28 agosto 2019

LEY DEL PATRIMONIO Y LA PARTICIPACIÓN



Luego de aceleraciones y retardos, el proyecto de Ley de Patrimonio que se encuentra en la Cámara de Diputados, en su primer trámite constitucional, parece estar tomando un curso normal, con verdaderas discusiones en base al articulado y no sobre láminas de power point, como muchos se quejaron. También, la Ministra Consuelo Valdés se involucra en el proceso de discusión que, hasta ahora, recaía en los hombros del subsecretario Emilio de la Cerda.


Sin urgencias en lontananza y con mesas de discusión amplias, se está dando el necesario juego de la participación que había sido esquivo y que muchos confundieron con enviar sendas cartas a los diarios.


De la Cerda está en todas, responde las cartas, cita mesas, se reúne con trabajadores y asiste a la Comisión de Cultura, evadiendo censuras que afectan a la generalidad de los subsecretarios.


Pero las leyes no las hace una sola persona, por capaz que sea.

El subsecretario está consciente que es el momento de acumular fuerzas en la sociedad civil y el Parlamento, pero no puede olvidar que éstas tambien deben venir del Ministerio que acoge a la nueva institucionalidad patrimonial.

Mientras de la Cerda es categórico en afirmar que, en la ley, viene una "presencia regional resolutiva" y un "equilibrio entre la representación del estado y la sociedad civil junto a la academia", el ministerio no ha sido precisamente claro en esos temas. 

Tanto, que ha sufrido variados conflictos con las y los seremis, dónde los trabajadores han acusado de acoso laboral al menos a dos autoridades regionales, una ya destituida, la otra, en proceso.

Tampoco ha mostrado interés público en situaciones que complican el mundo cultural, como son las que afectan al Teatro Municipal de Santiago -que Yasna Provoste denunció en la Sala del Senado- o las que afectan al teatro regional del Bío Bío, que parece sufrir el regreso de los "viudos del Pencopolitano". Esa misma instancia ha provocado la salida a las  calles de artistas de la zona que protestan por la incorporación de un diputado -Luciano Cruz Coke- a su directorio, cuestión que no parece estar legislada, pero que no da la impresión de ser muy estética. Tampoco ha sido muy categórica la posición del ministerio respecto del sitio de memoria de Neltume, que le ha costado una fuerte ofensiva de la UDI.

Es curioso que cuando se debate una ley que tiene, entre sus propósitos más queridos, la incorporación de los factores participación y descentralización -"No podemos seguir funcionando con un órgano como el CMN que por casi 100 años ha tomado todas las decisiones del patrimonio de Chile desde Santiago" ha dicho de la Cerda en sus redes sociales- se eclipsan las instancias participativas que tuvo el antiguo CNCA y que no han sido, hasta ahora, bien resueltas en el nuevo ministerio.

Se da la paradoja que, vecina en el tiempo, de la ley que creó el ministerio, esta ley patrimonial se asemeja mucho más a la ley del CNCA, que data de 2003.

Es decir, es entre otras cosas, una  ley de participación de la sociedad civil en el patrimonio, aunque su articulado no da debida cuenta de ello. 

El espíritu es claro: consejos regionales y un consejo nacional, que llevan, en la letra, una enorme participación de funcionarios públicos en desmedro de instituciones, profesionales capacitados y agrupaciones gremiales indispensables. 

De hecho se ignoran en los artículos aspectos básicos en la gestión del patrimonio como las corporaciones culturales que administran, con éxito, edificios patrimoniales. Sin ir más lejos, el Precolombino, la estación Mapocho, Matucana 100 y tantos otros, en regiones y la capital.  Tales corporaciones culturales sin fines de lucro, están de sobra capacitadas para administrar edificios patrimoniales, en ocasiones, más que algunas municipalidades que sí aparecen en el articulado como responsables de administración de inmuebles.

También están ausentes los académicos, que se reemplazan por expertos. En ese sentido, la Universidad de Chile hizo ver que muchas veces un equipo de investigadores y docentes  de larga experiencia y profundos estudios pueden ser mucho más útiles que la figura, que recoge la ley, de un experto. 

Desconoce la ley también, para integrar sus consejos, la destreza profesional de los gestores culturales, a quienes la ley del CNCA daba mucha relevancia, tanto como integrantes del Directorio nacional como en la representación de universidades que los acogieron como docentes en el tema.

Se extraña además, la ausencia como posibles consejeros de un colectivo que ha dado excelentes resultados: los premios nacionales. Demás está recordar el aporte en el CNCA de Humberto Giannini; José Balmes; Lautaro Nuñez, y ahora, Manuel Antonio Garretón.


Todos estos posibles integrantes de los consejos le darían a estos un nivel y una permanencia más sólida que la de un eventual representante de un ministerio que puede ser removido en cualquier momento..

Además, es poco revelador de su autonomía, la designación de consejeros de la sociedad civil, por parte del Presidente de la República, por más que no pudieran ser removidos por éste.  

Los consejeros deben renovarse por partes y un número relevante de ellos designados por colegios electorales constituidos para tal efecto o por asociaciones gremiales pertinentes, como acontece en las leyes sectoriales del libro y lectura, la música y el audiovisual.

Es decir, si revisamos la legislación cultural existente, de 1993 en adelante, podemos mejorar sustancialmente el proyecto.

22 agosto 2019

QUIMANTÚ, LA UNCTAD III Y "EL GABRIELA"



La Editora Nacional Quimantú y UNCTAD III fueron hazañas hermanadas, en el tiempo y en la  mística que encerraron: mientras la torre que ocuparían los delegados de los 141 países miembros era destacada por sus trabajadores con un enorme número que identificaba el piso construido, asomando a la Alameda, la editorial imprimía los prodigiosos once millones, o más, de libros que irían a alimentar la avidez lectora de los chilenos, en pleno proceso de cambios.


Tal es así que la empresa, bajo el sello Documentos Especiales, publicó al precio de Eº 15  (con Eº 0.5 de recargo aéreo) un verdadero almanaque con información detallada de cada uno de los países participantes, llamado Los países en la UNCTAD III. Allí aparecen todos los de América del sur, América central, África y Asia, los entonces llamados sub desarrollados. Era una tirada de 30.000 ejemplares de 146 páginas y una contraportada a todo color, con las banderas de países asistentes.

El único aviso, en la tercera tapa de la publicación, es de la misma empresa. Promociona las Historietas Q: Delito y Dimensión 0, que aparecían alternadamente los martes; Guerrillero y Jungla, que aparecían alternadamente los miércoles; El Manque y Guerra, que se alternaban los jueves.

En el detalle de cada una, llama la atención que Guerrillero, publica "la patriótica lucha de Manuel Rodríguez y de Mizomba, el héroe africano". Mientras El Manque trata de "un afuerino rebelde recorriendo la Patria y luchando por la justicia".


Pasada la reunión internacional, Quimantú editó -también en 30 mil ejemplares- con tapa más dura y al precio de Eº 45, otro Documento Especial titulado, sobre fondo naranja: Los resultados de la UNCTAD III. Esperanza o frustración para el desarrollo.

El  texto comienza, luego de una Introducción sin firma, con el discurso inaugural del presidente Salvador Allende, seguido por los discursos de las delegaciones, agrupados en bloques: Bloque socialista (China URSS, Rumania); Bloque capitalista (EEUU, Japón, Francia, Mercado común europeo) y luego, los países del Tercer mundo.

Termina con un ilustrativo glosario estadístico de los 141 estados miembros y otros participantes: 7 organismos de la ONU; 13 organismos especializados; 37 organizaciones intergubernamentales, y 30 ONGs.

De este modo, los chilenos se enteraron del destino que había tenido este edificio que acogió "seis semanas de debates y enfrentamientos entre países pobres y países ricos, en el elegante edificio en el centro de Santiago, construido por obreros chilenos en plazo record para la conferencia".


Como lo había planeado Allende, el edificio fue traspasado al Ministerio de Educación, para instalar allí el Centro cultural metropolitano Gabriela Mistral.

En ese período, se instaló un gigantesco comedor que atendía, con el novedoso sistema de autoservicio, a los transeúntes del sector: profesores y estudiantes universitarios, habitantes de las torres San Borja y ... trabajadores de Quimantú que cruzaban el río y caminaban unas cuadras del parque Forestal, para disfrutar de los amenos almuerzos y, más entretenidas aún, las colas previas a alcanzar la ritual bandeja que permitía comer abundante a bajo precio.

Tan animadas eran las esperas que varias ferias de libros se instalaban en el área. Incluso aparecieron en esa locación representantes del Instituto cubano del libro, que venían a vender su producción. 

En una oportunidad, pude ver un descarado robo de un libro cubano. Se lo advertí cuidadosamente al encargado. 

-No se preocupe compañero, los libros son para leerlos, respondió. 

Tan fuerte era el recuerdo de ese comedor que, años después, cuando la presidenta Michelle Bachelet me encomendó coordinar al comité interministerial que se haría cargo del proyecto de centro cultural que seguiría al incendio de 2006, me introdujo al tema simplemente haciendo el gesto de quién lleva en sus dos manos la bandeja de un autoservicio de comidas. Respondí con el mismo gesto y ahorramos muchas palabras.

Otro gesto de los inicios de esa misión, no fue con las manos sino con la mirada hacia las alturas, protagonizada por el arquitecto Miguel Lawner, a quien encontré a la salida de una estación de metro y le conté la reciente designación. Elevó sus ojos al cielo y exclamó: ¡San Chicho! Tampoco fueron necesarias más palabras. Solo un abrazo y un "buena suerte".

La historia posterior recoge varios cambios de uso y de nombre del edificio.

En el proyecto encomendado, había una condición indispensable: que contuviera una biblioteca especializada -que no la había en el país- en artes musicales y de la representación, pues sería este el espacio nacional para acoger esas áreas artísticas.


No deja de ser emblemático que sea esta biblioteca -hecha una pujante realidad- la que acoja la presentación del libro Quimantú: prácticas, política y memoria, de Marisol Facuse, Isabel Yañez e Isabel Molina que inicia la necesaria investigación sociológica en esta casi inagotable cantera de información que constituye Quimantú. 

El problema, como casi siempre, es por donde comenzar esta minería de datos. 

Está la formidable producción editorial: once millones setecientos noventa y cinco mil ejemplares impresos, distribuidos en 317 títulos, según cifras recopiladas por el economista Sergio Maurín, gerente general de la empresa.

Está el novedoso y eficiente sistema de gestión, administrado por sus trabajadores. Quienes tenían cinco representantes, elegidos por los comités de producción que operaban  en cada sección, en el comité ejecutivo de Quimantú, que se completaba con cinco representantes designados por el gobierno (uno por partido más un independiente) y el gerente general, que lo presidía.

Está el rol que Quimantú jugó en la incesante lucha ideológica que se desarrolló en Chile, a comienzos de los setenta, y que -aunque parezca increíble- tenía a ambos contendores -derecha e izquierda- en igualdad de condiciones. Igualdad que debió romperse por las armas.

Está el debate que, al interior de la empresa y de la UP, se daba entre las dos almas de dicha coalición política, entre quienes creían en la vía democrática para acceder al poder y quienes la despreciaban como un mecanismo burgués. 

Está, finalmente, la dura realidad del tiempo, que enseña que hay poco escrito sobre estos temas y, sobre todo, los testigos directos van envejeciendo, lo que pone en peligro la recopilación de antecedentes a través de sus protagonistas.

Quizás por ello, con buen criterio, las autoras recurren mucho a la técnica de las entrevistas. Y a la palabra directa del prologuista, Tomás Moulian.

Es un placer leerlo, porque recorre, con amplitud diferente, todos los aspectos enumerados y deja con gusto a poco.

Debemos esperar nuevas incursiones académicas en este episodio irrepetible de nuestra historia patria.

15 agosto 2019

¿ES POSIBLE VOTAR EL ARTE?



Cuesta entender que una autoridad llame a la ciudadanía a votar respecto de la permanencia de una escultura en un determinado lugar. Lamentablemente, el reciente derrumbe en el pasaje Pasteur de Valparaíso nos ha enseñado que ni siquiera la naturaleza con su inusual violencia, es capaz de exterminar una obra de arte como es el Museo a cielo abierto de Valparaíso, aunque dañó un par de murales.


En el caso de Puerto Montt estamos en presencia de arte sobre el arte. Cuenta la leyenda que el escultor de esta pareja de enamorados sentados frente al mar, se inspiró en la popular canción del grupo sesentero uruguayo, Los Iracundos, llamada precisamente Puerto Montt. 

El hecho es que la obra -que puede gustar o no- lleva un tiempo en el lugar, lo ha connotado de determinada manera y -con seguridad- ha atraído a un numeroso grupo de enamorados que se han confesado sus buenos sentimientos mutuos, frente al mar.

O sea, el arte ya es mucho más que la presencia física de dicha escultura, por mas que un Seremi crea que es llegar y ganar una votación para remover la obra.  Además, un colega de otro ministerio se apresuró a ofrecer un nuevo espacio -de todos los chilenos- para el traslado. Con la lógica imperante, también debiera llamarse a otra votación para aceptar o no ese emplazamiento.

Cabe recordar que otra colega del escrutador Seremi, ni más ni menos que la de Culturas... debió abandonar recientemente su cargo por malos tratos a los funcionarios de su repartición.

Algo huele mal entre los seremis de Los Lagos y su relación con la realidad, las obras de arte y las personas.

Afortunadamente, en el alcalde Gervoy Paredes, elegido con amplia mayoría en su momento, primó la cordura y llamó a evitar el desaguisado que tendrá resultado en 27 de agosto.

Más allá de cual sea la voluntad popular -una mixtura entre votos presenciales de puertomontinos y virtuales de personas de todo el país- correspondería a las autoridades de las culturas emitir un juicio sobre la permanencia o no de obras de arte. De otro modo a cualquier funcionario de pocas luces se le podría ocurrir someter a votación la estatua ecuestre de don Pedro de Valdivia en plaza de Armas de Santiago o el homenaje a los Héroes de Iquique en la plaza Sotomayor de Valparaíso.

Y ¿porqué no?, votemos para que La República, recién recuperada para su locación en Playa Ancha permanezca en los agradables y privados jardines de don Raúl Schuler, para evitar el riesgo de rayados y maltrato de grafiteros.

Y que el director del Bellas Artes plebiscite la permanencia de la escultura de Rebeca Matte en el frontis de su museo, para no tener que gastar en onerosas restauraciones .

Con las votaciones y con el arte, no se juega.