23 abril 2012

LA CULTURA NO CAZA ELEFANTES



Luego de la real cacería de elefantes y posteriores disculpas de don Juan Carlos, su biógrafo José García Abad afirmó que este episodio marcaba un antes y un después: que, entre otras cosas, había deteriorado su importante papel como "la mejor relación pública de la nación" a nivel internacional y en especial hacia América Latina. Es que basar ese rol en personas, por muy monarcas que sean, tiene ese riego, el que no debiera existir cuando se asienta tal misión en las fortalezas culturales de cada país. En efecto, avanzado ya más de un decenio del siglo XXI, es posible afirmar que la llamada diplomacia cultural ha desbordado el terreno de los gobiernos y de las naciones para establecerse en lo que podríamos llamar la sociedad civil o diplomacia de los pueblos.

Esta diplomacia no requiere de palacios o cancillerías sino que puede instalarse en ciudades, municipios, espacios patrimoniales o centros culturales.

Para respaldar esta afirmación, relataré la experiencia del Centro Cultural Estación Mapocho al respecto.

A poco de restablecerse la democracia en Chile, en 1994, el Cónsul General de Bolivia Herman Antelo, ofreció una generosa muestra artística y patrimonial llamada "Bolivia, la magia de su diversidad". Luego de golpear todas las puertas en nuestro gobierno para lograr un apoyo mínimo para contribuir a acogerla, llegamos a la conclusión de que no había, en el Estado chileno, una entidad que pudiese financiar una muestra de cultura extranjera en nuestro país. Es decir, que de diplomacia cultural, nada. Asumimos como única contraparte chilena la extraordinaria exposición e incluso se reiteró al año siguiente con la presencia de la Primera Dama de Bolivia.

Esa fructífera experiencia nos alentó, en 1998, a idear una Expo Cumbre cultural (en la foto) que acompañara la segunda versión de la Cumbre de las Américas, que se realizaría en Santiago, en un hotel. La propuesta fue acogida con entusiasmo por el Presidente Eduardo Frei y pudimos recibir manifestaciones culturales de todos los países participantes, enviadas por sus propias presidencias, con la consiguiente visita de la mayoría de los mandatarios asistentes a la Cumbre. Fue un éxito de público, que repletó todos los días y todos los horarios de apertura, y una demostración de que la cultura podía acercar al público a la lejanía de las cumbres.

En 2002, España celebraba una década de la conmemoración de los Quinientos Años del Encuentro de dos Mundos, también conocido como el "descubrimiento de América".  Un centro cultural, la Casa de América  de Madrid, organizó un encuentro de centros culturales -uno por país- de América y Europa. Fuimos invitados a exponer nuestra novedosa fórmula de gestión cultural privada de un espacio patrimonial de propiedad pública que, además, se auto-financiaba. La reunión de centros culturales equivalentes se convirtió en una red que comenzaría desde entonces a reunirse ininterrumpidamente cada año en distintos países de América o Europa, sin estructura formal alguna y con aportes de cada uno de los centros para los viajes y costos asociados.

Pero, las sesiones generales no fueron suficientes, los contactos generados en la red motivaron, en 2005, sendos encuentros de gestores culturales de Chile y Bolivia y luego de Chile y Perú que se tradujeron en iniciativas binacionales de diversa índole, que encontraron un insospechado aliado en la entonces recién creada oficina regional en Santiago del David Rockefeller Center fon Latin American Studies de la Universidad de Harvard. Su director, Steve Reifenberg, escribió en El Mercurio un texto sobre la diplomacia de los pueblos versus la diplomacia de los gobiernos. Y lo necesaria que ésta era en un caso como el de estos dos vecinos.

De tal alianza, surgieron proyectos tan aportadores como Culturas en el aire, en 2005, que reunió a representantes de pueblos indígenas de toda América, desde Canadá hasta Tierra del Fuego, que se comunicaron a través de vídeos y dieron a conocer cómo sus culturas se conservaban a través del aire, de las ondas radiales. También el Encuentro mundial de peruanistas, en 2007, que por primera vez reunió a estudiosos del Perú de universidades de varios continentes, en un país vecino de su objeto de estudio.

Con tanta diplomacia desplegada por el centro cultural, no tardaría en llegar una invitación a exponerla en la Tercera Cumbre de las Artes, que IFACCA organizó en 2006 en Newcastle-Gateshead, Inglaterra. Donde nació una relación de mutua cooperación, extendida en las Cumbres de 2009, en Johannesburg, y Melbourne, en 2011. En esta última se anunció que la Sexta Cumbre se realizará, en enero 2014, en Santiago, en el Centro Cultural Estación Mapocho que para ello estableció una alianza con el Consejo Nacional de la Cultura de Chile.

En el intertanto, el Centro Cultural había recibido, en 2009, el honroso Premio Internacional Reina Sofía de Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural, por el trabajo realizado "para la preservación de patrimonio y la difusión de la cultura".


Del relato, pueden desprenderse algunas lecciones.

La primera de ellas es que un modelo que tiene un componente de auto financiamiento, necesariamente estimula una gestión rica en alianzas. Agregado ello a que se trata de una administración privada, sin ánimo de lucro, de un edificio patrimonial de propiedad pública, se configura un trabajo cuya originalidad despierta cierta curiosidad a niveles nacional e internacional. Ello atrajo invitaciones a exponer el modelo, las que cayeron en fértil terreno de quienes deseábamos compartir la experiencia y aprender de otras. El otro aspecto que obliga a las redes y alianzas es la natural necesidad de optimizar recursos, por ejemplo, los costos fijos de una exposición son similares si esta se presenta en uno o más lugares.

La segunda, es que una gestión cultural alerta permite detectar oportunidades de contribuir al desarrollo cultural del país, como ocurrió con Expo Cumbre que trajo artes de toda América y acontecerá con la Cumbre de la Cultura de 2014, que traerá a Chile a varios centenares de creadores, autoridades y gestores de todo el mundo. Por esta vía se colabora, desde una institución que forma parte de la sociedad civil, a la conformación, establecimiento y expansión de políticas públicas de Estado en el terreno diplomático, tanto a nivel bilateral (con Bolivia o Perú) como continental (Red de Centro Culturales de América y Europa) y multilateral (IFACCA).

En conclusión, a poco andar del siglo XXI, con un mundo global e interconectado, no son sólo los gobiernos los que se hacen cargo de la diplomacia cultural. Es la cultura, entendida ampliamente y no sólo como las Bellas Artes, la que puede formar parte y encabezar iniciativas desde el campo de la gestión, de las infraestructuras o de ambos, contemplando para ello actividades ricas en diversidad, sin perder la identidad del lugar de origen.

Específicamente, algunos espacios culturales muy calificados y con capacidad de convocatoria probada desde su gestión y su condición arquitectónica, pueden actuar como agentes culturales internacionales ejecutando una diplomacia a diferentes niveles. El perfil de tales espacios debe ojalá considerar un carácter patrimonial, una gestión privada sin fines de lucro y una necesidad parcial o total de lograr el auto financiamiento de sus operaciones.

Las características de esta nueva diplomacia para el siglo XXI se pueden resumir en seis conceptos: diversidad, autonomía, redes, alianzas, audiencias y estímulos públicos.

Cualquier iniciativa que se proyecte hacia el exterior debe tener un contenido explicito de reconocimiento de la diversidad, tanto del país dónde se origina como de los países destinatarios. No es verosímil una diplomacia cultural que considere la imposición de una cultura sobre otras. Debe conservarse el principio de igualdad en la diversidad.

Autonomía, para convocar iniciativas no oficiales pero que pueden eventualmente devenir en tales.

La pertenencia a redes de confianzas internacionales de pares, que pueden ser redes de centros culturales, de museos, de gestores, de académicos u otras.

Una declarada política de alianzas permanentes a niveles nacional e internacional que permita sostener y agregar respaldos y apoyos.

Una relación permanente y sólida con las audiencias que por una parte oriente a los gestores sobre cuáles son las actividades a emprendes y por otra, sostengan con su presencia y participación, aquellas muestras y actividades culturales internacionales que se acojan.

A nivel de los estados debe existir, al menos, políticas de estímulos y acogida de tales iniciativas, por la vía de la existencia de fondos concursables orientados a respaldar proyectos internacionales fuera y dentro del país; premios relevantes que reconozcan las iniciativas exitosas, y estímulos tributarios que faciliten el intercambio de bienes culturales entre países.

De esta manera, se podrá consolidar una diplomacia de los pueblos que no se ponga en riesgo por un tiro. Aunque éste mate a un elefante.

Intervención en la mesa redonda "La importancia del compromiso internacional con las artes" en el Seminario Public and Private Cultural Exchange-Based Diplomacy: New Models for the 21st Century, en Salzburgo, Austria el 28 de abril de 2012.

13 abril 2012

UN NUEVO ESCENARIO PARA CRUZ COKE



Como si hubiese escuchado previamente al ex Ministro de Cultura de Colombia, Juan Luis Mejía, que señaló que un ministro de cultura es como un director de orquesta que interpreta o da su versión de los clásicos -"la Novena de Zubin  Mehta" no deja de ser la Novena Sinfonía de Beethoven- durante el Seminario Un Nuevo Ministerio para Chile, Luciano Cruz Coke puso su sello a lo que será -dentro del marco de la institucionalidad cultural existente- probablemente su principal preocupación en lo que le queda de mandato. El escenario -actor al fin- fue muy cuidado: un encuentro organizado por Libertad y Desarrollo, dos invitados internacionales escogidos con pinzas: el especialista inglés Clive Gray, un pedagógico ilustrador del modelo británico de desarrollo cultural y el mencionado gestor cultural colombiano, auto calificado como miembro "de la primera generación latinoamericana" de estos profesionales, nacida al amparo del BID y su ex Presidente, Felipe Herrera.



Tampoco el entorno físico fue dejado al azar: el GAM, centro cultural emblemático que resume como pocos la continuidad de las políticas culturales de nuestro país, concebido como tal por el Presidente Allende, re construido en su primera etapa por la Presidenta Bachelet e inaugurado por el Presidente Piñera. Por ello sonaron especialmente significativas sus palabras que "no seremos las actuales autoridades los que veremos el resultado" del Ministerio cuyos detalles por primera vez se esbozaban públicamente.

Quedarán el 12 de abril de 2012 y este seminario como la ocasión en que el año y medio de trabajo de la Secretaría General de la Presidencia -el Ministro agradeció al Jefe de la División de Coordinación Interministerial. Claudio Seebach y su equipo- con representantes de los tres servicios involucrados en la propuesta fue notificada a la comunidad cultural. Con novedosos alcances.

En primer lugar, Cruz Coke reconoció que las consultas realizadas a representantes del mundo cultural arrojaron una fuerte valoración de la participación de la sociedad civil en la actual institucionalidad, así como de los fondos concursables que son asignados a través de este mecanismo representativo. Agregó que también se detectó dispersión institucional junto con la ausencia de políticas de protección del patrimonio y a la vez, un reconocimiento de la tradición de la DIBAM y el Consejo de Monumentos Nacionales.

No obstante, fue claro en afirmar que la propuesta acordada en esa instancia de gobierno de ninguna manera constituirá un retroceso sino que la eventual nueva institucionalidad tendrá una "presencia permanente y vinculante" de la sociedad civil, siendo a la vez una institución "participativa y no vertical" conservando los consejos sectoriales del libro, la música y el audiovisual y creando un nuevo servicio del patrimonio.
Además, Cruz Coke aseguró que hoy existe voluntad política de un sector -la centro derecha-que "fue reticente a crear una institucionalidad cultural" para avanzar en perfeccionar lo realizado por los gobiernos anteriores. Es decir, retomó las banderas de construir sin destruir, esgrimidas por sectores de los grupos Tantauco.

Arropado por la instrucción presidencial de completar la "falencia estructural" de que adolece un Consejo Nacional de la Cultura y las Artes "fundacional e integrador de la cultura al gabinete ministerial"; inocultablemente inspirado por el modelo del Reino Unido en el que conviven un poderoso y visible Consejo de las Artes con una liviana Secretaría de Estado que conduce los recursos públicos hacia dicho Consejo y otros órganos de Patrimonio, Deportes, Turismo y Comunicaciones, y  llamando a un amplio debate transversal al respecto, Cruz Coke ha iniciado el primer día del resto de su mandato dejando instalado un tema no menor.

Se trata, precisamente, de reparar el último rasgo que subsiste en nuestro ordenamiento cultural del modelo aplicado y superado en América Latina -como señaló Juan Luis Mejía- de élites cultas que, desde los gobiernos, entregaban cultura a una ciudadanía supuestamente inculta.

Son los tiempos de la participación, de la integración de la sociedad civil, de la irrupción de las audiencias. En otras palabras -o las mismas- ya no basta con el escenario, es el tiempo de la platea. Y desde allí deberá venir la aceptación -o no-de esta propuesta de Nuevo Ministerio. Pasando por el Directorio Nacional del CNCA, sus otras instancias de participación y, finalmente, el Parlamento.

El debate está abierto.

De nosotros depende que crucemos este Canal de la Mancha nadando o en el tren de alta velocidad.

12 abril 2012

UN NUEVO MINISTERIO PARA CHILE

Hasta la fecha, no tenemos conocimiento público de qué es lo que se piensa respecto del Nuevo Ministerio. Sólo anuncios presidenciales, reiterados por el Ministro Cruz Coke, en la dirección que existirá un ministerio, que hoy no existe, y que será identificado como de Cultura y Patrimonio. La mención de la palabra ministerio despierta temores de un órgano autoritario y burocrático, toda vez que lo que tenemos es un órgano eficiente, descentralizado y participativo. Que adolece, eso sí, de una anomalía: la ausencia de los servicios responsables del tema patrimonial.
Luego, se puede presumir que la novedad de este planteamiento está en este último término: es decir, que se incorporaría a lo existente las actuales DIBAM, CMN y  departamentos del MOP (Dirección de Arquitectura) y MINVU.
Hasta ahí no hay diferencia con lo planteado durante el debate público, amplio y muy participado, entre los años 1990 y 2003, cuando finalmente se crea el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
Cabría analizar entonces por qué tal voluntad no se concretó, a pesar de lo prolongado del debate (más de doce años). Considerando que hay documentación que demuestra que los sectores diferentes al patrimonio estaban por tal inclusión (de las instituciones patrimoniales), cabe deducir que la incorporación fallida se debió a la propia voluntad de las instituciones presuntamente involucradas.
La pregunta que surge entonces es ¿qué ha cambiado para que las instituciones patrimoniales ahora anhelen incorporarse a una nueva institucionalidad cultural, diferente a la tradicional que data de 1929? O bien ¿cuáles son las condiciones que éstas –en un escenario diferente- exigen para compartir un ministerio con las organizaciones vinculadas al arte y la gestión?
Lo que ha cambiado es que desde 2004 a la fecha ha operado un Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, que ha formulado políticas culturales y patrimoniales, que es y ha sido siempre  integrado por personalidades del patrimonio en sus instancias, aún las máximas (Directorio Nacional,en la foto). Ha acontecido además, que dicho Consejo se ha hecho cargo de tareas de restauración patrimonial, especialmente post 27/F, con eficiencia y hasta rango programático. Ambas realidades han existido con eficiencia y sin críticas conocidas. Por tanto, no habría razones para –en la nueva institucionalidad discutida- modificar la existencia y características del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
Por el contrario, hay un état de spirit en la sociedad de que la participación que generó al Consejo es un bien deseable y recomendable en el servicio público.
No es razonable entonces pensar que las entidades patrimoniales quieran retroceder en términos de participación. Su nueva actitud debiera buscarse en otra área. Postulo que es el área de mejorar su gestión –tan trabada por su condición de servicio antiguo y centralizado-  y probablemente el incremento de sus recursos. En ambos casos, es precisamente el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes quién puede entregarle luces para lograrlo. No es verosímil pensar que la mera condición ministerial aumente grandemente los recursos operacionales, más allá de los inevitables de la instalación de una nueva estructura burocrática y que no son precisamente aquellos que atraen a los parlamentarios, en especial a aquellos partidarios de una reducción del aparato del Estado (como aconteció, por ejemplo, cuando se fijaron los presupuestos del Consejo del Libro y del propio Consejo Nacional de la Cultura y las Artes). Por su parte, el Consejo y múltiples corporaciones sin afán de lucro, pueden dar luces de cómo es posible allegar nuevos recursos, fundamentalmente privados, a la imperiosa tarea de la preservación patrimonial. Es precisamente lo que ha exteriorizado el Supremo gobierno con su acertada propuesta de modificación de la Ley de Donaciones Culturales.
Si un ministerio no aseguraría mayores recursos y a la vez encarcelaría la tan socialmente reclamada participación social, cabe buscar en otras razones esta nueva propuesta.
Parece evidente que la principal es reparar aquella negativa obstinada de las diferentes autoridades de algunas entidades patrimoniales a integrarse a una institucionalidad moderna, discutida por más de una década y aprobada por una abrumadora mayoría parlamentaria hace menos de una década.
Sin duda, es pertinente escuchar esta explicable demanda e intentar acogerla institucionalmente sin “desvestir un santo para vestir otro”. Esto es, no desvencijar un tan eficiente como reciente Consejo y a la vez poner sus cualidades al servicio de los organismos que requieren una urgente renovación.
¿Cómo pueden convivir ambas entidades sin que la una hegemonice a la otra? La historia reciente muestra que ni la DIBAM está disponible para ser coordinada por el Consejo, ni éste dispuesto a perder su actual estatus autónomo, participativo y descentralizado a merced de un ministerio.
¿Qué hacer entonces?
En beneficio de la coordinación que deben tener servicios públicos que navegan en las mismas procelosas aguas de la cultura y sin menospreciar el valor de los 83 años de vida de la DIBAM ni descartar la década de éxitos del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes podría ser una solución una tercera entidad -un ministerio- que agrupe a entes de rango similar como el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, un futuro Consejo del Patrimonio y la Conadi o algún servicio que la reemplace.
Si se llega a consensuar una propuesta, será posible agregar a esta entidad otras aristas como  por ejemplo atribuciones respecto de las culturas que constituyen nuestra sociedad. Se ha dicho mucho que las políticas hacia nuestros pueblos indígenas u originarios ya no pasan solamente por la recuperación de tierras ancestrales, es fundamental reconocer sus culturas, valorarlas e integrarlas a nuestra identidad como país.                                       
En tal escenario, el de un ministerio de las culturas, se hace obviamente innecesaria explicitar el concepto de patrimonio, es innegable que cada una de las culturas lo encierra y así debe valorarse.
Esta figura, que han sido reiteradamente descartada por el mundo de la cultura, sólo podría comenzar a acariciarla si se cumplen tres requisitos:
  1. CONTINUIDAD DE LO BUENO. Que no se retroceda un ápice en la participación y atribuciones de la sociedad civil en sus órganos.
  2. PERMANENCIA DE LAS POLÍTICAS. Que se entregue a su autoridad máxima, no sólo “un rango ministerial”, sino la certeza de que será una figura estable en nuestro ordenamiento administrativo público, que no pase indistintamente a subsecretaría, servicio público o dependencia de otros ministerios, como lamentablemente acontece en otros países de América Latina y, sobre todo, en España.
  3. MEJORAMIENTO DE LO DEFICITARIO. Que se introduzca en los servicios públicos diferentes al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes que se agreguen a esta institucionalidad, una fuerte dosis de participación y de gestión: un consejo nacional del patrimonio con instancias de participación de la sociedad civil y corporaciones sin fines de lucro que gestionen –recaudación de fondos incluidos- los principales museos, bibliotecas y sitios patrimoniales del país.