31 julio 2011

LOS ARCHIVOS DEL GENERAL


La  exhibición en TVN de la  serie "Los archivos del Cardenal" ha puesto en medio del debate la tragedia que significó  la dictadura que asoló Chile entre 1973 y 1989. Como es natural, dicha serie no podría exponer la totalidad de lo acontecido y parece oportuno traer a colación una mirada de lo que ocurrió en el campo de la cultura. Para ello, reproduzco un fragmento del Capítulo 3 La cultura bajo dictadura, del libro "Cultura:¿quién paga? Gestión, infraestructura y audiencias en el modelo chileno de desarrollo cultural" RIL editores, 2006.

"En 1973, el Estado chileno tenía injerencia en la casi totalidad de las actividades culturales desde los derechos de autor, hasta la publicidad y distribución masiva de libros. Tras el golpe militar, las nuevas autoridades realizaron, a muy corto andar, acciones orientadas a desmantelar el aparato cultural del Estado, sin tener claro por qué reemplazarlas. Con la designación de rectores militares se inmiscuyen de hecho en los canales de televisión universitarios y Televisión Nacional. El asalto a las instalaciones de Chile Films, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Bellas Artes, luego de un grotesco despliegue de fuerzas militares por el Parque Forestal, señalan que la guerra contra el comunismo se daba también en el terreno de la cultura.
        
         Desafortunadamente, la toma de lugares tan estratégicos no fue suficiente. Los militares asestaron también golpes a artistas y a productos culturales. Se registran las quemas masivas de libros, transmitidas en directo por los noticiarios de TV, que cumplieron con la educativa tarea de que cada poseedor de una biblioteca conformada por algunos textos con nombres o sellos conflictivos fueran quienes incineraran sus propios libros. Fueron asesinados el cantautor y director de teatro Víctor Jara,  y el director de la orquesta de La Serena, Jorge Peña Hen. 

         La muerte de Pablo Neruda, motivada  por un antiguo cáncer y una entrañable tristeza, el 23 de septiembre de 1973 en la Clínica Santa María de Santiago a dónde fue trasladado desde su casa en Isla Negra, fue considerada como símbolo de que, “con él, morían en Chile la inteligencia, la creación y la poesía.[1]

         Según Alfonso Calderón “la universidad era como una isla de los bienaventurados. Había un marino de Rector, la Iglesia pesaba y había gente de derecha honorable. Permanecí en la Universidad Católica algunos años. En ese tiempo me tocó ver muchas cosas. La quema de libros, sin embargo, la vi después, en París, de visita donde unos amigos. Un niño que veía la tele llegó corriendo a avisarnos que en Chile estaban quemando 'libros de Francia'. Un corresponsal llamaba la atención sobre un volumen, La Comuna de París, que era pasto de las llamas. Eran libros que habíamos publicado en Quimantú, algunos tan inocentes como las Rimas de Gustavo Adolfo Becker o La sangre y la esperanza de Nicomedes Guzmán, algo de Neruda también. Me acordé de una respuesta de Freud cuando le contaron que sus libros habían sido quemados por los nazis: 'Menos mal que no me quemaron a mí'. Un consuelo pero más bien un sufrimiento. Mucha gente en esos días se hizo el harakiri quemando su propia biblioteca. Luego vino la intervención de las bibliotecas públicas. La Biblioteca Nacional tuvo que resguardar una serie de obras en peligro, libros de Julio César Jobet, Ramírez Necochea, Recabarren, etc. Todo lo que oliera a socialismo. Trataron de 'blanquear' la Editorial Quimantú bautizándola como Gabriela Mistral, pero fue un fraude”.[2]

         Partieron al exilio centenares de creadores, algunos fueron tomados prisioneros, torturados y otros fueron hechos desaparecer; se censuraron las publicaciones de diarios, revistas y libros y la televisión comenzó un concienzudo proceso de enajenación colectiva. La prensa escrita a nivel nacional se redujo a dos cadenas de diarios.

         En 1976 participé activamente en el primer intento de crear una prensa opositora, la fundación de la revista APSI. Fue autorizada para escribir sólo análisis internacional. Aún así, sus primeras ediciones debían ser sometidas a la oficina de censura, primero a nivel de originales. Una vez aprobados éstos se obtenía el permiso de impresión. Luego debía someterse a la misma oficina los ejemplares impresos junto a los originales. Una vez chequeado que no había cambios, se obtenía recién el permiso de circulación. Luego de algunos años, comenzó tímidamente a publicar artículos nacionales “sin tocar a la familia real” como apuntaba el censor de la Dirección Nacional de Comunicación Social del gobierno, el sociólogo José Luis Garmendia. En agosto de 1981, fue clausurada por la autoridad y, como director responsable, fui amenazado de expulsión del país en caso de volver a publicarla, ante la impasibilidad del Poder Judicial que solicitaba pruebas de las intimidaciones para poder aceptar el Recurso de Protección presentado. Luego de unos meses de silencio, la revista reapareció con nuevo director y tocando sólo temas internacionales.

         La censura alcanzaba también a los libros e impedía que fueran editados sin autorización pero normalmente las solicitudes dormían en las oficinas de los censores. Luego de los primeros movimientos de protesta masiva,  a mediados de los 1980s,  expresada en caceroleos especialmente en los sectores medios, el gobierno militar decidió anunciar el fin de la censura a los libros como una medida de apertura. Aún así no era fácil publicarlos. Luego de que tres casas editoras no se aventuraran a hacerlo y con un prólogo encabezado por el escudo cardenalicio del arzobispo católico Raúl Silva Henríquez, fue impreso Miedo en Chile[3] que consistía en testimonios de chilenos y chilenas de todas las condiciones e ideologías que confesaban sus temores: unos a la dictadura, otros al comunismo, otros a la pobreza…La presentación del libro se hizo, bajo estado de sitio, en la librería Altamira, de propiedad del escritor Jorge Edwards, en el centro de Santiago, con carabineros en tenida de lucha callejera que la rondaban permanentemente y estuvo a cargo de la historiadora Sol Serrano y el ex senador Renán Fuentealba. 

         Peor suerte corrieron quince mil ejemplares de un libro de García Márquez que llegaron al puerto de Valparaíso, en noviembre de 1986, junto a un par de cientos de ejemplares de un libro sobre la izquierda latinoamericana.[4] Los textos fueron interceptados por orden del Almirante Hernán Rivera Calderón, Jefe de Zona en Estado de Sitio e incinerados en el mismo recinto portuario luego de seguir trámites burocráticos que dejaron singular registro de la atrocidad y de los funcionarios responsables.

         La represión al teatro se manifestaba en amenazas de diverso tipo a los actores y acciones clandestinas directas como el incendio de la carpa en la que se exhibía la obra Hojas de Parra con textos del poeta Nicanor Parra o la detención de la madre de Oscar Castro, actor que representaba en la sala La Comedia una obra basada –oblicuamente por cierto- en el postrer discurso de Salvador Allende en La Moneda, el día de su derrocamiento. Ella permanece como detenida desaparecida.

         No obstante el apagón, se podía detectar cierta  tenacidad cultural a lo menos en tres circunstancias: desde el exilio, muchos pensadores y artistas chilenos ocupaban su destierro en  formarse y crear importantes obras, muchas veces con recursos que no se soñaban en su país. Los nombres de Inti Illimani y Quilapayún en la música popular; Isabel Allende, Ariel Dorfman y Antonio Skármeta en literatura, o Andrés Pérez y  Mauricio Celedón en la dirección de teatro comenzaron escucharse con frecuencia, especialmente en Europa. El conocimiento en Chile de sus logros, las acciones de solidaridad que realizaban y su constante empeño por poder regresar eran un aliciente.

         Los organismos solidarios, especialmente aquellos vinculados a los derechos humanos y a las iglesias, comienzan a apoyar exposiciones plásticas, montajes teatrales, grupos musicales, talleres literarios, que germinalmente van intentando llenar el vacío cultural.  El grupo Ictus orientó sus creaciones colectivas a obras sobre la cesantía o la represión como Pedro, Juan y Diego. En ello contaron con el apoyo del personal de la Vicaría de la Solidaridad, puntualmente asistente a las funciones de pre-estreno, en un intercambio de agradecimiento a su abnegada labor por una parte y como críticos preliminares de la obra, por otra

       En las comunas de Santiago de mayores recursos económicos como Las Condes, Vitacura o Lo Barnechea y en torno a centros culturales tradicionales se mantuvieron algunas orquestas, grupos de ballet y artistas plásticos.

         Una situación que agobiaba al arte y la cultura, como la descrita, no podía prolongarse. Con el plebiscito del 5 de octubre de 1988 se consagró el inicio del retorno de la democracia". 


[1] Manuel Antonio Garretón, Consejero Superior de la Universidad Católica, durante la sesión en la cuál se informó a los Consejeros que asumiría un Almirante como Rector Delegado. Septiembre 1973.
[2] Alfonso Calderón, Escritores y periodistas salvados de la hoguera. Febrero 1999.
 [3] Patricia Politzer, Miedo en Chile. CESOC, primera edición, 1985. Luego traducido al inglés Fear in Chile: lives under Pinochet, Pantheon, Nueva York y al italiano Paura in Cile. Roma.
[4] Gabriel García Márquez, Miguel Littin clandestino en Chile  Editorial Oveja Negra, Colombia, 1986 y Teodoro Petkoff, La izquierda latinoamericana, Editorial Oveja Negra, Colombia.

11 julio 2011

LA CULTURA Y EL OLIVO DE LA PAZ

Viajar a Bolivia -desde Chile- es siempre una aleccionadora experiencia, desde los inverosímiles vuelos que se transforman de nacionales en internacionales y vice versa hasta la comprobación, una vez más, de que somos dos países tan cercanos como complementarios. Todo, resumido en que es en el terreno cultural dónde más debemos desarrollar -continuar desarrollando- lo más rico de nuestras cercanías, aplicando la diplomacia de los pueblos o de la sociedad civil, que tiene como herramienta emblemática el intercambio de las culturas. 
Esta vez -en una sociedad que comienza a debatir una posible legislación de estímulos tributarios para la cultura- el motivo fue una conferencia sobre la  experiencia de financiamiento del Centro Cultural Estación Mapocho, apoyada por el Consulado General de Chile, junto a un ciclo de clases en el diplomado en Gestión Cultural de la Universidad Nuestra Señora de La Paz y Visión Cultural, referidas a los modelos internacionales de desarrollo cultural y su relación con el modelo de consejos de las artes que se aplica en Chile. 
Del Estado Plurinacional de Bolivia, sin duda, tenemos muchísimo que aprender, en especial la forma señera de asumir su condición  multicultural y la manera cómo sus 37 culturas coexisten, se respetan y conviven con dignidad semejante. Lo que ya habíamos apreciado cuándo el gobierno boliviano presentó en 1994 y 1995, en el Centro Cultural Estación Mapocho, las magníficas jornadas  "Bolivia, la magia de su diversidad" y  cuando, en Santiago en 2005 (a la que pertenece la foto) y en La Paz en 2006 se desarrollaron sendos encuentros de gestores culturales chileno-bolivianos que tuvieron como uno de sus resultados el provocar el primer encuentro de un Ministro del Gobierno de la recién asumida Presidenta Bachelet -Paulina Urrutia- con el Presidente Evo Morales, completamente fuera de protocolo, ya que la funcionaria chilena participaba como acompañante de la delegación de gestores de su país.
Pero, la diplomacia cultural está llena de esos pequeños grandes gestos, como por ejemplo toparse en plena plaza San Martín de La Paz, en el barrio Miraflores, con un sencillo olivo donado a la ciudad por el Consulado General de Chile con ocasión de nuestro Bicentenario, en septiembre pasado; o encontrar al Director del Museo Nacional de Arte del Banco Central de Bolivia, Edgar Arandia, empeñado en acoger obra de artistas chilenos para una próxima exhibición sobre la Memoria de los procesos dictatoriales de América del Sur; o vislumbrar.al curador chileno Justo Pastor Mellado brincando por las calle de El Alto y La Paz preparando una bienal boliviana de artes plásticas.
Sin duda, también aportan la calidez y el respeto con que los futuros diplomados en gestión cultural acogieron las experiencias chilenas en donaciones culturales, autofinanciamiento y financiamiento de centros culturales y algunas características de la participación privada sin fines de lucro en la gestión de espacios artísticos.
Se trata de una tarea de los países que implica abarcar a todos sus componentes, aún sus líneas aéreas que, comerciales y todo, debieran ofrecer a bolivianos y chilenos vuelos dignos de carácter internacional, que unan en directo a nuestras capitales, como ocurre por lo demás con las de todos los otros países vecinos y muchos no tanto. 
Una medida así ayudaría a olvidar el impresentable espectáculo de que el único carro que recorre los pasillos del segmento del vuelo calificado de "internacional" -entre Iquique y La Paz- sea el que ofrece productos del duty free. ¿Es esa la imagen que queremos dar a quienes nos visitan?


Tema para la Fundación Imagen de Chile.

04 julio 2011

LA BUENA FORMA DE LEGISLAR

El día que se cumplen 200 años del Congreso Nacional -casualidad o causalidad- un influyente diario chileno, La Tercera, escogió editorializar sobre un proyecto de Ley anunciado y que parece transitar por los carriles de aquellas legislaciones con perfume de acuerdo: la Reforma a la Ley de Donaciones Culturales. Es que, a diferencia de otras iniciativas recientes, al menos en el campo cultural, detrás de este proyecto conducido por el Ministro Presidente del CNCA han existido muchos meses de reflexiones, evaluación de la legislación a perfeccionar - la "Ley Valdés"- y sobre todo, un afán de profundizar lo existente y no comenzar de cero, reemplazándolo o sencillamente retrocediendo en lo logrado previamente.

Tampoco es un tema ausente de las legislaturas del mundo. El primero de agosto de 2003, Francia -un icono de la presencia estatal en cultura- aprobó una ley de Mecenazgo, asociaciones y fundaciones para estimular las donaciones privadas a las artes. Perú la discutió hace pocos meses y Bolivia ha recibido un principio de propuesta de sus actuales autoridades culturales en esta misma línea, tal como ha sido reseñado en este blog. Proverbiales han sido los casos de Brasil y Colombia en este mismo sentido.
En nuestro país, luego de una columna del ministro Luciano Cruz Coke, del domingo 26 de junio, anunciando el envío de las modificaciones tan anunciadas, comenzaron a conocerse las primeras reacciones al respecto. Algunos eventuales beneficiarios con el cambio, estiman que el cine y el patrimonio serán los más favorecidos. El Mercurio editorializó el 30 de junio señalando:"al permitirse que personas naturales puedan donar con cargo al impuesto a la herencia se agrega una fuente adicional de financiamiento a la cultura que en otros países ha probado ser significativa: grandes museos, bibliotecas públicas y salas de arte y teatro han obtenido por esta vía inestimables recursos. Y, al sumar como potenciales donatarios a las pequeñas y medianas empresas de giro cultural -tales como productoras de cine, de artes visuales, de música o de patrimonio-, siempre que sus proyectos sean aprobados por el Comité de Donaciones Culturales, se fortalece desde la base la institucionalidad cultural". Desde Talca, Pedro Sierra opina que "esta ley es muy importante ya que entrega recursos frescos a las entidades de las artes que son necesarias para generar más cultura buena calidad".

Como está dicho, el 4 de julio, La Tercera editorializa señalando "para que un eventual mal uso no lleve en el futuro a un nuevo retroceso, es deseable que se contemplen mecanismos de transparencia para que quienes sean beneficiarios de estos aportes entreguen información fidedigna sobre sus actividades y sobre quién es responsable por que ellas respondan a los fines previstos. En definitiva, esa transparencia y sanciones a quienes infrinjan la ley serán los mejores controles al buen uso de los beneficios tributarios".
Nuestros parlamentarios están prontos a recibir una propuesta pensada, consensuada en muchos aspectos y abierta a recibir su irreemplazable aporte, tal como se hacía en esa sede que inicia esta nota.


La antigua forma de legislar o, tal vez, simplemente, LA forma de hacerlo.


Quizás el mejor homenaje a su Bicentenario sea que legisladores y legislados avancemos a lo que el país espera: buenas leyes para Chile y sus mayorías.


No es tan difícil. Y lo hemos logrado muchas veces en estos 200 años.

01 julio 2011

EL MODELO EN LA BOTELLA




Una botella de vodka –ruso- y varios vasitos pequeños, adornaban la mesa desde la cuál Gabriel Matthey y sus compañeros expondrían el modelo Ingeniero de relación del Estado con las Artes, sistematizado por Chartrand[*]. Era la clase postrera del curso de Políticas Culturales del Magister en Gestión Cultural y correspondía entregar su disertación al último grupo. La pasión con que, en pleno siglo XXI, esos estudiantes expusieron aquellas características del modelo ruso –autoritario y poco participativo- practicado por zares y soviets les hizo acreedores de una buena nota y merecedores del trago de vodka con que –parodiando a Pedro el Grande que promovió la cultura con similar incentivo- celebramos el fin del curso.
El “detalle” perteneció a Gabriel, gran domador de amplitudes, capaz de abarcar mucho más que de apretar, rasgo que revela, una vez más en su libro “Modelo de Gestión Cultural para Unidades Territoriales de Chile”, publicado en la colección Teoría de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.
Matthey, uno de los primero graduados del Magíster en Gestión Cultural de la misma Facultad hace en él un esfuerzo gigantesco de desarrollar un modelo en tierra baldía, donde hay poco –lo que es casi una exageración, debo decir casi nada- adelanto de conceptos y escasa reflexión práctica. Se propone así un objetivo mayor que pasa por desglosar la que entiende como dinámica cultural del inicial siglo XXI a formular un recetario o manual de consejos para los gestores que actúan en el territorio nacional.
Decía que hay poco desarrollo de conceptos y se nota. Matthey escabulle esa limitación esgrimiendo algunas definiciones, por naturaleza pobres, mezcladas con afirmaciones notablemente acertadas como “existe una correspondencia directa entre el proyecto de desarrollo cultural y el espacio arquitectónico que lo cobije” (p.46). Más adelante se afirma en experiencias recogidas para recomendar, por ejemplo, a las Corporaciones sin fines de lucro por sobre las Fundaciones de similar característica (p.59); para manifestarse partidario de las “marchas blancas” previamente a echar a andar un centro cultural, para sugerir con énfasis la necesidad de escabullir las condicionantes políticas que suelen venir de autoridades elegidas como los alcaldes (p.57), para usar metaforones como los dos brazos acogedores que caractericen a un centro cultural con obviedades como la necesaria participación comunitaria y la consecuente accesibilidad del espacio (p.47).
Sin duda, Matthey es un pionero y su publicación lo deja en evidencia, así como queda a la vista la necesidad de que las universidades profundicen en la investigación vinculada a la gestión cultural y las políticas culturales. Desafortunadamente, muchas casas de estudios se preocupan más (y peor) en crear diplomados o postitulos de dudosa categoría y escasa duración, algunos de los cuales abortan al primer intento por falta de matrículas.
Por lo mismo, es loable el esfuerzo de Matthey, la acogida que tuvo en la Colección Teoría de la Universidad de Chile y la preocupación de esta revista Resonancias de la Pontificia Universidad Católica por darlo a conocer. Pero no es más que el inicio, en un vaso pequeño, que debe tragarse rápido para pasar al siguiente y compartirlo con una comunidad de gestores culturales cada vez mayor a la que muy pronto no le va a bastar con un trago así de inicial.
No olvidemos que Pedro el Grande usó el vodka para atraer a los hombres de San Petersburgo, mientras a las mujeres ofrecía un tazón de café para que conocieran por primera vez un museo. Más tarde, los zares construyeron esa maravilla que es L’Hermitage (en la foto), poseedor de tres millones de piezas. Mientras sus sucesores comunistas convirtieron muchas estaciones del Metro moscovita en el museo del pueblo.
Y todo comenzó con un vaso de vodka. Sólo bastaría que el aperitivo que nos ofrece Matthey transite por similar destino y tengamos pronto grandes museos y un metro cultural.
Aunque estemos sólo en el inicio del comienzo.


Reseña de la obra de Gabriel Matthey "MODELO DE GESTIÓN CULTURAL para unidades territoriales de Chile", Colección Teoría 25, Facultad de Artes, Universidad de Chile, publicada en  RESONANCIAS del Instituto de Música de la  la Facultad de Artes de la Pontificia Universidad Católica de Chile 28, mayo 2011.
[*] Publicado en "The Arm's Length Principle & The Arts: An International Perspective - Past, Present & Future", in Who's to Pay? for the Arts: The International Search for Models of Support, M.C. Cummings Jr & J. Mark Davidson Schuster (eds.), American Council for the Arts, NYC, 1989.