05 septiembre 2010

¿QUE PASA CON LA MÚSICA, PABLO?













¿Cuándo va a haber buen cine chileno, Pablo? Le preguntaban a Neruda. Cuando haya mal cine chileno. Respondió categórico. Es decir, cuando haya mucho cine chileno. O de otra manera: de muchos tipos de cine chileno. Nótese que no dijo: cuando sea obligatorio exhibir un porcentaje de filmes nacionales en las carteleras. Lo mismo puede aplicarse a la legislación en discusión que obliga a radioemisoras a emitir música nacional.
Disposición, que por lo demás existió en nuestro país hace decenios y que involucraba incluso a cabaret, nigth clubes y otros escenarios que presentaban artistas. Recuerdo con fastidio que cuando la noche brillaba en su mejor esplendor, luego de bailes, magias y desnudos femeninos –el oscurecido strip tease- aparecían en escena un grupo de huasos muy vestidos, con cara de mayor tedio que los espectadores. Era el minuto preciso en que los parroquianos sentían incontenibles ganas de ir al baño o dar por finalizada la juerga. De bailarines de cueca o admiradores del folklore nacional, ni hablar. Es decir, nada más pernicioso para la difusión de la cultura, cualquiera esta sea, que la obligación.

Podríamos justificarlo con que se trata de un mal momento de parlamentarios que desconocen las leyes culturales que aprobaron en los últimos 20 años. Si todo fuese tan sencillo en difusión cultural como dar cuotas obligatorias de exhibición, nada tendría que hacer el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Menos, el plan de construcción de centros culturales que pretenden establecer los hábitos de consumo cultural, libremente adquiridos por ciudadanos que voluntariamente se someten a sistemáticas dosis de lectura, visitas a museos, asistencia a conciertos o recorridos por museos a galerías de arte.

Chile se ha dado una institucionalidad cultural, desde 2003, que básicamente, a través de una gestión pública y privada, pretende diseminar espacios culturales en todo el país a la vez que servir a audiencias cada vez mayores y más aficionadas a alguna o algunas de las artes. Al mismo tiempo, admite perfectamente la entrega de estímulos, a través de sus múltiples fondos concursables, a las radios u otros medios que fomenten la creación nacional.

Estamos avanzando en ese camino con signos potentes, como la creación del Centro Cultural Gabriela Mistral o la réplica del Día del Patrimonio por mirar sólo los más cercanos, cuando surge este “fast track” parlamentario: obliguemos a escuchar música chilena. No nos distraigamos en enseñar a tocar violín a los integrantes de las orquestas juveniles ni pensemos en enseñar a bailar a los adolescentes motivados por la danza. Sencillamente obliguémoslos a escuchar un 20% de música chilena en las radios y lo demás se nos dará por añadidura.

Gran oportunidad para apagar la radio, cambiar el dial o encender el Ipod o cualquier otra forma de reproducción de música, previamente envasada, a gusto del consumidor.

En esa línea han respondido los involucrados: los radioemisores han advertido la caída de las audiencias y los creadores de música han previsto aumento de ingresos por derechos de autor. Se equivocan: una legislación de este tipo o su sola probabilidad debe estimular a los centenares de propietarios de radioemisoras a ser cada vez más creativos (con talentos locales de guionistas, programadores, radio controladores, locutores... sin cuotas obligadas), a desarrollar estrategias de conservación de un público que ya es selectivo y que está sometido a una amplísima oferta radial, televisiva y de redes sociales. Es decir, más trabajo para el talento local.

Los músicos, además de criticar la falta de estética que implica un Premio Nacional (de suyo, un bien escaso) entregado consecutivamente a dos hermanos, deben dedicarse, para legítimamente aumentar sus recursos, a gestionar su talento –hay profesionales de fuste en el mercado local de la gestión cultural- para que las radios, las televisoras y todo escenario por modesto que sea, se vea obligado a acogerlos, por su calidad y por su sintonía con las audiencias. Porque hay tantas emisoras y nacen tantos centros culturales que no es difícil encontrar alguno que se sienta atraído por su obra.

De no ser así, y lleguen a conformarse con la obligación de ser programados ante una audiencia que tenderá a ser fantasma, caeremos en lo ocurrido en países europeos que lamentan unos creadores fláccidos, acostumbrados a reclamar un subsidio más que a desarrollar su creatividad. Entonces deberemos recordar otra frase que cuentan las Memorias de Neruda, cuando un diplomático soviético le espetó:

- Tu país es poco serio, Pablo.