24 junio 2013

DEBATES Y CULTURA: ¿QUÉ DEBATIR?

La realización de diversos foros de candidatos presidenciales en televisión ha revelado una cierta demanda del mundo de la cultura por que ésta aparezca mencionada o, mejor, discutida, en tales cenáculos. No era difícil prever que tales aspiraciones, junto con ser improbables, devolvieran la pregunta. ¿Debatir sobre cultura? ¿Cuáles serían los temas?

De los incumbentes, seis presidenciables, sólo uno ha presentado lo que podría llamarse un Programa cultural, otro ha esbozado ideas en un par de temas -patrimonio y lectura- y los otros cuatro aún no se han pronunciado al respecto.

Es verdad que los grandes temas que concentran a los equipos posiblemente gobernantes son la reforma educacional y su financiamiento -vía reforma tributaria- junto con cambios constitucionales que parecen inevitables.

Frente a encrucijadas tan poderosas, parece ingenuo pensar que resolver las carencias del Fondart o las futuras programaciones de los recientemente construidos centros culturales vayan a ocupar algún segundo de los escasos disponibles en TV. Mucho menos las disquisiciones sobre el proyecto de un eventual Ministerio que parece hacer alcanzado el difícil consenso de que es insuficiente y que, en el mejor de los casos, está impregnado del gobierno saliente, por lo que no debiera ser bandera principal de algún aspirante a reemplazarlo.

Por tanto, la tarea del mundo cultural está en cómo se explicita cuánto de cultural tienen las grandes propuestas para la próxima administración. Es una misión intersectorial. Desde luego, en el terreno educacional, hay muchísimo que hacer. Cómo se refuerzan, en las reformas que vienen, la formación de audiencias desde la mas temprana infancia y cómo jardines de infantes, escuelas, liceos y hasta universidades imparten formación en las artes, la apreciación de las mismas y creación de hábitos de consumo cultural. Sin desconocer el rol indispensable de las universidades públicas en la formación de artistas.

Lo mismo puede decirse de la socialización informal que imparte cotidianamente la TV y cómo el Consejo Nacional que debiera regularla, junto a la oportunidad de la televisión digital, se allanan a ser aliados en esa imprescindible creación de audiencias sensibles a producciones de calidad artística y cultural que llegan a la población por todo tipo de pantallas.

La multiplicación del tiempo al que la ciudadanía está expuesta a pantallas de cine, TV, teléfono o computador y sus variedades cada vez más "inteligentes", debe ampliar la mirada de las políticas culturales hacia una producción audiovisual, en viejos y nuevos formatos, que dispongan de contenidos culturales diversos y atractivos.

Tal diversidad está necesariamente vinculada a la incorporación de los pueblos indígenas, su cultura y sus lenguas al uso corriente del concepto de herencia multicultural que deberá impregnar una nueva fase.

Por tanto, también en el terreno de una eventual reforma constitucional será posible distinguir contenidos culturales no sólo en el ámbito de los pueblos indígenas sino además en el de los derechos culturales de cada ciudadano, que debieran llegar a ser elevados al alto rango de la carta fundamental. Y de paso, una "des-binominalización" del sistema político facilitará la incorporación de una nueva diversidad en instancias rigidizadas por el sistema político binominal vigente, como son el Consejo Nacional de TV o el Directorio de TVN.

Una vez establecido el sueño, es decir, definidos programáticamente los caminos para intentar cambios constitucionales, establecidos los mecanismos de una convivencia provechosa entre cultura y educación formal e informal y entre cultura y pueblos originarios, podrá el mundo de la cultura abordar -en ese marco- lo que desde hace una década tenemos en institucionalidad y práctica cultural, que por cierto tienen mucho por perfeccionar. 

Aunque nunca tanto, como para ser "carne de debates".

19 junio 2013

FUSILEROS, NAZIS, GOLPISTAS Y OTRAS YERBAS




La calma que precede a la generación de programas de gobierno en el sector de la cultura ha dejado terreno libre, en los medios de comunicación, a noticias sobre diferentes truhanerías de algunos que han ocupado -temporalmente- puestos de trabajo en el Consejo Nacional de la Cultura y que han quedado en evidencia, más por la páginas policiales y las redes sociales, que por el esfuerzo de las autoridades del Consejo. 

En efecto, las informaciones nos han revelado que el Director Regional de la Araucanía rasgó sus vestiduras de oficial de reserva de la Fuerza Aérea, defendiendo por escrito a 16 funcionarios en retiro de la FACH, procesados por la desaparición y muerte del doctor Hernán Henríquez en octubre de 1973 y sostuvo que "la violación a los Derechos Humanos ocurrida tras el golpe de estado era inevitable; ya que el país estuvo al borde de la guerra civil". En pocas horas, Benjamín Vogel fue cesado de su cargo.

En el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes se desempeñó, entre 2008 y 2010, el indultado ex frentista Jorge Mateluna, detenido con un fusil M16, por el frustrado asalto a un banco en Pudahuel y a quien se le imputaron cuatro delitos. Según registros del Directorio de Transparencia, prestó servicios a honorarios como "encargado territorial" en el programa Creando Chile en Mi Barrio y "encargado de diseñar una estrategia de coordinación, seguimiento y evaluación" en dicho plan.

Anteriormente, debimos conocer de un guardia de la sede central del Consejo en Valparaíso que pertenecía a grupos neo nazis. El Consejo ordenó que Bernardo Mora fuese apartado de sus funciones dado que los denunciantes, externo al Consejo, el MOVILH y la Comunidad Judía exhibieron fotos de Mora caracterizado como simpatizante de ideologías neo-nazis y  el Frente de Orden Nacional (Fon). Carlos Lobos, subdirector del Consejo, anunció que pedirá a la empresa externa Alfa, la encargada de contratar en Valparaíso a los funcionarios de seguridad, que entregue una lista de todos sus empleados, de manera de determinar si hay más personas pertenecientes a ideologías neo-nazis.

Esas tres perlas de ninguna manera empequeñecen la abnegada labor de los funcionarios del Consejo -que denunciaron 120 despidos injustificados durante los dos primeros años del actual gobierno- pero ponen en alerta, de cara a un nuevo período presidencial, el cuidado que las nuevas autoridades deben tener en el sector cultural y en el reclutamiento de los nuevos directivos que dependen de la autoridad política.

Como una colaboración en esta tarea inminente, es preciso considerar que en nuestro país, específicamente en el Magister de Gestión Cultural de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile se han desarrollado desde su creación en 2007, treinta y una tesis de los estudiantes que tienen como principal área de interés la Gestión Cultural, en la que se aprecia una mayor presencia de temáticas sobre culturas locales, patrimonio, artes, museología y educación. Mientras que en Políticas Culturales –segunda preferencia–, encontramos legislación, política internacional, descentralización y gobiernos municipales. Como tercera alternativa se ubica la Cultura Económica, de la que emergen, en su mayoría, temas relacionados con marketing cultural, industrias creativas y evaluación social de proyectos culturales.


Cada año, este programa suma más egresados, muchos de ellos con grados de Magister, que sin duda pueden elevar el nivel de autoridades intermedias e instancias de estudio y reflexión del CNCA, varias de los cuales han desarrollado sus tesis de grado sobre temas relacionados con el propio Consejo, las políticas culturales, las artes o el teatro, las redes culturales o el diagnóstico de la gestión cultural en los museos de las Fuerzas Armadas y de Carabineros de Chile, que causó revuelo público hace unos meses.


Sin duda, mejorar el capital humano del CNCA, a niveles nacional y regional, no sería posible sin que regrese a sus funcionarios la mística que se deterioró fuertemente en la gestión que terminó, tanto por la ausencia de un sueño orientador como por la desconsideración de sus opiniones en proyectos tan importantes para ellos como serían los eventuales cambios institucionales.


Por ahora, y mientras se diseñan los sueños programáticos de todos los sectores -seguramente vinculados a la necesaria simetría entre cultura, artes y educación y a la reorganización institucional de nuestro patrimonio y herencia-, sólo cabe esperar que la administración que inicia el escritor Roberto Ampuero, pueda devolver la confianza perdida en la figura del Ministro de Cultura y asumir plenamente su liderazgo, sin tener que recurrir a su entrañable personaje, el detective Cayetano Brulé, para desenmascarar otros eventuales forajidos, camuflados en nuestra vigorosa institucionalidad cultural.

06 junio 2013

CRUZ COKE, LA CONTINUIDAD Y LA AUSENCIA

Desde la creación del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, en 2003, los gobiernos hicieron lo posible para instalarlo y luego desarrollarlo conforme a lo dispuesto por la ley. Primero, se encomendó la tarea a un conocedor de "la interna" del aparato público, el ex subsecretario de Educación José Weinstein; luego el bastón lo tomó una luchadora desde la sociedad civil por la creación del Consejo, la actriz y dirigente gremial Paulina Urrutia. Bajo el gobierno Piñera no se optó ni por lo uno ni lo otro, "sino todo lo contrario", un actor sin trayectoria en lo público ni en lo gremial. El resultado está a la vista, Luciano Cruz Coke optó por desarrollar su personal carrera política, sin deberse ni a compromisos gremiales ni a un cariño especial por el servicio público.

No se puede decir, en la hora de los balances, que su labor haya sido agotadora ni desgastante. Al menos en lo que a popularidad se refiere. Sin haber dejado una herencia notable, optó por el seguro camino de continuidad de lo positivo de administraciones anteriores, que no era poco -programa de infraestructura y centros culturales, iniciado el 2000; modificación de ley de donaciones culturales, dictada por primera vez en 1991- junto con agregar los aspectos más obvios de la coyuntura: un programa de reconstrucción patrimonial luego del 27/F y un ordenamiento interno del personal del servicio público que encabezaba.

Quizás lo más complejo de su gestión de tres años y tres meses fue dar la cara frente a determinaciones impresentables que no nacieron en su gabinete: la postergación de la segunda etapa del GAM; el recorte presupuestario del 50% que afecta a Matucana 100 y Balmaceda Artejoven y la pérdida "en la noche de los tiempos" del proyecto de ley del Instituto del Patrimonio. De ellas salió airoso, dejando la puerta abierta para que tales despropósitos puedan ser revertidos por una nueva administración, menos caprichosa. 

Su sello quizás estuvo más bien en la actividad internacional, dónde se esmeró por que el Consejo cumpliera papeles dignos en la FIL de Guadalajara, la Bienal de Venecia y próximamente en la Cumbre Mundial de la Cultura de enero 2014, sin poder hacer lo mismo con la anunciada Comisión Fílmica que se desacreditó "en la puerta del horno" debido a una poco feliz alusión a la escasa sindicalización de los cineastas nacionales en una publicación oficial y la casi desconocida  performance de uno de sus ejecutivos que terminó en manos del Consejo de Defensa del Estado.

La aludida falta de experiencia en el servicio público de él y sus cercanos, llevó a la caída de al menos uno de sus sub Directores por malas prácticas en licitaciones, a pesar de haber logrado un alto nivel de eficiencia en otros sistemas de manejo de los dineros públicos.

Quizás si su mayor cruz estuvo en tener que implementar, a como diera lugar, los reiterados anuncios presidenciales de crear un Ministerio de Cultura. Se negó a escuchar todas las inconveniencias que se le representaron desde diversos actores culturales y gremiales y logró que, a horas del último Mensaje Presidencial, la iniciativa fuera depositada en la Cámara de Diputados, dónde aún espera ser vista por vez primera el próximo 12 de junio, con paternidad nueva y destino más que incierto.

Tal vez el principal recuerdo de su trienal paso por el servicio público sea su ausencia de los grandes temas y debates que sacudieron al mundo de la cultura durante ese tiempo: la quitada de piso gubernamental a la iniciativa de beneficiar a las Pymes culturales con la Ley de Donaciones; la crisis de las salas de teatro independientes; la disolución de la Editorial Jurídica; la invisibilidad de pueblos indígenas y mujeres al constituir el Directorio Nacional; el posible asesinato de Neruda; los cambios en corporaciones culturales del Providencia y el Teatro Municipal de Santiago; las críticas oficialistas al Museo de la Memoria; el debate sobre la gestión de los museos militares; el eventual Museo Matta; las "asimetrías" en las Convenciones Nacionales complementadas por el bajísimo perfil del Directorio Nacional y el aún menor de los comites consultivos. 

Agréguese a ello las quejas provenientes de las regiones, por ejemplo desde Chillán, y su más reciente ausencia en inauguraciones, conciertos, recitales notables, sin que apareciera un reemplazo  ante comprensibles inconvenientes.

Los hechos dejan en evidencia que la preocupación ministerial estaba -legítimamente- en su futuro político, sea como parlamentario y/o como adalid de un nuevo movimiento.

Ante ello, el mundo de la cultura tiene también el legítimo derecho a reclamar una nueva autoridad que recupere los sueños, la capacidad de realizarlos o al menos intentarlo. 

Para un mundo que fue capaz de contribuir decididamente en la Campaña del NO que terminó con una dictadura, no parece como una demanda excesiva, a la que se agrega ahora la de recuperar tres años y tres meses de continuidad y ausencia.