12 abril 2020

POR QUÉ LEER EL QUIJOTE EN CUARENTENA





Mi abuelo me heredó una edición de Aguilar, en papel biblia, mil 856 páginas, que cabía en la palma de una mano, complementadas por respetuosas notas suyas en lápiz grafito y un mapa desplegable que me enseñó de España mucho antes que las guías Michelin. Se titula "Carta geográfica de los viages de don Quixote y sitios de sus aventuras". Mucho antes de atreverme a acometer tales relatos, visitaba el mapa y me imaginaba recorriéndolo, con la ayuda, más tarde, de Azorín y su obra "La ruta de don Quijote", en una edición firmada por don Arturo -mi abuelo- en 1936, impresa por Litografía Universo, en Valparaíso.


Aún sin acceder al bíblico ejemplar, mi primera aproximación al caballero de la triste figura me la permitió el escritor brasileño, José Bento Monteiro Lobato (1882-1948), en el tomo 13 de su vasta colección dedicada a los niños, que mucho tiempo creí era el verdadero Tesoro de la Juventud. Fue tal mi fascinación con "El quijote de los niños", de Monteiro Lobato, con ilustraciones de Gustavo Doré, publicada en 1953 por Losada, Buenos Aires, que no bien terminé los 23 tomos con las aventuras de Perucho, Naricita, el Vizconde de la mazorca, la tía Anastasia, doña Benita y la muñeca Emilia, -habiendo recibido como obsequio una pequeña fábrica de sellos- mi primera obra fue un timbre que hasta hoy exhiben los atribulados libros de Losada: Biblioteca ANC.

Quería con ello, tal vez, asegurarme que no olvidaría a estos entrañables personajes del campo brasileño, que convivían con una vasta biblioteca desde la cual, cierto día y accidente del Vizconde mediante, doña Benita comenzó a leerles el Quijote.

Luego llegó el gran año de 1967 -qué de cosas pasaron ese año- en que el programa escolar señalaba que los alumnos del entonces sexto año de humanidades debíamos leer el Quijote. Habiéndome adscrito -con más temor al sexto científico que pasión literaria- al sexto de letras, recibimos en una despoblada sala con asientos en u -éramos poco más de una decena-, al maestro encargado de cumplir y hacer cumplir el programa ministerial: el joven, aún estudiante de Letras de la UCV, Randolph Pope Costa.

Resultó un entusiasta mayor de la obra de Cervantes y Saavedra. Me atrevería a decir que los entonces emergentes autores del boom latinoamericano -que también leímos- le atraían menos que introducirse en los entreveros del Quijote. Se entusiasmaba escuchando nuestras exposiciones en clase y subía, en medio de ellos, la calificación: un siete (la máxima)... luego dos siete. Llegué a acumular hasta tres 7 en una memorable disertación.

Coincidió que en esos tiempo, editorial Codex, comenzó a distribuir, por quioscos, unos fascículos -por modestos 3 escudos- que entregaban semanalmente fragmentos bellamente ilustrados a colores y en papel couché, de la gesta de Quijano.

Por cierto los coleccioné y aún guardo el secreto culpable de haber tijereteado algunos para ilustrar trabajos escolares y universitarios... Si, porque en 1968 me incorporé a la escuela de Sociología de la UC y también (quizás debí invertir el orden) a la Sexta Experiencia, un colectivo (así se llamaría hoy) creativo de novatos (en otras universidades los llaman mechones) de sociología, sicología y algunas disciplinas cercanas, inspirados por Sergio Marras, que aún recorre el mundo -literalmente- con ese mismo espíritu.

Adivinen: mi primera presentación pública en las performances de la Sexta fue una pieza teatral, más bien un diálogo, entre el Quijote y Hamlet, que había publicado en la revista Escolar el año anterior. Por cierto, escrito y actuado por mí y por Juan Carlos González, quién a pesar de medir una cabeza más que yo, debió conformarse con el rol de Hamlet.

Las andadas, llegado ya el año 1970, me llevaron a la editora nacional Quimantú donde, con la inspiradora mezcla de Monteiro Lobato y Miguel de Cervantes, desarrollé, seleccioné y edité, libros para niños bajo el sello Cuncuna.

La feroz dictadura de Pinochet no era para quijotadas; sin embargo, hice lo que pude bajo las solidarias banderas de la vicaría del Cardenal Silva Henríquez y luego, creando, dirigiendo y publicando revista APSI durante 105 ediciones bimensuales. A poco andar, eso sí, convoqué a Sergio Marras, entonces en Madrid, para que se hiciera cargo de sus páginas de Cultura.


Con el avenimiento de la Democracia (con mayúsculas, como la escribe Gabriela Mistral), fui designado por el gobierno, en el Consejo de la Editorial Jurídica/Andrés Bello, en representación del ministerio de Educación. En aquella solemne instancia, rompimos lanzas con el Contralor de la República, don Arturo Aylwin, para impedir que en sus colecciones se contemplara una "edición resumida" de la obra cervantina. El Quijote no se puede resumir, fue nuestra bandera, que recordamos y celebramos cada vez que nos encontramos.

En 1974, el Teatro Municipal de Santiago había acogido un montaje del musical El hombre de La Mancha, protagonizado por José María Langlais como Cervantes/Quijote; la inolvidable Alicia Quiroga como Aldonza/Dulcinea y Fernando Gallardo, como Sancho Panza, el popular personaje Cachencho de la TV.

El 10 de abril de 2020, en tiempos de cuarentena, el coro del Teatro hizo una original versión de la canción mas recordada: "Un sueño imposible", cada uno desde sus casa. 

Tal selección para animar los sueños y esperanzas trajo a la memoria las maratónicas jornadas -los 23 de abril de cada año- en las que el centro Cultural de España convocaba a muchos y muchas a leer, ininterrumpidamente, trozos de la obra. Cómo la fecha se acerca, es factible imaginar una lectura, igualmente masiva, desde nuestras casas.

Total, son ellas donde guardamos nuestros recuerdos. Escribo sobre un escritorio de cortina que sostiene en la parte superior, dos pequeñas imágenes metálicas del Quijote, una clásica, de escudo en mano; otra, más pequeña, hecha de desechos, en la que una bisagra hace las veces de un libro, una tuerca su cintura y un tornillo, su barba. Llevan allí muchos años, al igual que las seis o siete de ediciones del libro, que atesoro en diferentes formatos, aún el biblia de mi abuelo.

Justamente, por estar cautivos en este territorio hogareño, no es una mala idea sumarse a la próxima lectura colectiva; comenzar a releer la obra de Cervantes; o leerla por vez primera, si fuese el caso... aventuras no le faltarán.

Recuerde que el mundo le fue siempre hostil a don Alonso Quijano, sin embargo no tuvo remilgos para enfrentar gigantes y otros malhechores, conservando su sueño de libertad y deseos de construir un mundo mejor.

Para acometerlo es muy probable que tenga a mano la masiva y económica edición del IV Centenario, publicada por Alfaguara, en 2004, "con viñetas, grabados de las cabeceras y otros motivos y ornamentos procedentes" de la edición de 1780, publicada a iniciativa y expensas de la Real Academia Española, que ilustra esta crónica.

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