25 noviembre 2015

MÚSICOS EN LA MONEDA, MURALISTAS EN EL MUSEO



Hay simultaneidades que, más que tener que optar, obligan a pensar. Ocurrió con una tarde del 19 de noviembre cuando Santiago ofrecía, al mismo tiempo, asistir a un concierto de la Orquesta Juvenil de la Universidad de Talca y a la inauguración de la muestra pendiente de muralistas mexicanos, violentamente interrumpida por el golpe militar del 11 de septiembre de 1973.


La convocatoria visual que se desarrolló en el Museo Nacional de Bellas Artes, hito de celebración del centenario de nuestra Independencia, contenía parte significativa de las obras que se regresaron a México sin desembalar, en el mismo avión en el que viajó a esas tierras de libertad la viuda del Presidente Salvador Allende y del que debió formar parte del pasaje el Premio Nobel Pablo Neruda.

Llegó Hortensia Bussi, de traje color mostaza, a la losa de Ciudad de Mexico y la esperaban, de riguroso luto, el Presidente de los mexicanos y todo su gabinete. No llegó Neruda, que era asesinado en una clínica de Santiago, y las obras de arte retomaron su gira por museos receptivos del mundo.

Chilenos ni mexicanos olvidamos que algo estaba pendiente y la memoria se hizo fuerte este noviembre de 2015 cuando a los potentes cuadros se agregó, en la muestra abierta, testimonios periodísticos -nerviosos cables de agencias de noticias incrédulas-,  relatos de protagonistas en video, cartas de responsables de curar (nunca tan adecuada la palabra) las obras y otros objetos de memoria que contextualizan y terminan de explicarnos lo acontecido en esos días de tragedia que se cernieron sobre Chile y sus habitantes.

Una muestra digna de verse, como parte de esa pieza que faltaba en el puzzle imborrable de septiembre del 73.

No obstante, con la disposición de revisar las salas del Bellas Artes en otra oportunidad, esa tarde opté por asistir al Centro Cultural Palacio de La Moneda, a escuchar la presentación de una orquesta de jóvenes, notable. Notables la agrupación, sus integrantes y su historia.

Ocurre que es una formación orquestal adscrita a la Universidad de Talca, dónde los instrumentistas estudian la carrera de música y, casi al terminar, se complementan formándose como maestros. Verdaderos pedagogos de la creación de orquestas infantiles y juveniles. Un movimiento que, en Chile hoy, aparece como imparable.

Que no está solo. Que, siendo una de los primeras lineas de las políticas culturales que despegaron una vez recuperada la democracia, en 1990, está ahora acompañado de un reciente presupuesto nacional que financiará a seis orquestas regionales profesionales y de sólidas infraestructuras que pueden acoger sus conciertos: en la misma ciudad de Talca, donde emergió un amplio Teatro Regional; en la capital -como el propio centro vecino al palacio de gobierno, o el GAM, Matucana 100 o el Centro Cultural Estación Mapocho. O los teatros de Temuco, Rancagua, La Serena o Concepción, próximamente. Todos, que no existían cuando la muestra de muralistas quedó pendiente.

En síntesis, una orquesta heredera de los sueños de Jorge Peña Hen, Fernando Rosas y su actual decano, Américo Giusti, que está en condiciones de tocar en cualquier recinto nacional o internacional, firmemente asociada a una Universidad Pública regional y que convoca a audiencias generosas y ampliables.

Quizás por esa estimulante perspectiva de futuro, precisamente por la solidez de su presente, fue que dejé pasar unos días para visitar la muestra de la memoria, que estaba allí para quedarse, un tiempo en el museo, y para siempre en la historia de los chilenos que vivimos y transmitiremos incansablemente a las nuevas generaciones, la epopeya interrumpida por la fuerza, aplastada por las balas pero que ha ganado batallas por convertirse en ejemplo y fortaleza de los tiempos que vendrán.

Por más que de pronto parezca que entramos a una etapa negra, allí está la cultura y sus espacios, sus mujeres y hombres, gestores y creadores, guardando la memoria que nos demanda impedir la reiteración los horrores vividos.

Por eso, salud a las orquestas sembradas por Peña Hen, larga vida a los espacios culturales construidos en democracia y largas filas de visitantes a la muestra pendiente.

No es mucho pedir. Sólo una obligación para quienes pensamos que trabajar por la cultura es guardar y mantener viva la memoria.

11 noviembre 2015

FERIAS Y FESTIVALES, LAS FIESTAS DE LA CULTURA



Dos se van, tres llegan, el nombre del hotel de Pelotillehue -tierra ancestral de Condorito- refleja muy bien la sensación con que culminan las buenas fiestas culturales. No bien salen los entrañables países nórdicos del Centro Cultural Estación Mapocho, ya se preparan los coloridos mejicanos. Esa aspiración, de llegar cada vez a más gente, está también en las palabras de cierre de Ministro de Cultura: "los aportes que entregamos, son con la idea de ir fomentando el acceso de manera gratuita a actividades que se desarrollan en torno a la Feria del Libro", aseguró Ernesto Ottone a radio Cooperativa.


Una sensación similar aconteció al cerrarse Puerto de Ideas, en Valparaíso, el mismo día que FILSA, que deja el propósito de sus organizadores de extenderse a más personas, más estudiantes, más visitantes de redes sociales.

Ambos tienen en común algo más que su fecha de clausura (y de promesas para la versión siguiente). Transcurren en un espacio patrimonial -Valparaíso y el Centro Cultural Estación Mapocho- reúnen atractivas charlas y conversaciones con la posibilidad de llevarse a su conferencista favorito bajo el amable formato de un libro  -desde gigantescos mesones de las editoriales disponibles en Chile, en un caso, desde la mesa de una librería local, en el otro.

Los dos acontecimientos despiertan inquietudes en la prensa y la proveen de entrevistados de lujo, normalmente lejanos de sus espacios habituales. Ambos permiten combinar la sesuda actividad de masticar ideas con la posibilidad de masticar algunas creaciones gastronómicas: muy demandadas cafeterías y heladería en un caso, abigarrados restaurantes de los cerros porteños, en el otro.

Los públicos, aún son de magnitudes disímiles, mientras FILSA puede darse el lujo de segmentar en días de gratuidad -de la mujer, de los adultos mayores, de los profesores y estudiantes- sus casi tres centenares de miles de visitantes, Puerto... seguirá intentando ampliar sus casi treinta mil fieles a escuelas y liceos. 

Lo central es que unos y otros concurren -a bajo costo-, en busca de ideas, de pensamiento, de desafíos a su propio contingente de reflexiones que suelen mantenerse a buen recaudo el resto del año. La reunión de Valparaíso cobra mil quinientos pesos por acceder a cada una de las ofertas específicas, con nombre, apellido y tema delineado. FILSA -con precios diversificados- cobra el acceso a su monumental sede, manteniendo una cantidad de actividades gratuitas, con subsidio del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura.

Da la impresión, por las palabras de Ottone, que se continuará un proceso de ampliación de dicha gratuidad.

En un comentario anterior, señalaba que el Festival del Libro de Edimburgo es tal porque el acceso a los textos -ordenados por autor y por fecha de aparición, no por editoriales-  es abierto mientras los lectores se agolpan en las salas que les ofrecen -previo pago, no menor, de unos nueve mil pesos chilenos- el contacto "en vivo y directo" con su autor favorito, que dicta una conferencia.

Quizás esta fórmula, que han generalizado en el mundo los grupos musicales, afectados por la disponibilidad universal de sus obras vía electrónica, pueda constituir una nueva veta de nuestra feria futura.

Ello implicará un esfuerzo aún mayor del Comité de Programación de FILSA, que ya ha dado bastante, por acercar a los chilenos a más figuras de la talla de los mejores invitados de Puerto... complementando aquellas presentaciones de libros, que suelen acontecer en las tardes de feria.

Es que quizás, la coincidencia de fechas, más que una infeliz alternativa para algunos, puede ser la base sobre la cuál podrían dialogar dos festivales que parecen condenados a complementarse.

Es decir, que la feria tenga más de festival y el festival un poco mas de feria.

Y que el pensamiento siga floreciendo, generosamente, en ambas.

03 noviembre 2015

LAS PALOMAS Y EL BUS PREMIUM 2310 A EL MELÓN




Siguiendo los sabios consejos de mi amigo Enrique Malig -conocido como Atilio Andreoli- que dictamina que "los caballeros andan en metro, deben saber lo que ocurre en la sociedad", deseché regresar desde La Serena a Santiago en avión, para optar por un servicio Premium ofrecido por la línea Tur Bus. Mala determinación. Tal sueño terminó a la vera del camino, a metros del peaje del túnel El Melón con el vehículo irremisiblemente detenido por una pequeña manguera del aire cortada.

El anuncio aseguraba hasta 180° de reclinación; bandeja de apoyo para los pies; mayor privacidad; servicio de atención a bordo, y tecnologías varias. Todo iba muy bien, hasta la inesperada despertada del auxiliar explicando: "Estamos en pana". Bueno, en este momento se estarán comunicando con la central para enviar algún otro bus a rescatar a esta treintena de pasajeros averiados, pensé. Estamos a aproximadamente a dos horas de Santiago...

Mal pensamiento. Al bajar, luego de un rato en que deglutí un sandwich de miga -harta miga- que el auxiliar había abandonado a mi lado mientras dormía, descubrí que de rescate, nada. Los pasajeros estaban en tierra con la vista fija en la carretera y las maletas, incluyendo la mía, estaban en el piso.

- Es que tienen que venir a buscarnos, dije, ingenuo. 
- No, se van a tener que ir por otra vía porque este bus no puede seguir. 
Había terminado abruptamente loa "atención a bordo", claro, estábamos en el camino.

Decidí entonces recurrir a los atribulados choferes que, con sendos celulares de ultima generación en mano, intentaban copmunicarse con "la central". La mejor noticia era que tal vez enviarían un mecánico desde Viña. La peor era que no vendría otro bus, que deberíamos acometer los que venían desde el norte, de la misma empresa, sobre los cuales no había información alguna sobre tiempo de llegada y capacidad disponible. 

Ante la consulta de algunos pasajeros sobre una eventual devolución del monto del pasaje. La respuesta era que deberían consultar al llevar a Santiago, en ventanilla. 

Advirtiendo la ineficacia de la tecnología de Tur Bus, decidí aplicar la propia. Llamé a mi oficina para que consultaran a su planta telefónica mientras me dispuse a enviar un tuit dando a conocer nuestra desgracia. La respuesta telefónica fue que "una vez ingresado la falla del bus al sistema, la empresa a través de gps ubica buses que van detrás del que esta en panne y programan el traslado de pasajeros, si no hay disponibilidad de asientos la empresa ubica un bus que se encuentre lo mas cercano al bus con falla y lo manda a buscar el total de los pasajeros, recién una vez en Santiago a través de la web con el número de su pasaje puede poner un reclamo".

Mis sendos tuits "Bus 2310 acaba de quedar en pana en El Melón. Espero que compañía se haga cargo".  Y "30 pasajeros esperamos solución a la vera del camino. ¿Empresa no tiene plan de emergencia?" Recibieron la siguiente respuesta: "Arturo, envíanos por favor nº de boleto y datos de contacto a atencion_clientes@turbus.cl". Lo que aplicadamente hice, con tanta ingenuidad como ausencia de respuesta.

En el interinato, los choferes se arremangaron  y comenzaron a intentar reparar la malhadada manguera que había paralizado la máquina. El resultado fue sólo manos negras y la rotura de otro conducto. "Nunca nos había pasado", si esto lo mantiene Kaufmann, alegaban, preocupados, más por la fuente de trabajo que por los pasajeros, debo reconocer.

Asumí entonces la defensa de un compañero de viaje, de edad avanzada, manifiestas curaciones y dificultad de movimiento que me había confesado que se dirigía a Santiago, ciudad que no visitaba desde su época de estudiante de Odontología, a un examen médico. Lo esperaba en el terminal un yerno, que no conocía. Claramente era la prioridad para embarcarse en la primera máquina que apareciera en el súper vigilado horizonte de la cuesta de El Melón.

La tripulación estuvo de acuerdo y de hecho, el dentista ocupó el primer y único espacio disponible en el primer bus que emergió de los cerros, un par de horas después de la no deseada detención.

Restaba conocer la situación de los otros vehículos salvadores que venían, se rumoreaba, desde La Serena, San Pedro de Atacama y La Ligua. La incertidumbre se acrecentó al advertir que uno de ellos se dirigía a Valparaíso.

Mientras tanto, algunos pasajeros más jóvenes y urgidos, se aventuraron en un bus de otra compañía que ofreció llevarlos, de pie y  a su propio riego, hasta la cercana La Calera donde se desocupaban la misma cantidad de asientos que de asilados.

Desparramados en la carretera,  los restantes ex Premium, dejábamos pasar el tiempo. En mi caso, intentando, con relativo éxito, explicar el percance a un par de educadoras italianas que no hablaban castellano y que esperaban rematar sus vacaciones en Chiloé, luego de este curioso regreso del norte. Cuando la conversación derivó a los dedalitos de oro que adorna el paisaje, advertí, no sin cierta molestia que el chofer conversaba animadamente con una vendedora de dulces de La Ligua, al borde de la pista contraria, la de los vehículos al norte, es decir exactamente al frente de su máquina y lejos de la avería.

De pronto, se despide y cruza con innegables sintomas de haber encontrado la respuesta.

-Viene un bus desde La Ligua con asientos libres, llega en cinco minutos.

La central de Tur Bus, seguía ausente. La información salvadora llegó por las palomas, como en la edad media.

Sólo que esta vez las palomas fueron amables vendedoras de dulces chilenos premunidas de teléfonos móviles y buena voluntad.

Lo que el supuesto servicio Premium de una compañía gigantesca no da.

Llegué a Santiago, lamentando no haber comprado siquiera un empolvado a nuestras salvadoras.