24 mayo 2020

NAUFRAGIO, PLACEBOS Y UNA PROPUESTA



En un sugerente 20 de mayo del 2020, dos fundaciones de estudios -Friedrich Ebert y Por la Democracia- tuvieron la iniciativa de convocar a cinco integrantes del mundo de la cultura a reflexionar sobre la pregunta ¿Quién salva a la cultura en la pandemia? Participaron las actrices Carolina Arredondo y Aline Kuppenheim, el escritor Ernesto Garrat y el moderador fue Waldo Carrasco. El resultado puede apreciarse en el vínculo a Youtube copiado al final de este comentario.


Inicié mi intervención con la imagen de que vivíamos un naufragio -ni el primero ni quizás el último- y que debíamos enfrentarlo como tal: con la prioridad de salvar a los sobrevivientes con los mecanismos que la sociedad pone a disposición y con la claridad que hay algunos integrantes de nuestro mundo que están en mejores condiciones -con salarios asegurados y sin necesidad de ir a trabajar presencialmente- mientras otros, los más, que viven de su producción artística, padecen una condición muy precaria. 

El cierre de actividades alcanza a salas de teatro con todos sus componentes: bajo, delante, sobre y detrás del escenario; a centros culturales y museos privados sin fines de lucro, con imposibilidad de acoger visitantes, actividades artísticas o arrendar sus salas; a librerías, que deben recurrir a la venta por internet; a galerías de arte; a conjuntos musicales y artistas que, directamente, carecen de todo ingreso.

Ante este panorama, han surgido iniciativas de regalar producciones artísticas, a través de las pantallas domésticas, que obviamente no fueron creadas para tales formatos y que aparecen como un placebo para muchos que, además, arriesga promover el individualismo frente a un arte consumido en gratuidad y soledad. Adicionalmente, ponen en riesgo el cumplimiento del pago de los derechos de autores e intérpretes, así reproducidos.


Con todo, ha quedado en evidencia que, con la mejor voluntad, el ministerio respectivo no es capaz de satisfacer el volumen del problema, que no es solo cultural, sino sanitario. Es decir, la pandemia ha provocado que el daño sea de tal magnitud que no se resuelve solo con fondos concursables, reasignación de recursos, préstamos bancarios o leyes de apoyo a la cesantía.

Hay consenso entre quienes integramos este mundo -incluidos parlamentarios de la comisión respectiva- funcionarios públicos y privados, creadores, gremios, directivos de espacios culturales, libreros, actores, artistas en general, patrimonialistas... que se avecina una crisis mayor, con perspectivas de cierre de muchos espacios que, con tanta dificultad, han permanecido ofreciendo al público sus colecciones, montajes y exposiciones.



Para Mikel Etxebarria, de Fundación Interats de Barcelona, en la editorial del Boletín Cyberkaris de mayo, titulado "El futuro de la cultura tras la pandemia" esta coyuntura nos va a dar una imagen real de cómo nos ve la sociedad. 

Y profundiza: "Cómo valora la sociedad al mundo cultural, a sus creadores, a su oferta y al papel de la cultura en nuestras vidas. Hay un adagio latino que se va a poner de actualidad en este momento “primum vivere deinde philosophari” y vamos a ver si la cultura esté en “vivere” o en “philosophari”. Vamos a ver en qué posición no sitúan las autoridades al analizar las medidas que tomen para hacer frente a los efectos de la pandemia en el sector cultural. Vamos a ver si se nos consideran un sector estratégico, necesitado de inversión en medidas específicas para su mantenimiento y relanzamiento, o si básicamente se nos va a dirigir a las medidas generalistas. Vamos a ver en qué posición nos sitúa la clase política analizando sus planteamientos desde la oposición en relación con las medidas a tomar para reactivar la actividad cultural y en su posición ante las medidas gubernamentales; en qué posición nos sitúan los medios de comunicación, que durante la pandemia han sido bastante cercanos a la creación y a las expresiones culturales, analizando qué nivel de visibilidad van a conceder a la actividad cultural y qué tratamiento van a otorgar a las reivindicaciones del sector cultural; cómo nos sitúa la sociedad en general, si va a preocuparse por el sector cultural, si va a reclamar apoyos específicos y cómo valora nuestras reivindicaciones. Y, sobre todo, vamos a ver cómo nos valoran nuestros públicos. Si se mantienen fieles, si aumentan o nos abandonan. Si ese agradecimiento al sector cultural que ha ayudado a sobrellevar el confinamiento, cuando hay más opciones se mantiene, aumenta o se difumina".


Es decir, una prueba de fuego para la relación de la cultura con la sociedad. Lo que es también una oportunidad.

Demás está decir que hasta ahora tenemos las de perder. Un comunicado reciente del SII a los contribuyentes chilenos, detalla en qué se invierten nuestros impuestos: el 0.007% de lo que pago va a Actividades recreativas y cultura. Gasto escaso, solo superado en su miseria por Protección del medio ambiente.

Por tanto, deberemos recurrir -si queremos retornar a la posición que la cultura tuvo con antelación, como a inicios de los 70 o de la década del 2000- a lo mejor de nosotros que, abogue por el sector, al más alto nivel. 

Confío en que, afortunadamente, quienes cumplen esa condición, están dispuestos. Me refiero a nuestros premios nacionales; rectores de universidades; autoridades y académicos del Instituto de Chile; ex ministras o ministros de educación y cultura; ex directores de corporaciones e infraestructuras de alcance nacional... personalidades capaces de reponer, primero, el diálogo con las autoridades y luego acoger y representar las inquietudes del mundo cultural post naufragio.

Así lo hicieron las comisiones Rettig -con los derechos humanos- y Engel -con la transparencia- por citar solo dos casos. 

Es urgente para el sector cultura, consensuar y convocar a una Comisión del mas alto nivel, representativa y transversal, que tenga la calidad y capacidad de recuperar para el sector el lugar que nunca debió perder.

Así lo imaginó el asesor cultural del presidente Ricardo Lagos, Agustín Squella, cuando se legisló, en 2003 -sin oposición parlamentaria alguna-, para tener un Directorio Nacional de la cultura y las artes con figuras de la envergadura del filósofo Humberto Giannini; los premios nacionales José Balmes, Gustavo Meza o Lautaro Nuñez; los artistas Paulina Urrutia o Hugo Pirovich; los gestores Carlos Aldunate, Drina Rendic, Santiago Schuster o Cecilia García Huidobro; los rectores Álvaro Rojas, Oscar Galindo o Jaime Espinoza, entre otras y otros representativos de diferentes instancias de la sociedad civil, que se sumaban a tres representantes del gobierno, uno -su presidente- con rango ministerial, dos representando a los ministros de Educación y Relaciones Exteriores.

Así como el Consejo nacional de la cultura y las artes fue la respuesta institucional de la post dictadura, y se asemeja a los arts council de Gran Bretaña, nacidos luego de la tragedia de la Segunda guerra mundial; la tragedia de la pandemia que nos asola, justifica plenamente un esfuerzo des esta naturaleza.

Un inicio a observar es el reciente Comité de Renovación Cultural del Reino Unido (Cultural Renewal Taskforce https://www.gov.uk/government/news/culture-secretary-announces-cultural-renewal-taskforceque tiene por misión "fijar recomendaciones de seguridad frente al virus, explorar soluciones creativas que estimulen el regreso a la vida de los diversos sectores de la industria cultural y mantener abierta línea de intercambio de información con el Gobierno", que desde el 22 de mayo se reunirá semanalmente.

Sería aconsejable que, en Chile y una vez superada la emergencia, el mismo comité de alto nivel, inicie el camino de forjar una institucionalidad que recoja y supere la desgraciada experiencia que vivimos, en el marco de la discusión constitucional que se avecina.


 https://m.youtube.com/watch?v=xQepNfx-JWI&feature=youtu.be&fbclid=IwAR0BtCKu1gU0xPivW4DGdpeppx6RU30oLGR4Bu0pZfzMs6osVrwYE4re3ss 


07 mayo 2020

CULTURA: ¡AL RESCATE, MUCHACHOS!

“Digan que voy sin novedad” Thomas Somerscales. Museo Baburizza


Después del golpe inicial que significó la pandemia del COVID 19 en el mundo en general y la cultura en particular, recién, un par de meses después, están apareciendo las primeras reacciones desde las autoridades, las instituciones  y los ciudadanos respecto de cómo afectará el "bicho" al desarrollo cultural.

Pero, para que exista desarrollo cultural, debe sobrevivir aquello a desarrollar, por tanto, la primera tarea es la supervivencia. Literalmente. Y la primera sobrevida son las personas y luego las instituciones. 

La situación de las personas vinculadas a la cultura. 

Como le he escuchado al abogado Gabriel Zaliasnick, "las sociedades, cuando no entienden lo que pasa, se miden". Es exactamente lo que hizo el Ministerio de Culturas, con una improvisada encuesta que intenta medir el tamaña del estropicio. El resultado es que se inscribieron, como afectados, quince mil personas e instituciones, para un presupuesto de primeras re asignaciones de quince mil millones de pesos. Un millón para cada uno. 

Pero, en el mundo en que vivimos, la asignación de recursos públicos tiene estrictas reglas. Y en cultura la regla madre es la concursabilidad. Por tanto, se debe realizar concursos -urgentes pero no inmediatos- por la obvia necesidad de establecer las reglas del juego.

El subsecretario Juan Carlos Silva fue claro en una sesión de la comisión de cultura de la Cámara de diputados y diputadas, desafío a los gremios de la cultura allí presentes a darle a conocer algún mecanismo "no discrecional" para distribuir recursos en esta coyuntura.

En la misma sesión, el diputado Marcelo Diaz fue más preciso ante la demanda de los gremios por mayores recursos a asignar:  "el problema de fondo es estructural, la escasa presencia de la cultura en el presupuesto nacional. Si hubiese una mayor participación habría mayor reasignación". 

Lo que significa que solo se puede re asignar de lo que hay y si lo que existe es poco, el necesario rescate urgente no pasa por el ministerio específico sino por la reglas generales con que el gobierno está favoreciendo a la ciudadanía. 

Esto es el auxilio a las pequeñas y medianas empresas, la ley FOGAPE, por una parte. Y que, en simple, es un créditos bancario con garantía estatal seis meses de gracia y 48 cuotas, prácticamente sin intereses, para unidades económicas consistentes en el equivalente a tres meses de facturación, en régimen normal (se mide como año normal los doce meses previos a octubre de 2019). 

Por otra parte, están los apoyos a quienes viven de sus boletas de honorarios y por otra a quienes no perciben ingresos formales.

La situación se complejiza cuando hay un cuarto sector del mundo cultural que pone sobre el tapete, su situación, privilegiada respecto de aquellos ya mencionados: quienes tienen ingresos asegurados debido a su condición de empleados públicos o de instituciones que reciben transferencias al sector privado, aseguradas por glosas legales. 

Con acierto, perciben que tales ingresos pueden verse mermados en el presupuesto del 2021 debido a que obviamente, las re asignaciones y medidas de emergencia alguien las tiene que pagar en el futuro cercano. Por tanto, ya están reclamando contra eventuales e inevitables recortes.

Protesta que, debido a su estabilidad laboral y la consiguiente mayor capacidad de organización gremial, tiende a amplificarse y -lo que es complicado- confundirse con los reclamos de quienes carecen de tal estabilidad y poseen organización gremial más débil y una urgencia inminente.

No hay que confundirse entonces: la mayor preocupación debe estar en la mayor urgencia,  quienes, en ese orden, no tiene ingresos fijos, quienes los adquieren vía honorarios variables y quienes se sostienen como pequeñas empresas que dependen del flujo de personas que acceden -o no- a sus creaciones y servicios. 

Es el caso de las salas de artes escénicas que dependen de su taquilla; de las industrias editorial, audiovisual  o musical que viven de sus ventas de libros, fonogramas, conciertos o producciones, o de los museos y centros culturales que dependen de las muestras que exhiben y/o espacios que arriendan. Caso especial son quienes, como la Fundación Neruda o el museo Pre colombino, son turismo extranjero dependientes en gran parte.

Hay que agregar que las industrias culturales tienen un mecanismo ya existente de asignación de recursos concursables, que puede ajustar, con participación de la sociedad civil, a la situación. Es el caso de los tres consejos sectoriales -libro, música y audiovisual. 

Por su parte, las salas y espacios culturales son lugares naturales para otorgar fuentes laborales a miles de artistas e interpretes.

Por ello parece acertado que una de las líneas de reasignación de recursos  del ministerio de culturas (tal vez la mayor, de casi 8 mil millones de los quince), vaya en esa dirección.

Sin duda, lo dicho no será suficiente para enfrentar la severa crisis, pero al menos intenta ordenar la manera de hacerlo.

Por el contrario, no ayuda el clamor de -en estas penosas circunstancias- cambiar de raíz el modelo cultural que nos rige, por cierto, sin claridad alguna del por qué otro modelo reemplazarlo.


Ya vendrá la posibilidad de hacerlo, cuando, como lo anticipó Somerscales, podamos decir "vamos sin novedad" y con aguas mansas, en el programado debate constitucional. No es saludable, en medio de la tormenta y mares procelosos, discutir sobre las ruta de navegación.

Pensar como Guillermo Calderón, en La Tercera del 5 de mayo: “que entonces el país se comprometa en el largo plazo y con grandes inversiones en la cultura y no con métodos paliativos. Siempre es aterrador para los trabajadores de la cultura escuchar la frase "fondo concursable". Sin embargo, no tenemos alternativa".