Visita del Board de la Federación de Consejos de las Artes al Centro Cultural Estación Mapocho |
Me ha tocado “en mi vida errante”, como dice el poeta, enfrentar a muchos auditorios y co panelistas, sobre todo desde que acometí la tarea de trasladar algunas décadas de experiencia en el ejercicio de la gestión cultural y la práctica de elaboración de políticas culturales a un libro, que poco a poco es visualizado, casi como un espejismo, en un área del saber que estaba desértica o “semi desértica”, como eufemísticamente se alude en nuestro país a ese desolado que comienza un poco al norte de Santiago. Ocurre que el panorama ante nuestros ojos respecto del tema que nos ocupa, en Chile se parecía más a La Serena que a San Pedro de Atacama, es decir, con mucha vida dos o tres meses al año o cuando un Presidente se ocupaba personalmente de ella, y una languidez tranquila el resto del tiempo.
A pesar de ello, estoy confiado en que los esfuerzos colectivos de finales del siglo pasado y comienzos de éste, por determinar y –la gran novedad- aplicar una Política Cultural de Estado comienzan, como en el riego por goteo, a germinar en nuestra sociedad porque por fin dimos con la clave y los énfasis adecuados: poner la mira no sólo en los escenarios, sino también en las plateas y ocuparse no sólo de la súper, sino también a la infraestructura.
Esos dos aspectos, que ahora aparecen evidentes, habían estado ausentes en la breve historia del desarrollo cultural chileno, que se remonta a sólo 194 años cuando se creó, en 1813, la Biblioteca Nacional, por cierto sin sede y con muy pocos lectores. Y estuvieron ausentes hasta fines del siglo XX, cuando los gobiernos de la Concertación comienzan a aplicar políticas culturales que consideran la formación de audiencias y la construcción infraestructura cultural.
Recojo y valoro, en primer lugar, como antecedentes la Carta Cultural Iberoamericana,[3] sus temas de preocupación reiterados hace pocos meses en Valparaíso y los énfasis que motivaron este encuentro y, espero, muchas otras reflexiones y sobre todo aplicaciones dentro del espíritu de “fomentar y promover políticas culturales públicas que contribuyan a potenciar la cohesión social, tales como: la democratización del acceso a los bienes y servicios culturales y la ampliación del acceso a los medios de expresión; la recuperación del espacio público para la vida cultural de la sociedad, el fomento del diálogo ciudadano que exprese la diversidad cultural y el reconocimiento en cada sociedad de las diversas identidades culturales, entre las diferencias de opciones religiosas, y el facilitar el que cada grupo identitario se reconozca y pueda ejercer su calidad ciudadana, con iguales derechos y obligaciones, y generen pertenencia a un proyecto común”.[4]
El visitante perplejo.Comenzaré intentando explicar la relación que veo entre los diferentes modelos de políticas culturales existentes en el mundo y la cohesión social con una descripción que, al menos en otros auditorios, ha dado buenos resultados y que dice relación con imaginarse personajes de diferentes orígenes nacionales que llegan a un mismo espacio cultural.
Si alguien llegara desde los Estados Unidos a la Sala Joaquín Edwards Bello del Centro Cultural Estación Mapocho, pensaría que Edwards fue un gran filántropo que donó dinero o hizo un endowment en favor del Centro Cultural. Calcularía que a lo menos un millón de dólares le costó que esa sala luzca su nombre.
Si, en cambio, el visitante viniera de Francia, estaría seguro que don Joaquín fue un Presidente de la República que dispuso, bajo su gobierno, que se construyera semejante centro cultural. Se recordaría así su gesto.
Si el extraño viniera desde Rusia, tendría probablemente la razonable duda si don Joaquín fue un miembro de la familia de los zares o un alto dirigente del Partido Comunista.
Ahora, si la visita proviniera del Reino Unido u otro los países de la Comunidad Británica, pensaría que Edwards Bello fue un noble o aristócrata que destacó en alguno de los Consejo de las Artes de los países de la Comunidad.
Nuestros visitantes sin duda se sorprenderían cuando supieran que Joaquín Edwards era pobre, que no tenía dinero para donar y que, de tenerlo, lo habría perdido apostando en algún hipódromo; que no fue Presidente de la República, Senador ni Diputado, sino “el inútil de la familia” que sólo aspiró al cargo honorífico de Cónsul de Chile en Valparaíso y que fustigó desde sus columnas periodísticas a políticos de todos los calibres; que no perteneció a ninguna familia real, sino más bien, según propio testimonio, descendía de un corsario, y que ni siquiera militó en una modesta base del Partido Comunista local; por cierto, que tampoco formó parte de consejo de las artes alguno pues, mientras vivió, no existían en Chile.
La sala fue denominada Joaquín Edwards Bello simplemente debido a que fue un destacado escritor y cronista, autor de numerosos libros. Cómo él, fueron honrados con proporcionar su nombre a diferentes salas del centro cultural la novelista María Luisa Bombal; el pintor Camilo Mori; el escultor Samuel Román; el escritor Pedro Prado; el pianista Acario Cotapos; el pintor Nemesio Antúnez, y el director teatral Pedro de la Barra. O sea, un gran respeto por los escenarios o quienes lo ocuparon.
- En consecuencia -preguntarían nuestros visitantes- ¿en Chile se honra con dar su nombre a una sala de un gran centro cultural sólo por ser un artista destacado? ¿No se mide su aporte en dinero, en influencia política, en condición aristocrática ni en tradición histórica?
Debería responder positivamente. Con absoluta razón el visitante preguntaría:
- ¿Y entonces, cómo se financia la cultura en este país? ¿Quién paga?
Preferiría omitirle que el Centro Cultural Estación Mapocho se autofinancia, para no incrementar su confusión, pero la verdad es que así es desde su creación en 1991 y que ello refleja una parte del modelo de desarrollo cultural que hemos adoptado en el país. Y aquí comienza históricamente el respeto por las plateas o el público que asiste.
El edificio de la estación se debe a inversión pública porque se gestó gracias a la audacia de autoridades de comienzos del siglo XX que resolvieron rescatar el borde sur del lecho del río Mapocho, encausarlo y construir allí no sólo el terminal ferroviario sino tambien el Museo de Bellas Artes y la natural continuidad entre ambos edificios neoclásicos: el Parque Forestal.
La remodelación y transformación en Centro Cultural se debe a fondos públicos resueltos en 1990, por el gobierno del Presidente Patricio Aylwin, con aprobación del Parlamento, por iniciativa del Alcalde de Santiago, Jaime Ravinet. Es decir, como ha sido la tradición en los países de Europa continental.
Pero, una cosa es la propiedad y la inversiones en el edificio (USD 10 millones en este caso) y otra su administración. La exitosa gestión de difusión cultural, conservación patrimonial y autofinanciamiento ha sido conducida por una corporación cultural privada, sin fines de lucro, que preside un Directorio que reúne a instituciones culturales de la sociedad civil, del que depende un equipo ejecutivo que facilita los aportes de privados, personas y empresas, destinados a subsidiar la cultura y formar audiencias culturales, operar el centro, mantener el edificio e invertir en su mejoramiento. Es decir, como ocurre en países anglosajones donde cuerpos autónomos o consejos se hacen cargo de la gestión cultural. En el caso que nos ocupa, sin recibir aportes públicos, como ocurre en los Estados Unidos.
Para responder a la pregunta respecto de la cohesión social, las dudas que se plantean son entonces:
¿De los diferentes modelos de participación del Estado en el desarrollo cultural que existen en el mundo, en el ejemplo, expresados en sendos ciudadanos de Estados Unidos, Francia, Rusia y el Reino Unido, cuál de ellos favorece mejor la cohesión social?
Modelos y cohesión social.El modelo Facilitador de los Estados Unidos, aplicado en una sociedad diversa, fundada en sucesivas inmigraciones y por tanto abierta a todas las culturas, tiene una tendencia inicial a promover la cohesión social en cuanto permite que cualquier ciudadano a través de sus impuestos pueda apoyar económicamente las manifestaciones artísticas que le agraden o pertenezcan a sus ancestros o culturas originales. Evidentemente esta cohesión depende del nivel de ingresos que cada una de tales diversidades pueda tener. Sin duda, una colectividad con muchos años de presencia en ese territorio y con valoración positiva de la filantropía, como las de origen protestante, la irlandesa o la judía tiene mejores condiciones para integrarse a la sociedad que una comunidad, como algunas de las recientes migraciones hispanas o asiáticas, que están en sus primeros años de llegada y deben esperar algunas generaciones para sentirse plenamente integradas. Es decir, la cohesión social está vinculada al tiempo y a las oportunidades económicas y laborales que la sociedad ofrezca en un momento determinado. Podría decirse que las nuevas colectividades deben pasar por pruebas como realizar el trabajo que otros rechazan, el servicio militar (notable es la cantidad de hispanos entre los soldados enviados a Irak), la educación en un sistema eficiente y generalizado, para llegar a integrarse a posiciones indicativas de integración y estabilidad como Alcaldes, Representantes, actores de cine y otros que simbolizan a esta sociedad. Pero, sin duda, es una perspectiva posible y como ejemplo, el llamado “sueño americano” es cada noche fantaseado por millones de asiáticos, africanos y latinoamericanos.
El modelo del estado Arquitecto, que hemos ejemplificado con un ciudadano francés que, aunque con ajustes, todavía persiste en varios países de la Europa continental, subordina la cohesión social a la cohesión política. Es decir, la integración de los ciudadanos que estimula esta política cultural pasa por la decisión del “Príncipe”, sea éste el antiguo señor feudal, el Rey, el Papa o el Presidente. Es un individuo con poder político que define a qué artistas favorecerá, como lo fue Miguel Ángel; qué espacio cultural se construirá, como la Pirámide del Louvre de Mitterrand o el Centre Pompidou del mandatario del mismo nombre. Más recientemente, a mediados del siglo XX, esta autoridad se ha traspasado a ministerios de Cultura que asignan grandes presupuestos y mantienen sólidas burocracias que conservan el espíritu original de predominancia de la gran política sobre la cultura: “La cultura no se limita a un mercado para clientes privilegiados. Para los socialistas todo lo que concierne al ser humano es cultural, y desde este punto de vista, todo el Programa Socialista es fundamentalmente un proyecto cultural”.[5]
Es verdad que luego de experiencias traumáticas, que llevaron por ejemplo a la llamada “Revolución del Tomate” de los años 1970s, en la que la audiencia protestó por el contenido del Teatro Nacional Holandés, “insatisfacción expresada en baja asistencia, publicaciones críticas, reuniones y últimamente tomates, bombas de humo y protestas, dieron al gobierno una clara indicación que había un serio desacuerdo entre la percepción del público de lo que era una necesidad y cómo se estaban gastando sus impuestos… ”,[6] algunos de estos países han comenzado a descentralizar sus políticas culturales entregando mayores atribuciones a organismos regionales y locales pero sin despojarse de muchos recursos del nivel central. Finalmente –reconozcámoslo- es muy satisfactorio que un Museo o un Centro Cultural muy bien acondicionado y sobre todo muy buen financiado por todos los ciudadanos, lleve el nombre de un modesto servidor público que algún día se fajó la banda presidencial. Pero, de ahí a que esto ayude a la cohesión social…
De este modelo se han producido interesantes desgajamientos. Como señala el profesor del MIT Mark Schuster, “no todos los financiamientos importantes tienen lugar a nivel nacional. El gobierno federal en Alemania está impedido por su constitución de participar en arte y cultura; esos campos están reservados a los länder (estados) y a las ciudades y pueblos. En muchos países los apoyos provinciales, regionales y locales son esenciales”.[7] En consonancia con ello, Alemania expande su cultura por el mundo a través de un organismo privado como el Goethe Institut, que opera autónomamente del gobierno y de las embajadas correspondientes. El resultado de estos ajustes alemanes al modelo europeo es visible en políticas de cohesión social más exitosas que en otros países comunitarios, como ocurre con el Carnaval de Berlín que integra expresiones artísticas de cada una de las más de cien colectividades extranjeras que viven en la capital alemana y que partió como una iniciativa pública de la ciudad que fue posteriormente asumida por las comunidades de inmigrantes.
No puedo dejar de recordar en este punto la violenta imagen reciente del joven catalán dando patadas en el Metro de Barcelona a una inmigrante ecuatoriana, en una ciudad tan rica culturalmente pero que no ha podido evitar este tipo manifestaciones xenófobas. Parte de su búsqueda en este sentido parece ser el importante anuncio del 14 de septiembre 2007, en La Vanguardia de Barcelona, que afirma que Cataluña cambiará su modelo cultural semejante al de otras naciones europeas, por otro similar al del Reino Unido: “La creación del Consell de la Cultura i de les Arts (CCAC) encara ya su recta final y se espera que en diciembre el proyecto definitivo pueda ser aprobado por el pleno del Parlament. Catalunya se convertirá así en pionera en la implantación en España, un país con fuerte tradición
estatalista, de un modelo que da voz y voto a la sociedad civil en la gestión de la cultura. Queda por ver el alcance de esa voz (independencia del Govern y de los gremios) y la potencia (presupuestaria) de su voto”.[8]
Sirva esta noticia para analizar cómo el modelo de Estado Patrocinador o de arms lenght (distancia de brazos) del estado respecto de las organizaciones culturales se relaciona con la cohesión social. Este modelo está basado en la participación de la sociedad civil aún en las instancias máximas de formulación de las políticas culturales y tambien en las formas de asignación de los recursos públicos destinados a tal efecto. Baste recordar el socorrido ejemplo de la BBC de Londres, que tantos dolores de cabeza ha traído a más de algún mandatario británico, y hasta la realeza, pero que conserva su autonomía gracias a que parte de su financiación proviene de los propios auditores y a que cualquier actitud rebelde al poder político no es ni puede ser sancionada por éste en términos monetarios. Es un Consejo distante del poder político el que garantiza que los recursos públicos lleguen tanto a la BBC como a los creadores y espacios culturales o patrimoniales. Como estos consejos se reproducen a niveles regionales y locales, la libertad de la creación y la gestión cultural permiten acoger la más amplia diversidad y no sólo ello, sino que al estar distante de los “tiempos políticos” como elecciones o cambios de gabinetes o alcaldes, puede apoyarse proyectos a largo plazo y sostenerlos en el tiempo cultural, que es un tiempo prolongado por tratar con la formación de audiencias y por tanto, de hábitos.
Pero no olvidemos a nuestro visitante ruso. Sea éste de los tiempos de Nicolás Segundo, José Stalin o Vladimir Putin, su nivel de integración a la sociedad va a depender de la voluntad del todopoderoso personaje que gobierne. Salvo bajo el gobierno de Lenin, durante la primera etapa de la Revolución Rusa clausurada en 1929, en que los creadores gozaron de libertad de expresión para desarrollar el vanguardismo[9], la rusa es una sociedad que no ha conocido el arte libre ni la democracia como forma de gobierno, que está estructurada de modo que la cabeza del Estado es cabeza de la religión, del partido o de cualquiera sea el detentor de poder. Sólo basa su cohesión en el nivel de cercanía que el habitante tenga con ese poder. Los museos fueron de la familia del Zar, del Estado, del Partido o “del pueblo”. El régimen comunista no hizo más que confirmar dicho aserto, manteniendo los grandes museos zaristas en poder del Estado, agregándole un hermoso museo al pueblo en cada una de las estaciones del metro. El arte integra, pero no a una sociedad cohesionada por la participación sino a una sociedad autoritaria y poco diversa. Recuerdo al respecto un interesante documental inglés de 1993 Disgraces monuments sobre las esculturas de la época soviética en el que artistas rusos se quejaban de que el gobierno ya no les encargaba trabajos. Les daba igual que fueran efigies de Pedro el Grande, Stalin, Putin o Gorbachov, sólo querían encargos.[10]¿Qué vamos a hacer ahora? Decían.
El 5 de noviembre 2007, The Washington Post recogió la noticia sobre los intentos de Vladimir Putin de controlar, luego de hacerlo con la prensa y televisión, de los medios electrónicos,[11] tal como hemos visto de parte del gobierno de China, con la complicidad de la multinacional Yahoo, y más recientemente, de parte de la autoridad militar de Myanmar (ex Birmania).
En definitiva, la gestión cultural y por tanto su labor en pro de la cohesión social, es un ejercicio de la libertad y la diversidad. Sin libertad no hay posibilidad de gestión cultural. En un sistema en que todo en arte y cultura es financiado y organizado por un Estado Ingeniero, como el que reseñamos, se requiere sólo producción, ejecución presupuestaria, ya que el financiamiento está asegurado y resuelto por el Estado, sea cuál sea la forma que asuma. En un sistema en el que la creación no es libre, es decir, se crea sólo a pedido se creará sólo aquellas obras de arte vendidas a priori. Por tanto, mal pueden la cultura y el arte servir como elementos de cohesión social, sólo de cohesión política con el régimen gobernante.
De la teoría a la práctica.
Hemos revisado conceptualmente cómo la cohesión social podría darse en los cuatro tipos de la tipología del profesor Harry Chartrand[12]. Por cierto estos tipos no se dan puros y la realidad muestra combinaciones y complementos de los mismos que se reflejan en la estructura que tiene el apoyo a las artes en los diferentes países, como señala el mencionado profesor Schuster, “en los Estados Unidos, bibliotecas y archivo son financiados por otras agencias gubernamentales o por otros niveles del gobierno y no están normalmente relacionados con instituciones de apoyo a las artes. Varios otros países estén fuertemente involucrados en subsidiar la educación profesional artística, pero en pocos casos esas transferencias se dan a través de ministerios de cultura o sus equivalentes. El apoyo a los programas culturales internacionales es típicamente una responsabilidad de los ministerios de relaciones exteriores u otra agencia no artística. La pregunta clave es definir cuál de las agencia gubernamentales de financiamiento es la principal en el apoyo al arte y cual la secundaria”.[13]
De esta respuesta surgirán también indicadores de mayor preocupación por la integración social pues según su carácter –participativo o unipersonal- y en la medida en que existan diferentes agencias gubernamentales ésta será obviamente más débil.
Desde el punto de vista teórico, la declaración más explícita de preocupación por la cohesión social parece venir del gobierno sueco cuya “Nueva Política Cultural” implementada en los 1970s considera a la cultura como una de “los cuatro pilares de la política del bienestar social sueco: educación, acción social, vivienda y cultura”.[14]
En nuestro país, volviendo al ejemplo, el Centro Cultural Estación Mapocho, que es regido por un modelo integrador de tres de los tipos señalados, Arquitecto en su concepción; Patrocinador en su institucionalidad y gestión, y Facilitador en cuanto al uso de incentivos tributarios; ha funcionado durante 17 años, y ha servido, entre otros, de inspiración para el modelo chileno de desarrollo cultural que, teóricamente, tiene tres sustentos básicos y un componente transversal.
Sus tres sustentos son:
1. La Inversión pública en infraestructura cultural. Iniciada en 2000 por la Comisión Presidencial de Infraestructura Cultural, sucedida por la línea respectiva de Fondart y actualmente por el amplio Programa de Centros Culturales en ciudades de más de 50 mil habitantes.
Este programa, que exige a sus participantes, los municipios, elaborar planes de gestión de los futuros centros antes de asignar los recursos, promueve de esa manera la cohesión social ya que exige que las organizaciones culturales de nivel local se vinculen no sólo a la creación del nuevo espacio, sino que permanezcan asociadas durante toda su operación, mediante planes de gestión a largo plazo.
2. La Asignación de fondos públicos para las artes a través de consejos integrados mayoritariamente por personas representativas de la sociedad civil. El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes con sus consejos regionales, sectoriales y consultivos; el Fondo Nacional de la Cultura y las Artes, de su dependencia. El estado determina la cantidad de los fondos y el consejo determina a quienes se entregan a través de la selección por pares.
La asignación de recursos públicos a la artes a través de concursos cuyos jurados pasan por la designación de consejos consultivos, consejos regionales y finalmente el Directorio Nacional del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes promueve la cohesión social en la medida en que la participación de la sociedad civil es determinante en la formación de tales consejos y a través de ellos, en la asignación de recursos públicos. Las cifras de satisfacción de proyectos presentados son elevadas, los recursos asignados son crecientes cada año y lo serán aún más conforme a los anuncios oficiales, así como las áreas en que se entrega los fondos. Existen fondos nacionales, regionales, un fondo especial Bicentenario para apoyar la asociatividad, las audiencias y los elencos estables; fondos para indígenas, para equipamiento, para becas y pasantías… En fin, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes tiene un trabajo permanente de evaluación y seguimiento del uso que se da a los recursos públicos, favoreciendo la cohesión social en sectores, como los creadores y artistas, que suelen no disponer en algunas otras sociedades de recursos que no consideren en su asignación sus opciones políticas, raciales o sexuales.
3. Creación y formación de audiencias culturales.
A través de la creación, formación, diversificación de audiencias culturales se favorece la cohesión social en la medida en que, por una parte, se difunde la cultura allí donde habitualmente no llega (sectores aislados, pobreza dura, niños y jóvenes, adultos mayores); se profundiza el interés cultural de las audiencias creadas por la vía de la reiteración de actividades de su interés, y se diversifica los intereses de las audiencias ya formadas por la vía de ofrecer, en los mismos centros culturales que las crearon, acceso a manifestaciones diferentes a las de su motivación original. Se genera así públicos fieles y por tanto cohesionados con el espacio que les brinda el arte de su gusto y con sus pares en el interés desarrollado.
El componente transversal del modelo es la gestión cultural que actúa como facilitadora de estas tres bases o fundamentos. El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes contempla, por ley, la representación de la gestión cultural a través de la presencia de gestores culturales en su Directorio, financia una línea de becas de formación de gestores culturales y organiza cursos de formación de gestores culturales a distancia para profesionales de nivel local.
La presencia, cada vez mayor, en todo el país de gestores culturales –una profesión que hacia fines del siglo pasado no existía en Chile- facilita la cohesión social en la medida que es esencial a su trabajo la política de alianzas y formación de redes y por tanto, el trabajo con la comunidad y la ciudadanía en su conjunto. En la medida en que se afirma que la cultura es tarea de todos y lo es también su financiamiento, es imprescindible el fortalecimiento de organizaciones sociales que la sustenten. Con el modelo que hemos escogido, no es pensable un centro cultural en una localidad que no haya participado en el origen del proyecto, así como tampoco es posible imaginar la instalación de algún espacio cultural –por ejemplo un museo- sin que la comunidad circundante lo apruebe.
CONCLUSIONESDesde el punto de vista conceptual, parecen ser los modelos que aceptan mayor diversidad y participación de la sociedad civil los que contribuyen principalmente a fomentar la cohesión social. Por diversidad, son los países que hoy la aceptan de buen grado como Australia o Alemania; por participación, son los países que han constituido Art Councils o Consejos de las Artes como entes que rigen el desarrollo cultural. Por el contrario, los países que han optado por Ministerios y financiamientos centralizados, más allá de las declaraciones, los que menos fomentan la cohesión social a través de la cultura, debido a que suelen ser las opiniones de los gobernantes las que priman por sobre la de los artistas y los intereses de las audiencias.
La cohesión está directamente vinculada con la diversidad. Casi podríamos afirmar que a mayor diversidad en una sociedad, mayor será su nivel de cohesión social.
Desde ese punto de vista, el modelo chileno de Consejo de la Cultura y las Artes, en vías de consolidación, parece apuntar en la dirección adecuada aunque este camino no está exento de dificultades, puede crecer más aún en la promoción de organizaciones culturales locales y no se ha instalado del todo en la mentalidad de las autoridades municipales que debieran ser sus principales agentes promotores de la cohesión social en sus comunidades.
En todo caso, la manera participativa de generación de sus políticas culturales a través de Convenciones y comités consultivos, regionales y sectoriales es sin duda un ejemplo de cómo se ha logrado encausar las demandas del mundo de la cultura y las artes, hasta hace menos de una década desordenadas e irreales, dentro de una institucionalidad capaz de acogerlas, satisfacerlas en gran medida y organizarlas casi en su totalidad.
Esta realidad innegable permite afirmar que la cultura y la forma que ha asumido su organización en Chile bien puede ser modelo para otras áreas del quehacer nacional.
Lo que no es poco.
Este texto fue presentado en el seminario Derechos Culturales y Cohesión Social que tuvo como marco la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, de Santiago de Chile, en noviembre de 2007 cuyo tema fue la cohesión social y las políticas sociales para alcanzar sociedades más inclusivas en Iberoamérica. El encuentro tuvo por objeto constituir un espacio de diálogo y reflexión, por una parte, sobre los derechos de los ciudadanos y los deberes del Estado en el ámbito de la cultura y, por otra parte, respecto del diseño y aplicación de políticas públicas en cultura que promuevan y aporten a la cohesión social. El panel denominado “Políticas Culturales y Cohesión Social”, contó además con ponencias de Iroel Sánchez, Viceministro de Cultura de Cuba, y Carlos Peña, Rector de la Universidad Diego Portales, de Chile.
[3] La Carta Cultural Iberoamericana, adoptada en la IX Conferencia Iberoamericana de Cultura de Montevideo, Uruguay, en julio del año 2006, fijó su contenido en torno a los siguientes ámbitos de aplicación: i) cultura y derechos humanos; ii) culturas tradicionales, indígenas, de afro descendientes y de poblaciones migrantes; iii) creación artística y literaria; iv) industrias culturales y creativas; v) derechos de autor; vi) patrimonio cultural;
vii) cultura y educación; viii) cultura y ambiente; ix) cultura, ciencia y tecnología; x) c cultura y comunicación; xi) cultura y economía solidaria.
[4] Declaración de Valparaíso emanada de los Ministros y Altas Autoridades de Cultura de Iberoamérica, en el marco de la X Conferencia Iberoamericana de Cultura, celebrada el 26 y 27 de julio de 2007.
[5] Nancy Marmer. The new culture: France’82. Art in America, September 1982. Citado por Mark Schuster/18
[6] A.S.Keller, Contemporary European Arts Support System. National Endowment for the Arts National Partnership Meeting, Marvin Centre, George Washington University, June 1980.
[7] J. Mark D. Schuster, Who´s to Pay for the Arts. ACA Arts Research Seminars Series. 1989
[8] Josep Massot. Catalunya cambia el modelo cultural, en La Vanguardia de Barcelona. 14 de septiembre 2007.
[9] Pedro Donoso, Principio y fin de la Revolución Cultural Rusa. Artes y Letras El Mercurio, 4 de noviembre 2007.
[10] Disgraces monuments. Dirigido por Laura Mulvey y Mark Lewis. UK 1993, video, color, 50 min.
[11] ANTON TROIANOVSKI y PETER FINN. The Washington Post reproducido en El Mercurio, 5 de noviembre 2007 “Después de ignorar internet durante años para centrarse en el control de los medios de comunicación tradicionales como la televisión y la prensa escrita, el Kremlin y sus aliados están girando su atención hacia el ciberespacio, el cual sigue siendo un refugio para las críticas y la discusión de la opinión pública. Aliados del Presidente Vladimir Putin están creando sitios web pro gobierno y comprando otros conocidos por su periodismo independiente. Están alimentando además una red de blogs amigables para diseminar propaganda en cuanto llegue la orden. Y hay conversaciones para crear una nueva red computacional rusa, que estaría separada de la internet general y sería mucho más fácil de controlar.Son muchos los que creen que a Putin no le importaba un internet libre mientras la red tuviera una débil penetración en Rusia. Pero con el 25% de los adultos rusos ahora en línea, un gran aumento en comparación con el 8% en 2002, el ciberespacio ha llegado a ser un problema de creciente preocupación para el gobierno”.
[12] Harry Hillman-Chartrand y Claire McCaughey. The arm’s length principle and the arts: an international perspective-past, present and future. Who's to pay for the arts? : The international search for models of arts support / edited by Milton C. Cummings, Jr. and J. Mark Davidson Schuster. New York, N.Y.: ACA Books, c1989
[13] Schuster /19
[14] Swedish National Council for Cultural Affaires. Cultural Policy in Sweden- An introduction. Stockolm, 1979. Citado por Schuster /18