Siguiendo los sabios consejos de mi amigo Enrique Malig -conocido como Atilio Andreoli- que dictamina que "los caballeros andan en metro, deben saber lo que ocurre en la sociedad", deseché regresar desde La Serena a Santiago en avión, para optar por un servicio Premium ofrecido por la línea Tur Bus. Mala determinación. Tal sueño terminó a la vera del camino, a metros del peaje del túnel El Melón con el vehículo irremisiblemente detenido por una pequeña manguera del aire cortada.
Mal pensamiento. Al bajar, luego de un rato en que deglutí un sandwich de miga -harta miga- que el auxiliar había abandonado a mi lado mientras dormía, descubrí que de rescate, nada. Los pasajeros estaban en tierra con la vista fija en la carretera y las maletas, incluyendo la mía, estaban en el piso.
- Es que tienen que venir a buscarnos, dije, ingenuo.
- No, se van a tener que ir por otra vía porque este bus no puede seguir.
Había terminado abruptamente loa "atención a bordo", claro, estábamos en el camino.
Decidí entonces recurrir a los atribulados choferes que, con sendos celulares de ultima generación en mano, intentaban copmunicarse con "la central". La mejor noticia era que tal vez enviarían un mecánico desde Viña. La peor era que no vendría otro bus, que deberíamos acometer los que venían desde el norte, de la misma empresa, sobre los cuales no había información alguna sobre tiempo de llegada y capacidad disponible.
Ante la consulta de algunos pasajeros sobre una eventual devolución del monto del pasaje. La respuesta era que deberían consultar al llevar a Santiago, en ventanilla.
Mis sendos tuits "Bus 2310 acaba de quedar en pana en El Melón. Espero que compañía se haga cargo". Y "30 pasajeros esperamos solución a la vera del camino. ¿Empresa no tiene plan de emergencia?" Recibieron la siguiente respuesta: "Arturo, envíanos por favor nº de boleto y datos de contacto a atencion_clientes@turbus.cl". Lo que aplicadamente hice, con tanta ingenuidad como ausencia de respuesta.
En el interinato, los choferes se arremangaron y comenzaron a intentar reparar la malhadada manguera que había paralizado la máquina. El resultado fue sólo manos negras y la rotura de otro conducto. "Nunca nos había pasado", si esto lo mantiene Kaufmann, alegaban, preocupados, más por la fuente de trabajo que por los pasajeros, debo reconocer.
Asumí entonces la defensa de un compañero de viaje, de edad avanzada, manifiestas curaciones y dificultad de movimiento que me había confesado que se dirigía a Santiago, ciudad que no visitaba desde su época de estudiante de Odontología, a un examen médico. Lo esperaba en el terminal un yerno, que no conocía. Claramente era la prioridad para embarcarse en la primera máquina que apareciera en el súper vigilado horizonte de la cuesta de El Melón.
La tripulación estuvo de acuerdo y de hecho, el dentista ocupó el primer y único espacio disponible en el primer bus que emergió de los cerros, un par de horas después de la no deseada detención.
Restaba conocer la situación de los otros vehículos salvadores que venían, se rumoreaba, desde La Serena, San Pedro de Atacama y La Ligua. La incertidumbre se acrecentó al advertir que uno de ellos se dirigía a Valparaíso.
Mientras tanto, algunos pasajeros más jóvenes y urgidos, se aventuraron en un bus de otra compañía que ofreció llevarlos, de pie y a su propio riego, hasta la cercana La Calera donde se desocupaban la misma cantidad de asientos que de asilados.
Desparramados en la carretera, los restantes ex Premium, dejábamos pasar el tiempo. En mi caso, intentando, con relativo éxito, explicar el percance a un par de educadoras italianas que no hablaban castellano y que esperaban rematar sus vacaciones en Chiloé, luego de este curioso regreso del norte. Cuando la conversación derivó a los dedalitos de oro que adorna el paisaje, advertí, no sin cierta molestia que el chofer conversaba animadamente con una vendedora de dulces de La Ligua, al borde de la pista contraria, la de los vehículos al norte, es decir exactamente al frente de su máquina y lejos de la avería.
De pronto, se despide y cruza con innegables sintomas de haber encontrado la respuesta.
-Viene un bus desde La Ligua con asientos libres, llega en cinco minutos.
La central de Tur Bus, seguía ausente. La información salvadora llegó por las palomas, como en la edad media.
Sólo que esta vez las palomas fueron amables vendedoras de dulces chilenos premunidas de teléfonos móviles y buena voluntad.
Lo que el supuesto servicio Premium de una compañía gigantesca no da.
Llegué a Santiago, lamentando no haber comprado siquiera un empolvado a nuestras salvadoras.
Llegué a Santiago, lamentando no haber comprado siquiera un empolvado a nuestras salvadoras.
Señor Navarro aparte del percance usted escribe muy bien, lo felicito!
ResponderBorrarSeñor Navarro aparte del percance usted escribe muy bien, lo felicito!
ResponderBorrarMuchas gracias, de pronto la literatura alegra la vida.
ResponderBorrarQuerido Arturo, soy de La Serena y he vivido experiencias similares de buses premium, pannes y largas conversaciones con camioneros. Disfruté mucho tu historia!
ResponderBorrarHola Arturo. La salvadora es mi tía Ana Hidalgo.
ResponderBorrarSaludos