04 septiembre 2018

LO QUE EL INCENDIO DE RIO DE JANEIRO NOS DEJÓ

Foto Agence France Press

De las llamas de Valparaíso surgió un alcalde ciudadano, que superó a todas las candidaturas de partidos políticos sumadas. ¿Saldrá de las llamas del Museo de Río de Janeiro la conciencia de que el patrimonio debemos cuidarlo todos?  Debo reconocer que escribo desde la indignación no solo por las pérdidas -que son invaluables e irrecuperables- sino con todos aquellos y aquellas que se conduelen y vuelven -una vez más- a culpar a gobiernos, legisladores y burócratas por no entregar presupuestos suficientes para evitar las tragedias.


Pero si es sabido que los presupuestos culturales -como los rangos de sus institucionalidades- son tan variables como las mareas o el clima. En España, los gobiernos socialistas incluyen Ministerio, los populares, lo rebajan a secretaría. El presidente Macri, en Argentina, está reduciendo el Estado y Cultura está entre los primeros ministerios eliminados...

Chile, acaba de aumentar el rango de un eficaz CNCA a un todavía dudoso Ministerio aún no establecido del todo. ¿Por cuanto tiempo?

Somos un país que presenció, en su principal museo de Bellas Artes, el robo de una escultura de Rodin, sin tomar sanciones ejemplarizadoras. Una desidia contagiosa: el director de un centro cultural de un país de la Comunidad Europea, que había aparecido post terremoto 27/F declarando la destrucción de su infraestructura, al recibir un llamado solidario para ofrecer espacios a sus actividades, respondió que no me preocupara, que solo exageraba para que desde su país le dieran recursos para reparación...

Es que en cultura, artes y patrimonio debemos construir sobre roca, esto es sobre financiamientos mixtos o compartidos por el inexcusable Estado -conforme a los vaivenes políticos nacionales e internacionales-; los aportes filantrópicos privados; las personas, que contribuyen con la compra de entradas, de bienes artísticos como libros, cuadros y fonogramas, y de espacios culturales gestionados por entidades sin fines de lucro que reinvierten sus excedentes en la divulgación cultural.

Así, cuando decrece uno, se enfatiza el otro. No es posible quedarse esperando que la economía permita aumentar presupuestos que, además, deben ser visados por funcionarios y parlamentarios que poco conocen o se interesan en esta área. 

¿O deberemos esperar a que se cumplan míticas metas de gasto en cultura del 1o el 2% del PIB? Cifras fijadas desde organismos internacionales que, a decir de Nestor García Canclini en reciente entrevista con La Nación de Buenos Aires: "o están controladas por élites que no consultan o responden a intereses de sectores económicos y financieros, o existe una gran mediocridad".

Ojalá que -de una vez por todas- nos hagamos cargo de que el Estado no es el único que debe financiar el patrimonio y la cultura. Las necesidades de la sociedad son tan crecientes como el desconocimiento de este sector por parte de autoridades y legisladores.

Debemos desterrar la costumbre de esperar el deterioro ostensible para iniciar reparaciones en nuestros museos, bibliotecas y centros culturales. Mantención debe ser tarea cotidiana, considerada en sus presupuestos y exigible a los gestores de los espacios.

Nunca debemos olvidar que la respuesta a la pregunta ¿Quién paga por la cultura? es determinante para definir qué tipo de desarrollo cultural tenemos.

Si queremos una cultura democrática, todos debemos pagar por ella.