28 agosto 2014

LA MINISTRA, EL MINISTERIO Y LOS PUEBLOS INDIGENAS


La institucionalidad cultural chilena sufrió, en días recientes, un cambio telúrico. Su eje se trasladó drásticamente desde Valparaíso a Temuco. No sólo porque la Convención Nacional del Consejo Nacional de la Cultura se desarrolló en el tradicional Hotel Frontera, sino porque tal entorno permitió que se dieran a conocer las dos claves de la administración Barattini: la Consulta Indígena y el proyecto de Ministerio, que a estas alturas no tiene garantizado ni siquiera su nombre.

En efecto, el debate en curso del posible cambio de institucionalidad sufrió dos episodios que lo condicionarán. Uno, la simple observación del sociólogo Manuel Antonio Garretón que consultó a la Convención porqué el Consejo Nacional de la Cultura  no tiene, legalmente, nada qué decir, por ejemplo, sobre derechos humanos, urbanismo o televisión cultural. Remató describiendo que tenemos una institucionalidad de aparatos y no de sustratos. Nadie lo contradijo porque, efectivamente, el Consejo Nacional de la Cultura fue construido para organizar, de un modo participativo y transparente, la distribución de los recursos (pocos) de que el Estado comenzó a disponer para la cultura, luego del apagón de la dictadura.

Es decir, a diferencia de las reformas que se persiguen en educación, tributos o el sistema electoral, la institución que en cultura se busca razonablemente perfeccionar no es una construcción autoritaria sino democrática en origen y desempeño.

De ello se desprende que no debiera tener las mismas prisas ni plazos. Al contrario, como señala Pedro Cayuqueo, "lo que Chile más necesita -y urgente- es un cambio cultural profundo, un mirarse al espejo, un reencontrarse con sus raíces, un reconciliarse con su historia".

Ningún cambio cultural profundo se consigue de un día para otro y lo que ha ocurrido en la XI Convención Nacional de la Cultura 2014 es sólo el comienzo. Lo sugerían la presencia de expositores como Eliucura Chihuailaf, José Ancán, José Aylwin, Claudia Zapata, Rosamel Millaman y el propio Cayuqueo, que salió en defensa de las críticas a la Ministra Barattini: "se cuestiona el atraso extremo de la agenda legislativa por causa de la consulta y el cumplimiento del Convenio 169 de la OIT. Y el poco avance en otras áreas supuestamente claves para los destinos culturales del país y el bendito ego de un selecto grupo de artistas y gestores culturales criollos. ¿Y cuánto han esperado los pueblos indígenas para ser escuchados y tomados en cuenta en esta fértil provincia llamada Chile? ¿Dos siglos desde la Independencia?, ¿130 años desde el despojo chileno del territorio mapuche?".

Luego de advertir esta nueva mirada de los tiempos, la Convención escuchó también a la asesora legislativa de Barattini, Vitalia Puga, exponiendo latamente los contenidos de la indicación sustitutiva del proyecto de ley que crea el Ministerio de Cultura, treinta y tres sustanciosas láminas que aparentan contener la totalidad de las aspiraciones que han ido apareciendo en los disimiles procesos de participación que han estado o están en curso.

En esencia, se busca crear un Ministerio manteniendo las instancias participativas del Consejo Nacional de la Cultura e incluso reforzando algunas con más integrantes "para lo cual también será relevante considerar los aportes provenientes del Plan de Participación, en particular de la Consulta Indígena que actualmente se está implementando".

El Ministerio tendría una subsecretaría, dos consejos nacionales -uno de las artes y otro de patrimonio- que dependerían del ministro/a al igual que los seremis en todas la regiones con sus respectivos consejos regionales. Este cuerpo tendría la misión de formular las políticas culturales.
Los consejos, el de las artes y el del patrimonio, serán una conexión directa con los intereses ciudadanos y con el mundo del arte y la cultura, cumplirán un rol relevante en la elaboración de políticas de todo el sector y propondrán las declaratorias de patrimonio en las categorías legales pertinentes. Ambos incluirán a representantes de los pueblos indígenas y de la sociedad civil.

Aparte, y en la línea ejecutiva existirían dos servicios públicos que se relacionaran con el/la Presidente de la República a través del Ministro de Cultura. El servicio de Patrimonio que asume las actuales funciones de la Dibam y parte de las funciones del CMN (las restantes recaerán sobre el Consejo del Patrimonio) y se le dotará de organización interna idónea para asumir las tareas relativas al patrimonio cultural del país; su sede estará en Santiago.

Por su parte, el Servicio de las Artes e Industrias Creativas asume las tareas relativas al fomento del libro, la música, las artes audiovisuales, las artes escénicas, la artesanía, la arquitectura y las artes de la visualidad (diseño, fotografía, artes visuales y nuevos medios) y se hará cargo de las bibliotecas públicas del país. Su sede estará en Valparaíso. De este servicio dependerán los tres consejos sectoriales existentes: libro y lectura, audiovisual y música.

Sin duda, este somero relato deja muchos cabos sueltos y abrirá un debate sobre una proposición concreta, lo que es un avance, pero que requiere de tiempo, en especial para hacer coincidir en algún momento esta eventual futura institucionalidad ¿de la cultura o las culturas? con el llamado cambio cultural profundo: "por mucho tiempo se ha llamado artesania a nuestro arte -agrega Cayuqueo-, dialecto a nuestras lenguas y supersticiones a nuestra cosmovisión. Chile requiere transitar hacia un cambio cultural profundo y aquel es el desafio que se ha propuesto la ministra. Los pueblos indígenas, no sin dificultad, han debido lidiar con dos códigos culturales diferentes. El propio, fértil cantera de realismo mágico y universos azules; y el occidental, que hunde sus raíces en el racionalismo filosófico de los griegos. La mayoría de los mapuches transitamos ambos códigos culturales y de manera casi cotidiana. ¿Cuántos chilenos pueden recorrer hoy el camino inverso?".

Más allá de lo principal, hay cuestiones que siguen preocupando al mundo de la cultura. Se ha propuesto en repetidas ocasiones modificar la Ley de Premios Nacionales, ojalá acompañada de una política nacional de premios y reconocimientos, que resuelva también la crisis de los Altazor. Hay una preocupación por el papel de las artes en la educación formal. El mundo de la lectura y el libro ha iniciado con mucha fuerza un proceso de actualización de su institucionalidad y bien pudiera llagar a las escuálidas carpetas de los diputados de la Comisión de Cultura una propuesta de este sector antes de la indicación sustitutiva ministerial.

En definitiva, lo que viene será una etapa en la que con talento y claridad de objetivos coexistan una institucionalidad perfectible que, finalmente, es la que ha permitido llegar a develar todos los pendientes que hemos señalado, con un proyecto de nueva estructura más de sustrato que de aparatos, como los fondos concursables, y que sea muy relevante, a largo plazo, para los pueblos indígenas del país.

No estamos ante un desafío simple, que puede dejarnos, si lo hacemos bien, así como fue el Consejo Nacional de la Cultura  en su momento, en un lugar de avanzada entre los organismos culturales de nuestro continente.

14 agosto 2014

DON EMILIO Y SU ÉPOCA

Cuando nació el primer hijo de Ascanio Cavallo, entonces sub director del diario La Época, que dirigía Emilio Filippi, le pregunté: ¿Supongo que le pondrás Emilio? No, me dijo, "don Emilio". La respuesta revelaba la relación de cariño y admiración que un alto porcentaje de periodistas del diario tenían por su Director, varias generaciones mayor que ellos. 

Me encuentro en el medio de ambas generaciones y, por tanto, tengo hacia don Emilio, un sentimiento más complejo. Lo conocí como profesor de la Escuela de Periodismo de la UC y hasta entonces sólo tenía una vaga idea de sus correrías infantiles por cerros de Valparaíso, su lugar de nacimiento, y como visitante, más de una vez, en la casa de mis abuelos paternos de la calle Francia, según se recordaba en la mesa familiar. También de su desempeño en los diarios de Concepción, dónde "me tocó negociar con esos muchachos del MIR" en los inicios de los sesenta, como confesaba privadamente.
Más tarde, en la polarización inevitable de la UP, quedó en el bando de los opositores a Allende, cuando un grupo de sus colaboradores se marginaron de Ercilla para fundar, en Quimantú, la poco duradera revista Ahora, que dirigió Fernando Barraza. 
Luego del golpe militar, Filippi publicó, con Hernán Millas, el libro: Anatomía de un fracaso, la experiencia socialista chilena, y su fecha de aparición, a fines de 1973, dejó un amargo sabor de "hacer leña del árbol caído" a muchos allendistas.
Sin embargo, su tenaz defensa de la libertad de expresión lo llevó muy tempranamente a tener dificultades con la dictadura, desde la dirección de la revista Ercilla, dónde permaneció hasta 1976, cuando las condiciones se le hicieron irrespirables, debido a la venta de la revista a un grupo económico afín a la dictadura. Después de significativas comidas de solidaridad y apoyo en el restaurante El Parrón, fundó la revista Hoy, con la mejor parte del antiguo equipo de Ercilla y un decidido tono opositor. Se sumó así a las existentes APSI y Análisis.

En esa condición de colegas directores de medios fuimos labrando una amistad más allá del periodismo, que cubría otra de sus pasiones: la política. No intentábamos convencernos mutuamente sino aclararnos aspectos relevantes -"todos los demócrata-cristianos somos progresistas" solía decir- e ir construyendo caminos de unidad entre su partido y las fuerzas de izquierda. En esa condición me correspondió solicitarle que escribiera con seudónimo -Emile de la Paix, escogió- en la revista Umbral, editada clandestinamente por intelectuales de la antigua UP y la DC.

El 18 de marzo de 1987, apareció bajo su dirección el diario La Época, en plena visita papal a Chile y  en un país con serias perspectivas de final de la dictadura.
Ambicionaba, con un equipo de jóvenes recién egresados de la Universidad de Chile -una de las primeras generaciones formada íntegramente en tiempos de dictadura- constituir un periódico semejante a El País de España, es decir con mucho contenido, poca foto y color sólo en su revista semanal, que aparecía los domingo.
Me encomendó editar esa revista, con el privilegio de contar, más que con un equipo estable de periodistas, un buen presupuesto para comprar reportajes selectos y un modelo inequívoco: El País Semanal.

La publicidad le fue ajena al diario -"los clientes no nos dejan avisar en un diario demócrata-cristiano", confesó un publicista anónimo- y sobretodo a la revista de color, más costosa. Rápidamente se cerró y Filippi me destinó, sin anestesia, a la gerencia comercial, la que debí entregar muy pronto con lamentables resultados. Perseveró don Emilio encomendándome crear el suplemento Literatura y libros que -modesto pero sustancioso, gracias a la sabia asesoría de Mariano Aguirre- no sólo se mantuvo sino que motivó a El Mercurio a crear su revista Libros (hoy fusionada con Artes y Letras).
Ese suplemento valió el único reproche que recibí del Director Filippi: había cometido el despropósito de publicar -en la edición número 13- un capítulo de Oh capitán, mi capitán, novela de Luis Domínguez en el que se afirmaba que "los radicales no tienen mujeres de cóctel, sino de picnic". La ira del habitualmente pacífico don Enrique Silva Cimma no se hizo esperar y recayó en Filippi. Me la trasladó, exigiéndome una reparación en el próximo número, la que obviamente existió. Solo que sin el título que propuse: Oh radical, mi radical. Esa vez sólo se publicó una respetuosa pero firme carta de don Enrique.
Hay muchas razones por las que el proyecto La Época no dio los resultados esperados, ninguna puede atribuirse a su fundador, ni a quienes le siguieron. Pero una de ellas recae en la tan cuestionada clase política: a pesar de ser un diario opositor, los dirigentes de partidos de tal signo preferían otorgar entrevistas exclusivas a El Mercurio, lo que limitaba las posibilidades de La Época. Escapan a esa mala práctica, lo que las honra, dos mujeres que privilegiaron al diario de Filippi: Hortensia Bussi e Isabel Allende Llona, que dieron sendas exclusivas en momentos que toda la prensa las buscaba.

Si tengo tanto que agradecer a don Emilio, hay un gesto que, en mi recuerdo, supera a los anteriores. El cinco de octubre de 1988, cuando ya se descorchaba champaña en su oficina, me indicó el computador de su antesala, pidiéndome escribir el titular de portada del día siguiente: "Ganó el NO" luego, digité dos porcentajes: 53 y 44%. Después, hicimos salud.

Salud, don Emilio, muchas gracias, que descanse en paz.

12 agosto 2014

UN NUEVO DIECIOCHO PARA EL MUNDO CULTURAL


En un ambiente enrarecido por publicaciones cruzadas respecto a la gestión de la Ministra de Cultura -se ha exagerado hasta hablar de "guerra"- , una antigua y obvia idea de programar, en el Teatro Municipal, música chilena para celebrar ¡...la Independencia de Chile! podría dar luces respecto a cómo enfrentar el tema de la cultura en tiempos de búsqueda y por ende, de discrepancias.

El Directorio del Teatro, renovado con la llegada de la Alcaldesa Carolina Tohá, está discutiendo presentar, para la Gala del 18 de septiembre, entre otras opciones, al exitoso ballet Treinta y tres horas bar, estrenado en 2008 con notable resultado y novedosa gráfica: "la estética, en la literatura, de Bolaño más que Isabel Allende; de Bruna Truffa y Soledad Espinosa, en la plástica, más que Bravo; más de amanecerse que de after office. Es la estética desde los cerros más que de los subterráneos. Más “bombardero de La Reina” que “chino” Ríos. Más Kramer que Ché Copete, más Buenos Aires que Miami. En definitiva, una identidad que se ha ido apoderando de nuestras miradas a partir de ese arco iris que amaneció un 5 de octubre y que ha debido imponerse pausadamente, generación tras generación, con avances y retrocesos pero que tiene una solidez tal que, cuando se presenta en el Teatro Municipal cambia todo. Si hasta las frágiles piernas de las bailarinas del Ballet de Santiago parecen asemejarse a las sólidas y breves extremidades de las bataclanas de un fallecido American Bar".

La idea de incorporar a creadores nacionales a la tradicional Gala patriótica en la que se invoca a los dioses de las artes después de aquellos del cielo -en el Tedeum de la Catedral- y de la guerra -en la elipse del Parque O'Higgins- , no debiera llamar a escándalo. Se celebra a Chile y son pastores ecuménicos chilenos quienes presiden la ceremonia de acción de gracias en la que se ruega por habitantes de este territorio y son glorias del ejército chileno las que provocan desfiles y parrilladas en el parque. ¿Porqué entonces cuando se invoca a las artes no se debe recurrir a admirables creadores nacidos en Chile?
Sin embargo, esta renovación no debiera considerar un cambio de formato, ni de fecha ni de simbolismo. Hay una historia que lo avala.

Lo mismo debiera aplicarse en la situación a afecta al mundo cultural. La Ministra, con mayor o menor destreza dialogante o dotes comunicativas que sus antecesores y antecesora, está empeñada en introducir otros actores en el debate. Pueblos indígenas, regiones antes no suficientemente consideradas, audiencias no beneficiadas y nuevos actores sociales en general. Está muy bien, pero ello debe considerar también a los actores tradicionales e indispensables del desarrollo cultural. El viejo dicho de no desvestir a un santo para vestir otro, aparece como pertinente.
El preocuparse de una Consulta Indígena debe considerar también escuchar a los artistas o a los gestores que sostienen cotidianamente la flota cultural chilena.
La necesidad de incorporar nuevas miradas, generaciones y personas, no puede impedir que permanezcan las visiones, miradas y experiencias de quienes han desarrollado una institucionalidad que, mal que mal, ha funcionado y tiene aspectos pendientes de los cuales obviamente quienes los conocen pueden hacer un aporte.
Lo programático, las metas y los aterradores cien días no pueden evitar que cuestiones tan relevantes como la crisis del Consejo de Monumentos o la segunda etapa del GAM ocupen lugares menores en la agenda ministerial.
Se ha destacado poco, por las páginas del propio CNCA, que el mundo del libro ha emprendido un camino abarcador de nuevas miradas y antiguas experiencias sin tropiezos y con promisorios pronósticos. No en vano es el sector más antiguo en cuanto a legislación cultural y más reciente en tanto conflictos internos. Pero, una milimétrica y certera intervención del Consejo del Libro y la Lectura  ha logrado ordenar tanto su principal feria como el camino para actualizar su ley de 1993 y sus políticas para el sector.
Lo que demuestra que la poco original combinación de continuidad y cambio rinde frutos cuando lo importante es avanzar con todos. 
Es lo que debiera ocurrir cuando, ojalá, creaciones chilenas estremezcan a quienes celebraran un nuevo aniversario de nuestra independencia, la hermosa lámpara del Municipal permanezca en su digno lugar y nuestras autoridades democráticas, en el palco de honor.

04 agosto 2014

LIBROS Y LITERATURA: UNA POLÍTICA Y UN PREMIO



Agosto podría convertirse en el mes del libro. Sin connivencia con los publicistas ni obligatoriedad de regalar algo, el mes que se inicia será testigo tanto de los debates para actualizar una política nacional, que languidece desde 2006, como del anuncio de un nuevo Premio Nacional de Literatura. Lo primero, se dio a conocer el último día de julio, en la Biblioteca de Santiago, a instancias del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y continuará hasta octubre en salas del Centro Cultural Estación Mapocho y la Biblioteca Nacional. Lo segundo se proclamará desde las oficina del Ministro Nicolás Eyzaguirre antes que finalice el mes, anunciado para el día 22.

Más de un centenar de convocados, pertenecientes a las instituciones que promueven el libro y la lectura de diversas formas, llegaron hasta la emblemática biblioteca capitalina -nacida precisamente al calor de la Política 2006/2010 que a su vez derivó de la Ley de Fomento del Libro y la Lectura de 1993- para despertar a ese gigante no egoísta pero sí dormido que son las políticas del libro en Chile.

La ocasión permitió apreciar tanto la actitud pro activa de la nueva secretaría del Consejo del Libro, Regina Rodríguez, como el compromiso con el tema de la Sub Directora del Consejo Nacional de la Cultura, Lilia Concha, quién no vaciló en calificar a los asistentes como privilegiados que deberían ser conscientes de que todo privilegio se convierte en responsabilidad con la sociedad.

En ese clima de adelante sin llantos y con propuestas, sobre la base de lo ya construido, se convocó a un ciclo de reuniones basadas en el mismo espíritu sistémico que inspiró la primera versión de tal política y la ley que la sustenta y sirvió de módulo de la que creó el Consejo Nacional de la Cultura. Es posible que para la próxima FILSA de fines de octubre ya haya algunos resultados.

No podía faltar en una reunión de esta especie, la llama antaño encendida por la SECH de formar parte del jurado de los Premios Nacionales, lo que terminó motivando a los asistentes a charlar, ya café en mano, de esta bienal contienda literaria que se acerca. Y de los varios intentos de modificar la añosa  ley que los rige.

Por ejemplo aquella discutida en el primer Directorio del Consejo Nacional de la Cultura (2004/2008) en la que se incorporaba al Ministro de Cultura o su representante al Jurado y consideraba la participación de voceros de los lectores. Si dicha modificación estuviera vigente, quizás las deliberaciones del jurado serían diferentes.

Hagamos ficción, que es, finalmente, la que ha llevado a diez narradores a esta expectante posición, revisemos sus antecedentes desde lo que ocupa a los parroquianos del libro antes descritos: su aporte al fomento de la lectura y por ende, del esquivo amor por la literatura. Simulemos que somos un país en el que la política de premios y estímulos no está desvinculada de la política de formación de hábitos de lectura, lo que no parece extravagante ni imposible en el futuro cercano.

Antonio Skármeta es el símbolo de la divulgación masiva -en TV- con su recordado Show de los libros. Afincado además en reconocimientos a su pluma desde las juveniles academias del Instituto Nacional a la cubana Casa de América, en los sesentas. Representó una generación de ciclistas menos audaces que los actuales, que estiraban sus músculos, con Entusiasmo, en el San Cristóbal. Vivió activamente la Unidad Popular, el exilio y recogió señas de Neruda en su novela Ardiente paciencia. Con ella ha llegado a los formatos mas diversos incluyendo la ópera y el cine.

Lo contrario a Skármeta representa un autor que no sólo no divulgó la literatura sino que hay sospechas de que la censuró. Cuesta hablar en este plano de Fernando Emmerich, cuyo nombre convive, además de su obra, con su trabajo como asesor de la dictadura.

Francisco Casas comenzó como poeta, siguió como artista visual y novelista. Formó parte de la delegación chilena en la FIL de Guadalaja, en 1999, con una muestra visual. Su obra de divulgación es más conocida por su dúo performático llamado las Yeguas del Apocalipsis, que por su literatura.

Francisco Rivas, médico, ex embajador y novelista contribuyó a la lectura precisamente cuando se trataba de impedir su divulgación. Tanto con su nombre real como con su seudónimo, Francisco Simón, entregó aportes en el terreno de la ciencia ficción y situaciones escabrosas que podrían a más de alguien alertar respecto de atrocidades nada literarias que acontecían, casi simultáneamente con su publicación, durante la dictadura.

Poco antes de que ésta iniciara sus años de represión, Germán Marín publicó su primera novela, Fuegos artificiales, en editorial Quimantú. Será recordada como el décimo título de la Colección Cordillera y una opera prima editada en poco frecuentes cinco mil ejemplares, en febrero de 1973. A no dudarlo, uno de las obras de Marín con mayor divulgación. Posteriormente, tuvo una buena acogida entre los escritores más jóvenes y algunos cenáculos académicos y de la critica.

Jorge Guzmán aparece como uno de los candidatos más longevos (nacido en 1930) y sorprendente por su labor como ensayista (Una constante didáctico-moral del Libro del Buen Amor,1963; Diferencias latinoamericanas, 1984, y Contra el secreto profesional: lectura mestiza de César Vallejo, 1991), no obstante, su aporte a la divulgación literaria pasa por una dilatada docencia y títulos de biografías noveladas de personajes entrañables de nuestra historia como Ay mama Inés (de Suárez), La ley del gallinero (sobre Diego Portales), o Cuando florece la higuera.

Patricio Manns es conocido como cantautor y novelista, Arriba en la cordillera es su obra musical cumbre (literalmente) y Buenas noches los pastores, su novela más recordada, con prólogo de Carlos Droguett y una cuidada edición de Ediciones Universitarias de Valparaíso, en 1972. Un duro exilio le permitió seguir incursionando en ambos géneros y recibir variados reconocimientos, no obstante su gran aporte a la difusión literaria pasa más por el trovador que escribe que a la inversa.

José Luis Rosasco podría ser calificado como un autor de tiempos oscuros, pero no es tan simple; efectivamente su obra floreció en tales años, con el mérito de estar dirigida a jóvenes que difícilmente leerían otras obras, sea por censura o por estrecheces económicas. Su labor de divulgación no fue sólo acogida por Editorial Andrés Bello y sus clubes de lectores que insistió con 17 ediciones de Dónde estás Constanza entre 1980 y 1997, más de una por año. Además madrugó consistentemente los días miércoles, para comentar libros en radio Cooperativa contribuyendo así a mantener vivos los decaídos indices de lectura de aquellos tiempos.

Pedro Lemebel, cronista de la marginalidad, integró -para su sorpresa- la delegación oficial de Chile a la FIL de Guadalajara en 1999, dónde su obra fue divulgada y él, elogiado. Su novela Tengo miedo torero, es una de las narraciones más notables sobre el atentado a Pinochet. Sin dudas es uno de los creadores que más ha contribuido a que la sociedad chilena descubra realidades más allá de los estrechos márgenes tradicionales, para lo cuál Lemebel se vale de sus irreverentes crónicas que le han entregado merecidamente bastante más que una decena de publicaciones de libros propios y antologías. Podría calificarse como un autor que ha atraído audiencias nuevas y marginales a la literatura.

Enrique o Poli Délano, se alimentó con leche de literatura, hijo de Luis Enrique y bautizado Poli por Neruda, tenía pocas opciones diferentes en la vida y se puso a escribir y publicar desde 1960. Uno de lo más prolíficos de los candidatos, la novela En este lugar sagrado, editada varias veces en México y Chile, y su selección de Cuentos mexicanos, amenazan con ser sus principales aportes a la divulgación literaria. Una vasta cantidad de ediciones en más de cincuenta años permiten estimar que su aporte a ella no ha sido menor.

Ninguno de los mencionados sorprendería si es ganador del Premio Nacional de este 2014. Pero, como estamos de ficciones, también podríamos tener una sorpresa: alguien que no figura en la nómina. No es frecuente que haya dos poetas en el jurado -Oscar Hahn y Pedro Lastra- , y de ellos se puede recibir las mejores emociones inesperadas.
Se espera prime la literatura -no las campañas- para elegir a un ganador, que el galardonado premie a la sociedad con una lluvia de nuevos lectores y todos nos regalemos una remozada política del libro y la lectura.
Hace mucha falta.