02 noviembre 2016

MIL NOVECIENTOS SESENTA Y SIETE


Hay años que marcan. El 1967 es uno de ellos. Fue el tiempo en que nuestras chilenísimas universidades católicas se adelantaron, en varios meses, al parisino y universalmente conocido "mayo del 68". Ya en junio, el día 15 para ser más preciso, amaneció tomada por sus estudiantes la UCV. Y el 11 de agosto la imitó el movimiento reformista de la UC de Santiago. El mismo conglomerado juvenil que se trenzó en conflicto con el diario El Mercurio y coronó su casa central con el histórico mensaje: “Chileno: El Mercurio miente”. Que hasta hoy perturba al periódico.



Cómo explicarse si no, el sorprendente titular de una entrevista al Ministro de Cultura en el suplemento Artes y Letras del diario, un electoral y caluroso 23 de octubre de 2016, llamando a rebato porque el ministro Presidente del Consejo Nacional de la Cultura estaría segmentando cronológicamente nuestras artes visuales, escogiendo -quién sabe con qué aviesas intenciones- el simbólico año de 1967, de tan disimiles recuerdos para reformistas y anti reformistas de entonces.

La intensa jornada, casualmente marcada por el triunfo de otro dirigente proveniente de un refrescante movimiento estudiantil, también en Valparaíso, amenazaba con el olvido a tan preciso titular.

Pero, no fue así. El vespertino del tradicional matutino, La Segunda, se encargó de agitar las aguas de varios de los líderes de opinión de las artes visuales, que a decir de un conocedor, “encienden con agua”.

Y se elaboraron rápidas teorías, vertiginosas críticas y vergonzosas explicaciones respecto de que el andamiaje de las artes visuales del país se venía abajo a causa de esta arbitraria cirugía ministerial.

No tardaron en subirse al tsunami los defensores de siempre de la DIBAM, derivando del hecho una afrenta al Museo Nacional de Bellas Artes.  Lo que, evidentemente, aconsejaba detener de inmediato la discusión parlamentaria del proyecto de ley de ministerio de las culturas en el Senado de la República.


Una serena -como ella- carta de Ana Tironi -ex directora de la Biblioteca Nacional y actual Sub directora del Consejo Nacional de la Cultura- al mismo diario puso las cosas en su lugar, puntualizando que "la premisa de trabajar a partir del año 1967 no responde sino a una hipótesis de ejercicio para el Centro y para la curatoría de la muestra inaugural, Una Imagen Llamada Palabra, y no pretende significar una fecha que delimite la historia del arte chileno contemporáneo ni el trabajo museal".

Por su parte, el proyecto -ya una realidad- de los Cerrillos, que fue bien valorado por el Alcalde y la ciudadanía local, aparece como una manera de intentar descentralizar del núcleo de Santiago los grandes edificios culturales del país.


El episodio deja lecciones. La primera, que no es fácil derivar recursos a espacios ajenos a los tradicionales sin que sus responsables pongan el grito en el cielo pidiendo “por que no me dan los recursos a mí”.

La segunda, que no todo lo que brilla es oro en cuanto al respaldo al proyecto de ley en proceso legislativo; tiene detractores, agazapados pero no rendidos, que, de cara a los recientes resultados electorales poco sonrientes para el gobierno, pueden sentirse incentivados a “dejar para mañana” lo que podemos bloquear hoy. Y reservar el honor de la signatura del nuevo ministerio a un eventual próximo gobernante. Caso ya vivido con el Gam, que transpiró el primer gobierno de Bachelet e inauguró su sucesor.

La tercera es que el Ministro debería mirar con más atención los obsequios recibidos, como el edificio de Cerrillos, que lo obligó a desplegar para él un modelo de gestión pública de gran exigencia en recursos y de impacto superior al que hubieran tenido sus acciones si dependiera de una corporación privada sin fines de lucro, como tantos otros establecimientos destinados a las artes.

Y sobre todo, la cuarta, no mencionar la soga en casa del ahorcado o 1967 en El Mercurio.