19 abril 2020

ALERTA, CONFINADOS LECTORES

Foto Centro Cultural de España 



Hay frases de escritores que requieren muchos avatares, y hasta pandemias, para ser comprendidas en toda su magnitud. Es lo que me ocurrió con un texto, muy breve, de Pepe Donoso, pronunciado mientras caminábamos desaprensivamente por la gran nave del Centro Cultural Estación Mapocho, rumbo a una cena ritual: "Las personas que no son escritores, son muy raras, Arturo".


Resulta que el confinamiento obligatorio a resultas del corona virus, ha caído distinto, muy distinto, entre los escritores y los "mortales". Leyendo la prensa, se deduce que el confinarse es casi una condición laboral para escribir y su necesario preámbulo: leer.

Muchos no se extrañan. Rosa Montero: "Precisamente, uno de los pequeños paraísos terrenales que me permito es el de reunir unas cuantas semanas libres de compromisos y encerrarme en un refugio secreto en donde no hago nada más que pasear a mis perras, gimnasia, escribir y leer, sin ver a nadie todo ese tiempo". 

O "las personas que escribimos y leemos tenemos una mayor tolerancia a la soledad o a adaptarnos a formas de confinamiento", Diamela Eltit.

Oscar Hahn "A mí los encierros no me afectan mucho, a pesar de que vivo solo. Siempre he sido una persona de interiores. Paso mucho más tiempo adentro de mi casa que afuera."

Cuando me sentí en condiciones de escribir un ensayo sobre el tema de mi trabajo -financiamiento cultural- no tuve dudas en solicitar una beca que permitiera recluirme en un campus -Harvard- con una bien provista biblioteca -Widener- para lograr el empeño de escribir "lo importante", siempre postergado por "lo urgente".

La "rareza" detectada por Donoso y que he demorado en comprender a cabalidad
(sin estar completamente seguro de haberlo hecho), es que se puede vivir feliz leyendo y escribiendo. Por el contrario, quienes no pueden hacerlo, son "muy raros", para Pepe.

Solo que ahora recién he podido dar con el nombre de esa panacea donosiana: confinarse, es decir, "encerrarse voluntariamente en un lugar, generalmente apartado de la gente, para llevar a cabo una tarea que requiere una especial concentración, silencio o tranquilidad".

Agregaría que el propio término con-fin(ar) revela que lectura y escritura tienen un fin, un sentido.


Al aproximarse el día del libro, algo así como el cumpleaños de los "no raros", vuelven los propósitos antes de apagar las velas, entre ellos, leer, escribir, luego del deseo de buena salud para los nuestros.

Y respecto de ella- que obviamente no nos acompañará para siempre-, termina como el Quijote, con don Alonso tendido (aunque no rendido): "En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño", pero sabiendo que se ha producido la maravillosa transferencia a otro que seguirá sus andanzas y lecturas. La quijotización de Sancho, la sanchificación del Quijote.

Cuántos hoy siguen sus desventuras en todo el universo...

Esa necesidad de alertar a los demás, de animar los sueños y esperanzas, me trajo a la memoria maratónicas jornadas -los 23 de abril de cada año- en las que el centro Cultural de España convocaba a leer, ininterrumpidamente, trozos de la obra cervantina. 

"Como la fecha se acerca, es factible imaginar una lectura, igualmente masiva, desde nuestras casas", sugerí en http://arturo-navarro.blogspot.com/2020/04/por-que-leer-el-quijote-en-cuarentena.html

El Centro Cultural de España en Chile y el Taller de Verso Clásico, tomaron el guante, que no la lanza y el adarga, y convocan a un Recital en su casa animado por las palabras de Cervantes en La gitanilla:

"Tiempo al tiempo, que suele dar dulce salida a muchas amargas dificultades".


Motivan así: "Si Cervantes abría su inmortal novela dirigiéndose al “desocupado lector”, hoy convertimos a estos lectores y lectoras en “oidores” en confinamiento. Y si el Quijote consiguió abrirse paso en la aspereza de una cárcel, “donde todo triste ruido hace su habitación”, confiamos plenamente en la capacidad de la poesía para estimular nuestra imaginación y los sentidos, desdibujar los muros de este tiempo, transformar este triste ruido en música callada y soledad sonora y conectarnos —en el amplio sentido del término— con nosotros mismos y con los otros".


Todo está dicho, confinado lector.

Solo faltas tú.

16 abril 2020

UN GANCHO DE IZQUIERDA AL MENTÓN

Cámara Chilena del Libro


Este artículo fue publicado en La tercera, en noviembre de 1996


Luis Sepúlveda viene a reivindicar un espécimen que extrañábamos en este Chile de levedades y consensos, tan apartado de los tipos duros que transitaban victoriosos por los westerns de nuestra infancia. Es el eslabón perdido con esa estirpe de escritores recios, criados en el rigor del clima, las soledades, la persecución o la militancia como Manuel Rojas, Francisco Coloane, Baldomero Lillo o Nicomedes Guzmán. Se inscribió, en la generación del 'prohibido prohibir', confesó su admiración por Manuel Rodríguez, un ser fascinante, por ser aun gran marginal, con un desapego absoluto al poder, un gran seductor.


Viene a reivindicar un espécimen que extrañábamos en este Chile de levedades y consensos, tan apartado de los tipos duros que transitaban victoriosos por los westerns de nuestra infancia.

No es casualidad que, además de presentar su obra en la Feria del Libro, se haya esmerado en dar a conocer con entusiasmo el Himno del Ángel parado en una pata, novela de Hernán Rivera Letelier, pampino inequívoco cuya juventud transcurrió como obrero salitrero.

En esa presentación dio a conocer la que califica como su única lección para futuros escritores: una novela que no tenga un gancho de izquierda al mentón de los lectores en las primeras cinco frases, no vale la pena.


Para Sepúlveda, un gancho de izquierda al mentón (¿porque los de derecha van más bien a la altura del bolsillo?) es, por ejemplo, la tercera frase de la novela de Rivera: “con la vista baja, contemplando el cuero sin brillo de sus zapatos de muerto...”

En un ambiente literario con prolífica presencia de escritoras salidas de madre y con escritores esmerándose en temáticas de sectores sociales hoy con problemas de abastecimiento de agua, es saludable también encontrarse con ese prototipo del aventurero, tan rudo como saludable, que conoce más puertos que bibliotecas y que tiene sus cartucheras listas para desenfundar - literariamente hablando - sus balas cargadas de imprudencias, desvirtudes y talento.

Completa, en el concierto literario chileno una trilogía - Sepúlveda, Rivera y Roberto Ampuero - que nos acerca a una realidad, cada vez menos real y más ficticia, en la que sin presencia femenina los hombres, desafiaban el desierto, resistían enmarañadas selvas y resolvían complejos casos policiales.

No es bueno que se crea que la situación en que mujeres encabezan cifras de escritoras, Índices de lectura y ventas de ejemplares vaya a ser eterna.

Aspiramos, a los menos, a la igualdad.

12 abril 2020

POR QUÉ LEER EL QUIJOTE EN CUARENTENA





Mi abuelo me heredó una edición de Aguilar, en papel biblia, mil 856 páginas, que cabía en la palma de una mano, complementadas por respetuosas notas suyas en lápiz grafito y un mapa desplegable que me enseñó de España mucho antes que las guías Michelin. Se titula "Carta geográfica de los viages de don Quixote y sitios de sus aventuras". Mucho antes de atreverme a acometer tales relatos, visitaba el mapa y me imaginaba recorriéndolo, con la ayuda, más tarde, de Azorín y su obra "La ruta de don Quijote", en una edición firmada por don Arturo -mi abuelo- en 1936, impresa por Litografía Universo, en Valparaíso.


Aún sin acceder al bíblico ejemplar, mi primera aproximación al caballero de la triste figura me la permitió el escritor brasileño, José Bento Monteiro Lobato (1882-1948), en el tomo 13 de su vasta colección dedicada a los niños, que mucho tiempo creí era el verdadero Tesoro de la Juventud. Fue tal mi fascinación con "El quijote de los niños", de Monteiro Lobato, con ilustraciones de Gustavo Doré, publicada en 1953 por Losada, Buenos Aires, que no bien terminé los 23 tomos con las aventuras de Perucho, Naricita, el Vizconde de la mazorca, la tía Anastasia, doña Benita y la muñeca Emilia, -habiendo recibido como obsequio una pequeña fábrica de sellos- mi primera obra fue un timbre que hasta hoy exhiben los atribulados libros de Losada: Biblioteca ANC.

Quería con ello, tal vez, asegurarme que no olvidaría a estos entrañables personajes del campo brasileño, que convivían con una vasta biblioteca desde la cual, cierto día y accidente del Vizconde mediante, doña Benita comenzó a leerles el Quijote.

Luego llegó el gran año de 1967 -qué de cosas pasaron ese año- en que el programa escolar señalaba que los alumnos del entonces sexto año de humanidades debíamos leer el Quijote. Habiéndome adscrito -con más temor al sexto científico que pasión literaria- al sexto de letras, recibimos en una despoblada sala con asientos en u -éramos poco más de una decena-, al maestro encargado de cumplir y hacer cumplir el programa ministerial: el joven, aún estudiante de Letras de la UCV, Randolph Pope Costa.

Resultó un entusiasta mayor de la obra de Cervantes y Saavedra. Me atrevería a decir que los entonces emergentes autores del boom latinoamericano -que también leímos- le atraían menos que introducirse en los entreveros del Quijote. Se entusiasmaba escuchando nuestras exposiciones en clase y subía, en medio de ellos, la calificación: un siete (la máxima)... luego dos siete. Llegué a acumular hasta tres 7 en una memorable disertación.

Coincidió que en esos tiempo, editorial Codex, comenzó a distribuir, por quioscos, unos fascículos -por modestos 3 escudos- que entregaban semanalmente fragmentos bellamente ilustrados a colores y en papel couché, de la gesta de Quijano.

Por cierto los coleccioné y aún guardo el secreto culpable de haber tijereteado algunos para ilustrar trabajos escolares y universitarios... Si, porque en 1968 me incorporé a la escuela de Sociología de la UC y también (quizás debí invertir el orden) a la Sexta Experiencia, un colectivo (así se llamaría hoy) creativo de novatos (en otras universidades los llaman mechones) de sociología, sicología y algunas disciplinas cercanas, inspirados por Sergio Marras, que aún recorre el mundo -literalmente- con ese mismo espíritu.

Adivinen: mi primera presentación pública en las performances de la Sexta fue una pieza teatral, más bien un diálogo, entre el Quijote y Hamlet, que había publicado en la revista Escolar el año anterior. Por cierto, escrito y actuado por mí y por Juan Carlos González, quién a pesar de medir una cabeza más que yo, debió conformarse con el rol de Hamlet.

Las andadas, llegado ya el año 1970, me llevaron a la editora nacional Quimantú donde, con la inspiradora mezcla de Monteiro Lobato y Miguel de Cervantes, desarrollé, seleccioné y edité, libros para niños bajo el sello Cuncuna.

La feroz dictadura de Pinochet no era para quijotadas; sin embargo, hice lo que pude bajo las solidarias banderas de la vicaría del Cardenal Silva Henríquez y luego, creando, dirigiendo y publicando revista APSI durante 105 ediciones bimensuales. A poco andar, eso sí, convoqué a Sergio Marras, entonces en Madrid, para que se hiciera cargo de sus páginas de Cultura.


Con el avenimiento de la Democracia (con mayúsculas, como la escribe Gabriela Mistral), fui designado por el gobierno, en el Consejo de la Editorial Jurídica/Andrés Bello, en representación del ministerio de Educación. En aquella solemne instancia, rompimos lanzas con el Contralor de la República, don Arturo Aylwin, para impedir que en sus colecciones se contemplara una "edición resumida" de la obra cervantina. El Quijote no se puede resumir, fue nuestra bandera, que recordamos y celebramos cada vez que nos encontramos.

En 1974, el Teatro Municipal de Santiago había acogido un montaje del musical El hombre de La Mancha, protagonizado por José María Langlais como Cervantes/Quijote; la inolvidable Alicia Quiroga como Aldonza/Dulcinea y Fernando Gallardo, como Sancho Panza, el popular personaje Cachencho de la TV.

El 10 de abril de 2020, en tiempos de cuarentena, el coro del Teatro hizo una original versión de la canción mas recordada: "Un sueño imposible", cada uno desde sus casa. 

Tal selección para animar los sueños y esperanzas trajo a la memoria las maratónicas jornadas -los 23 de abril de cada año- en las que el centro Cultural de España convocaba a muchos y muchas a leer, ininterrumpidamente, trozos de la obra. Cómo la fecha se acerca, es factible imaginar una lectura, igualmente masiva, desde nuestras casas.

Total, son ellas donde guardamos nuestros recuerdos. Escribo sobre un escritorio de cortina que sostiene en la parte superior, dos pequeñas imágenes metálicas del Quijote, una clásica, de escudo en mano; otra, más pequeña, hecha de desechos, en la que una bisagra hace las veces de un libro, una tuerca su cintura y un tornillo, su barba. Llevan allí muchos años, al igual que las seis o siete de ediciones del libro, que atesoro en diferentes formatos, aún el biblia de mi abuelo.

Justamente, por estar cautivos en este territorio hogareño, no es una mala idea sumarse a la próxima lectura colectiva; comenzar a releer la obra de Cervantes; o leerla por vez primera, si fuese el caso... aventuras no le faltarán.

Recuerde que el mundo le fue siempre hostil a don Alonso Quijano, sin embargo no tuvo remilgos para enfrentar gigantes y otros malhechores, conservando su sueño de libertad y deseos de construir un mundo mejor.

Para acometerlo es muy probable que tenga a mano la masiva y económica edición del IV Centenario, publicada por Alfaguara, en 2004, "con viñetas, grabados de las cabeceras y otros motivos y ornamentos procedentes" de la edición de 1780, publicada a iniciativa y expensas de la Real Academia Española, que ilustra esta crónica.

09 abril 2020

¿QUÉ HICIMOS MAL EN CULTURA?



Sorprende, entre tantas sorpresas de estos tiempos, cómo el mundo de la cultura ha reaccionado de diversas maneras ante la epidemia: desde quienes abarrotan con generosidad las posibilidades de visita virtual a sus depósitos de obras; a quienes ofrecemos nuestros espacios para acoger contagiados, a quienes buscan apoyos para protestar por la escasez de los eventuales recursos públicos para el sector.

La costumbre señala que este mundo ha tenido espléndidos resultados cuando actúa de consuno. Ejemplos sobran, baste solo recordar la exitosa demostración para el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y aquella que terminó, en muy pocas horas, con un ominoso ministro de culturas "de cuyo nombre no quiero acordarme".


En el caso de quienes ofrecen, casi sin discriminación, presentaciones virtuales, surgen al menos tres observaciones. 

La primera es, sin dudas la calidad de obras que en su totalidad -o casi- fueron preparadas para otro formato y que por tanto pierden mucho de su mensaje artístico al ser exhibidas en pantallas preparadas para informaciones, entretención banal y hasta juegos simples. Se responde que con esto se escabullen barreras de acceso a las artes. Si esto fuera tan simple, tales barreras ya se habrían derribado hace mucho.

La segunda es borrar con el codo todo lo que escribimos con la mano, respecto de la gratuidad de la cultura. Acostumbrar al público de que la cultura es gratis, sin barreras de ingreso es dispararnos en el pié. Cuando todo se normalice (o la normalidad que pudiera suceder a la pandemia, o sea meses), será muy difícil volver a cobrar por presentaciones que fueron gratuitas al solo golpe de tecla. Sencillamente eso no es verdad. Todo lo que hoy está al alcance de la tecla tuvo costos de creación, de producción, de montaje, etc etc. Aunque con dificultades y tiempo, se había avanzado en convencer a la ciudadanía que nada en arte es gratis y que cuando lo es, sospecha, pues alguien está pagando por ti y quizás con qué propósito. Hoy, podría decirse que el loable propósito es combatir el tedio de la cuarentena, sin embargo, la prisa con que esto se realizó no permite que las autoridades piensen que debieran poner en prioridad el financiamiento de aquellas instituciones que generosamente abrieron sus archivos. Total, si lo hacen gratis...hay otras prioridades.

La tercera es escabullir otro trabajo de décadas: el respeto por los derechos de autor, que instituciones como la SCD y varias sociedades similares, en áreas más allá de la música, han construido lentamente. Conozco, por mi afiliación a ella, el silente trabajo de SADEL -de los autores de libros- que ha sufrido horrores para que respetables universidades públicas y privadas, paguen por los derechos de los infinitos autores que piratean en fotocopias, en sus propios recintos.


Desde el año 2000, el estado ha realizado un gigantesco esfuerzo por dotar al país de espacios culturales, meta que, incluso, se puso el Presidente Ricardo Lagos, en su visión del Bicentenario, el 2010. Me pregunto, ¿cuántos de estos espacios a niveles local, regional o nacional están hoy a disposición de las autoridades sanitarias para contribuir en la epidemia que nos asuela? Al menos no ha sido destacado por la prensa -en papel o pantalla- ni tampoco por los propios agentes culturales que han desperdiciado una oportunidad para demostrar -en gestos concretos- la relevancia de la flota de espacios culturales chilenos, que no es menor.


La tercera sorpresa, quizás la mayor, es la inquietud de algunas organizaciones -no todas, es verdad- por exigir no solo más recursos públicos sino también intervención en su asignación. En el momento más complejo para ello. 

Desde la creación, en 2003 del Consejo Nacional de la Cultura -e incluso desde antes-, se han realizado ímprobos esfuerzos para que las organizaciones de la cultura se incorporen a las múltiples instancias de participación que dicho consejo proponía. Pues nada. Los consejos consultivos, uno de ellos, murieron de inanición por falta de interés de los gremios involucrados. Directorios de corporaciones culturales que acogen gremios han visto que éstos se restan de designar a sus representantes; consejos regionales claman por postulantes de la sociedad civil; jurados de fondos concursables tienen vacantes entre los evaluadores... "porque si evalúo, no puedo participar". No es muy complicado turnar artistas para que quien postule hoy pueda servir mañana en otras tareas. 


Algo hicimos mal para que tengamos este escenario. 

Es evidente que la respuesta a en qué hemos errado, no la tendremos en plazos breves. A  pesar que también se han desgajado voces -pocas- planteando que éste es EL momento para estableces nuevas políticas culturales, en cuarentena y con la gente luchando por sobrevivir. Afortunadamente, la vecindad de un plebiscito constituyente atenúa tales (des) propósitos.


A mayor abundancia, gremios, creadores, gestores, vieron con indiferencia cómo esa institucionalidad participativa derivaba en un ministerio con lindo y largo nombre, pero con mucho menor participación transversal y sin capacidad vinculante en las políticas que fijaba.

Parece curioso que toda la participación desechada, sea exigida, justo hoy, cuando estamos en emergencia, con muchos colegas cesantes, con instituciones con riesgo de desaparecer y con cuarentena generalizada.


Sin embargo, quisiera acotar algunas señales interesantes. 

Las comunicaciones de cuarentena, (redes sociales, periódicos) han sido generosas en días recientes, en acoger y manifestar: me gustan, favoritos y comentarios positivos, respecto de, por ejemplo, el cumpleaños de Gabriela Mistral y la reivindicación de su obra; el aniversario del estreno de la Pérgola de la flores, o la reaparición de Radio Beethoven en el dial FM.

Los tres, son clásicos de nuestra cultura. Como si la ciudadanía -en situaciones complejas- quisiera aferrarse a grandes iconos de las artes, a cuestiones probadas. No explorar manifestaciones derivadas de conceptos como innovación y experimentación. 

Como señala Pedro Lastra, querido poeta retenido en NY por el virus "aquí estoy, releyendo El Quijote, hasta aprenderlo de memoria".