30 mayo 2013

MUJER METRALLETA: "YO, LA PEOR DE TODAS"


Una noticia conmovió a los seguidores del cine chileno: la película "Tráiganme la cabeza de la Mujer Metralleta", de Ernesto Díaz, que recientemente fue exhibida en el prestigioso Festival de Cine de Cannes fue incluida en un recuento de The Guardian sobre lo "peor" del certamen, en un sarcástico recuento donde abundan las comedias y cintas de acción. La película protagonizada por Fernanda Urrejola comparte lugares con una comedia policial, un tornado de tiburones y una sobre un Viejo Pascuero alérgico, entre otras producciones.

Sin dudas es una muy buena noticia, si seguimos a  Neruda cuando le preguntaban cuándo habrá buen cine chileno: "Cuando exista mal cine chileno", respondía inefable. 

Lo que no saben los críticos presentes en Cannes es que la película fue estrenada antes de que la vieran ellos, en un ya tradicional Festival de cine, en la ciudad de Lebu, al sur Chile, el mismísimo día de la mujer: el 8 de marzo de 2013. El público que repletaba el gimnasio del Liceo Técnico Profesional Dagoberto Iglesias de esa ciudad, que no posee salas de cine, disfrutó de la cinta y se rió de buena gana con la fantasía de un personaje que pertenece a la cultura popular.

En efecto, Ernesto Díaz juega en el título de la película con el mito creado por la prensa, de una supuesta "terrorista" que usaba "todas las formas de lucha" para combatir la dictadura de Pinochet. Luego, ese calificativo fue siendo aplicado por la cultura popular a cuanta mujer delincuente aparecía en las páginas policiales y también a no pocas damas de "radiador pequeño" que explotan con facilidad ante situaciones enojosas.

Adicionalmente, la película es protagonizada por una excelente actriz, bastante reconocida en las también populares teleseries.

De modo que, más allá de la calificación británica, el film contribuye a llamar la atención de un público que no va habitualmente al cine y menos a ver cine chileno y eso es una buena noticia.  Sobretodo cuando el país cinematográfico estaba bastante satisfecho con los merecidos recientes logros de películas nacionales como "NO" y "Gloria".

Pero el cine no vive y se desarrolla sólo de premios, sino de públicos. Y los públicos deben habituarse a ver cine chileno. Por ello es relevante la iniciativa parlamentaria de reglar, por ley, cuotas de pantalla para las creaciones nacionales. 

Ya se demostró que las audiencias teatrales se pueden desarrollar mostrando mucho teatro, bueno, regular y malo, aunque para ello no fueron necesarias cuotas de exhibición sino estímulos concursables como el Fondart e infraestructuras edificadas con dineros públicos, como el Centro Cultural Estación Mapocho, el GAM, Matucana 100 o el Municipal de Las Condes, que no persiguen fines de lucro. Es verdad que aún faltan estímulos públicos para compañías independientes, lo que es de toda lógica dado que existen audiencias expectantes.

Sin embargo, el cine está en otra etapa, previa. Apuntando más a la creación y con resultados sobresalientes tanto en cortos, largometrajes y documentales, con crecientes aportes públicos de Fondo del Audiovisual, la CORFO y el CNTV, los que no serán suficientes si no se sustenta dicha creación en audiencias estables.

El problema es que, a diferencia del teatro, mostrar cine pasa por programadores y exhibidores transnacionales que persiguen sólo un beneficio lucrativo que llega con más facilidad proyectando películas fabricadas en Estados Unidos por empresas vinculadas a las mismas cadenas exhibidoras.

Complementariamente, disponemos -sólo en dos o tres ciudades- de muy pocas salas de cine arte, con severas limitaciones de difusión de sus programas.

¿Habrán pensado los grandes distribuidores de cine internacional que, cuando lleguen con sus multisalas a la provincia de Arauco, por ejemplo, ya tendrán un público habituado al cine? Sólo que mayoritariamente cine chileno, gracias al Festival Internacional de Cine de Lebu que lleva  ya trece ediciones desde que comenzara mostrando a los lebulenses películas en la histórica caverna de aquellos forajidos apellidados Benavides, que hicieron mucho daño a las fuerzas patriotas que luchaban por nuestra independencia.

Festivales como FICIL, organizado recientemente por vez primera en Santiago, contribuyen también a fomentar la independencia del cine nacional, no sólo presentando competencias de documentales, cortometrajes incluso regionales, sino además proyectando películas en entornos tan idílicos como el lago Lanalhue o la Estación Mapocho, y convocando a una mesa de discusión y debate sobre las necesarias cuotas de pantalla.

De modo que quienes califican a la "Mujer Metralleta..." como la peor película para el ilustrado público de Cannes, nos hacen un gran favor: permiten reflexionar que el cine es respecto de la vida misma, una vida que, en Chile, se ha nutrido de mujeres de gatillo fácil, de apariciones truchas como la virgen de Villa Alemana, de oficinescos paseos  narrados por el Rumpy y también de gestas notables como la campaña del NO o mujeres señeras como la Gloria de Pali García.

En esas pantallas, deberemos avanzar en la búsqueda del desarrollo del cine nacional, recurriendo a leyes de fomento, aportes públicos, contribuciones empresariales y audacias varias, como, por ejemplo, acoger a la peligrosa Fernanda Urrejola, fuertemente armada, en la popular feria Comic Con.

22 mayo 2013

21 DE MAYO: VALPARAÍSO CULTURAL, NAVAL Y POLÍTICO

Cada año y por unas horas, Valparaíso, ciudad históricamente diversa, agrega a su dificultosa condición de capital cultural de la República un par de condiciones adicionales que la vuelven aún más atractiva y paradojal. Ocurre en las cercanías del 21 de mayo cuando el Poder Ejecutivo en pleno, con Presidente, Ministros, fuerzas especiales de Carabineros y escuadrones de presentación de las fuerzas armadas se trasladan hasta el Congreso Nacional con ocasión de la cuenta del gobernante. Paralelamente y en las mismas horas, nerviosos escalones de marinería, en Plaza Sotomayor, confían en que la autoridad alcance a terminar su discurso antes de la hora señalada por la campana de Prat y la Esmeralda: las doce y diez, para recibir los honores correspondientes junto a la tumba del héroe y sus acompañantes.

Pero esta condición de capital política y naval, adicionada a la cultural, comienza a prepararse con antelación. Uno o dos días antes, esta vez fue el domingo 19, desde los cerros porteños, se escuchan redobles de tambores, y agudas notas de pitos y cornetas de las bandas que encabezan a cada uno de las decenas de establecimientos educacionales que, vistiendo sus mejores galas, se dirigen hasta la Plaza Sotomayor para entregar su propio homenaje a Prat y los suyos, seguidos de ansiosos padres y hermanos que aprovisionan a los marchantes con subrepticias calugas, superochos y bebidas. Será una larga jornada que termina, caída la noche, con los desfilantes exhaustos ingresando a sus respectivas aulas al sonido del tambor. Entre tanto, han recorrido innumerables calles de la ciudad y desplegado su paso más marcial frente al héroe. Es una tradición muy anterior a la del Congreso, con sólo algunas décadas en Valparaíso, que igual se apresta a recibir parlamentarios e invitados especiales de todos los poderes del Estado, para honrar no a un héroe, sino a un ciudadano común que luego de cuatro experiencias como ésta, volverá a serlo. Mientras una decena de otros ciudadanos alistan sus mejores argumentos para sucederlo.

Compartiendo con esta tricapitalía, las artes no cejan. El mismo domingo 19, mientras las calles se llenaban de aires militares, las iglesias Luterana y Saint Paul, ofrecían sus habituales conciertos de órgano, sólo que en el caso de la Anglicana, se recibió una visita excepcional, el compositor y organista alemán Hans -André Stamm, que visitaba Chile y se encantó con el órgano donado por la Reina Victoria, al que hizo sonar como pocas veces escuchado en los habituales conciertos de los mediodías dominicales.

El 21, la música deviene en cañonazos, precisamente 21, que despiertan a una ciudad inquieta, que acoge a miles de otros marchantes, esta vez los de banderas rojas y consignas estudiantiles y obreras salpicadas por enseñas verdes del Santiago Wanderers, un imprescindible en Valparaíso. En el cerro Florida, entretanto, la Octava Comisaría, enfrentada a La Sebastiana de Pablo Neruda, acoge a centenares de carabineros venidos de otras regiones a evitar que la ciudadanía con sus desmesuras interrumpa el ritual político.

En otro cerro cercano, Ministras y Ministros se retratan -siempre como si fuera la última vez- junto al Presidente que luego se erige en un antiguo auto descapotable que avanza al cadencioso ritmo de su escolta de caballería y otros tambores que lo aguardan frente al Parlamento.

De pronto, todo se funde en un único exclusivo propósito: el improbable deseo de que el Mensaje Presidencial considere y plasme en ley, institución o bono sus más queridas aspiraciones. En ese lapso, todos los chilenos somos iguales. Hasta que termina el discurso y explotan los gritos de los manifestantes, los chorros de agua y gases de la policía y las enconadas críticas y exageradas alabanzas a los dichos.

Como si se aguardara un milagro abortado, 185 palabras agrupadas en 4 párrafos vuelven a la realidad a quienes, desde la cultura, asistieron a este rito republicano:

"Una sociedad de valores requiere una cultura libre, diversa y participativa. Por eso estamos desarrollando un ambicioso Plan de Infraestructura, que incluye la rehabilitación de cinco teatros regionales: Iquique, La Serena, Rancagua, Concepción y Punta Arenas. Y hemos pasado de tres centros culturales el año 2009 a 27 en la actualidad, y hay 24 más en etapa de diseño o construcción.
El programa Red Cultura, que ya está en plena acción en 172 municipios a lo largo de Chile, tiene por misión llenar esos nuevos espacios de la cultura con arte, cine, literatura, música, baile y todas las demás expresiones de nuestra cultura.
Hemos aumentado en un 30% los fondos públicos para promover nuestra cultura y este Congreso acaba de aprobar la Ley de Donaciones Culturales, que amplía tanto los receptores como los donantes y fortalece y flexibiliza sus mecanismos para promover y alimentar más y mejor la cultura de nuestro país.
Y hace pocos días enviamos a este Congreso el Proyecto de Ley que crea el Ministerio de Cultura y Patrimonio y una nueva y moderna institucionalidad cultural".

Nada nuevo, todo viene desde hace años y bien que se profundice. Sólo acomete una duda: si se esgrime como balance de  una administración en cultura programas creados, impulsados y evaluados favorablemente por un Consejo Nacional de la Cultura y las Artes que ha sostenido una cultura "libre, diversa y participativa", ¿por qué se pretende modificar esta institucionalidad?

Se dirá que se requiere mejorar la institucionalidad patrimonial. Y esa es una buena razón, sobretodo para Valparaíso, que terminó la intensa jornada del 21 de mayo enterándose, por TVN, que el principal patrimonio histórico naval del país es desguazado sistemáticamente por piratas y ladrones frente a las costas y bajo 45 metros del mar de Iquique. 

Si las entidades patrimoniales del país se comprometen con iniciativas como convertir a la  Esmeralda en un museo como el reflotado Vasa de Estocolmo -que se auto financia y mantiene otros dos museo navales suecos- podríamos estar navegando en aguas menos procelosas para el patrimonio nacional.

Es que hay mucho discurso con poco sentido y mucho sentido dando vuelta que merece ser convertido en relato. 

Finalmente, la cultura y el arte consisten eso: en contar hermosas historias, sea en un libro, un cuadro o un escenario.

13 mayo 2013

PRIMERA SEMANA DE UN PROYECTO SOLO

A siete días de firmado el proyecto que crea el Ministerio de Cultura, no podríamos decir que ha sido recibido con aplausos. El articulado llegó hasta la Cámara de Diputados bajo el Mensaje 32-361 y dicha entidad legislativa espera el ingreso del informe de la Dirección de Presupuesto que debe respaldar los gastos que la iniciativa implica, en especial la situación de los casi dos mil trabajadores de la DIBAM y el CNCA quienes señalaron: "lucharemos de todas las formas posibles, sea en el Ejecutivo o en el Congreso, para que un proyecto sin discusión de fondo de lo qué es lo que se quiere para Chile ni planta funcionaria acordada con los trabajadores, sea rechazado y que sí se apruebe un proyecto consultado a los trabajadores". 


La prensa no ha tratado mejor a la iniciativa legal. El Mercurio, fiel a su advertencia previa de que "sería un error legislar con apresuramiento" (12 de abril) se ha ocupado más bien de recordar que "en materia patrimonial existen modificaciones técnicas a la actual normativa que podrían y deberían adoptarse con mayor rapidez". En otras palabras, primero el patrimonio y luego la institucionalidad, lo que ratificó con una modesta fotografía interior de la ceremonia de firma del proyecto mientras destina amplios espacios a difundir la situación por la que atraviesan las salas de teatro independientes. Sobre el proyecto mismo, dejó su defensa sólo a Luciano Cruz Coke,en entrevista de Artes y Letras (5 de mayo).

La Tercera publicó una columna del mismo Cruz Coke (9 de mayo) mientras advierte en editorial (10 de mayo) de los peligros que podrían acechar al nuevo Consejo de la Cultura "como continuador del actual directorio del CNCA, sus políticas serán vinculantes, y cabe aquí analizar con más detalle cómo será la interacción con la figura ministerial, la que podría verse debilitada frente a las atribuciones del nuevo consejo. Su futura composición profundiza la presencia de personeros no ligados al gobierno de turno o de designación directa del Presidente de la República, lo que parece razonable, pero resulta indispensable que el nuevo consejo mantenga una pluralidad de visiones y una voluntad de amplio criterio, lo que debería garantizar que las políticas culturales no terminen siendo capturadas por grupos de interés".

Ambos diarios dieron difusión a una carta de Edgardo Bruna, Presidente de la Unión Nacional de Artistas en la que advierte "la importancia de avanzar sin perder lo logrado; el actual Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, si bien no resolvió del todo los problemas de dispersión de los organismos culturales, incorpora la participación de la ciudadanía en las decisiones de política cultural de una manera sui géneris. Mantener un órgano directivo colegiado con miembros de la sociedad civil -y no sólo con funcionarios públicos- puede hacer la diferencia entre una política cultural de Estado y una de gobierno" (El Mercurio, 11 de mayo; La Tercera, 13 de mayo).

El diario electrónico El Mostrador publicó la opinión del ex Director de Comunicaciones del CNCA, Patricio Olavarría : "Sabemos que es necesario contar con una Institucionalidad Cultural moderna, participativa, y democrática en todos sus aspectos, y también hay que ser sensato y reconocer que desde que se creó el actual Consejo Nacional de la Cultura y las Artes hace ya una década, el sector cultural se ha dinamizado y hoy contamos con una industria creativa más sólida, y con miles de emprendedores que trabajan en proyectos gracias a políticas de Estado que no son resorte de un solo Ministro, o un Subsecretario de turno, sino de sectores más amplios de la sociedad civil y de los propios gremios artísticos. No olvidemos que el trayecto para llegar a tener una Institucionalidad en Chile es de larga data, y siempre tuvo como eje la participación ciudadana lo que pareciera, de acuerdo a lo que afirman algunos sectores no viene a ser el caso con el proyecto Cruz-Coke, iniciativa que se habría redactado a cuatro paredes" (12 de mayo).


Radio Cooperativa dio tribuna a la ex Directora de la DIBAM, Nivia Palma  quién planteó la necesidad de elevar la discusión a nivel constitucional: "Abordar los grandes y complejos desafíos del Chile de hoy, con voluntad de ser una sociedad verdaderamente democrática, multicultural y multiétnica, implica pensar una política cultural que se define desde una comprensión antropológica de la cultura, del cómo una comunidad habita un territorio geográfico y simbólico en un tiempo determinado, de una cultura que habla de una cosmovisión, de una cultura que tiene un pasado que no ha pasado como decía Octavio Paz. Una política que reconoce que cada persona y cada comunidad son sujetos culturales y por ende tiene derechos culturales. Una política que define como esencial la naturaleza y la relación humana con ella, una relación de respeto, uso y no abuso de aquella. Una política cultural que reconoce y, por fin asume – lo que aún no ha hecho Chile-, que su historia de los siglos XIX y XX es de negación de sus orígenes étnicos, de negación de su larga historia- historia que no se inicia con la llegada del conquistador español -, de silenciamiento de las culturas populares, y de instalación absoluta de la comprensión de lo cultural desde las lógicas de la Ilustración y de concepciones colonialistas, ajenas, europeizantes del conocimiento y la cultura en general. Necesitamos pensar políticas públicas que contribuyan en el esfuerzo país de re-mirarse, construir y reconstruir su relato histórico, de reconocerse y valorarse en todas sus culturas, pueblos, etnias y comunidades. Esto implica darle valor a contenidos y formas ancestrales de conocimiento, implica poner en tensión crítica los conocimientos, prácticas y lenguajes legados por la Colonia y los imperialismos del siglo XX y del neoliberalismo" (12 de mayo).

Bío Bío optó por reproducir la  columna anterior de este blog y profundizarla en su señal de TV, bajo el llamado: “La propuesta de un ministerio binominaliza el tema de la cultura"

Por su parte, el diario electrónico El Dínamo, dio la palabra al ex Jefe de Estudios del CNCA, Fernando Gaspar: "El problema con la administración actual, finalmente, es su falta de visión estratégica del sector. La gran mayoría de los programas heredados del gobierno pasado o simplemente se continuaron (algunos con un cambio de membrete) o se cerraron sin ser remplazados. El apoyo sostenido a la continuación del programa de infraestructura cultural (encargado de la construcción de centros culturales a lo largo del país), se complementó con un programa como Red cultura, el cual carece de líneas claras de acción, de un presupuesto significativo para apoyar a las municipalidades y de un trabajo mínimo de creación de públicos. No se puede pretender cambiar la institucionalidad cultural sin tener idea qué se va hacer en la materia. Los deseos, legítimos o no, de “ordenar” y dar mayor jerarquía al área serían una excelente noticia si coronaran un proceso fructífero de implementación de políticas culturales y de propuesta programáticas innovadoras. Lamentablemente, lo único que se aprecia es un intento de “ordenar” para concentrar más poder; de jerarquizar porque no se supo coordinar ni actuar de manera sinérgica. No creo que baste con aplaudir o celebrar un intento de esta naturaleza que ha distraído la atención del tema de fondo: ¿qué se hizo en este gobierno en materia cultural que generará un verdadero cambio desde la administración pública? ¿Cuáles fueron los compromisos presupuestarios y legales que reflejaran el interés por situar a la cultura en el centro del desarrollo nacional? Sería contradictorio aumentar la institucionalidad después de haber demostrado no poder gestionar adecuadamente la existente. Al margen de apoyar la creación de un Ministerio de Cultura, cabe preguntarse si quienes festinan hoy con el proyecto de Ley que lo crearía, tienen claro cuáles son los ejes de trabajo para el desarrollo del sector. En poco tiempo, una gran cantidad de “entendidos” y las propias autoridades, han logrado manejar un discurso más o menos común sobre los “principales temas” y “preocupaciones”, pero en la práctica, existe una extendida incapacidad de proponer acciones concretas, fundadas y viables para el sector" (10 de mayo).

Desde quienes se espera respalden el proyecto, poco se sabe. El candidato Andrés Allamand -según el diario PULSO del 9 de mayo- "le pidió al ministro Cruz-Coke que acepte cupo senatorial por RN".

Hasta ahora, no hay respuesta.



06 mayo 2013

ESA VIEJA OBSESIÓN POR EL ORDEN



Finalmente, el gobierno del Presidente Sebastián Piñera dio a conocer su visión de lo que debería ser la institucionalidad cultural de Chile. Tomó varios años llegar a puerto. El resultado es pobre y revelador. Se trata simplemente de ordenar la casa.  Es una iniciativa de finales de gobierno, con ninguna posibilidad de verse aprobada en este mandato. Cabe recordar que la institucionalidad que nos rige fue presentada al país a dos meses de iniciado el gobierno -de seis años- de Ricardo Lagos, venía de una discusión iniciada por la sociedad civil durante todo el mandato anterior y tenía una cabeza muy clara, sentada a pasos de la oficina Presidencial, en La Moneda.


Esta vez, la iniciativa proviene desde el propio gobierno, de funcionarios incómodos ante duplicidades, faltas de autonomías y dependencias de otros ministerios y tiene una cabeza visible que está en la nómina de todos los últimos posibles cambios de gabinete, gatillados de manera frecuente por un año electoral que ha sido siempre el peor escenario para cambios legislativos relevantes.

La propuesta se enmarca en un escenario en que  la población – estudiantes, pescadores, enfermos, ciclistas, sindicalistas, partidarios de una asamblea constituyente- está en las calles y el país está discutiendo cómo profundizar la participación, terminar con los abusos y con el sistema binominal y cómo mejorar la educación, la salud y la previsión.

Frente a ello, lo que se plantea en cultura es ordenar lo existente. Está bien, existen ciertas duplicidades: servicios que dependen de un ministerio diferente al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, dificultad administrativa que data desde su creación; falta de recursos para proteger el patrimonio; autonomía para presentar iniciativas legales y condición de servicio público y no de Ministerio. Pero, ¿es la prioridad ordenar un sector como es el cultural que se caracteriza por su creativa dispersión y que no sin dificultades estableció una institucionalidad pública a su medida que es diversa e innovadora respecto de todo lo existente?

Sin duda, la respuesta es negativa. Sin embargo, la respuesta del gobernante es favorable. ¿Para qué?

Para que exista un Ministro, con rango y sueldo de Ministro. Para que exista un subsecretario, para que existan dos servicios públicos dependientes del mismo. Para que existan secretarios regionales ministeriales. Para que se asemeje a todos los demás ministerios. Para uniformizar a la cultura, para imponer a artistas, gestores y audiencias un esquema de funcionamiento similar a la defensa, las relaciones exteriores, la salud o la vivienda.

¿Para qué? Si hay una institucionalidad que ha funcionado en lo principal, que ha destinado crecientemente recursos a los creadores, que ha desarrollado un programa exitoso de infraestructura, que ha permitido, como en ningún otro sector, que los incumbentes sean considerados en los diferentes consejos, convenciones, comisiones evaluadoras y corporaciones privadas sin fines de lucro.

Para que toda esta participación se ordene. Que exista una autoridad unipersonal y un Directorio Nacional cuyos cuatro miembros provenientes de la sociedad civil sean ratificados por los 3/5 del Senado y reciban una dieta. Actualmente, son cinco, sólo dos son sometidos a aprobación senatorial, para lo que basta la simple mayoría, y son ad honórem. Esta modificación, bajar de cinco a cuatro, huele a componenda: dos de gobierno y dos de oposición, introduciendo un factor "empate" en la designación de personalidades de la cultura, a todas luces injusto, dado que es evidente que la mayoría de ese mundo simpatiza con un sector político.

Una matemática simple, señala que la reducción del Directorio Nacional de once a diez miembros termina con la posibilidad de que éste tenga una mayoría diferente a la del gobierno: tres Ministros o representantes de ellos, dos de los aprobados por el senado y uno de los dos representantes de las universidades suman seis. Es decir, tendríamos siempre un Directorio Nacional oficialista, en el que la autoridad política no tendría  inconvenientes para hacer valer sus determinaciones. ¿Dónde queda la permanencia de políticas culturales de Estado?

¿No es rigidizar lo existente reducir a cada cinco años la posibilidad de que dicho Directorio apruebe políticas? Si bien es cierto que mantiene su facultad de aprobar la asignación los recursos del Fondart y del eventual fondo concursable del sector del patrimonio, sólo "conocerá" de las asignaciones de los fondos del audiovisual, el libro y la música. ¿Y si son contradictorios con lo aprobado en el Fondart o el Fondo del Patrimonio? ¿Quién resuelve? Obviamente el Ministro; actualmente el Directorio Nacional tiene amplias atribuciones al respecto. 

Además, el Directorio podrá "proponer al Ministro de Cultura los proyectos de ley y los actos administrativos que considere necesarios para la debida aplicación de las políticas culturales", cuestión que evidentemente no existió en el proyecto actual, generado de manera inversa.

Cuesta imaginar que tales rigideces no provengan de los sectores más conservadores de la cultura, en particular aquellos del ámbito del patrimonio, que disponen de una institucionalidad pesada, que data de 1929 cuando el gobierno del general Carlos Ibáñez creó la DIBAM y que han puesto precio a su modernización. Un "amarre" ante los cambios.

En definitiva, un gobierno en su última cuenta pública, intenta, legítimamente, dejar alguna huella en el terreno cultural legislativo. Pero carece de un pensamiento fundacional o programático que le permita una solución creativa, realista y que recoja las inquietudes actuales del sector, que se reflejan día a día en el debate que emerge cuando se cierran salas de teatro o se incendia un edificio patrimonial. Ante ello, recurre al expediente del orden de lo existente, pretendiendo equilibrar las cualidades inequívocas de un Consejo con los temores ancestrales de sus conservadores patrimonialistas.

Es justo recordar que los gobiernos anteriores legislaron copiosamente en este ámbito, optando por el camino aparentemente más difícil de “desordenar” lo que había: innovando en la adopción de un Consejo de la Cultura las Artes en lugar de un ministerio; estimulando los aportes privados a organizaciones culturales sin fines de lucro en lugar de empresas; iniciando un incontenible desarrollo en la construcción de infraestructuras culturales; promoviendo la instalación en el país de protagonistas, hoy imprescindibles, como las audiencias y los gestores culturales, en lugar de públicos pasivos y ejecutores de presupuestos fiscales.

Tal “desorden” calza con las características del mundo de la cultura y lo refleja. 

Veremos, en la discusión que hoy comienza su trayecto parlamentario, si se acuerda aprobar este orden o el proyecto tendrá una vida tan corta como los meses que faltan para la próxima elección presidencial. 

03 mayo 2013

YO-YO MA Y ANA GONZÁLEZ

Además de la coincidencia temporal, la presentación del cellista chino-francés en el Teatro del Lago y la inauguración de la sala Ana González en el Centro Cultural Estación Mapocho, tienen aspectos en común. Más allá de que a uno lo bañe el Llanquihue y al otro el Mapocho y que los dos luchen contra nubes -de agua o de smog- para disfrutar del volcán Osorno o de la cordillera de Los Andes, ambos espacios culturales representan experiencias dilatadas en gestión y se encuentran en plena madurez.


El hecho de que Yo-Yo Ma dé un único concierto abierto en Chile en un teatro ubicado a 995 kilómetros de Santiago, revela que el país se ha dotado de espacios de calidad mundial en ciudades alejadas del centro, enclavado, en este caso, en un entorno capaz de acoger a mil doscientas personas que en su inmensa mayoría provienen de otras localidades. Y no es una experiencia única. Impactantes en esa línea son los festivales de cine en Lebu, Cielos del Infinito en Magallanes, Puerto de Ideas en Valparaíso o la feria del libro en Antofagasta. Todas ellas, sustentadas en una gestión con resultados evidentes y prolongados en el tiempo, como la que encabezan Nicola Schiess y Uli Bader, en Frutillar. 

Tales iniciativas regionales no sólo estimulan los viajes de los amantes del arte hacia sus ciudades sede, sino que, adicionalmente, su habitualidad promueve la inmigración de ciudadanos extenuados de vivir en las grandes ciudades. La reciente presentación de la revista  La Juguera, en Valparaíso permitió apreciar la constitución de una nueva elite cultural, avecindada en los cerros porteños, con origenes en diversas ciudades del país y que viene a ocupar el vacío que dejaron muchos oriundos que prefirieron las comodidades de balnearios cercanos o debieron resignarse ante el rigor del exilio político o económico.

A pesar de la incómoda nebulosa respecto de las cifras oficiales de población a la que nos tiene sometidos  el delirio de quienes porfiaron esterilmente por ser los mejores en el censo, es posible afirmar que, más allá de estas migraciones, puntuales o permanentes, Santiago sigue teniendo una enorme cantidad de población y, por ende, una mayor necesidad de atenderla culturalmente debido a las derivaciones perversas de la gran ciudad. Ese es precisamente el argumento que llevó al Parlamento, en 1990, a aprobar el presupuesto para  la remodelación de la antigua estación de ferrocarriles y convertirla en centro cultural.

Cuatro años duró esa remodelación, que culminó, en marzo de 1994, con una fiesta multicultural en la que Anita González fue la anfitriona. Entonces, el Estado de Chile asignó a la corporación que administra el espacio la doble misión de preservar el edificio, monumento nacional, y difundir la cultura.

Esa misión es la que ha madurado y se cristaliza en una tarde/noche -sólo ciento veinte horas después del concierto de Yo-Yo Ma- cuando en el Centro Cultural Estación Mapocho se abren gratuitamente al público tres exposiciones de artes visuales, seleccionadas en un riguroso concurso por un jurado de excepción; que conviven con el estreno de Zoo, de Manuela Infante en la Sala Ana González, y la presentación de Simulacro de Alta Costura de la serie Narciso de la coreografa Isabel Croxatto, en una sala de las Artes pavimentada por dos toneladas de ropa previamente donada por el público.

El entorno que recibía tanto a fotógrafos como instaladores, bailarines, artistas visuales y su público y a los invitados de la Compañia Teatro de Chile, era una estación reluciente, estrenando también dos ascensores, señalizaciones e iluminación, fruto de inversiones generadas por una gestión sin propósitos de lucro que destina sus excedentes a mantener y mejorar la infraestructura que, en nueve meses más será por tres días la capital mundial de la cultura, con motivo de la Sexta Cumbre de la IFACCA.

Manuela Infante, dramaturga y directora de la compañía Teatro de Chile, tras dar la bienvenida, sorprendió a los invitados a Zoo, refiriéndose a la contingencia “estrenamos una obra e inauguramos una sala, esta Sala Ana González, mientras se cierran dos importantes espacios”, destacando la importancia de contar con espacios de creación independiente, política y editorialmente, "como la que estamos".

Mientras, en la también recientemente bautizada Sala Lily Garáfulic, la artista iraní Vida Mehri, residente en Bélgica, inauguraba a la distancia la muestra La Bella Censura, inspirada en las condiciones socio políticas de su país natal.

Es que si algo no era nuevo esa noche, es la libertad de expresión artística que se respiraba junto al  Mapocho.

Afuera, Santiago inauguraba la primera lluvia del otoño, el aire húmedo recordaba aquel de Frutillar, escuchando a Yo-Yo Ma.