04 agosto 2014

LIBROS Y LITERATURA: UNA POLÍTICA Y UN PREMIO



Agosto podría convertirse en el mes del libro. Sin connivencia con los publicistas ni obligatoriedad de regalar algo, el mes que se inicia será testigo tanto de los debates para actualizar una política nacional, que languidece desde 2006, como del anuncio de un nuevo Premio Nacional de Literatura. Lo primero, se dio a conocer el último día de julio, en la Biblioteca de Santiago, a instancias del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y continuará hasta octubre en salas del Centro Cultural Estación Mapocho y la Biblioteca Nacional. Lo segundo se proclamará desde las oficina del Ministro Nicolás Eyzaguirre antes que finalice el mes, anunciado para el día 22.

Más de un centenar de convocados, pertenecientes a las instituciones que promueven el libro y la lectura de diversas formas, llegaron hasta la emblemática biblioteca capitalina -nacida precisamente al calor de la Política 2006/2010 que a su vez derivó de la Ley de Fomento del Libro y la Lectura de 1993- para despertar a ese gigante no egoísta pero sí dormido que son las políticas del libro en Chile.

La ocasión permitió apreciar tanto la actitud pro activa de la nueva secretaría del Consejo del Libro, Regina Rodríguez, como el compromiso con el tema de la Sub Directora del Consejo Nacional de la Cultura, Lilia Concha, quién no vaciló en calificar a los asistentes como privilegiados que deberían ser conscientes de que todo privilegio se convierte en responsabilidad con la sociedad.

En ese clima de adelante sin llantos y con propuestas, sobre la base de lo ya construido, se convocó a un ciclo de reuniones basadas en el mismo espíritu sistémico que inspiró la primera versión de tal política y la ley que la sustenta y sirvió de módulo de la que creó el Consejo Nacional de la Cultura. Es posible que para la próxima FILSA de fines de octubre ya haya algunos resultados.

No podía faltar en una reunión de esta especie, la llama antaño encendida por la SECH de formar parte del jurado de los Premios Nacionales, lo que terminó motivando a los asistentes a charlar, ya café en mano, de esta bienal contienda literaria que se acerca. Y de los varios intentos de modificar la añosa  ley que los rige.

Por ejemplo aquella discutida en el primer Directorio del Consejo Nacional de la Cultura (2004/2008) en la que se incorporaba al Ministro de Cultura o su representante al Jurado y consideraba la participación de voceros de los lectores. Si dicha modificación estuviera vigente, quizás las deliberaciones del jurado serían diferentes.

Hagamos ficción, que es, finalmente, la que ha llevado a diez narradores a esta expectante posición, revisemos sus antecedentes desde lo que ocupa a los parroquianos del libro antes descritos: su aporte al fomento de la lectura y por ende, del esquivo amor por la literatura. Simulemos que somos un país en el que la política de premios y estímulos no está desvinculada de la política de formación de hábitos de lectura, lo que no parece extravagante ni imposible en el futuro cercano.

Antonio Skármeta es el símbolo de la divulgación masiva -en TV- con su recordado Show de los libros. Afincado además en reconocimientos a su pluma desde las juveniles academias del Instituto Nacional a la cubana Casa de América, en los sesentas. Representó una generación de ciclistas menos audaces que los actuales, que estiraban sus músculos, con Entusiasmo, en el San Cristóbal. Vivió activamente la Unidad Popular, el exilio y recogió señas de Neruda en su novela Ardiente paciencia. Con ella ha llegado a los formatos mas diversos incluyendo la ópera y el cine.

Lo contrario a Skármeta representa un autor que no sólo no divulgó la literatura sino que hay sospechas de que la censuró. Cuesta hablar en este plano de Fernando Emmerich, cuyo nombre convive, además de su obra, con su trabajo como asesor de la dictadura.

Francisco Casas comenzó como poeta, siguió como artista visual y novelista. Formó parte de la delegación chilena en la FIL de Guadalaja, en 1999, con una muestra visual. Su obra de divulgación es más conocida por su dúo performático llamado las Yeguas del Apocalipsis, que por su literatura.

Francisco Rivas, médico, ex embajador y novelista contribuyó a la lectura precisamente cuando se trataba de impedir su divulgación. Tanto con su nombre real como con su seudónimo, Francisco Simón, entregó aportes en el terreno de la ciencia ficción y situaciones escabrosas que podrían a más de alguien alertar respecto de atrocidades nada literarias que acontecían, casi simultáneamente con su publicación, durante la dictadura.

Poco antes de que ésta iniciara sus años de represión, Germán Marín publicó su primera novela, Fuegos artificiales, en editorial Quimantú. Será recordada como el décimo título de la Colección Cordillera y una opera prima editada en poco frecuentes cinco mil ejemplares, en febrero de 1973. A no dudarlo, uno de las obras de Marín con mayor divulgación. Posteriormente, tuvo una buena acogida entre los escritores más jóvenes y algunos cenáculos académicos y de la critica.

Jorge Guzmán aparece como uno de los candidatos más longevos (nacido en 1930) y sorprendente por su labor como ensayista (Una constante didáctico-moral del Libro del Buen Amor,1963; Diferencias latinoamericanas, 1984, y Contra el secreto profesional: lectura mestiza de César Vallejo, 1991), no obstante, su aporte a la divulgación literaria pasa por una dilatada docencia y títulos de biografías noveladas de personajes entrañables de nuestra historia como Ay mama Inés (de Suárez), La ley del gallinero (sobre Diego Portales), o Cuando florece la higuera.

Patricio Manns es conocido como cantautor y novelista, Arriba en la cordillera es su obra musical cumbre (literalmente) y Buenas noches los pastores, su novela más recordada, con prólogo de Carlos Droguett y una cuidada edición de Ediciones Universitarias de Valparaíso, en 1972. Un duro exilio le permitió seguir incursionando en ambos géneros y recibir variados reconocimientos, no obstante su gran aporte a la difusión literaria pasa más por el trovador que escribe que a la inversa.

José Luis Rosasco podría ser calificado como un autor de tiempos oscuros, pero no es tan simple; efectivamente su obra floreció en tales años, con el mérito de estar dirigida a jóvenes que difícilmente leerían otras obras, sea por censura o por estrecheces económicas. Su labor de divulgación no fue sólo acogida por Editorial Andrés Bello y sus clubes de lectores que insistió con 17 ediciones de Dónde estás Constanza entre 1980 y 1997, más de una por año. Además madrugó consistentemente los días miércoles, para comentar libros en radio Cooperativa contribuyendo así a mantener vivos los decaídos indices de lectura de aquellos tiempos.

Pedro Lemebel, cronista de la marginalidad, integró -para su sorpresa- la delegación oficial de Chile a la FIL de Guadalajara en 1999, dónde su obra fue divulgada y él, elogiado. Su novela Tengo miedo torero, es una de las narraciones más notables sobre el atentado a Pinochet. Sin dudas es uno de los creadores que más ha contribuido a que la sociedad chilena descubra realidades más allá de los estrechos márgenes tradicionales, para lo cuál Lemebel se vale de sus irreverentes crónicas que le han entregado merecidamente bastante más que una decena de publicaciones de libros propios y antologías. Podría calificarse como un autor que ha atraído audiencias nuevas y marginales a la literatura.

Enrique o Poli Délano, se alimentó con leche de literatura, hijo de Luis Enrique y bautizado Poli por Neruda, tenía pocas opciones diferentes en la vida y se puso a escribir y publicar desde 1960. Uno de lo más prolíficos de los candidatos, la novela En este lugar sagrado, editada varias veces en México y Chile, y su selección de Cuentos mexicanos, amenazan con ser sus principales aportes a la divulgación literaria. Una vasta cantidad de ediciones en más de cincuenta años permiten estimar que su aporte a ella no ha sido menor.

Ninguno de los mencionados sorprendería si es ganador del Premio Nacional de este 2014. Pero, como estamos de ficciones, también podríamos tener una sorpresa: alguien que no figura en la nómina. No es frecuente que haya dos poetas en el jurado -Oscar Hahn y Pedro Lastra- , y de ellos se puede recibir las mejores emociones inesperadas.
Se espera prime la literatura -no las campañas- para elegir a un ganador, que el galardonado premie a la sociedad con una lluvia de nuevos lectores y todos nos regalemos una remozada política del libro y la lectura.
Hace mucha falta.

1 comentario:

  1. Me gusta Antonio Skarmeta, un excelente escritor que ha dado un gran salto con sus obras llevadas al cine. Maria Eliana-

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