dos décadas: cada espacio cultural debe considerar en sus presupuestos, el costo de invertir en mantención.

Volviendo al presupuesto nacional 2017, el Observatorio de Políticas Culturales señala "con esta baja de un 3,2% respecto del año anterior, cultura pasó a representar el 0,4% del gasto público". Sin embargo, "los fondos concursables, como el Fondart, que históricamente aumentaban cada año, hoy mantienen su presupuesto. En cambio, se incrementa en un 33,7% los recursos para el Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM, lo que podría explicarse por la próxima inauguración de una nueva gran sala. También aumenta el monto destinado a los teatros regionales (25,3%) y el programa de financiamiento a la infraestructura cultural (11,1%)"

Si no se castiga a los proyectos en curso de infraestructura, estaremos conservando la política al respecto fija desde 2000 y aportando a la ciudadanía nuevos espacios para desarrollar la vida cultural. Si se estabilizan, quizás en un nivel menor que lo deseable, los fondos concursables, se mantiene el principal aporte fiscal a artistas, patrimonialistas y gestores, reforzando a la par el camino seguido desde 1990 que fija una política de asignación por pares de los recursos estatales. Un respaldo a la vida cultural surgida desde la ciudadanía y no desde los escritorios funcionarios, como se refleja en la disminución a los servicios públicos DIBAM (-1,3%) y CNCA (-4,1%). 

Así, con el esfuerzo incontenible de lo que se ha llamado el alma de una nación, se conservó la cultura bajo los 17 años de dictadura y así se llegó a la conclusión -en 1997- de que necesitábamos un Consejo Nacional de la Cultura y no una dirección, una subsecretaria o un ministerio. Es decir, un ente participativo que asegurara un financiamiento mixto del desarrollo cultural.

De esa manera, tenemos fondos públicos, mayoritariamente concursables y/o destinados a la infraestructura; fondos privados con asignación privada y aportes públicos equivalentes, vía estímulos tributarios, y recursos provenientes de la gestión cultural activa y efectiva que tenemos desde 1990, recaudados desde imaginativos arriendos, generosas taquillas y emergentes crowdfunding, que se suman a ingentes esfuerzos aliados de creadores y corporaciones sin fines de lucro.

Gracias a este sistema mixto, es posible sobrellevar decadencias puntuales de los recursos públicos, a la espera de tiempos económicos mejores para el país y el mundo y - esperamos- también sobrevivir crisis mayores derivadas de coyunturas políticas refractarias a la creación y las artes, como pudiera acontecer, en un mundo donde la situación electoral aparece tan líquida, como gusta afirmar a los analistas.

Y esta estructura mixta de financiamiento ha funcionado bien. Tanto que las modificaciones que se le pretende introducir vía indicación sustitutiva, en el Parlamento, solo buscan perfeccionarla e introducir más participación y más gestión en las áreas con carencias como el patrimonio y el multiculturalismo.

Este escenario de ajustes pausados debiera permitir que tal reforma disponga de los recursos públicos que requerirá en los años que vienen.

Con un sistema de financiamiento mixto eficiente y unos ajustes institucionales menores, cualquier reducción presupuestaria solo llama a esfuerzos superiores de la gestión cultural, lo que no deja de tener la ventaja de que a mayor diversidad de financiamientos mayor será la libertad de la creación y divulgación culturales.

Y la libertad está en la base de cualquier desarrollo cultural.