El Liceo de Barcelona, tras el incendio de 1994. CARLES RIBAS El País |
Aunque parezca paradójico, la destrucción provocada por un incendio en un espacio cultural, puede hablarnos de los diferentes modos de desarrollo cultural de la sociedad afectada, en los tiempos en que el siniestro ocurre. El edificio del Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, a inicios de 2006 en Santiago; el Museo Nacional de Brasil, en septiembre de 2018, y el reciente de la catedral de Notre Dame, en París, pueden servir para ilustrar cómo cada sociedad enfrenta la tragedia y sus derivaciones para su modelo de desarrollo cultural.
Desde la Biblioteca de Alejandría, quemada por las tropas de Julio César, donde había 40.000 libros; pasando por el Incendio de Roma, el 64 a.C. que ardió durante seis días; el incendio de la catedral de San Pablo de Londres, en 1666; el Liceo de Barcelona, en 1994, hasta la Fenice de Venecia, en 1996, grandes siniestros han acongojado al mundo.
Los más recientes, el Museo Nacional de Brasil, en septiembre de 2018 -incendio cuya causa todavía se está investigando- redujo a cenizas el edificio de 200 años de antigüedad del principal museo de la potencia latinoamericana. Albergaba, entre sus más de 20 millones de piezas, a Luisa, el esqueleto más antiguo de América, con una edad aproximada de doce mil años. Y el incendio puede haber callado para siempre palabras y cantos indígenas ancestrales. Todavía, en mayo de 2019, no hay claridad sobre cómo se financiará su reconstrucción. Al parecer se están responsabilizando mutuamente el Ministerio de Educación -que asumió las tareas del de Cultura luego del triunfo de Jair Bolsonaro- y la UFRI, Universidad Federal de Río de Janeiro, cuyo rector acudió a pedir auxilio al mismo ministerio, a fines de abril.
Por su parte, el gobierno de Francia, ante la gran cantidad de ofrecimientos de donaciones de empresas privadas para reconstruir la catedral de Notre Dame, ha establecido una consulta popular respecto de cuál será el diseño económico de la reconstrucción. Lo cierto es que esta sorpresiva actitud filantrópica complica de alguna manera la tradición francesa en la que el solo estado se hace responsable de las infraestructuras culturales.
Lo mismo aconteció en Chile, cuando el incendio del edificio de la ex UNCTAD. Fue el estado, a través de la Presidenta Michelle Bachelet, quién asumió la responsabilidad de su reconstrucción y conversión en el Centro Cultural Gabriela Mistral, con recursos públicos y encabezada por un comité interministerial que involucró a las carteras de Cultura, Bienes Nacionales, Vivienda y Urbanismo y Defensa (que ocupaba las dependencias). No se pensó en la posibilidad de aportes privados en la etapa constructiva, aunque sí en su posterior gestión. De hecho, su primer plan negocios contemplaba un fuerte nivel de autofinanciamiento a través de unidades tales como estacionamientos, publicidad estática, locales comerciales, gran sala y rentas de los 23 pisos de la torre que forma parte del conjunto arquitectónico.
Paralelamente, se le asignó una misión de alcance nacional, que había sido aprobada como política pública en la Convención Nacional de la Cultura: constituirse en Centro nacional de artes escénicas y musicales; creándose, para administrarlo, una corporación plural compuesta abrumadoramente por fundaciones y otras corporaciones privadas sin fines de lucro, representativas de la sociedad civil en ambos campos.
Como se ve, lo de Brasil ha dejado en evidencia la equivocación de un estado que se niega a invertir en cultura y elimina el correspondiente ministerio; en Francia se trasluce cómo hace agua el antiguo modelo que llevó a los franceses a autocalificarse "la excepción cultural", ante, por una parte, las limitaciones de los fondos públicos que hoy caracterizan a los llamados estados de bienestar, y, por otra, lucha por no sucumbir ante los cantos de sirena de las grandes compañías privadas que sueñan con asociar sus marcas a la grandiosidad de Notre Dame. El presidente Macron ha reaccionado anunciando una consulta popular para, en definitiva, poder compartir con los franceses la responsabilidad de modificar su tradicional modelo de desarrollo cultural en el que solo el estado era arquitecto de sus infraestructuras.
En Chile, aún esperamos fondos públicos para avanzar a la segunda etapa del Centro Cultural Gabriela Mistral -la primera fue inaugurada en 2010-, que fue afectada por el descalabro de la empresa constructora que ganó la licitación- y tampoco ha logrado los niveles de aportes privados para su gestión, que en un inicio se esperaban.
Por ahora, seguirá primando el modelo francés de solo aportes públicos para construir un espacio cultural, lo que inevitablemente lo someten a plazos políticos que surgen de los inicios y finales de gobiernos.
¿No habrá llegado la hora de que se pueda edificar infraestructura cultural con aportes privados? Francia ya inició el camino.
En Chile, al menos ya se ha hecho en casos como los estacionamientos del Centro Cultural de La Moneda, la sala Corpartes y el Teatro de Frutillar.
Como para pensarlo.
Como se ve, lo de Brasil ha dejado en evidencia la equivocación de un estado que se niega a invertir en cultura y elimina el correspondiente ministerio; en Francia se trasluce cómo hace agua el antiguo modelo que llevó a los franceses a autocalificarse "la excepción cultural", ante, por una parte, las limitaciones de los fondos públicos que hoy caracterizan a los llamados estados de bienestar, y, por otra, lucha por no sucumbir ante los cantos de sirena de las grandes compañías privadas que sueñan con asociar sus marcas a la grandiosidad de Notre Dame. El presidente Macron ha reaccionado anunciando una consulta popular para, en definitiva, poder compartir con los franceses la responsabilidad de modificar su tradicional modelo de desarrollo cultural en el que solo el estado era arquitecto de sus infraestructuras.
En Chile, aún esperamos fondos públicos para avanzar a la segunda etapa del Centro Cultural Gabriela Mistral -la primera fue inaugurada en 2010-, que fue afectada por el descalabro de la empresa constructora que ganó la licitación- y tampoco ha logrado los niveles de aportes privados para su gestión, que en un inicio se esperaban.
Por ahora, seguirá primando el modelo francés de solo aportes públicos para construir un espacio cultural, lo que inevitablemente lo someten a plazos políticos que surgen de los inicios y finales de gobiernos.
¿No habrá llegado la hora de que se pueda edificar infraestructura cultural con aportes privados? Francia ya inició el camino.
En Chile, al menos ya se ha hecho en casos como los estacionamientos del Centro Cultural de La Moneda, la sala Corpartes y el Teatro de Frutillar.
Como para pensarlo.
En el área de museos biblioteca y archivos los incendios son una catástrofe.
ResponderBorrarRecuerdo el del museo militar.