25 febrero 2008

ANITA, LOS HÁBITOS Y LOS CLÁSICOS

Ha llamado poderosamente la atención de quienes estamos vinculados al arte y la cultura, el escaso impacto que ha tenido en los medios y en la población en general, el fallecimiento de la Premio Nacional Ana González. No se condice con la indiscutible condición de Anita de ser "la" mejor actriz chilena de nuestros casi 200 años de historia. De hecho, los funerales de otros artistas de menor calado, han sido más masivos y participados.

Se culpa a febrero, al festival de Viña y a la "farandulización" del país.
Efectivamente este trilogía maligna puede influir, pero no es todo.
Analizando a quienes participaron del funeral y del velorio, destaca inmediatamente la avanzada edad de los asistentes así como su baja condición social.
Lo mismo ocurría, por ejemplo, cuando Anita paseaba por las calles o celebró su cumpleaños en el Centro Cultural Estación Mapocho. Sólo que en esas oportunidades la masividad era diferente. Centenares o miles de personas se acercaban a la actriz y dialogaban con ella, o más bien, eran escuchados por ella. Lacónica en palabras, Ana González daba sus mensajes de profundo contenido a través de sus actuaciones, de sus personajes. Así se convirtió en símbolo de sectores sociales tan significativos como las empleadas domésticas o las floristas. Las identificaba pero además, REITERABA ese mensaje. La Desideria fue la Desideria por muchos años y por diferentes medios: la radio, el teatro, la televisión... Es decir, se fue creando el hábito de ver o escuchar a Ana González como la empleada doméstica irreverente y defensora de sus derechos laborales y sociales, siempre con respeto y buen humor.
Ana González fue por decenas de versiones de la Pérgola de las Flores, doña Rosaura San Martín, llegando a convertirse, con Silvia Piñeiro, en actrices símbolo o requisito para que la Pérgola... fuera la Pérgola... Incluso hay declaraciones de Isidora Aguirre, su autora, que construyó el personaje de la tía de la Carmela, inspirándose en Anita.
Es decir, estamos en presencia nuevamente de la REITERACIÓN de un mensaje cultural, en vistas de la formación de hábitos o creación de audiencias.
Esa presencia reiterada de la Desideria o doña Rosaura no eran ajenas a la devoción y popularidad que Anita tuvo. Ésto porque la cultura está asociada inevitablemente a la formación de hábitos y los hábitos provienen de alguna manera de la reiteración.
Es lo que ocurre con los clásicos, que se leen una y otra vez,sin llegar a cansarnos. Es lo que no ocurre con las banalidades que a diario vemos en televisión que nadie imagina siquiera repetir. Mueren en el mismo momento en que se emiten.
Desafortunadamente, Anita padeció una larga enfermedad que impidió su presencia pública durante más de diez años y por tanto, a su muerte, quienes se inclinan ante su talento son mayoritariamente aquellos que vivieron intensamente esa reiteración de su trabajo actoral. Por ello son personas mayores y personas muy humildes que vieron en ella en forma habitual a una defensora de sus derechos sociales.
Fue curioso observar que, aunque pocos, el fervor y el cariño expresado estaba como en sus mejores tiempos, quizás simbolizado en esa señora que se paró el viernes 22 alrededor de las 4 de la tarde ante el feretro y, solitaria y respetuosa, prorrumpió en un breve aplauso que alteró por breves instantes el silencio de La Merced.
Si Anita hubiese conservado su salud para estar vigente hasta sus 92 años, la multitud que la habría acompañado hacia su morada final sería histórica.
Resta preguntarse qué es preferible, si retirarse a tiempo como ella lo hizo, con gran dignidad, en 1995, ante los primeros síntomas de su mal, o seguir haciendo esfuerzos denodados por aparecer ante al público (hoy las cámaras de TV) aún a costa de aportar nada y mostrarlo todo (especialmente las debilidades).
Me quedo con el ejemplo de Anita que entregó repetidamente su creación hasta hacerse inolvidable y se retiró cuando no fue posible mantener la calidad de su arte.
El costo de que nuevas generaciones no hayan alcanzado a disfrutarla no es más que desafío y deber para las organizaciones del arte, el patrimonio, las universidades y los medios de comunicación que deberán ser capaces de formar los nuevos públicos de Anita.
Como los clásicos.