Lo que en otros sectores -y en algunos personeros del nuestro- podría llamar a rebato, en cultura debiera ser asumido con tranquilidad. Primero, porque se conservan los montos fundamentales en buen pie: fondos concursables e infraestructura, segundo porque hemos sobrevivido a tiempos mucho peores, tercero porque tenemos las instituciones adecuadas para cruzar el desierto, si este fuera el caso.
En el Centro Cultural Estación Mapocho deberíamos estar felices pues nada se recorta. Sería imposible recibir del presupuesto nacional menos que cero. Al contrario, podríamos decir que el aporte estatal -la magnífica estación remodelada, recibida en comodato por veinte años- se valora aún más en un escenario en el que otros aportes decrecen. Sin considerar que dicho aporte fiscal es cada vez más valioso como consecuencia de las mejoras que, más allá de su mantención, se le introducen año a año. Misión que está registrada en sus estatutos fundacionales y que son otra lección derivada de la experiencia mayor de dos décadas: cada espacio cultural debe considerar en sus presupuestos, el costo de invertir en mantención.
Volviendo al presupuesto nacional 2017, el Observatorio de Políticas Culturales señala "con esta baja de un 3,2% respecto del año anterior, cultura pasó a representar el 0,4% del gasto público". Sin embargo, "los fondos concursables, como el Fondart, que históricamente aumentaban cada año, hoy mantienen su presupuesto. En cambio, se incrementa en un 33,7% los recursos para el Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM, lo que podría explicarse por la próxima inauguración de una nueva gran sala. También aumenta el monto destinado a los teatros regionales (25,3%) y el programa de financiamiento a la infraestructura cultural (11,1%)"
Si no se castiga a los proyectos en curso de infraestructura, estaremos conservando la política al respecto fija desde 2000 y aportando a la ciudadanía nuevos espacios para desarrollar la vida cultural. Si se estabilizan, quizás en un nivel menor que lo deseable, los fondos concursables, se mantiene el principal aporte fiscal a artistas, patrimonialistas y gestores, reforzando a la par el camino seguido desde 1990 que fija una política de asignación por pares de los recursos estatales. Un respaldo a la vida cultural surgida desde la ciudadanía y no desde los escritorios funcionarios, como se refleja en la disminución a los servicios públicos DIBAM (-1,3%) y CNCA (-4,1%).
Así, con el esfuerzo incontenible de lo que se ha llamado el alma de una nación, se conservó la cultura bajo los 17 años de dictadura y así se llegó a la conclusión -en 1997- de que necesitábamos un Consejo Nacional de la Cultura y no una dirección, una subsecretaria o un ministerio. Es decir, un ente participativo que asegurara un financiamiento mixto del desarrollo cultural.
De esa manera, tenemos fondos públicos, mayoritariamente concursables y/o destinados a la infraestructura; fondos privados con asignación privada y aportes públicos equivalentes, vía estímulos tributarios, y recursos provenientes de la gestión cultural activa y efectiva que tenemos desde 1990, recaudados desde imaginativos arriendos, generosas taquillas y emergentes crowdfunding, que se suman a ingentes esfuerzos aliados de creadores y corporaciones sin fines de lucro.
Gracias a este sistema mixto, es posible sobrellevar decadencias puntuales de los recursos públicos, a la espera de tiempos económicos mejores para el país y el mundo y - esperamos- también sobrevivir crisis mayores derivadas de coyunturas políticas refractarias a la creación y las artes, como pudiera acontecer, en un mundo donde la situación electoral aparece tan líquida, como gusta afirmar a los analistas.
Y esta estructura mixta de financiamiento ha funcionado bien. Tanto que las modificaciones que se le pretende introducir vía indicación sustitutiva, en el Parlamento, solo buscan perfeccionarla e introducir más participación y más gestión en las áreas con carencias como el patrimonio y el multiculturalismo.
Este escenario de ajustes pausados debiera permitir que tal reforma disponga de los recursos públicos que requerirá en los años que vienen.
Con un sistema de financiamiento mixto eficiente y unos ajustes institucionales menores, cualquier reducción presupuestaria solo llama a esfuerzos superiores de la gestión cultural, lo que no deja de tener la ventaja de que a mayor diversidad de financiamientos mayor será la libertad de la creación y divulgación culturales.
Y la libertad está en la base de cualquier desarrollo cultural.
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