Si hace algunos años, digamos quince, alguien me hubiese preguntado por mi sueño dorado (pregunta que suelo hacer a quienes demandan trabajo) habría respondido algo parecido a lo que hoy acontece. ¿Acontece? Al parecer sí. Estamos en la casa central de la Universidad de Chile, alma mater de un primero diplomado y luego Magister que me acogió como profesor desde sus primeros balbuceos de dos Luises emprendedores: Merino y Riveros, entonces decanos de Artes y Economía.
Estamos presentando un libro sobre Gestión Cultural, ni el primero ni el último, editado en Chile, con plumas tan entrañables -y formadoras en mi caso- como George Yúdice, Alfons Martinell, Sonia Montecino, Antonio Canelas, Nivia Palma, Eduardo Nivón o Jordi Tresseras, que son de aquellos colegas con los que nos hemos ido "haciendo al andar".
Estamos acompañados de un Ministro Presidente del Consejo Nacional de la Cultura -otro sueño hace 15 años- que amenaza además con despertarlo transformado en Ministerio, siempre bañado por las plácidas aguas de la bahía de Valparaíso.
Ministro, Ernesto Ottone, que además es casi el símbolo de un gestor cultural como el que soñaba, con formación sólida en esta universidad, en Francia y con una práctica acumulada en el Centro Cultural Estación Mapocho, Matucana 100, el Museo Salvador Allende y el CEAC.
Se trata de un libro editado por la editorial -el Fondo de Cultura Económica- de las primeras y básicas lecturas de sociología de mi generación y las más sobresalientes de literatura: Carlos Fuentes, Jorge Ibarguengoitía, Juan Rulfo…
Vine a esta Comala entonces con gran satisfacción y mucho entusiasmo porque sigamos soñando en esta área y sobre todo, construyendo como lo hemos hecho -todos o casi todos de los que aquí estamos- a pasos acelerados esta disciplina que nuestro coordinador de hoy, Mauricio Rojas, nos hace cuestionar acertando un dardo tan injusto como difícil de esquivar: ¿es la gestión cultural una herramienta de mercado? Y lo profundiza con otra pregunta espejo: ¿o un mercado de herramientas?
Honrando a nuestros anfitriones mexicanos debo responder con Cantinflas: ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.
Rojas, en la introducción, busca usar interesantes imágenes para atraer la atención sobre e el libro. Las 3D de la Gestión cultural. Una manera de usar lo especial que tiene la tecnología -la que acusa de no estar en las demandas estudiantiles chilenas y por tanto no ser relevante para los jóvenes (¿será lo mismo para el resto de la sociedad?) No obstante, la usa para titular su obra.
Se pregunta si la GC es ¿una herramienta de mercado o un mercado de herramientas? Disyuntiva no excluyente pero connotada ideológicamente pues obviamente mercado no es bien visto en este contexto. Pues podemos decir que es una herramienta que permite incursionar en el mercado (economía de mercado) a artistas y fenómenos culturales que de otra manera permanecerían al margen lo que no significa que no puedan ejercer o ejerzan de hecho una influencia para modificar ese mercado. La realidad es dinámica o dialéctico. Por ejemplo, el caso del fotógrafo de Benetton, Oliviero Toscani, que plantea severas críticas a la guerra y la sociedad capitalista o a la iglesia conservadora, que se pudo presentar sin censuras ante un público masivo, en Chile, gracias a una gestión cultural "mercado-compatible".
También es un mercado de herramientas o un conjunto de herramientas que no necesariamente constituyen mercado pues no se venden y, por el contrario, están al servicio de quienes lo necesitan como el Botiquín de Herramientas Culturales formulado por la gestora cultural argentina Victoria Alcaraz a partir de su angustiosa experiencia con el 27/F chileno, y que lo pone a disposición de sus colegas afectados por otros desastres naturales.
Pero el mejor desmentido al carácter mercadista de la GC proviene de los propios empresarios, supuestos impulsores e imponedores del modelo: ellos explicitamente evitan apoyar manifestaciones "que hablan" (teatro, fotografía, danza, circo) y prefieren aquellas mudas (pintura) o en idiomas extranjeros lo más alejados posible. Es decir, la intervención empresarial es comparable con aquellas referidas a grupos potencialmente de riesgo como los sindicalistas, los indígenas, los ambientalistas... Todos sectores que forman parte de la sociedad sin ser calificados como "herramientas de mercado".
Otro argumento en contra de este mercadismo es aquel de la infraestructura cultural, concepto introducido en Chile el primer trimestre del siglo XXI por un Presidente que tenía en este terreno una auto imagen más parecida a Mitterrand que a otros estadistas (CCPLM) concepto que no es entendible en Chile si no se lo asocia al de Gestión Cultural (de hecho nacen de la mano y simultáneamente) surgidos al amparo de fuertes inversiones públicas muy distantes de lo que pediría entonces el mercado, que ofrecía, por ejemplo, para la vieja Estación Mapocho una bodega de la mayor empresa cervecera del país; sin embargo, el Estado asignó al edificio un destino cultural, le destinó recursos (10M USD), creó una entidad que lo gestionara, a la que concesionó el edificio remodelado, y le dio atribuciones para cumplir su misión de servicio público sin fines de lucro, exigiendo además su autofinanciamiento, fundando de hecho la GC en Chile.
Nivia Palma ahonda esta tesis agregando que los gobiernos post dictadura cívico/militar, en Chile, "escogieron a la gestión cultural y los fondos concursables como la mejor herramienta para disminuir el rol del Estado en materia cultural". Lo que habría constituido un milagro pues es imposible disminuir lo indisminuible, salvo que se use el subterfugio matemático del menos cero o el meteorológico bajo cero.
Por el contrario, los fondos concursables optimizados por la naciente (tan naciente como los fondos) GC solo pretendían optimizar, multiplicar, aumentar los escasos recursos que la dictadura destinaba a la cultura. Lo mismo que pretendió la Ley de estímulos tributarios o Valdés. Allegar más recursos al menguado presupuesto público en cultura.
La conclusión del libro es románticamente positiva al comparar al gestor cultural con aquel buscador o coleccionista de mercados de viejo (o populares) que hace de partes aparentemente inconexas y diversas un relato propio y colectivo y construye el universo desde el fragmento, es decir finalmente el GC es un creador -lo que comparto- indispensable.
Termina entonces negando la tesis de la GC como herramienta de mercado para adherir a su alternativa el mercado de múltiples herramientas -como cita de manera incompleta Carlos Villaseñor- dentro de las cuales las nuevas tecnologías y las redes sociales son parte tal como lo serán los adelantos que nos lleven, quizás pronto, a mirarlo en 4D .
En varios de los textos se traduce el error de creer que las únicas alternativas posibles para Chile son políticas culturales desde los intentos de influencias de Francia o EEUU.
Nuevamente Cantinflas, ni lo uno ni lo otro. Vivimos porque optamos democráticamente por él, un modelo mixto que tiene sus raíces mas en los dominios de la Reina más longeva de su dinastía: el modelo británico o de Estado Patrocinador.
Mixto porque recibe de Estados Unidos una débil legislación de estímulos tributarios, hecha en la medida de lo posible y considerando lo conservadores que son nuestros empresarios y recibe de Francia una gran preocupación por la infraestructura que comienza a mostrar sus debilidades cuando más que servir de acogida a manifestaciones artística, se la está usando como justificación para legislar y darle usos a posteriori. Si no, qué es el Palacio Pereira, iniciado por un gobierno, que no es el actual, para albergar una entidad que aún no existe.
La experiencia, los gestores lo saben bien, enseña que sólo se debe construir, restaurar o modificar espacios llenos. Es decir, que ya se sabe a qué se destinarán y respaldados por estudios de audiencias que miden exactamente quienes lo disfrutarán. Lo demás son espacios fantasmas.
Nivia Palma tiene un interesante análisis sobre la originalidad de nuestro modelo, de allí su carácter mixto, con los fondos concursables, es decir recursos que pone el Estado pero asignan los pares. (Esta ingeniosa manera de separar quién pone la plata de quien decide a quienes se entrega, que nos habría ahorrado tanta tinta pontificando sobre transparencia y probidad). Ella revela muy bien como allí también se reflejaban en un principio las presiones conservadoras (caso Iron Maiden, los Angeles Negros, Simón Bolívar bisexual o el Falo de Machalí). Presiones que ya no se imaginan. Nuestra sociedad aprendió -Fondart mediante- que las artes no son sujeto de censuras.
Hoy a nadie se le ocurriría titular con escándalo por una obra financiada por Fondart. Allí prima sólo la calidad y así lo reconoce y conserva la nueva indicación sustitutiva, incluso profundizando el número de miembros del Directorio Nacional del Consejo Nacional de la Cultura, tribunal supremo de los fondos concursables…
Como tampoco a nadie se le ocurriría descartar a la gastronomía como relevante vertiente cultural como sabrosamente nos recuerda Sonia Montecinos.
Hay un recuerdo que hace estimulante el libro, como aquel supuesto tránsito de "trabajadores de la cultura" a "gestores culturales" (75), que no es sólo de lenguaje.
Pero, nuevamente Cantinflas: todo lo contrario, ambos conceptos se reúnen en una única experiencia que se cita: Quimantú.
Fueron precisamente trabajadores de la cultura, de las prensas, el fototono, la corrección de pruebas y la encuadernación quienes se hicieron cargo de la principal empresa cultural que jamás en su historia ha tenido el Estado de Chile, me atrevo a compararla incluso con TVN de sus mismos tiempos. Eran sin duda trabajadores de la cultura, pero vaya que buenos empresarios y gestores que inundaron el país de libros en cifras que envidiaría hasta la querida colección de Breviarios del Fondo.
Lo que devela además que el concepto de desarrollo cultural desde la Universidad de Chile y la DIBAM se agotó antes de la dictadura. Mejor ejemplo es que Allende no las uso para ello, creo Quimantú, dando un nuevo rol de los trabajadores, como empresarios eficaces formulador es de políticas culturales y realizadores de las mismas...
Significa ello que debemos retornar a los desafiantes sueños de Allende. No, pienso con Carlos Peña que: "Para sacudirse de una vez (elaborarlo, diría Freud) el Gobierno y la Nueva Mayoría deben entender que continuar a Allende hoy día no significa empecinarse en concebir la realidad social como entonces se la concebía. Y es que así como la gente crece, los países también. Donde había una sociedad excluyente, hoy existe una que ha incluido como nunca antes a las grandes mayorías. Donde existía una clase pequeñoburguesa amenazada, hoy existe una amplia clase media aspiracional. Donde existía la memoria olvidada de lo indígena, hoy existe una conciencia multicultural creciente. Donde había una sociedad de minorías, existe hoy una de masas. Y donde la injusticia era tan flagrante que parecía justificar la violencia, hoy nada la justifica" El mercurio 30 de agosto 2015.
Pero, los invito a finalizar elevando la cabeza, no sigamos -aunque me gustaría- pensando sólo en nuestro pequeño país (tan pequeño que, en reciente edición de la revista Observatorio del Itaú Cultural de Brasil, en su número 18, dedicado a los modelos latinoamericanos de política cultural, Chile comparte un capítulo comparativo con Uruguay y Paraguay, mientras Colombia, Argentina y México tiene un capítulo para cada uno … y Brasil dos.
Se pregunta si la GC es ¿una herramienta de mercado o un mercado de herramientas? Disyuntiva no excluyente pero connotada ideológicamente pues obviamente mercado no es bien visto en este contexto. Pues podemos decir que es una herramienta que permite incursionar en el mercado (economía de mercado) a artistas y fenómenos culturales que de otra manera permanecerían al margen lo que no significa que no puedan ejercer o ejerzan de hecho una influencia para modificar ese mercado. La realidad es dinámica o dialéctico. Por ejemplo, el caso del fotógrafo de Benetton, Oliviero Toscani, que plantea severas críticas a la guerra y la sociedad capitalista o a la iglesia conservadora, que se pudo presentar sin censuras ante un público masivo, en Chile, gracias a una gestión cultural "mercado-compatible".
También es un mercado de herramientas o un conjunto de herramientas que no necesariamente constituyen mercado pues no se venden y, por el contrario, están al servicio de quienes lo necesitan como el Botiquín de Herramientas Culturales formulado por la gestora cultural argentina Victoria Alcaraz a partir de su angustiosa experiencia con el 27/F chileno, y que lo pone a disposición de sus colegas afectados por otros desastres naturales.
Pero el mejor desmentido al carácter mercadista de la GC proviene de los propios empresarios, supuestos impulsores e imponedores del modelo: ellos explicitamente evitan apoyar manifestaciones "que hablan" (teatro, fotografía, danza, circo) y prefieren aquellas mudas (pintura) o en idiomas extranjeros lo más alejados posible. Es decir, la intervención empresarial es comparable con aquellas referidas a grupos potencialmente de riesgo como los sindicalistas, los indígenas, los ambientalistas... Todos sectores que forman parte de la sociedad sin ser calificados como "herramientas de mercado".
Otro argumento en contra de este mercadismo es aquel de la infraestructura cultural, concepto introducido en Chile el primer trimestre del siglo XXI por un Presidente que tenía en este terreno una auto imagen más parecida a Mitterrand que a otros estadistas (CCPLM) concepto que no es entendible en Chile si no se lo asocia al de Gestión Cultural (de hecho nacen de la mano y simultáneamente) surgidos al amparo de fuertes inversiones públicas muy distantes de lo que pediría entonces el mercado, que ofrecía, por ejemplo, para la vieja Estación Mapocho una bodega de la mayor empresa cervecera del país; sin embargo, el Estado asignó al edificio un destino cultural, le destinó recursos (10M USD), creó una entidad que lo gestionara, a la que concesionó el edificio remodelado, y le dio atribuciones para cumplir su misión de servicio público sin fines de lucro, exigiendo además su autofinanciamiento, fundando de hecho la GC en Chile.
Nivia Palma ahonda esta tesis agregando que los gobiernos post dictadura cívico/militar, en Chile, "escogieron a la gestión cultural y los fondos concursables como la mejor herramienta para disminuir el rol del Estado en materia cultural". Lo que habría constituido un milagro pues es imposible disminuir lo indisminuible, salvo que se use el subterfugio matemático del menos cero o el meteorológico bajo cero.
Por el contrario, los fondos concursables optimizados por la naciente (tan naciente como los fondos) GC solo pretendían optimizar, multiplicar, aumentar los escasos recursos que la dictadura destinaba a la cultura. Lo mismo que pretendió la Ley de estímulos tributarios o Valdés. Allegar más recursos al menguado presupuesto público en cultura.
La conclusión del libro es románticamente positiva al comparar al gestor cultural con aquel buscador o coleccionista de mercados de viejo (o populares) que hace de partes aparentemente inconexas y diversas un relato propio y colectivo y construye el universo desde el fragmento, es decir finalmente el GC es un creador -lo que comparto- indispensable.
Termina entonces negando la tesis de la GC como herramienta de mercado para adherir a su alternativa el mercado de múltiples herramientas -como cita de manera incompleta Carlos Villaseñor- dentro de las cuales las nuevas tecnologías y las redes sociales son parte tal como lo serán los adelantos que nos lleven, quizás pronto, a mirarlo en 4D .
En varios de los textos se traduce el error de creer que las únicas alternativas posibles para Chile son políticas culturales desde los intentos de influencias de Francia o EEUU.
Nuevamente Cantinflas, ni lo uno ni lo otro. Vivimos porque optamos democráticamente por él, un modelo mixto que tiene sus raíces mas en los dominios de la Reina más longeva de su dinastía: el modelo británico o de Estado Patrocinador.
Mixto porque recibe de Estados Unidos una débil legislación de estímulos tributarios, hecha en la medida de lo posible y considerando lo conservadores que son nuestros empresarios y recibe de Francia una gran preocupación por la infraestructura que comienza a mostrar sus debilidades cuando más que servir de acogida a manifestaciones artística, se la está usando como justificación para legislar y darle usos a posteriori. Si no, qué es el Palacio Pereira, iniciado por un gobierno, que no es el actual, para albergar una entidad que aún no existe.
La experiencia, los gestores lo saben bien, enseña que sólo se debe construir, restaurar o modificar espacios llenos. Es decir, que ya se sabe a qué se destinarán y respaldados por estudios de audiencias que miden exactamente quienes lo disfrutarán. Lo demás son espacios fantasmas.
Nivia Palma tiene un interesante análisis sobre la originalidad de nuestro modelo, de allí su carácter mixto, con los fondos concursables, es decir recursos que pone el Estado pero asignan los pares. (Esta ingeniosa manera de separar quién pone la plata de quien decide a quienes se entrega, que nos habría ahorrado tanta tinta pontificando sobre transparencia y probidad). Ella revela muy bien como allí también se reflejaban en un principio las presiones conservadoras (caso Iron Maiden, los Angeles Negros, Simón Bolívar bisexual o el Falo de Machalí). Presiones que ya no se imaginan. Nuestra sociedad aprendió -Fondart mediante- que las artes no son sujeto de censuras.
Hoy a nadie se le ocurriría titular con escándalo por una obra financiada por Fondart. Allí prima sólo la calidad y así lo reconoce y conserva la nueva indicación sustitutiva, incluso profundizando el número de miembros del Directorio Nacional del Consejo Nacional de la Cultura, tribunal supremo de los fondos concursables…
Como tampoco a nadie se le ocurriría descartar a la gastronomía como relevante vertiente cultural como sabrosamente nos recuerda Sonia Montecinos.
Hay un recuerdo que hace estimulante el libro, como aquel supuesto tránsito de "trabajadores de la cultura" a "gestores culturales" (75), que no es sólo de lenguaje.
Pero, nuevamente Cantinflas: todo lo contrario, ambos conceptos se reúnen en una única experiencia que se cita: Quimantú.
Fueron precisamente trabajadores de la cultura, de las prensas, el fototono, la corrección de pruebas y la encuadernación quienes se hicieron cargo de la principal empresa cultural que jamás en su historia ha tenido el Estado de Chile, me atrevo a compararla incluso con TVN de sus mismos tiempos. Eran sin duda trabajadores de la cultura, pero vaya que buenos empresarios y gestores que inundaron el país de libros en cifras que envidiaría hasta la querida colección de Breviarios del Fondo.
Lo que devela además que el concepto de desarrollo cultural desde la Universidad de Chile y la DIBAM se agotó antes de la dictadura. Mejor ejemplo es que Allende no las uso para ello, creo Quimantú, dando un nuevo rol de los trabajadores, como empresarios eficaces formulador es de políticas culturales y realizadores de las mismas...
Significa ello que debemos retornar a los desafiantes sueños de Allende. No, pienso con Carlos Peña que: "Para sacudirse de una vez (elaborarlo, diría Freud) el Gobierno y la Nueva Mayoría deben entender que continuar a Allende hoy día no significa empecinarse en concebir la realidad social como entonces se la concebía. Y es que así como la gente crece, los países también. Donde había una sociedad excluyente, hoy existe una que ha incluido como nunca antes a las grandes mayorías. Donde existía una clase pequeñoburguesa amenazada, hoy existe una amplia clase media aspiracional. Donde existía la memoria olvidada de lo indígena, hoy existe una conciencia multicultural creciente. Donde había una sociedad de minorías, existe hoy una de masas. Y donde la injusticia era tan flagrante que parecía justificar la violencia, hoy nada la justifica" El mercurio 30 de agosto 2015.
Pero, los invito a finalizar elevando la cabeza, no sigamos -aunque me gustaría- pensando sólo en nuestro pequeño país (tan pequeño que, en reciente edición de la revista Observatorio del Itaú Cultural de Brasil, en su número 18, dedicado a los modelos latinoamericanos de política cultural, Chile comparte un capítulo comparativo con Uruguay y Paraguay, mientras Colombia, Argentina y México tiene un capítulo para cada uno … y Brasil dos.
Recurro para ello al maestro George Yúdice: “Gestión y promoción no son simplemente el contexto de la cultura. Por derecho propio, gestión y promoción son procesos creativos. Esto quiere decir que la obra de arte o el patrimonio no son los únicos generadores de valor cultural. Voy a referirme a procesos altamente creativos que en algunos casos llegan a constituir verdaderos movimientos sociales. Gestión y promoción van más allá de la administración de la cultura como proceso burocrático, más aún, llegan a ser garantes del acceso y la democracia cuando dinamizan la sociedad y crean nuevos vínculos y redes”.
Más claro...
Soy Constanza Cabrera, estudiante de periodismo de la Universidad de Chile. Actualmente estoy trabajando en un reportaje sobre la situación cultural, el Fondar, entre otras cosas.
ResponderBorrarMe informaron que usted es un entendido en esas materias y me gustaría realizarle una pequeña entrevista sobre el tema mencionado.
Quedo atenta a su respuesta.
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