Foto Arturo Navarro |
El historiador español Mario Amorós, en su reciente libro "Allende, la biografía", plantea que el ex Presidente es recordado por dos logros de su gobierno: el medio litro de leche y Quimantú. Ambos apuntaban a diferentes tipos de desnutrición, una al cuerpo que requería de proteínas para salir de la desnutrición crónica que acompañaba a nuestros "patipelados" por toda su existencia; la otra, a la falta de alimento espiritual, de lectura.
Un ejemplo de obesidad obscena es el mall de Castro. Una demasía en medio de una ciudad hermosa, caminable, a escala humana, que sorprende aún al más advertido sobre los horrores que derivan de tan inusitada arquitectura. Es el comentario de sus calles y motivación de turistas que vienen a comprobar la veracidad de rumores inverosímiles.
Es la obesidad del consumo y la desmesura en la construcción en una ciudad de determinada escala y proporciones, con una buena dotación de arquitectos locales que no advirtieron cómo el monstruo crecía ante sus ojos, como el padre o la madre despreocupados que no advierten como su hijo o hija engorda día a día, ante su propios ojos.
Dicho fenómeno se refleja diaria y dramáticamente en los carros del metro de Santiago, con asientos incapaces de contener con comodidad a la cantidad de persona para la que fueron concebidos por el grosor de los usuarios y con pasillos que se vuelven estrechos e impiden leer, tanto por la ausencia de espacio como por la sobreabundancia del uso de aparatos de reproducción musical, juegos computacionales o servicios de mensajería.
En la aparente cultura campean estas realidades masivas, con cines que redundan ofreciendo películas chatarra acompañadas de enormes vasos de pop corn y otros alimentos nada saludables que complementan el sonido de las películas con el crunch crunch de la masticación, con canales de TV de programaciones que engordan la estulticia y la inutilidad de conocimientos.
Así como los cadenas alimenticias promueven su comida chatarra, nuestros medios masivos y algunas de las industrias culturales promueven sus productos masivos, descoloridos, lejanos a la cultura y el arte.
El tema es entonces cómo volvemos a emparejar la sociedad con ciudadanos bien alimentados y nutridos en ambos aspectos. En esa línea se han tomado medida como el etiquetado con advertencias de riesgos en ciertos alimentos, prohibición de tabacos en lugares públicos y cercanías de establecimientos educacionales. Lo que no se ha tomado estructuralmente son medidas para volver a democratizar la cultura como se propuso, y logró, la Quimantú de Allende.
Porque, efectivamente, luego de la noche de la dictadura se han recuperado en los últimos años instancias democratizadoras como la creación de decenas de infraestructuras culturales abiertas al gran público y el estímulo de redes para alimentarlas, así como se ha contrapesado el riesgo de la ausencia de libertad, que padecimos, mediante una institucionalidad participativa y concursos transparentes, asignados por pares. Sin embargo, está pendiente el poner al alcance de toda la ciudadanía la producción artística, tanto de nuestras culturas nativas y mestiza, como de las grandes creaciones de la cultura latinoamericana y universal.
Es la tarea de este momento. La igualdad en el acceso a la cultura de toda la sociedad, urbana y rural, de Santiago y de las regiones.
Y en ese contexto, son tan valiosas las creaciones locales como las de la metrópolis, de la región como de la capital, de los pueblos indígenas como de los artistas mestizos.
Si está claro el sueño, si compartimos la idea de recuperar una cultura sin desnutridos ni obesos, lo demás son sólo instrumentos, sean estos de envergadura, como una eventual nueva constitución, o de alcance menor, como un Ministerio.