26 diciembre 2014

LAS PALABRAS, LUGAR DE LUCHA Y DE AMOR


Felipe González, escéptico y socialista, en ese mismo orden –al igual que Alfonso Calderón- señalaba que mucho se temía que la última noche del siglo veinte iba a ser muy parecida a la primera noche del año dos mil. Fue lo primero que se me ocurrió cuando los optimistas de editorial RIL me propusieron presentar “El mirlo burlón”, publicación de los diarios correspondientes a los tres primeros años del siglo 21, según Alfonso.

Más optimista aún y querendón además, acepté, consciente de que se trata de un libro difícil. Desde el título, que el editor no vacila en calificar de “horrible” y que proviene de la canción "Le temps des cerices" (El tiempo de las cerezas), que comenzó a formar parte de la cultura popular francesa desde los breves tiempos de la Comuna de París, de la que llegó a ser un himno. Los versos finales de la primera estrofa dicen: "Quand nous chanterons le temps des cerises / sifflera bien mieux le merle moqueur"

Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
El alegre ruiseñor y el mirlo burlón
Estarán de fiesta
Las bellas (mujeres) tendrán la locura en la cabeza
Y los enamorados sol en el corazón.
Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
silbará mejor aún el mirlo burlón.


Una canción de amor y de combate, cantada durante un tiempo breve pero intenso y rojo, porque las cerezas no duran mucho. Como los Minilibros de Quimantú, que Alfonso producía semanalmente (me refiero a su selección, prólogo y lectura de cuarta tapa, más ideas para la portada). No lo sabremos, pero quizás ese es el tiempo de las cerezas que intenta Alfonso trasladar al siglo XXI, aludiendo a esos tiempos de la Comuna de París y de la Unidad Popular de Chile.

La pregunta constante con la que recorremos el texto es ¿cuánto quedará de esos tiempos de cerezas?

Pero es muy corto el tiempo de las cerezas
A donde vamos dos a recogerlas soñando
pendientes para las orejas.
Cerezas de amor de ropas iguales
Caídas bajo el follaje en gotas de sangre.
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas,
Pendientes de coral que se recolectan soñando.


Lo que hace Alfonso, diariamente, además de leer 250 páginas, en promedio, es escribir aquello que le llama la atención de lo que lee, ve, recuerda, escucha y asocia libremente. Una tarea tan agotadora como desesperada. ¿Cuáles son las ideas, las creaciones, los recuerdos que sobreviven en este siglo XXI que le es tan ancho y ajeno? Pero no lo esquiva, lo acomete sin llegar a comprenderlo en su incesante carrera por escribir sus diarios hasta el último de los días de su vida.

Sabe que sus lectores apenas superan en dos veces a las páginas que lee cada día. Por ello, les exige demasiado: que sepan de música (y detalla las sinfonías que escucha incansablemente) que están al tanto de la actualidad, que disfruten su humor, que se vayan a los escritos de los profetas y puedan distinguir la sutileza de la Torá que la diferencia de los Evangelios que detallan “la peor comida de la historia, aquella en la que se termina el vino”, que no olviden las semejanzas entre los financistas de Hitler con quienes financiaron a Pinochet, las alegrías de los amigos, que comparte gozoso y las libretas de direcciones que van deviniendo en listas de muertos. Todo ello, en forma de una cronología absurda se va entremezclando de tal forma que olvidamos qué día vivimos, pero no que autor relee entonces Alfonso.

Es como si el tiempo dejara de importar y el siglo XXI no pasa de ser una referencia en la que permanecen las constantes mañas y costumbres de ese lector permanente que es Alfonso. De pronto, algunos develamientos geniales como que la palabra hebrea “sofer” significa a la vez contador y narrador, es decir, alude al mismo tiempo a las matemáticas y a las historias. “Los escribas, nos dice, se dedicaban a contar las letras sin faltar una, y tenían cabida los espacios en blanco. Como en la música los silencios y las pausas adquieren un sentido, significan algo. El mundo fue creado por Dios mediante el texto, y este era un modo de mundo. Al entender uno la Torá, fija, inmutable, sin agregados ni supresiones, entiendo el sentido que el mundo tiene. No hay que tocarla. Si se comente un yerro gráfico al copiarla, esto podría llevar a la destrucción del mundo, al fin de la Obra Máxima, la Creación. Por eso, quién copiaba la Torá no podía errar. Por esa ruta se llega a la conclusión de que la obra de Dios es perfecta, como lo es la Palabra".

¿Se requiere otra explicación para que dedicara su vida a ella? A leerla y escribirla. A contarla y narrarla. Porque Alfonso contaba muy bien los espacios y los golpes de máquina cuando escribía. Cumplía rigurosamente la extensión solicitada para un texto. Era un sofer que narraba y contaba a la vez.

Sin por cierto llegar a acortar las palabras o a escribirlas onomatopéyicamente para que quepan en un formato electrónico, sino dándoles su sentido permanente, acariciándolas y explorándolas.

De ese modo, se sigue escribiendo la historia de la humanidad, dejándola acunada en palabras que saben acogerla y respetarla en toda su dimensión, aunque cambien los siglos… finalmente, como Felipe, cada noche es igual a la siguiente y ésta a la que vendrá. Sólo que de pronto, improbablemente, viene el tiempo de las cerezas y hasta el mirlo burlón estará de fiesta junto al ruiseñor. Para que la humanidad recuerde que las palabras son también lugar de lucha y lugar de amor.

¿Si no para qué se habrá creado el mundo?

18 diciembre 2014

QUEREMOS TANTO A CUBA: DE HEMINGWAY A PADURA


El reciente reencuentro de Cuba y los Estados Unidos podría simbolizarse en dos grandes plumas de esos países, unidos en su amor por la isla caribeña, donde ambos hicieron su vida y su literatura. La literatura cubana, los escritores de Cuba, están en nuestros radares desde antes de la revolución que llevó a Fidel Castro al poder. Nicolás Guillén y su musical Sóngoro Cosongo, que data de 1931, daban ritmo a nuestras lecturas pre Sierra Maestra. Lo mejor de Ernest Hemingway, que logré emular capturando un pez vela (con "El viejo y el mar" en la mente y una gran caña en las manos) y saboreando daiquiris en el Floridita ante su figura en bronce, son añoranzas apreciadas. Ambos grandes de las letras se reúnen en un breve relato de Padura en el que Mario Conde investiga el asesinato de un agente del FBI en la finca de Hemingway...

Obviamente, la llegada "de los barbudos" a La Habana, un feliz día de año nuevo, trajo un impulso extraordinario a esta ciudad literaria, que recibimos en Chile envuelto en premios Casa de las Américas a nuestros jóvenes literatos y un inédito e irrepetido boom de las letras que llevó a pronunciar quizás por primera vez la frase del Presidente Barak Obama, al normalizar ahora los Estados Unidos relaciones con Cuba: "Todos somos americanos".

Mi vida estudiantil estuvo llena de publicaciones cubanas qué -en modesto papel elaborado con caña de azúcar- llegaban a nuestro centro de alumnos dónde escudriñaba los envíos para descubrir ejemplares de la revista Caimán Barbudo, que nos enteraba de la actualidad literaria de la isla.

Durante la Unidad Popular, devolvimos la mano imprimiendo millones de textos de estudio para los jóvenes cubanos que padecían las limitaciones del bloqueo. No obstante ello, recuerdo con emoción las exposiciones de libros cubanos que acompañaban las largas y animadas colas en las que esperábamos turno para recibir la ansiada bandeja en que recogíamos el almuerzo en el enorme casino del entonces edificio de la UNCTAD. En una ocasión, al advertir a un colega del Instituto cubano del libro que era muy riesgoso dejar los ejemplares al alcance de lectores tan ávidos como hambrientos, me respondió tranquilo: "no importa, compañero, que se los lleven, lo importante es que lean".
La misma generosidad, experimenté a comienzos de los noventa cuando, luego de una importante donación de Letras de España a la biblioteca municipal juvenil de Santiago, enterado el presidente de la Cámara cubana del libro, no quiso ser menos y envió un cargamento de ejemplares, impresos en Cuba, para complementar dicha biblioteca.
Mi mas reciente episodio de cercanía y admiración a esa literatura se llama Leonardo Padura, que impactó con El hombre que amaba a los perros y ratificó con la más reciente Herejes. Sin dejar de lado las múltiples entregas del entrañable Mario Conde, el detective privado que sobrevive en La Habana, comprando viejas bibliotecas y vendiendo su contenido al detalle, a coleccionistas adinerados.
Pero no sólo es querible la Cuba literaria. Sin ser un experto, admiro su música, sus bailes, sus cantantes comprometidos y los no tanto, desde Silvio Rodríguez a Buenavista social club. Su cine: Lucía, de Humberto Solás; Memorias del subdesarrollo, o Fresa y Chocolate, de Tomás Gutierrez Alea, son inolvidables.
En el terreno del patrimonio es ejemplar la labor de la Oficina del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, que paso a paso y peso a peso está reconstruyendo el centro patrimonial de La Habana hasta convertirlo en un sitio de visita obligada a nivel mundial.
Incluso, es posible advertir e incluso, recientemente, compartir, el esfuerzo de entidades privadas sin fines de lucro, como la Fundación Ludwig, que apoyan las artes plásticas, 
En El País del 7 de junio de 2014, Padura resumió la situación del pueblo cubano: "El verbo cubano más practicado es resolver. Resolver en Cuba significa encontrar los medios legales, semilegales o ilegales de arreglar tu vida cotidiana, resolver lo abarca todo, no se puede entender la vida cubana sin entender lo que para los cubanos significa el verbo resolver".
Consultado sobre lo que quisiera para su país, Padura respondió: "Me gustaría que se convirtiera en un país más normal, en el que las personas trabajaran y tuvieran un resultado de su trabajo que les permitiera vivir dignamente. Para que llegue esa normalidad hay que resolver problemas económicos muy profundos. Hubo un periodo de excesivo romanticismo político y deficiente preocupación por lo económico y creo que se está entrando en otro de un mayor pragmatismo económico y también político".
Al parecer, ese momento está llegando. 
Es justo y necesario.

15 diciembre 2014

CULTURA: LAS VENTAJAS DE SABER NAVEGAR EN CRISIS


Un reciente Curso de Alta Dirección Pública en Gestion Cultural, realizado en la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República de Colombia, organizado por Goberna América Latina, permitió dejar en evidencia la enorme diferencia con que latinoamericanos y europeos enfrentan las crisis en el financiamiento de la cultura. Mientras en España, por ejemplo, se sigue hablando de "estar" en crisis y a la espera de la recuperación de la economía para a su vez recuperar los aportes gubernamentales, en Colombia, Chile y Uruguay -los casos analizados- se trabaja con la crisis como dato, quizás permanente, pero en todos caso, no inmovilizador. Somos crisis, no estamos, y de ella hemos aprendido, al menos como quedó en evidencia con el Museo del Carnaval, el Centro Cultural Estación Mapocho y el propio Banco de la República.

Mientras desde la teoría pareciera que la dicotomía de financiamiento para la cultura es sólo estado o empresa privada, del estudio de los casos -con rigurosa metodología inspirada en las socrática mayéutica (diálogo metódico por el que el interlocutor interpelado descubre las verdades por sí mismo) surgió un camino diferente: el de aquel financiamiento surgido desde el trabajo con audiencias, de modo de que éstas -conocidas, descritas y cuantificadas- permiten al gestor buscar los financiamientos necesarios entre quienes aspiran a sus votos -los que están en el gobierno o aspiran a estarlo- o quienes aspiran a su preferencia en el mercado, las empresas.

De este modo, en el trabajo con los públicos estaría la clave para asegurar estabilidad a los espacios culturales, a través de financiamientos mixtos de los que incluso pueden participar los propios beneficiados además de las fuentes clásicas estatales y empresariales.

También quedó en claro que este proceso mixto de financiamiento artístico y cultural requiere de una dirección clara y firme, como la de quien empuña un timón o la, más delicada, batuta del director de orquesta: el gestor cultural.

Para los estudiantes del curso -la mitad de ellos, los responsables de las mas de 20 sucursales culturales que tiene en el interior de Colombia el Banco de la República-, se reafirmó la importancia de su rol de gestores para la conducción acertada de los espacios patrimoniales, artísticos o culturales que ya encabezan y buscan perfeccionar.

Esta "batuta" indelegable, debe considerar tanto el conocimiento del público al que está dirigido -a través de encuestas, observatorio de audiencias, estudios de fidelidad- como el manejo adecuado de las infraestructuras en las que la cultura se desenvuelve, con un trabajo intensivo en alianzas con sectores indispensables como son los creadores, las corporaciones con o sin fines de lucro y las autoridad locales, los alcaldes.

Respecto de estos últimos, fue curiosa la coincidencia para valorarlos como actores centrales del desarrollo cultural local, tanto como la necesidad de descubrir sus personales sueños ("en Colombia, cada alcalde tiene un teleférico y un centro de convenciones en su corazón") y hacerlos compatibles con las necesidades de un desarrollo cultural estable.

En efecto, en los desarrollos locales sustentados, en lo posible, en organismos participativos y sin fines de lucro se deberá basar una política pública estable que se funde tanto en la historia, la idiosincracia del lugar, las realidades del presente y las aspiraciones de futuro, en perfecto equilibrio conforme a los tranquilizadores ritmos de la batuta señalada.

Una batuta que piensa y actúa. Y luego reflexiona sobre lo hecho.


FUTURO MINISTERIO: PARTICIPACIÓN Y DESCENTRALIZACIÓN


Tal vez no sean quienes encarnan las posturas más enfrentadas sobre un eventual Ministerio de Cultura, pero un grupo de estudiantes del Magister en Gestión Cultural de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, graficó en dos Presidentes del Consejo Nacional de la Cultura, máscaras en mano, las ideas que protagonizan el debate cultural del momento. A sendos enmascarados, unos como Claudia Barattini, le asignaron la defensa de un proyecto de Ministerio y a otros, embozados como el ex Ministro José Weinstein, la defensa del modelo vigente de Consejo Nacional de la Cultura. 

Para construir su trabajo de Políticas culturales comparadas, optaron por la metodología del diálogo entre las autoridades quienes, caracterizados, daban a conocer sus argumentos a partir de un cuidado guión.

Así como ellos, otros grupos de estudiantes, también apuntaron a los ejes más relevantes de la discusión: la participación y la descentralización. Detectando, varios de ellos, que se da la contradicción de que la institucionalidad vigente clama menos por ambos aspectos, pero los contiene en su estructura. Mientras que el esquema convencional de Ministerio los reduce, pero es sostenido por quienes se reconocen como adalides de la participación amplia y una descentralización mayor.
Será la manera de destrabar este nudo la que permita avanzar hacia una forma de institucionalidad más participativa que la actual -considerará desde luego a los pueblos originarios y detalladamente a las regiones- y más descentralizada.
¿Será posible, con seremis y dos jefes de servicio en cada región, aumentar el grado de decisiones de la sociedad civil regional?
¿Será posible, con un Ministro designado e instruído directamente por él o la Presidente de la República, con un horizonte máximo de cuatro años de gobierno, alcanzar una política cultural más estable y diversa que aquella instalada por un Directorio transversal y participativo, que no cambia con los gobiernos, apoyado en consejos regionales y una Convención nacional igualmente participativos?

Por otro lado, ¿será posible alcanzar un grado mayor de relevancia para la cultura y las artes sin tener derechamente un Ministerio del sector y no sólo un Consejo que no es más que un servicio público que debe reportar algunos aspectos no menores al Ministerio de Educación?
¿Será posible empoderar a la cultura en el escenario actual en el que bibliotecas, museos y monumentos nacionales caminan por otro sendero, huérfanos de gestión y en ocasiones duplicando funciones que ejerce el Consejo Nacional de la Cultura?

Por ahora, esas preguntas carecen de una respuesta definitiva, por el contrario, reciben muchas -cada vez más- respuestas desde las múltiples instancias de participación en curso.
El trabajo que viene, de sistematizar, compatibilizar y jerarquizar será clave para encontrar el camino más adecuado a los nuevos tiempos. Tampoco se puede dejar aquello solamente a los servidores públicos, este proceso final requiere también de presencia ciudadana, de artistas, gestores y patrimonialistas que resuelvan en colectivo a partir de un listado de propuestas ordenadas conforme a su relevancia y contenido.

Como el proceso que culminó, con buenos resultados, en 1996 cuando en el Parlamento, con ayuda del personal de la Cámara de Diputados y la experiencia de una decena de parlamentarios, se enumeraron las 120 demandas del mundo de la cultura. La número uno fue entonces, la creación del Consejo Nacional de la Cultura, concretada seis años después. La mayoría de las otras están cumplidas.

Tal vez sería entonces el momento de culminar este proceso participativo con un  gran Congreso de la Cultura que resuelva democrática y transversalmente la institucionalidad que más convenga al país.

Ojalá, sin máscaras.

01 diciembre 2014

HUMBERTO GIANNINI: FILÓSOFO, PILOTÍN Y AMIGO


Además de su acogedora sonrisa, Humberto Giannini regalaba, generosamente, palabras. Meditadas palabras, que transparentaban reflexión, sabiduría y sencillez. Tal vez la definición de filósofo que muchos atesoramos y que en él encontraba una sólida encarnación. La palabra que sugiere su partida es: tristeza. 
Tuve el privilegio de compartir con Humberto una buena cantidad de viajes de ida y vuelta entre Ñuñoa, su casa y Valparaíso, la sede del Consejo Nacional de la Cultura hasta donde nos dirigiamos para asistir a las sesiones mensuales del primer Directorio Nacional de dicha entidad.
En esas sesiones, Giannini aportaba sus dosis de buen criterio y, en ocasiones, una sólida defensa de la presencia del Rector de la Universidad de Chile en los Jurados de los Premios Nacionales, que muchos queríamos -queremos- modificar.
Las reuniones se desarrollaban en el vetusto Club Alemán de Valparaíso, que en sus muros ostentaba antiguas fotos del Kaiser y otros militares germanos que causaban gran desazón a José Balmes, otro de los participantes. Llegada la hora de almuerzo, comprobábamos con nostalgia que éste no contemplaba una modesta copa de vino para animar el deslavado menú. Se hizo habitual que, con Humberto, hacíamos imperceptibles señas al mozo para que nos alentara con una botella de tinto, que compartíamos con los otros directores, aunque financiábamos a medias.
Nunca una protesta por la calidad del recinto, sólo un aporte a mejorar su impertérrita condición.
Fue en esos viajes que me confesó su cariño por el puerto dónde ambos crecimos, la navegación y su condición de pilotín de la marina mercante nacional.
Tal vez esa condición marinera que solíamos dialogar, lo impulsó a presentarme, en una deliciosa cena en su casa, a un excéntrico profesor italiano que intentaba demostrar -navegando en un solitario kayac en los procelosos mares sureños- las conexiones terrestres que alguna vez habrían unido a nuestra América del sur con Oceanía. Para ello recurría a palabras e imágenes similares de indígenas de ambos continentes. Esa fascinante investigación implicaba que el académico debía ser acompañado, a prudente distancia, por una patrullera de la Armada, cuando se encontraba en aguas territoriales chilenas.

Cuenta la leyenda -ya construida alrededor de nuestro filosofo- que perdió el conocimiento, poco antes de fallecer, en presencia de un entrevistador de The Clinic, mientras se refería a Sócrates, para él, "padre del diálogo callejero". El mismo que lo llevó a La Piojera a escuchar y registrar, junto a sus estudiantes, la celebración de una pareja que acababa de adquirir la primera enceradora para su hogar.
Ello lo llevaba a afirmar también que el centro de su filosofía era el sentido común: "no abandonar nunca el sentido común", recomendó al joven periodista que, con buenas razones, no se dejó llevar por la prisa para dar a conocer tan singular entrevista, sino que resolvió aguardar "un par de semanas antes de publicarla".

Lo que no es leyenda sino una sólida realidad, fue el homenaje que su Universidad le rindió al cumplir ella su primeros 170 años, junto a otros tres sabios, en noviembre de 2012. Le acompañan en ese sitial de "grandes de la Universidad de Chile", Julia Romeo, Carla Cordua y Alfredo Jadresic, todos jubilados de esa casa de estudios, luego de haber contribuido, como señaló la profesora Romeo a que los egresados de esa universidad se reconozcan fácilmente cuando se cruza un par de palabras con ellos, por ser "críticos, espontáneos y sólidos en sus conocimientos". La frase forma parte del vídeo Memoria y Conocimientos, sabios y sabias de la Universidad de Chile, que fue estrenado en el homenaje y que sería una buena idea revisitar en estas circunstancias.

Así como releer las obras de Humberto, sin dejar de reflexionar en el espacio que fue tu taller: la calle, los bares, las plazas, los amigos.