03 agosto 2016

POLITICA PUBLICA, DOS FUNERALES Y UNA LEY



Quiso la diosa de las coincidencias -de las sincronías, diría Lola Hofmann- que un mismo día, el 2 de agosto de 2016, convergieran cuatro sucesos de muy distinto carácter: dos funerales, una interpelación ministerial y una ley cultural. Los escenarios son diversos, también las ciudades donde acontecieron.



En las primeras horas, sus amigos, muchos, despedían en Santiago, a un actor señero del ICTUS. No cualquiera sino uno de aquellos que desde su talento histriónico sirvió a la política como conductor de un Programa de TV emblemático de debate respetuoso y audiencia masiva en noche de domingo. El espacio se fue deteriorando, en paralelo a la calidad de nuestra democracia, hasta desaparecer junto con ella de la pantalla.


En la tarde, en Chillán, sus amigos, pocos, despedían a Ciro Vargas, un periodista que vivió 92 años; fue actor pero lo sedujo el micrófono más que las tablas y recorrió los estudios de La Discusión, Portales (cuando fue “primera de Chile”), Chilena (cuando fue perseguida) y terminó con onda propia en la virtual Radio Arcoiris “una emisora on line, artesanal y sincera, que demuestra que no le temió a las nuevas tecnologías y que avanzó con los tiempos” como recuerda su colega Miguel Ángel San Martín.


Jaime Celedón, el actor que partió desde Santiago, fue acompañado de ex Presidentes. Vargas, mereció en su partida la mención, en algún discurso, del ilustre coterráneo que lo impulsó a trasladarse a Santiago, a su querido diario Última Hora, José Tohá.


Es de esperar que alcanzara a enterarse de que Chillán estrena en los próximos días, con una Convención Nacional de la Cultura, un Teatro Municipal, por décadas anhelado. Sí se enteró que luego de una correcta postulación como sede del Consejo Nacional de la Cultura, en 2003, su ciudad natal quedó como vice campeón, a manos de Valparaíso, mismo lugar, mismo parlamento que el mismo 2 de agosto aprobaba en primer trámite la ley que introduce los primeros cambios al logro del 2003.


Esta vez no hubo vice campeones, solo una casi unanimidad (109 vs 1 abstención) que refleja una transversalidad que hoy pocos logran en política.


Es que las políticas públicas culturales no despiertan pasiones de coyuntura porque hace ya unas décadas se consagró la formación de hábitos y la promulgación de políticas de largo plazo y vocación de Estado, como la manera de lograr comportamientos estables que avanzan por los senderos de los acuerdos.


Lo que no ocurrió esa tarde en igual sala de diputados que escuchaba la interpelación de una parlamentaria de oposición a una Ministra, respecto de políticas que bien harían en ser de Estado y de apoyo transversal, como las referidas a la infancia.


La sesión vespertina reflejó aquello que no se desea en política pública: agresividad; gritos de la tribuna; insultos; pasiones; miradas cortoplacistas; respuestas y preguntas mirando más el efecto que provocarán que aquello que es necesario para el país, y desalojo final.


La sesión matinal fue ejemplo de buena forma de hacer política pública. Correctas presentaciones de los diputados informantes; adecuado aliento a su proyecto del Ministro encargado; sosegados apoyos de los diferentes partidos que surgían paulatinamente desde las bancadas; una propuesta desde la oposición para cambiar una letra (con ella, un concepto central) y hacer votaciones por separado de determinados artículos; un voto favorable tan fundado (en su blog) como crítico del diputado Gabriel Boric, y una abstención razonable que advierte sobre el eventual aumento burocrático.


Las propuestas de la oposición se votaron por separado y las ganó el oficialismo con un margen obviamente menor que los 109 iniciales.


Luego vinieron las celebraciones de los artistas, funcionarios y gestores que acompañaron la sesión, mucho de ellos públicamente bienvenidos por los diputados intervinientes. Y la natural esperanza de que el próximo trámite senatorial siga por la misma senda.


No es ajeno a este resultado el trabajo de dos gobiernos, cuatro ministros y el hecho central de que el propósito del proyecto no es refundacional sino de profundización y mejora de los establecido hace trece años como Consejo Nacional de la Cultura. Tampoco, es menor el hecho que el país tiene conciencia de que las políticas públicas, a lo menos en cultura, deben considerar plazos largos y participación amplia.


Un logro que bien harían en practicar los policy makers para otras áreas y próximos programas de gobierno. Un dato: los casi veinte años de debates y diálogos que sustentan estas políticas fueron desarrollados por voluntarios que entienden que las políticas públicas provienen de sus propias experiencias y la reflexión sobre las mismas, nunca de encargos remunerados a técnicos reputados.

Para que ello se recupere se necesita que la vida política se dignifique con debates como los que animaba Celedon; con compromisos sin lucro como la pasión que Ciro puso en su propia radio; con la seriedad con que gobierno y parlamentarios están poniendo en el perfeccionamiento de una legislación que lo requiere.

¿Será mucho pedir?

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