23 septiembre 2019

CULTURA Y DICTADURA ¿TERMINOS EXCLUYENTES?



Parece arriesgado incursionar en la relación entre cultura y dictadura. Una manera de hacerlo es circunscribir la relación de dichos términos a un tiempo determinado, donde, al menos uno de ellos, es certero: 1973-1989 en Chile. Es indiscutible que fueron años de férrea dictadura, lo incierto es si se puede hablar de cultura en aquellos años. Es lo que intenta, con vacíos y aciertos, el libro de Karen Donoso, titulado precisamente, Cultura y dictadura, censuras, proyectos e institucionalidad cultural en Chile 1973-1978, editado por la Universidad Alberto Hurtado, a inicios de 2019.



En la introducción, la autora declara compartir "la evaluación que la dictadura civil-militar no desarrolló una política cultural unificada con una planificación que tuviera objetivos a corto y largo plazo y que implicara la creación de una nueva institucionalidad". Sostiene que aquello se produjo por varios factores: 
"El primero, la influencia del neoliberalismo en los planos económico-social, lo que tensionó las propuestas nacionalistas y corporativistas de configurar un Estado presente en el desarrollo cultural e incorporó el financiamiento privado. El segundo la “guerra sicológica” emprendida contra el marxismo y las políticas de represión y censura, las que fueron consideradas como materias más urgentes en el diseño de política y reforma cultural. Y la configuración de una nueva concepción de la “cultura nacional” que, arraigada en una definición de la tradición cómo una esencia dada sin posibilidad de cambios, no promovió instancias de incentivo a la creación". 


En los tres factores enunciados, se ignoran dos aspectos muy relevantes para las políticas culturales: la resistencia que ofrece naturalmente una sociedad a una cultura impuesta y, su consecuencia, la ausencia de participación ciudadana en la formulación de las supuestas políticas.


De hecho, todas las iniciativas de politicas culturales obedecen, para la autora, a personas designadas en cargos de responsabilidad cultural en el gobierno dictatorial. Podría llegar a pensarse que la ausencia de destrezas políticas y de gestión de Enrique Campos Menéndez o Germán Domínguez es lo que explica que el largo gobierno cívico militar no tuviese una herencia en este terreno.


Se extraña, en la primera parte del texto, testimonios de quienes vivieron los intentos de políticas y de quienes los sufrieron directamente, por ejemplo en la censura o las acciones directas en contra de obras de teatro o muestras de artes plásticas. El libro se basa en fuentes documentales que, a su vez, también fueron víctimas de la horrorosa "censura previa", por lo que el relato pierde cercanía y detalles que un libro de estas aspiraciones debiera considerar.


Habría sido de interés, por ejemplo, hacer seguimiento a las acciones de los primeros civiles que ocuparon el cargo de director en Dinacos: Luciano Vásquez, entre el 15 de febrero y el 10 de noviembre de 1979, y Jorge Fernández Parra, entre esa fecha y el 8 de junio de 1982, años de alta actividad de censura en diarios, revistas y libros. Ambos tuvieron carreras políticas posteriores, Vásquez en el Partido Nacional y Fernández, en la UDI.



No puede descartarse que entrevistas con personas e instituciones que sufrieron la censura previa, la aberración de esperar una autorización de impresión y luego otra de impresión, que campeaban en 1976, hubiesen podido dar mayor riqueza al estudio.


Tampoco reseña una cantidad relevante de iniciativas culturales y artísticas que, a pesar de todo, existieron bajo dictadura, como, por ejemplo, aquellas nacidas alrededor de los comedores populares como los talleres de arpilleras que incluso eran exportadas a través de un departamento de la Vicaría de la Solidaridad.


Se ignora aquellas actividades que, en gran número, ocurrieron bajo la protección de Embajadas o los centros culturales de las mismas, entre las que destacaban Francia, Alemania o Gran Bretaña.


Hubo también publicaciones de resistencia que enriquecían el debate intelectual y vulneraban la censura, como es el caso de revista UMBRAL, que tenía ediciones de política, comunicaciones y cultura y otra serie de economía.


En definitiva, en el estudio, las únicas fuentes son las oficiales o las toleradas por el gobierno, desperdiciándose la riqueza de la actividad cultural incesante tanto en Chile como en el exilio, que llegaba a Chile en las más diversas formas.



De solo esta información oficial, se torna inexplicable que, al convocarse el plebiscito de 1988, surgieran de inmediato en el país buenos actores, excelentes músicos, extraordinarios artistas visuales y  notables escritores que se agruparon alrededor del Comando del NO, dando a conocer sus talentos que -obviamente- no estaban apagados sino sencillamente desarrollándose fuera de los círculos de la dictadura y de las publicaciones autorizadas por ésta. 



Precisamente de esa efervescencia, que convirtió a la del NO en una campaña cultural más que política, es la que a muy corto andar se expresó en los gobiernos de la Concertación y culminó con un Consejo nacional de la cultura y las artes, participativo y original, ampliamente debatido y consensuado en el mundo de la cultura.



Allí radica la gran diferencia con lo acontecido durante la dictadura, que la autora recoge en su segundo capítulo, al abordar "las definiciones de cultura que circulaban al interior del gobierno, considerando el nacionalismo, el corporativismo, el neoliberalismo y el discurso de las Fuerzas Armadas". Son concepciones que, de haber existido, no involucraron a los integrantes del mundo cultural sino fueron derivaciones de situaciones políticas contingentes que llevaron a puntos de consenso dentro de este bloque, como el nacionalismo, el anti-marxismo y el Estado subsidiario, sin que llegaran a ser parte de las políticas culturales.


En el capítulo tercero, la autora expone proyectos de reforma cultural en los planos legales e institucionales, presentados por funcionarios del régimen sin mayores respaldos de incumbentes, y descartados por el gobierno. Donoso analiza "el imaginario de los proyectos así como la recepción que tuvieron dentro del régimen y se plantea una explicación de por qué no llegaron a puerto, a pesar de haber sido anunciados públicamente por la prensa", lo que obviamente no basta en una dictadura con prensa controlada.



En el último capítulo, indaga en las actividades desplegadas por tres oficinas dedicadas a materias culturales: la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, el Departamento de Extensión Cultural del Ministerio de Educación y la Secretaría de Relaciones Culturales, llegando la autora a la conclusión que eran tres entes autónomos sin coordinacion entre ellas.



Contando inicialmente con los mismos instrumentos, los gobiernos de la concertación lograron, desde sus inicios, coordinar estos organismos para avanzar en crear una institucionalidad cultural. 



Juan Pablo González, doctor en musicología, que presentó el libro, destaca que su valor "radica en inferir hechos y consecuencias, con la poca documentación visible con los que se cuenta, muchas veces mediada además por la prensa oficial. Sin embargo, el libro logra un tejido consistente y claro de un álgido período de la historia cultural chilena, llena de suposiciones, cruzamiento de memorias y con vastas zonas ocultas a los propios protagonistas de la época. Devela el engranaje de ese nuevo sentido común que se intentó instaurar en Chile y que fue el mecanismo más efectivo de censura y permutación social".




Lo que hace Donoso es abrir muchas interrogantes y senderos de investigación futura, entre los que no debe descartarse la experiencia testimonial de quienes sobrevivieron esta oscura etapa de la cultura nacional. 

Aspecto que adquiere, naturalmente, una urgencia creciente.