23 diciembre 2009

CARTA A MARIO VARGAS LLOSA


Apreciado Mario,

Hace muchos años, anunciándonos en Chile ese maravilloso libro basado en la guerra de Canudos que titulaste “La guerra del fin del mundo”, te entrevisté –en mi condición de director de revista APSI- luego de una ilustrativa conferencia que diste en el teatro Ictus.

Fue una agradable conversación desayuno en la que compartimos una hermosa vista al Parque Forestal. La “sobrina Patricia” y tú me recibieron en bata, en una muestra de confianza y espontaneidad sobre la cuál incluso bromeaste al despedirnos: “podrás decir que estuviste con Patricia en bata”.

Corrían los severos tiempos de la dictadura de Pinochet, inicios de los años ochenta, y tu visita estaba llena de simbolismos: la sala del Ictus era uno de los pocos lugares donde se podía ver teatro independiente, que reflejaba la situación de violación a los derechos humanos que padecíamos; en tu conferencia nos hiciste reír de buena gana a propósito del oficial peruano que te esperó largas horas para encararte por reflejar su carrera militar en el personaje de Pantaleón Pantoja; dar una entrevista a APSI era un espaldarazo a la prensa opositora que sobrevivía con dificultades a las presiones oficiales. De hecho, pocos meses después, la revista fue clausurada y este director amenazado con expulsión del país si volvía a publicarla.

Te confesé, en la charla que siguió a la entrevista, que era un profundo admirador de “Conversación en la Catedral”, el libro que más he releído, y que algunos de mis escritos clandestinos habían sido firmados usando como seudónimo el nombre del entrañable Santiago Zabala, su protagonista.

No he sido, más tarde, de quienes te condenaron por tu incursión político-electoral sino más bien de quienes se alegraron del retorno del hijo pródigo a la literatura, representado en esa extraordinaria creación que es “La fiesta de Chivo”.

Te cuento ésto para enfatizar que siempre te he visto en la vereda del frente de los Trujillo y los Cayo Bermúdez, personaje del cuál incluso nos apropiamos en el mundo de los defensores de los derechos humanos para identificar, en clave, a un sujeto tan siniestro como real.

Por todo ello no tengo más que gratitud por tu aporte a nuestra resistencia a la dictadura.

No obstante, me provoca profunda decepción verte anunciado en una actividad electoral, apoyando a un candidato al que también apoyan los Cayo Bermúdez y los Rafael Leonidas Trujillo de nuestro país.

Es cierto que los tiempos han cambiado y que te encontrarás seguramente con algunos –pocos- escritores como Jorge Edwards y Roberto Ampuero, según sugiere la prensa.

Es cierto también que se sabrá poco en esa misma prensa de todos los escritores –muchos- que están apoyando al otro candidato, al que representa a la coalición que nos rescató de los Cayos y Leonidas. Durante toda la campaña electoral el mundo de la cultura ha tenido poca presencia en los medios, que son controlados por seguidores del candidato que vienes a apoyar, sin descartar que él mismo es propietario de uno de ellos. Incluso, ese mismo candidato ha tenido expresiones lamentables respecto de su eventual política cultural, planteando asignación de recursos mediante encuestas y la aplicación de impuestos diferenciados a “libros buenos y libros malos”. Confío en que los tuyos se encuentren entre los primeros…

Por otra parte, quiero contarte que entre uno de los muchos logros de la coalición del otro, mi candidato, está la Ley del Libro y la Lectura que tiene un artículo que conocimos en su discusión como el “artículo Vargas Llosa” pues redujo el impuesto a los autores extranjeros publicados en Chile del 40% al 10%. El ejemplo que usamos ante los parlamentarios era que así se podría publicar “La ciudad y los perros” en Chile en igualdad de condiciones con los autores nacionales y Vargas Llosa podría recibir igual beneficio que sus colegas.

No se me escapa que algunos –pocos- intelectuales y artistas hacen esfuerzos por explicar que un eventual gobierno del candidato que apoyarás mantendría los grandes avances de los cuatro gobiernos democráticos post dictadura que incluyen un participativo Consejo Nacional de la Cultura y las Artes –del que te podrá ilustrar David Gallagher, que participó en su gestación- una política agresiva de edificación de infraestructura cultural, culminada por un gran centro nacional de artes escénicas llamado Gabriela Mistral y una decidida política de acceso a la cultura de las grandes mayorías.

Tampoco, que estos gobiernos han creado una distinción, la máxima a nivel cultural del país, que la llamaron Pablo Neruda y que se ha entregado a notables personalidades de la literatura, las artes y la gestión cultural.

Frente a esta eclosión de iniciativas, la derecha, que es el sector de tu candidato, nunca había tenido siquiera un programa cultural. Lo que han logrado desarrollar esta vez tiene debilidades evidentes, como el trato a los pueblos indígenas, y escasa originalidad. Por lo mismo, deben recurrir a figuras como tú para intentar compensar tales falencias.

De seguro ya lo sabes, pero me permito expresarte que para una persona vinculada desde décadas a las políticas culturales públicas y sobre todo a un lector apasionado de Mario Vargas Llosa le causa fastidio encontrar al creador de tanta maravilla, en la vereda opuesta de sus personajes más notables.

Ojalá tengas ocasión de convivir también con la que ha sido la cara oculta de esta campaña tan engañosa, la de empresarios, políticos, eclesiásticos, jueces, académicos y militares que abrigaron a Pinochet. Capaz que encuentres material para una nueva novela sobre las dictaduras latinoamericanas.

Si así te ocurre, te aseguro que repensarías tu viaje.

Te saludo con admiración al escritor y respeto al ciudadano.

22 diciembre 2009

LA TRITURADA VIDA DE LAS REVISTAS CULTURALES






















Los 500 números que cumple la revista ATENEA de la Universidad de Concepción y una incisiva estudiante de periodismo que prepara su tesis en uno de los últimos –fracasados, obvio- suplementos culturales, provocan una reflexión sobre este tipo de publicaciones. Quisiera aventurar la hipótesis que las empresas periodísticas con verdaderas trituradoras de este tipo de publicaciones.

Conste que mi alcance biológico llega hasta La Quinta Rueda, editada por Quimantú en los tempranos setentas y se dilata hasta el presente.

El sólo nombre de la revista quimantusina, revela el escaso interés que tenía el tema para aquella mítica empresa. La rueda número cinco es la de repuesto, la que no se ocupa, la que se llena del polvo de los caminos sin siquiera besarlos. Pero, finalmente, un grupo de entusiastas escritores jóvenes lograron editarla y circular cinco o seis ediciones. No por ello dejó de ser la prioridad que seguía a la educación política, la literatura de no ficción, la revista femenina Paloma, las revistas para niños (Cabrochico y las historietas Q), las revistas enciclopédicas (Hechos Mundiales y Saber para Todos) o los mini libros.

Tuvo momentos notables como cuando Carlos Caszely y Lucho Barrios fueron entrevistados por Antonio Skármeta y Luis Domínguez, dos aguzados escritores emergentes, dando a luz la polémica intrínseca e irresoluta de Quimantú entre cultura popular y cultura ideológica, que vio quebrar tantas lanzas entre el académico Armand Mattelart y los intelectuales que entornaban al PC. ¿Se trataba de hacer cultura como lo hacía el pueblo o de hacer cultura como estimaban las vanguardias políticas –Marx, Engels y Althusser mediante- que era lo revolucionario? La Quinta Rueda sucumbió sin resolver la pregunta, pero dejándola en reveladora evidencia.

Se podría afirmar que dicha revista no habría cantado en vano como tal vez algunas de sus sucesoras. La precariedad de las publicaciones opositoras a la dictadura, que florecieron desde fines de los años 70, no renunciaba a que algunas de ellas mantuvieran, con dignidad, páginas culturales. Notables son los casos de APSI, en manos, la cultura, del tenaz Sergio Marras, y Cauce que nos reconfortaba con los comentarios de Mariano Aguirre.

El diario La Época, tuvo de todo. En sus comienzos, una primorosa revista a color (La Época semanal) que se esforzaba por cumplir con uno de los requisitos básicos de una revista cultural: tener buenas plumas. Fue devorada por la primera de las crisis financieras del periódico, que conservó una sección cultural bien timoneada por Antonio Martínez y algunos de sus seudónimos.

El acierto de dicho diario fue el suplemento Literatura y libros, en modestas ocho páginas dominicales, de diagramación convencional, avisos escasos y plumas notables, así como críticas que sacaban roncha. Tal es así que fue copiado –sí, copiado- por El Mercurio en su colorido suplemento Libros, que ha padecido el vía crucis más lamentable del género que comentamos: cambios de día de aparición, de formato, dadas y quitadas de colores, rotativa de críticos y finalmente, ser devorado por el clásico e imperturbable, decano del género: Artes y Letras.

A propósito del ahora Cuerpo E de los domingos, cabe destacar su permanencia, su notable provisión de avisos debido a que concentra los llamados a concursos para trabajo, lo que lo constituye, más por ausencia de competidores, en el sobreviviente del género: en la excepción que confirma la regla.

Artes y Letras ha visto nacer y morir recientemente intentos como Rocinante –que dio más caballazos que placer a sus lectores- PAUSA, revista del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes que falleció más por costos excesivos que por la calidad de sus contenidos. Y Cultura de La Tercera, que dejó muy poca huella en el mundo cultural a pesar de haber circulado con un diario de alta lectura por alrededor de dos años. Quizás si la razón profunda de su cierre estuvo en la pertinaz ausencia de buenas plumas y la escasa cercanía que desarrollo con el llamado mundo de la cultura.

Nos encontramos, dramáticamente, con que a propietarios y editores de medios escritos de todas las tendencias y de los últimos 40 años no les tiembla la mano cuando se trata de ahorrar dinero (o dejar de perderlo) a costa de revistas o suplementos de cultura. Ello, mientras el género florece en España, Colombia o Argentina.

Si en Chile no faltan las plumas disponibles, sobran los creadores y artistas que entregan sistemáticamente temas para publicar y apasionarse con alguna publicación que los reconozca y se reconozcan, pareciera que la razón de la improbabilidad de este tipo de medios está en la baja apreciación por la cultura de los propietarios de medios y la sorprendente falta de creatividad que asola a publicistas y “creativos” de agencias de publicidad cuando de hacer y proponer avisar en revistas culturales se trata.

¿Estará todo perdido? El ejemplo de ATENEA nos sugiere mirar hacia las universidades.

Mientras tanto, sigamos reflexionando por Internet. Lo bueno es que usted puede opinar. Aquí mismo.

Es lo que hay.