26 diciembre 2014

LAS PALABRAS, LUGAR DE LUCHA Y DE AMOR


Felipe González, escéptico y socialista, en ese mismo orden –al igual que Alfonso Calderón- señalaba que mucho se temía que la última noche del siglo veinte iba a ser muy parecida a la primera noche del año dos mil. Fue lo primero que se me ocurrió cuando los optimistas de editorial RIL me propusieron presentar “El mirlo burlón”, publicación de los diarios correspondientes a los tres primeros años del siglo 21, según Alfonso.

Más optimista aún y querendón además, acepté, consciente de que se trata de un libro difícil. Desde el título, que el editor no vacila en calificar de “horrible” y que proviene de la canción "Le temps des cerices" (El tiempo de las cerezas), que comenzó a formar parte de la cultura popular francesa desde los breves tiempos de la Comuna de París, de la que llegó a ser un himno. Los versos finales de la primera estrofa dicen: "Quand nous chanterons le temps des cerises / sifflera bien mieux le merle moqueur"

Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
El alegre ruiseñor y el mirlo burlón
Estarán de fiesta
Las bellas (mujeres) tendrán la locura en la cabeza
Y los enamorados sol en el corazón.
Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
silbará mejor aún el mirlo burlón.


Una canción de amor y de combate, cantada durante un tiempo breve pero intenso y rojo, porque las cerezas no duran mucho. Como los Minilibros de Quimantú, que Alfonso producía semanalmente (me refiero a su selección, prólogo y lectura de cuarta tapa, más ideas para la portada). No lo sabremos, pero quizás ese es el tiempo de las cerezas que intenta Alfonso trasladar al siglo XXI, aludiendo a esos tiempos de la Comuna de París y de la Unidad Popular de Chile.

La pregunta constante con la que recorremos el texto es ¿cuánto quedará de esos tiempos de cerezas?

Pero es muy corto el tiempo de las cerezas
A donde vamos dos a recogerlas soñando
pendientes para las orejas.
Cerezas de amor de ropas iguales
Caídas bajo el follaje en gotas de sangre.
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas,
Pendientes de coral que se recolectan soñando.


Lo que hace Alfonso, diariamente, además de leer 250 páginas, en promedio, es escribir aquello que le llama la atención de lo que lee, ve, recuerda, escucha y asocia libremente. Una tarea tan agotadora como desesperada. ¿Cuáles son las ideas, las creaciones, los recuerdos que sobreviven en este siglo XXI que le es tan ancho y ajeno? Pero no lo esquiva, lo acomete sin llegar a comprenderlo en su incesante carrera por escribir sus diarios hasta el último de los días de su vida.

Sabe que sus lectores apenas superan en dos veces a las páginas que lee cada día. Por ello, les exige demasiado: que sepan de música (y detalla las sinfonías que escucha incansablemente) que están al tanto de la actualidad, que disfruten su humor, que se vayan a los escritos de los profetas y puedan distinguir la sutileza de la Torá que la diferencia de los Evangelios que detallan “la peor comida de la historia, aquella en la que se termina el vino”, que no olviden las semejanzas entre los financistas de Hitler con quienes financiaron a Pinochet, las alegrías de los amigos, que comparte gozoso y las libretas de direcciones que van deviniendo en listas de muertos. Todo ello, en forma de una cronología absurda se va entremezclando de tal forma que olvidamos qué día vivimos, pero no que autor relee entonces Alfonso.

Es como si el tiempo dejara de importar y el siglo XXI no pasa de ser una referencia en la que permanecen las constantes mañas y costumbres de ese lector permanente que es Alfonso. De pronto, algunos develamientos geniales como que la palabra hebrea “sofer” significa a la vez contador y narrador, es decir, alude al mismo tiempo a las matemáticas y a las historias. “Los escribas, nos dice, se dedicaban a contar las letras sin faltar una, y tenían cabida los espacios en blanco. Como en la música los silencios y las pausas adquieren un sentido, significan algo. El mundo fue creado por Dios mediante el texto, y este era un modo de mundo. Al entender uno la Torá, fija, inmutable, sin agregados ni supresiones, entiendo el sentido que el mundo tiene. No hay que tocarla. Si se comente un yerro gráfico al copiarla, esto podría llevar a la destrucción del mundo, al fin de la Obra Máxima, la Creación. Por eso, quién copiaba la Torá no podía errar. Por esa ruta se llega a la conclusión de que la obra de Dios es perfecta, como lo es la Palabra".

¿Se requiere otra explicación para que dedicara su vida a ella? A leerla y escribirla. A contarla y narrarla. Porque Alfonso contaba muy bien los espacios y los golpes de máquina cuando escribía. Cumplía rigurosamente la extensión solicitada para un texto. Era un sofer que narraba y contaba a la vez.

Sin por cierto llegar a acortar las palabras o a escribirlas onomatopéyicamente para que quepan en un formato electrónico, sino dándoles su sentido permanente, acariciándolas y explorándolas.

De ese modo, se sigue escribiendo la historia de la humanidad, dejándola acunada en palabras que saben acogerla y respetarla en toda su dimensión, aunque cambien los siglos… finalmente, como Felipe, cada noche es igual a la siguiente y ésta a la que vendrá. Sólo que de pronto, improbablemente, viene el tiempo de las cerezas y hasta el mirlo burlón estará de fiesta junto al ruiseñor. Para que la humanidad recuerde que las palabras son también lugar de lucha y lugar de amor.

¿Si no para qué se habrá creado el mundo?

18 diciembre 2014

QUEREMOS TANTO A CUBA: DE HEMINGWAY A PADURA


El reciente reencuentro de Cuba y los Estados Unidos podría simbolizarse en dos grandes plumas de esos países, unidos en su amor por la isla caribeña, donde ambos hicieron su vida y su literatura. La literatura cubana, los escritores de Cuba, están en nuestros radares desde antes de la revolución que llevó a Fidel Castro al poder. Nicolás Guillén y su musical Sóngoro Cosongo, que data de 1931, daban ritmo a nuestras lecturas pre Sierra Maestra. Lo mejor de Ernest Hemingway, que logré emular capturando un pez vela (con "El viejo y el mar" en la mente y una gran caña en las manos) y saboreando daiquiris en el Floridita ante su figura en bronce, son añoranzas apreciadas. Ambos grandes de las letras se reúnen en un breve relato de Padura en el que Mario Conde investiga el asesinato de un agente del FBI en la finca de Hemingway...

Obviamente, la llegada "de los barbudos" a La Habana, un feliz día de año nuevo, trajo un impulso extraordinario a esta ciudad literaria, que recibimos en Chile envuelto en premios Casa de las Américas a nuestros jóvenes literatos y un inédito e irrepetido boom de las letras que llevó a pronunciar quizás por primera vez la frase del Presidente Barak Obama, al normalizar ahora los Estados Unidos relaciones con Cuba: "Todos somos americanos".

Mi vida estudiantil estuvo llena de publicaciones cubanas qué -en modesto papel elaborado con caña de azúcar- llegaban a nuestro centro de alumnos dónde escudriñaba los envíos para descubrir ejemplares de la revista Caimán Barbudo, que nos enteraba de la actualidad literaria de la isla.

Durante la Unidad Popular, devolvimos la mano imprimiendo millones de textos de estudio para los jóvenes cubanos que padecían las limitaciones del bloqueo. No obstante ello, recuerdo con emoción las exposiciones de libros cubanos que acompañaban las largas y animadas colas en las que esperábamos turno para recibir la ansiada bandeja en que recogíamos el almuerzo en el enorme casino del entonces edificio de la UNCTAD. En una ocasión, al advertir a un colega del Instituto cubano del libro que era muy riesgoso dejar los ejemplares al alcance de lectores tan ávidos como hambrientos, me respondió tranquilo: "no importa, compañero, que se los lleven, lo importante es que lean".
La misma generosidad, experimenté a comienzos de los noventa cuando, luego de una importante donación de Letras de España a la biblioteca municipal juvenil de Santiago, enterado el presidente de la Cámara cubana del libro, no quiso ser menos y envió un cargamento de ejemplares, impresos en Cuba, para complementar dicha biblioteca.
Mi mas reciente episodio de cercanía y admiración a esa literatura se llama Leonardo Padura, que impactó con El hombre que amaba a los perros y ratificó con la más reciente Herejes. Sin dejar de lado las múltiples entregas del entrañable Mario Conde, el detective privado que sobrevive en La Habana, comprando viejas bibliotecas y vendiendo su contenido al detalle, a coleccionistas adinerados.
Pero no sólo es querible la Cuba literaria. Sin ser un experto, admiro su música, sus bailes, sus cantantes comprometidos y los no tanto, desde Silvio Rodríguez a Buenavista social club. Su cine: Lucía, de Humberto Solás; Memorias del subdesarrollo, o Fresa y Chocolate, de Tomás Gutierrez Alea, son inolvidables.
En el terreno del patrimonio es ejemplar la labor de la Oficina del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, que paso a paso y peso a peso está reconstruyendo el centro patrimonial de La Habana hasta convertirlo en un sitio de visita obligada a nivel mundial.
Incluso, es posible advertir e incluso, recientemente, compartir, el esfuerzo de entidades privadas sin fines de lucro, como la Fundación Ludwig, que apoyan las artes plásticas, 
En El País del 7 de junio de 2014, Padura resumió la situación del pueblo cubano: "El verbo cubano más practicado es resolver. Resolver en Cuba significa encontrar los medios legales, semilegales o ilegales de arreglar tu vida cotidiana, resolver lo abarca todo, no se puede entender la vida cubana sin entender lo que para los cubanos significa el verbo resolver".
Consultado sobre lo que quisiera para su país, Padura respondió: "Me gustaría que se convirtiera en un país más normal, en el que las personas trabajaran y tuvieran un resultado de su trabajo que les permitiera vivir dignamente. Para que llegue esa normalidad hay que resolver problemas económicos muy profundos. Hubo un periodo de excesivo romanticismo político y deficiente preocupación por lo económico y creo que se está entrando en otro de un mayor pragmatismo económico y también político".
Al parecer, ese momento está llegando. 
Es justo y necesario.

15 diciembre 2014

CULTURA: LAS VENTAJAS DE SABER NAVEGAR EN CRISIS


Un reciente Curso de Alta Dirección Pública en Gestion Cultural, realizado en la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República de Colombia, organizado por Goberna América Latina, permitió dejar en evidencia la enorme diferencia con que latinoamericanos y europeos enfrentan las crisis en el financiamiento de la cultura. Mientras en España, por ejemplo, se sigue hablando de "estar" en crisis y a la espera de la recuperación de la economía para a su vez recuperar los aportes gubernamentales, en Colombia, Chile y Uruguay -los casos analizados- se trabaja con la crisis como dato, quizás permanente, pero en todos caso, no inmovilizador. Somos crisis, no estamos, y de ella hemos aprendido, al menos como quedó en evidencia con el Museo del Carnaval, el Centro Cultural Estación Mapocho y el propio Banco de la República.

Mientras desde la teoría pareciera que la dicotomía de financiamiento para la cultura es sólo estado o empresa privada, del estudio de los casos -con rigurosa metodología inspirada en las socrática mayéutica (diálogo metódico por el que el interlocutor interpelado descubre las verdades por sí mismo) surgió un camino diferente: el de aquel financiamiento surgido desde el trabajo con audiencias, de modo de que éstas -conocidas, descritas y cuantificadas- permiten al gestor buscar los financiamientos necesarios entre quienes aspiran a sus votos -los que están en el gobierno o aspiran a estarlo- o quienes aspiran a su preferencia en el mercado, las empresas.

De este modo, en el trabajo con los públicos estaría la clave para asegurar estabilidad a los espacios culturales, a través de financiamientos mixtos de los que incluso pueden participar los propios beneficiados además de las fuentes clásicas estatales y empresariales.

También quedó en claro que este proceso mixto de financiamiento artístico y cultural requiere de una dirección clara y firme, como la de quien empuña un timón o la, más delicada, batuta del director de orquesta: el gestor cultural.

Para los estudiantes del curso -la mitad de ellos, los responsables de las mas de 20 sucursales culturales que tiene en el interior de Colombia el Banco de la República-, se reafirmó la importancia de su rol de gestores para la conducción acertada de los espacios patrimoniales, artísticos o culturales que ya encabezan y buscan perfeccionar.

Esta "batuta" indelegable, debe considerar tanto el conocimiento del público al que está dirigido -a través de encuestas, observatorio de audiencias, estudios de fidelidad- como el manejo adecuado de las infraestructuras en las que la cultura se desenvuelve, con un trabajo intensivo en alianzas con sectores indispensables como son los creadores, las corporaciones con o sin fines de lucro y las autoridad locales, los alcaldes.

Respecto de estos últimos, fue curiosa la coincidencia para valorarlos como actores centrales del desarrollo cultural local, tanto como la necesidad de descubrir sus personales sueños ("en Colombia, cada alcalde tiene un teleférico y un centro de convenciones en su corazón") y hacerlos compatibles con las necesidades de un desarrollo cultural estable.

En efecto, en los desarrollos locales sustentados, en lo posible, en organismos participativos y sin fines de lucro se deberá basar una política pública estable que se funde tanto en la historia, la idiosincracia del lugar, las realidades del presente y las aspiraciones de futuro, en perfecto equilibrio conforme a los tranquilizadores ritmos de la batuta señalada.

Una batuta que piensa y actúa. Y luego reflexiona sobre lo hecho.


FUTURO MINISTERIO: PARTICIPACIÓN Y DESCENTRALIZACIÓN


Tal vez no sean quienes encarnan las posturas más enfrentadas sobre un eventual Ministerio de Cultura, pero un grupo de estudiantes del Magister en Gestión Cultural de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, graficó en dos Presidentes del Consejo Nacional de la Cultura, máscaras en mano, las ideas que protagonizan el debate cultural del momento. A sendos enmascarados, unos como Claudia Barattini, le asignaron la defensa de un proyecto de Ministerio y a otros, embozados como el ex Ministro José Weinstein, la defensa del modelo vigente de Consejo Nacional de la Cultura. 

Para construir su trabajo de Políticas culturales comparadas, optaron por la metodología del diálogo entre las autoridades quienes, caracterizados, daban a conocer sus argumentos a partir de un cuidado guión.

Así como ellos, otros grupos de estudiantes, también apuntaron a los ejes más relevantes de la discusión: la participación y la descentralización. Detectando, varios de ellos, que se da la contradicción de que la institucionalidad vigente clama menos por ambos aspectos, pero los contiene en su estructura. Mientras que el esquema convencional de Ministerio los reduce, pero es sostenido por quienes se reconocen como adalides de la participación amplia y una descentralización mayor.
Será la manera de destrabar este nudo la que permita avanzar hacia una forma de institucionalidad más participativa que la actual -considerará desde luego a los pueblos originarios y detalladamente a las regiones- y más descentralizada.
¿Será posible, con seremis y dos jefes de servicio en cada región, aumentar el grado de decisiones de la sociedad civil regional?
¿Será posible, con un Ministro designado e instruído directamente por él o la Presidente de la República, con un horizonte máximo de cuatro años de gobierno, alcanzar una política cultural más estable y diversa que aquella instalada por un Directorio transversal y participativo, que no cambia con los gobiernos, apoyado en consejos regionales y una Convención nacional igualmente participativos?

Por otro lado, ¿será posible alcanzar un grado mayor de relevancia para la cultura y las artes sin tener derechamente un Ministerio del sector y no sólo un Consejo que no es más que un servicio público que debe reportar algunos aspectos no menores al Ministerio de Educación?
¿Será posible empoderar a la cultura en el escenario actual en el que bibliotecas, museos y monumentos nacionales caminan por otro sendero, huérfanos de gestión y en ocasiones duplicando funciones que ejerce el Consejo Nacional de la Cultura?

Por ahora, esas preguntas carecen de una respuesta definitiva, por el contrario, reciben muchas -cada vez más- respuestas desde las múltiples instancias de participación en curso.
El trabajo que viene, de sistematizar, compatibilizar y jerarquizar será clave para encontrar el camino más adecuado a los nuevos tiempos. Tampoco se puede dejar aquello solamente a los servidores públicos, este proceso final requiere también de presencia ciudadana, de artistas, gestores y patrimonialistas que resuelvan en colectivo a partir de un listado de propuestas ordenadas conforme a su relevancia y contenido.

Como el proceso que culminó, con buenos resultados, en 1996 cuando en el Parlamento, con ayuda del personal de la Cámara de Diputados y la experiencia de una decena de parlamentarios, se enumeraron las 120 demandas del mundo de la cultura. La número uno fue entonces, la creación del Consejo Nacional de la Cultura, concretada seis años después. La mayoría de las otras están cumplidas.

Tal vez sería entonces el momento de culminar este proceso participativo con un  gran Congreso de la Cultura que resuelva democrática y transversalmente la institucionalidad que más convenga al país.

Ojalá, sin máscaras.

01 diciembre 2014

HUMBERTO GIANNINI: FILÓSOFO, PILOTÍN Y AMIGO


Además de su acogedora sonrisa, Humberto Giannini regalaba, generosamente, palabras. Meditadas palabras, que transparentaban reflexión, sabiduría y sencillez. Tal vez la definición de filósofo que muchos atesoramos y que en él encontraba una sólida encarnación. La palabra que sugiere su partida es: tristeza. 
Tuve el privilegio de compartir con Humberto una buena cantidad de viajes de ida y vuelta entre Ñuñoa, su casa y Valparaíso, la sede del Consejo Nacional de la Cultura hasta donde nos dirigiamos para asistir a las sesiones mensuales del primer Directorio Nacional de dicha entidad.
En esas sesiones, Giannini aportaba sus dosis de buen criterio y, en ocasiones, una sólida defensa de la presencia del Rector de la Universidad de Chile en los Jurados de los Premios Nacionales, que muchos queríamos -queremos- modificar.
Las reuniones se desarrollaban en el vetusto Club Alemán de Valparaíso, que en sus muros ostentaba antiguas fotos del Kaiser y otros militares germanos que causaban gran desazón a José Balmes, otro de los participantes. Llegada la hora de almuerzo, comprobábamos con nostalgia que éste no contemplaba una modesta copa de vino para animar el deslavado menú. Se hizo habitual que, con Humberto, hacíamos imperceptibles señas al mozo para que nos alentara con una botella de tinto, que compartíamos con los otros directores, aunque financiábamos a medias.
Nunca una protesta por la calidad del recinto, sólo un aporte a mejorar su impertérrita condición.
Fue en esos viajes que me confesó su cariño por el puerto dónde ambos crecimos, la navegación y su condición de pilotín de la marina mercante nacional.
Tal vez esa condición marinera que solíamos dialogar, lo impulsó a presentarme, en una deliciosa cena en su casa, a un excéntrico profesor italiano que intentaba demostrar -navegando en un solitario kayac en los procelosos mares sureños- las conexiones terrestres que alguna vez habrían unido a nuestra América del sur con Oceanía. Para ello recurría a palabras e imágenes similares de indígenas de ambos continentes. Esa fascinante investigación implicaba que el académico debía ser acompañado, a prudente distancia, por una patrullera de la Armada, cuando se encontraba en aguas territoriales chilenas.

Cuenta la leyenda -ya construida alrededor de nuestro filosofo- que perdió el conocimiento, poco antes de fallecer, en presencia de un entrevistador de The Clinic, mientras se refería a Sócrates, para él, "padre del diálogo callejero". El mismo que lo llevó a La Piojera a escuchar y registrar, junto a sus estudiantes, la celebración de una pareja que acababa de adquirir la primera enceradora para su hogar.
Ello lo llevaba a afirmar también que el centro de su filosofía era el sentido común: "no abandonar nunca el sentido común", recomendó al joven periodista que, con buenas razones, no se dejó llevar por la prisa para dar a conocer tan singular entrevista, sino que resolvió aguardar "un par de semanas antes de publicarla".

Lo que no es leyenda sino una sólida realidad, fue el homenaje que su Universidad le rindió al cumplir ella su primeros 170 años, junto a otros tres sabios, en noviembre de 2012. Le acompañan en ese sitial de "grandes de la Universidad de Chile", Julia Romeo, Carla Cordua y Alfredo Jadresic, todos jubilados de esa casa de estudios, luego de haber contribuido, como señaló la profesora Romeo a que los egresados de esa universidad se reconozcan fácilmente cuando se cruza un par de palabras con ellos, por ser "críticos, espontáneos y sólidos en sus conocimientos". La frase forma parte del vídeo Memoria y Conocimientos, sabios y sabias de la Universidad de Chile, que fue estrenado en el homenaje y que sería una buena idea revisitar en estas circunstancias.

Así como releer las obras de Humberto, sin dejar de reflexionar en el espacio que fue tu taller: la calle, los bares, las plazas, los amigos.


20 noviembre 2014

GESTORES CULTURALES: EL REGRESO


En cuatro mesas, bien servidas de críticas, análisis y propuestas, los gestores culturales, convocados por el Consejo Nacional de la Cultura a discutir el Borrador de indicación sustitutiva del proyecto de ley eventual Ministerio de Cultura, dieron cuenta de un documento con más falencias que aportes, incorporando sugerencias, recuperando el insustituible rol de estos profesionales en el desarrollo cultural chileno y, desde ahora, en la construcción de un  nuevo proyecto de ley, anclado en la realidad.

La historia comenzó cuando el Borrador, conocido en Temuco el 23 de agosto pasado, prescindía completamente de los gestores culturales que, por ley vigente del Consejo Nacional de la Cultura forman parte de los profesionales y académicos elegibles para el Directorio Nacional, tienen un asiento en el Consultivo Nacional y eran habitualmente consultados para elaborar los planes de gestión de los nuevos centros culturales que constituyen la red que impulsa este servicio público.
Continuó con la no inclusión de esta especialidad entre los foros ciudadanos que, en número de diez, buscaban la participación sectorial en sendos encuentros en el hermoso Teatro Huemul del barrio Franklin, en Santiago centro. Sin embarco, advertidas a tiempo, las autoridades agregaron un undécimo foro ciudadano que se llevó a cabo el jueves 20 de noviembre en la misma sala patrimonial.
La reunión, que comenzó con la exposición de la abogada Karen Soto, tuvo un momento de reconciliación cuando, ante la solicitud de explicación por esta grave omisión, la asamblea de medio centenar de profesionales recibió las excusas y comprensión de parte de la expositora y de los funcionarios del Consejo Nacional de la Cultura que atendían el foro.
Luego vino el trabajo en comisiones, en las que los asistentes -directivos, académicos y estudiantes de los postgrados de la Universidad de Chile y de Santiago, directores de centros culturales, gestores municipales, dirigentes de Ad Cultura, ejecutivos del proyecto Trama y una amplia variedad de trabajadores de la gestión en cultura- expusieron sus observaciones al borrador.
Las principales de ellas tienen relación con la pérdida de una representatividad amplia en los órganos colegiados, que es reemplazada por representantes sectoriales, algunos de los cuales incluso tienen dependencia administrativa del propio Consejo Nacional que integrarían. Se habló de una pixelización o gremialización de los órganos participativos, pidiendo que ésta se reemplace por consejos representativos de la totalidad del sector, con componentes técnicos y autoridades políticas (ministros de otras carteras). Una estructura bastante similar a la del actual Directorio Nacional, al que se agregarían representativos de los pueblos indígenas y de organizaciones ciudadanas, como sí contempla el Borrador.
Reparos similares se formularon a otras estructuras participativas como los consejos regionales y Consejo del Patrimonio. Junto a ello se observó la inconveniencia de construir estructuras sin tener del todo claras sus funciones.
Asimismo se aconsejó revisar la presencia de instituciones de escasa relevancia en el desarrollo cultural presente, en tales órganos colegiados.
Respecto del tema de la participación y el carácter vinculante de los resultados de la misma, se llegó a la conclusión que el esquema de ministerio, tal como se plantea, retrotrae el vigente carácter de diseñador de políticas del Consejo Nacional de la Cultura, con ambición de políticas de Estado, para reducirlo a un órgano que asesora a un Ministro que a su vez propone al Presidente de la República dicho diseño.
Se corre así el riesgo de reemplazar un modelo de políticas a largo plazo por un sistema que las modificaría cada cuatro años, con cada elección presidencial. Un retroceso.
En términos de lenguaje, parece innecesario incorporar el concepto de industrias creativas al nombre del servicio público encargado de las artes, de hecho los consejos sectoriales existentes y que formarían parte de ese servicio ya consideran los aspectos de fomento y artes en su definición.
Se plantearon asimismo dudas respecto de la ubicación de las bibliotecas públicas en este servicio, en desmedro de su actual ubicación en su par del patrimonio.
En relación a la presencia de representativos regionales en los órganos nacionales se propuso que los consejos regionales no fueran presididos por funcionarios públicos -Seremis en el Borrador- para permitir que la representación de la diversidad regional en instancias nacionales la asumiera un integrante administrativamente independiente del Ministro.
Como se ve, la mirada amplia de los gestores, propia de su trabajo, pero ausente hasta ahora, entrega una riqueza difícil de encontrar en posturas sectoriales que tienden, explicablemente, a reivindicar intereses corporativos. 
Quienes deben seguir con este proyecto tienen en este colectivo una eficaz ayuda para encontrar una postura reflexiva y generalista, tan estimulante como necesaria, para legislar.
Y coherente con la búsqueda de un lugar central -no sectorial- para la cultura, que ha anunciado recientemente la Ministra Barattini, como aspiración para su mandato.

04 noviembre 2014

EL SUEÑO DE QUIMANTÚ

Hay un sueño chileno -exclusivamente chileno, como las empanadas y el vino tinto- que se resiste a morir y renace cada tanto, de la mano de debates, conversaciones o reportajes sobre la lectura: la experiencia Quimantú. En días reciente, lo renueva un libro de Hilda López, una histórica "quimantusina" o "quimantusiasta" que lleva el título que encabeza este comentario, y algunas ideas surgidas del natural proceso de actualizar nuestras políticas hacia la lectura: la editorial del Estado. Algo así como una pócima mágica que resolverá todos los problemas, que son muchos y variados.


Primero, cabe recordar que acaba, tristemente, de morir la primera editorial estatal que tuvo Chile: Jurídica Andrés Bello, fundada el 28 de enero 1947 por Ley 8.737; corporación de derecho público de propiedad de dos socios potentes: el Parlamento y la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile que no pudo sobrevivir en el concentrado mundo editorial de hoy, a pesar de haber desarrollado clubes de lectores, líneas de libros auxiliares de la educación y otra estrategias de lectura masiva.

La primera restricción entonces a una editora nacional es precisamente su condición de tal, es decir, el alcance limitado sólo a un territorio mientras tres o cuatro transnacionales llegan, literalmente, a todo el mundo. Competir en esas condiciones es complejo por no decir imposible.

La segunda estatal de los libros fue, en 1970, Quimantú. Nació con el sueño del Presidente Allende de erradicar de una población desnutrida física e intelectualmente, tales lacras. Lo cumplió con el medio litro de leche en el primer caso y con libros del precio de una cajetilla del cigarrillo más popular -los Hilton- y luego de los libros más baratos que era posible encontrar en los kioscos de periódicos: Corín Tellado y Texas Ranger.

Nadie pudo, entonces -1970 a 1973- dejar de leer. Los ejemplares salían al encuentro del lector en las organizaciones sociales, en los puestos de diarios y, obvio, en las librerías, que eran considerablemente más que en la actualidad.

El objetivo era democratizar la cultura, a lo que colaboraban un exceso de circulante, escasas opciones de entretención en las capas populares que se incorporan al proceso político, el entusiasmo innegable del mismo y una política cambiaria que favorecía una divisa muy barata para las importaciones relacionada como el papel y las tintas.

Un escenario bastante diferente al que hoy acoge el sueño de la editorial estatal.

Sin embargo, la idea que subyace es pertinente a un momento de adecuación de las políticas lectoras.

¿Cómo el Estado contribuye a mejorar los índices lectores?

Los caminos son dos -ni la editorial ni la eliminación del IVA-, el primero es sembrar el país de bibliotecas y otros centros culturales donde el libro aborde al lector en un buen entorno, cantidad adecuada y en horarios de tiempo libre para el estudiante y el trabajador.

La segunda, es el perfeccionamiento del Fondo de Fomento del Libro y la Lectura, creado el 1ª de julio de 1993 por Ley 19.227, con su consiguiente dotación de recursos para estimular a los autores, la industria y los lectores, orientado por un Consejo Nacional del Libro y la Lectura tan participativo como representativo del sector, que vaya afinando las políticas públicas al respecto.

Lo que está ocurriendo en este plano es alentador: el Borrador de indicación sustitutiva del Proyecto de Ministerio de Cultura pone en una misma mano a bibliotecas públicas y Consejo del Libro, desarticulando así la actual DIBAM que pone en un mismo saco a museos y bibliotecas, cada vez más antitéticos desde el punto de vista de su gestión.

Por otra parte, la Presidenta Bachelet ha anunciado para enero 2015 una nueva política hacia el libro y la lectura que está, en estos momento, surgiendo del debate y la participación de todos los incumbentes. Único camino para consensuar lo que viene.

¿O acaso, se piensa que, hoy por hoy, una editorial estatal tendría los niveles de acuerdo para elaborar su lista de títulos como lo hizo Quimantú?

Quimantú fue una editora de gobierno y sus líneas de publicación eran bastante semejantes al resultado de las interesantes discusiones de los comités de producción, del sindicato de la empresa, de los comités de la Unidad Popular y de la lectura que éstos hacían de la lucha ideológica que legítimamente existía en Chile.

Hoy, con una opción sólidamente instalada de sostener políticas de Estado, el mejor camino lo ofrecen los Consejos de la Cultura, del Libro y de otras disciplinas que establecen transversal y participativamente dichas políticas, alejados de los cambios electorales.

Dejemos entonces a Quimantú en su honrosa condición de sueño.

Un sueño maravilloso que inundó el país con millones de libros.

30 octubre 2014

TRES PRUEBAS EN UNA DÉCADA DE POLÍTICAS CULTURALES


El proceso de implementación de políticas culturales en Chile, durante la década 2004/2014, ha sido de gran riqueza. Comienza con la instalación del Consejo Nacional de la Cultura en su sede de Valparaíso, sin duda, un hito en la historia de un país que hasta entonces careció de institucionalidad cultural. Simbólicamente, la década se clausura con la Convocatoria y comienzo de una Consulta Indígena, realizada por el Consejo Nacional de la Cultura y sus funcionarios. Hecho tan fundacional como el Consejo que se había creado hace diez años. Y que plantea muchas interrogantes. En especial cómo seguirá el proceso de formulación de políticas en la nueva década, incorporando a nuevos actores.

La instalación. Después de quince años de discusiones, finalmente, en enero de 2004 se reunió el primer Directorio del Consejo Nacional de la Cultura, en el Palacio Baburizza. Tres Ministros de Estado dieron solemnidad a la ceremonia, uno de ellos, además de ostentar ese rango era Presidente del Directorio y Jefe del servicio público Consejo Nacional de la Cultura. En esa jornada, cada uno de su integrantes -diez además del Presidente- dieron a conocer sus sueños respecto de la inédita labor como elaboradores de las políticas culturales del Estado de Chile. Ese mismo día comenzaron a operar el resto de las instancia de participación como los consejos regionales y los consultivos nacional y de regiones. Más adelante vendrían las Convenciones Nacionales en las que la totalidad del nuevo servicio y sus consejos sectoriales aprobarían las políticas tan participativamente elaboradas. Cada mes, en el desvencijado Club Alemán de Valparaíso, mientras se terminaba el edificio institucional, el Directorio avanzaba en la aprobación de políticas y la dirección de los concursos que asignaban -a través de pares- los recursos que el estado destinaba a las artes.
La primera prueba. Este proceso duró dos años pues, tal como estaba pensado, el cambio de gobierno de 2006 suponía la designación de un nuevo Ministro y el cambio de dos integrantes del Directorio: los ministros de Relaciones Exteriores y Educación. La nueva administración, encabezada por la Presidenta Bachelet resolvió designar a alguien "de adentro" así fue como el primer cargo de la cultura en el país recayó en la integrante del Directorio Nacional, actriz Paulina Urrutia. Ella conocía bien el funcionamiento de la institución y la transición fue plácida. Desde su primera entrevista de prensa, señaló que ahora la prioridad serían las audiencias. En el entendido que hasta entonces eran los artistas quienes se beneficiaban de la principal preocupación de las políticas públicas. Ya a esas alturas se hacían ver las principales falencias del nuevo órgano: complicaciones derivadas de tener que someter parte de sus acciones al Ministerio de Educación (iniciativas de leyes, permisos para viajar al exterior, presupuesto) y el hecho de que el otro servicio público cultural, la DIBAM, permanecía -desde 1929- en su dependencia tradicional: Educación.
La segunda prueba. El cambio de orientación del gobierno que asumió en 2010, de centroderecha, hizo temer por la continuidad de las políticas de Estado pues su vinculación con la cultura era discreta. El Presidente Sebastián Piñera designó como Ministro a Luciano Cruz Coke, un actor de poca trayectoria en políticas culturales y se asesoró por un puñado de ex militantes de la centro izquierda que dieron un vuelco a sus preferencias, poco antes de las elecciones. El resultado fue un acercamiento a la cultura desde el dinero: se recortó presupuesto a centros culturales (Balmaceda 1215 y Matucana 100 fueron reducidos en un 50%), se suprimió la prioridad presidencial para el GAM, lo que significó paralización de la segunda y tercera etapas de sus obras y se intentó enmarcar su Directorio a las preferencias del nuevo gobierno. En lo legislativo, se inició una discusión sobre la necesidad de un Ministerio de Cultura y Patrimonio, que no estaba  en su programa, pero que originalmente provino desde la DIBAM, que vio la oportunidad de apañar el joven Consejo Nacional de la Cultura, desde su experiencia casi centenaria. El resultado fue que al interior del gobierno se llegó a un proyecto que intentaba mantener el carácter vinculante del Consejo en la nueva estructura ministerial, con el defecto de no haberlo socializado suficientemente en una sociedad civil cada vez más empoderada.  Un cambio de Ministro, al final del mandato, llevó al escritor Roberto Ampuero al gabinete, quién mejoró las relaciones con los parlamentarios y parte relevante del mundo cultural, pero, le faltó tiempo. El resultado fue dejar presentado un proyecto que el futuro gobierno de Michelle Bachelet anunció, ya en campaña, que sustituiría completamente.
La tercera prueba. La incorporación de nuevos actores. La gran razón del cambio anunciado por la Presidenta Bachelet es precisamente incorporar a la nueva institucionalidad a los pueblos indígenas, históricamente marginados y mal tratados por el Estado de Chile. De este modo, la gran tarea que asume en 2014 el Consejo Nacional de la Cultura, es incorporar a nueve pueblos indígenas y las comunidad afrodescendiente a un proceso de entender esa problemática como cultural más que de recuperación de terrenos. Tarea, enorme para un servicio joven, como el Consejo Nacional de la Cultura, que se ha volcado entero a cumplirla, debe convivir con el proceso de participación que se anunció para continuar el debate sobre nuevo Ministerio, otorgando un grado mayor de complejidad e incertidumbre a los resultados. En los recientes días se ha verificado una tendencia de la Ministra Claudia Barattini a adelantar algunas leyes sectoriales mientras se resuelve el entuerto ministerial y se conoce el desenlace de la Consulta Indígena, con la que sin duda, se ha hecho una apuesta mayor. Que puede cambiar de raíz la tendencia seguida desde 2004 a la fecha.


20 octubre 2014

LEYES SECTORIALES A LA ESPERA DE PROYECTO MINISTERIAL



"Este no es el proyecto que presentaremos al Parlamento, esperáremos los resultados de procesos de consulta en desarrollo". Con esas palabras, la Ministra de Cultura Claudia Barattini, luego de exponer brevemente el Borrador de indicación sustitutiva del proyecto de ley de Ministerio de Cultura, inició la Jornada Temática sobre el Estado de avance de la nueva institucionalidad cultural, organizada por la Comisión de Cultura, artes y comunicaciones de la Cámara de Diputados, el 20 de octubre de 2014. No obstante eso, el diputado Ramón Farías, se vio en la obligación de aclarar que su Comisión ya había aprobado la idea de legislar por un ministerio. Así comenzó una mañana, de cinco horas de intervenciones, cada cuál más provechosa, a la que más de un centenar de agentes culturales estaban convocados.

Gustavo Arias, representante de la Asociación chilena de municipalidades, abogó por un "ministerio de las culturas" y una mayor representación municipal en la futura institución.

Edgardo Bruna, Presidente de UNA, planteó que es inaceptable la reducción de la participación de la sociedad civil que pasaría a ser sólo consultiva. Además, sugirió revisar el proyecto del gobierno anterior que sí conserva el carácter vinculante de políticas culturales, definidas por el Consejo Nacional de la Cultura. También propuso que dependa del futuro ministerio, una señal de TV pública, educativa y cultural ajena "a los vaivenes del rating". Fue una de la intervenciones más aplaudidas.

Andrea Gutiérrez, Presienta de SIDARTE, pidió una mayor participación estatal en cultura, subsidios en lugar de fondos concursables y, derechamente, empleos para artistas, mencionando especialmente el proyecto de segunda etapa del GAM.

Andrés Lewin, presidente del Colegio de Artesanos, pidió para su sector un consejo nacional, un fondo nacional y una ley, "como lo que existe para el sector del libro".
Una crítica a la agrupación de las "artes de la visualidad" que surge del Consejo Nacional de la Cultura, hizo el representante de las mismas, José Manuel Muñiz, agregando que en su sector se requiere visión estratégica.

José Ancán, Jefe de la Unidad de pueblos originarios del Consejo Nacional de la Cultura, comenzó su intervención rindiendo homenaje a los once diputados mapuche elegidos al parlamento hasta 1973. Luego, explicó que la Consulta indígena se realiza a nueve pueblos originarios más la comunidad afrodescendiente, por funcionarios del Consejo Nacional de la Cultura, en las 15 regiones del país.
En ella, se busca, entre otros aspectos, consensos sobre participación indígena en los consejos y en el concepto de patrimonio. Comentó que en la consulta en curso, está surgiendo con fuerza la idea de "un ministerio de las culturas".

Trabajadores de ANFUCULTURA, pidieron la palabra para señalar que no han participado en proceso de discusión de indicación sustitutiva y piden, en el futuro, una participación que sea incidente.

Mauricio Rojas, académido de la UAH, ejemplificó con el caso del gran incendio en Valparaiso el rechazo popular al concepto "atrasado" vigente de patrimonio. Explicando que el nuevo concepto  incorpora al movimiento social, pero que éste no se advierte como presente en el borrador de indicación sustitutiva conocido.

Sebastián Gray, Presidente del Colegio de Arquitectos, aplaudió la propuesta de dos consejos y señaló que espera representen a la ciudadanía con periodos de vigencia diferentes a los cambios electorales. Celebró, además, la propuesta de fondo concursable de patrimonio así como recursos de asignación directa en casos de emergencia. Para terminar señalando que "La arquitectura hecha por el Estado de Chile es, en general, mediocre" por lo que aboga por institucionalización de concursos en ella.

El Director de Bibliotecas Públicas, Gonzalo Oyarzún, hizo un detallado informe de los aportes históricos de las bibliotecas, ejemplificando que reciben más personas que los estadios de fútbol profesional ¿debemos profundizarlas o cambiarlas?, preguntó.

La Presidenta de Ad cultura, Fernanda García, reclamó por la ausencia de los gestores culturales en el proyecto, mientras el Consejo Nacional de la Cultura los considera ampliamente, desde su propio Directorio Nacional. Solicitó se reparare esta omisión. A la vez, anunció un foro ciudadano de gestores culturales, para el jueves 20 de noviembre en Teatro Huemul, en el marco de las consultas ya inciadas.

La Directora ejecutiva de Cinema Chile, Constanza Arena, preguntó ¿cómo abrir mercado internacional al cine chileno? Con una buena marca país, innovadora y una legislación coherente, respondió.

Luego, el Presidente de la Comisión, Guillermo Teillier, ofreció la palabra a la Ministra Barattini para analizar lo escuchado y responder algunas preguntas que se habían formulado a través de la comisión. La Ministra aprovechó de anunciar que Artes escénicas sería el primer proyecto de ley sectorial que se enviaría, a partir de una reciente propuesta de plataforma del sector.  Otras leyes, en camino, serían de Derechos audiovisuales, de Modificación a la ley del libro y de Patrimonio.

La jornada, en la que participaron activamente los diputados Maya Fernández, Roberto Poblete y Ramón Farías, constituyó un esfuerzo por enumerar las diversas aristas que tiene el tema de un futuro Ministerio, quedando muy claro que más que apurar el proceso, lo que se requiere es que se cumplan las consultas que, en una primera fase consideraron encuentros ciudadanos, un foro web y consejos sectoriales, y en su segunda fase, en desarrollo desde septiembre pasado, contempla la consulta indígena, foros ciudadanos sectoriales y regionales y mesas sectoriales, en curso.

Sin embargo, la mejor noticia la dio la Ministra, casi inadvertidamente: el carácter vinculante del nuevo consejo, está "en evaluación".
Un avance.

14 octubre 2014

MINISTERIO: PRIMEROS DARDOS SOBRE UN BORRADOR



Desde que, en la última Convención de Temuco del Consejo Nacional de la Cultura, se dieron a conocer, de manera restringida, los primeros escarceos respecto de lo que contendría la indicación sustitutiva del proyecto de ley de Ministerio de Cultura iniciado por el gobierno de Sebastián Piñera, la palabra más escuchada en boca de las autoridades es "borrador". Quizás, reflejando por una parte la necesaria espera a las variadas consultas en curso y por otra, la inseguridad que con su contenido tienen quienes deben llevarlo adelante. Por sí fuese poco, desde Roma y Madrid, dos de la capitales hacia donde miran seguidores del modelo de ministerio de cultura, llegan noticias nada estimulantes. 

Según informa el diario español El País del 4 de octubre de 2014, el museo Centro Cultural Reina Sofía "cerró el ejercicio 2013 con un total de 2.113.406 de euros de pérdidas, un saldo negativo que contrasta con el resultado neto del año anterior, que fue de 3.544.555 euros, alrededor de 5,5 millones más, según sus cuentas, publicadas. El centro sin embargo sostiene en un comunicado que las pérdidas reales ascienden sólo a 1.161.506,16 euros, cantidad que sacó de sus ahorros. En 2013, la principal fuente de ingresos fueron las transferencias del Estado, que representan el 78,8 por ciento. En concreto, el Reina Sofía recibió de las arcas públicas un total de 25.410.670 euros, ocho millones menos que el año anterior. Por otro lado, las entradas el año pasado supusieron un 12,25 por ciento de los ingresos, un total de 3.951.577 euros, 1.858.877 euros más que en el ejercicio anterior y un aumento porcentual de un 88,8% en relación con 2012. Este incremento en la venta de entradas está relacionado con el éxito de la exposición dedicada a la figura de Dalí, que congregó a un total de 732.339 personas en 2013. Los patrocinios de entidades públicas y privadas constituyeron solo el 4,81 por ciento, por un importe total de 1.744.537 euros".

En Roma y su Ópera, las cosas no están mejor. Según el mismo diario, el mismo día "los sindicatos -en protesta por el plan de saneamiento de un teatro que arrastra un agujero de más de 28 millones de euros y debe más de tres millones a los acreedores- protagonizaron dos meses de huelgas intermitentes que dieron al traste con las representaciones veraniegas en las termas de Caracalla. Aquellas protestas provocaron la fuga de un buen número de espectadores y de anunciantes, con la consiguiente pérdida de ingresos. La situación degeneró hasta el punto de que el director Riccardo Muti se vio obligado a preparar la dirección de la ópera Aída, elegida para inaugurar la temporada el próximo 27 de noviembre, en medio de continuas interrupciones por parte de piquetes que, en alguna ocasión, llegaron a irrumpir en su camerino".

En nuestro país, merced a un modelo de Consejo de la Cultura, crisis como las planteadas se enfrentan -como ha ocurrido en nuestro teatro de ópera y centros culturales- con la existencia estable de corporaciones culturales sin fines de lucro que desarrollan un modelo administrativo intensivo en gestión que permite aportes privados o derivados de esa misma operación. En todo caso, nuestros espacios culturales de impacto nacional no llegan a cifras de dependencia del presupuesto público como las del Reina Sofia, lo que los hace mucho más flexibles para enfrentar crisis como la señalada en Europa. Desde el Teatro Municipal que no recibe más de un 50% del gobierno central al GAM, que bordea un 70% del mismo origen o el Centro Cultural Estación Mapocho que no tiene aportes públicos y se autofinancia en un 100%, nuestros iconos están en condiciones de sobrellevar, con aportes privados, eventuales crisis de financiamiento público, de las que nadie puede sentirse exento.

Por lo mismo, la instalación de un Ministerio de Cultura, como el que se sugiere en el mencionado Borrador, con consejos no vinculantes y un Estado más presente en la toma de decisiones en áreas que hoy funcionan con direcciones corporativas transversales y eficaces ha recibido críticas, como las del abogado Juan Carlos Silva, ex funcionario del Consejo Nacional de la Cultura, que ha señalado que "en el estudio de Constitucionalidad del Consejo Nacional de al Cultura y las Artes, el tribunal Constitucional, no objetó las normas que dicen relación con el diseño de políticas que a dicho servicio público y, en específico, a su Directorio Nacional se le asignaron. Lo anterior, acredita que, en virtud del inciso final del art 22 de la ley 18.575, un servicio puede proponer y evaluar políticas y planes, así como estudiar y proponer las normas aplicables a los sectores a su cargo y, tal como ocurre actualmente en el caso del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, ello puede realizarlo un órgano colegiado de composición mixta que incluye a la sociedad civil". Lo que estaría indicando que la forma de conservar el poder de la sociedad civil en la determinación de políticas culturales es mantener el actual Consejo y no convertirlo en un ente asesor.

Desde las propias instancias generadas en el Consejo Nacional de la Cultura se ha escuchado reparos a la ausencia, en todo el texto, del Ministerio de Educación. Esta entidad en el Consejo Nacional de la Cultura vigente no sólo forma parte integrante del Directorio Nacional sino que despliega por todo el territorio participando de los consejos regionales.

Otras críticas provienen, desde el sector del libro, a causa de la considerable debilitación de los Consejos existentes reflejada en el lenguaje en los que se habla de "observar" más que "aprobar", "conocer" más que "decidir"', en definitiva, entidades hoy resolutivas que se convierten en asesoras dejando la determinación en la autoridad política que cambia cada cuatro años. Lo que se complica con el hecho, señalado en El Mercurio del 12 de octubre, de la ausencia de la Ministra de Cultura durante todo su mandato, de las sesiones de consejos sectoriales que, por ley, preside.

En el sector de la investigación de políticas públicas, llama la atención la escasa mención a los estudios respecto de la cultura que el actual proyecto en borrador tiene entre sus prioridades.

El mundo del folclor se comenta la invisibilidad del mismo en la nueva propuesta. 
Lo que se suma a la sorpresa de los gestores culturales que son parte de la Ley que creo el Consejo Nacional de la Cultura, desde su Directorio Nacional, en el que de entre ellos -más creadores y patrimonialistas- deben surgir representantes de la sociedad civil y de las universidades públicas y privadas. En el Borrador desaparecen completamente.

Comentarios como éstos, más otros, debieran ser escuchados por la autoridad en una Jornada Temática que realizará, el 20 de octubre, la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados y en Foros Ciudadanos Sectoriales, que ha convocado el Consejo Nacional de la Cultura a partir del 27 de octubre. Es posible que sigan los dardos locales y tal vez, nuevos argumentos, desde Europa.

Lo curioso es que a través de una participación intensa de la sociedad civil, se discute un Borrador que propone reducir drásticamente esa misma participación. Por ello, quizás se cumpla el presagio del diario la Tercera, del 13 de octubre:

“Las consultas ciudadanas podrían dar un giro al esquema que hasta ahora ha propuesto la ministra”.

08 octubre 2014

¿QUÉ SIGNIFICA EL MAYOR PRESUPUESTO PARA CULTURA?


Se ha anunciado el proyecto de ley de presupuesto para 2015 y con él la idea de que el dinero para la cultura ha tenido un fuerte aumento. Las cifras son innegables: hay contemplados 21 mil millones de pesos adicionales respecto del año en curso, se sube de 80 a 101 mil millones, sumando sólo el Consejo Nacional de la Cultura y los fondos concursables. Sin dudas, es más plata, la pregunta es cómo ello se traducirá en mejor y más cultura para los chilenos. 

Una primera mirada parece sugerir que uno de los principales ejes que sustentan el modelo de desarrollo cultural del país, los fondos públicos asignados por pares, pierde terreno respecto de los recursos asignados directamente por la autoridad. Mientras en 2006, fecha del primer estudio al respecto, estos ultimos recibían sólo un tercio más que los fondos concursables, el 2015 recibirán dos coma tres veces más de lo que recibirán dichos fondos. Podría pensarse que asistimos a una especie de frenazo al aumento sostenido que habían evidenciado los fondos desde su creación y que cada vez es mayor la cantidad de dinero que se asigna directamente por el gobierno, sin pasar por los consejos en que participa la sociedad civil.

Desde 2006 a la fecha, el presupuesto de cultura, considerando sus cuatro principales componentes -Consejo Nacional de la Cultura, Fondos concursables, más DIBAM y Bibliotecas Públicas-, se ha más que triplicado. En términos porcentuales, la importancia de cada uno de estos componentes se ha modificado de la siguiente manera: el Consejo Nacional de la Cultura ha subido su participación de un tercio a casi la mitad; la DIBAM ha bajado de un tercio al 28%; los fondos han bajado de poco mas de un cuarto -26%- a un quinto (20%). Las Bibliotecas Públicas descendieron del 6 al 3%.
Para 2015, los recursos asignados con participación de la sociedad civil, suben un 11% (de 27,4 a 30,4 mil millones), tres mil millones de pesos más para el Fondart y los fondos sectoriales del libro y lectura, música y audiovisual. Lo que no parece estar en sintonía con el natural aumento de las postulaciones a los mismos que satisfacen aproximadamente sólo un diez por ciento de lo solicitado por artistas, gestores, profesores y otros profesionales.
¿Dónde está entonces el gran crecimiento?

El presupuesto del Consejo Nacional de la Cultura crece en 18 mil millones de pesos, un 35% respecto del 2014. Considera gastos en personal y las transferencias al sector privado y a otras entidades públicas, según lo determinado en la ley. Es decir, aquello que se transfiere sin pasar por el Directorio Nacional del Consejo, incluyendo los programas asignados "por resolución del Consejo Nacional de la Cultura", que son aquellos en que se refleja la voluntad del gobierno.

Tienen un crecimiento cercano al 10%: el Teatro Municipal, el Centro Cultural Palacio de La Moneda, la Fundación Teatro a Mil y la DIRAC del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Un crecimiento superior tienen el GAM (de 2 a 2,5 mil millones), Balmaceda Doce Quince (de 214 a 871 millones) y Matucana 100 (de 214 a 566 millones), instituciones que sufrieron grave deterioro de sus ingresos en el gobierno anterior. En el caso del GAM, considera dineros para el rediseño de una sala que debió construirse con un plan arquitectónico que se desactualizó debido a la postergación del proyecto.
Aumentos cercanos al 15% benefician a programas del área socio cultural de la Presidencia, como la Fundación Artesanías de Chile o las Orquestas Sinfónicas Juveniles e Infantiles de Chile; crecen más que el promedio también el Parque Cultural de Valparaíso; el Fomento al Arte en la Educación, y el Fondo del patrimonio (que sube de 1,5 a 2,5 mil millones).
Entre quienes decrecen se encuentra la Red Cultura (de 4,2 a 3,5 mil millones) y los programas de construcción de Centros Culturales y de Teatros Regionales; surge a cambio un nuevo programa de Financiamiento de Infraestructura Cultural Pública y/o Privada, dotado de mil millones de pesos, que incorpora la posibilidad de que el estado financie espacios de particulares.
Las novedades de este presupuesto 2015 son el programa de Centros de creación y desarrollo artístico para niños y jóvenes, una de las medidas del Plan de Gobierno, que dispondría de 2.4 mil millones para su funcionamiento;  el Sistema nacional de patrimonio material e inmaterial (mil millones) para promover el desarrollo sustentable; el Programa de intermediación cultural (2,1 mil millones) destinado a fortalecer la asociatividad de la red de entidades culturales, y el Programa nacional de desarrollo artístico de la educación (1,2 mil millones) para contribuir a través del arte a la calidad de la educación.
En síntesis, se puede deducir cuatro características del nuevo proyecto de presupuesto:
1. Se acentúa la tendencia de achicar, proporcionalmente, los fondos concursables, que son una eficaz manera de incorporar a la sociedad civil al desarrollo cultural, en una doble condición, como postulantes a recursos y como asignadores de los mismos.
2. Se repara el daño causado por restricciones derivadas del gobierno de Sebastián Piñera, que redujo a la mitad los fondos asignados a Balmaceda Doce Quince y Matucana Cien, durante 4 años, y se financia un rediseño de arquitectura de la gran sala del GAM debido a los gastos que dicha obra sufrió ante el retiro de la "prioridad presidencial" por parte del gobierno anterior. Con un aumento total de mil millones para estos tres centros culturales.
3. Se mantiene, con reajustes, lo aportado a entes culturales de impacto nacional como el Teatro Municipal o el CCPLM, internacional, como la DIRAC o aquellos dependientes del MINEDUC, como la DIBAM que sube de 37,5 a 41 mil millones de pesos y las Bibliotecas Públicas (de 4,4 a 4,7 mil millones).
4. Hay un esfuerzo por aumentar la presencia gubernamental en la cultura, en dos sentidos: crecer hacia las áreas que tradicionalmente ha llevado el Ministerio de Educación como patrimonio y educación artística y se crean nuevos programas vinculados a el plan de gobierno de Michelle Bachelet (por 6,7 mil millones), lo que se ve complementado por una leve reducción de dinero a programas asociados al gobierno anterior.

Por tanto, la respuesta a la pregunta inicial es que se trata de un presupuesto reparador por una parte, de adaptación a los nuevos tiempos políticos por otra, de mantención en lo principal y que genera preocupación respecto del valor que las autoridades otorgan a la participación de la sociedad civil en la asignación de recursos públicos en cultura, lo que al menos para las artes, es esencial.

06 octubre 2014

FERNANDO ROSAS, MUCHO MAS QUE UNA BATUTA



Tal vez no es casualidad que, desde 2013, la sala dónde funciona el Departamento de Desarrollo y Comunicaciones del Centro Cultural Estación Mapocho lleve por nombre Fernando Rosas, fallecido el 5 de octubre de 2007. Es que quisimos rendir homenaje al amigo, vecino, colega gestor cultural y director de orquesta que solía visitarnos al mediodía para -entre otras cosas- almorzar, contar sus cuitas y terminar soñando un nuevo proyecto. Hoy, su figura tiene réquiem, su herencia es una sólida fundación de orquestas infantiles y juveniles y es objeto de merecidos homenajes.

Fernando tuvo mucho que ver con mi vocación... de periodista (como músico habría perdido el tiempo). Fue el primer entrevistado, cuando ejercía como reportero del diario mural El Independiente, publicado en el patio central del colegio de los Sagrados Corazones de Viña del Mar, del que ambos fuimos alumnos. Nos conocimos con ocasión del Festival del Cantar Juvenil, él como Jurado, arrastrado hasta una sala de clases que oficiaba como redacción y dónde carraspeaba una pequeña grabadora Geloso que había sustraído bajo préstamo forzado a mi padre. De la gentil disposición a atender a estos "periodistas de cuarto año de humanidades" sólo pude encontrar una crítica (tarea que se autoasignaba El Independiente): su voz de Pepepato, ese personaje del humorista Firulete que se reía del hablar engolado de los pitucos de entonces. Lo demás, una clase de música popular y sobre todo, de estímulos a este festival juvenil que se alzaba a la sombra del naciente Festival de Viña. De Fernando aprendí que su corazón era generoso y que estaba dispuesto a todo cuando de jóvenes se trataba.
Nos reencontramos al caer la dictadura, en los pasillos del Ministerio de Educación, donde oficiaba desde hacía un tiempo como director de la Orquesta de Cámara, elenco que junto al Ballet Folclórico Nacional y el Teatro Itinerante -que ensayaba en la vecina sala Camilo Henríquez, encabezado por René Silva- constituían el departamento de Extensión Cultural de dicho ministerio, situado en el tercer piso del edificio y gobernado, ya en democracia, por la socióloga Ana María De Andraca. Supo mantener viva la orquesta mientras que el ballet sufrió una importante escisión, que dio nacimiento al Ballet Folclórico de Chile (BAFOCHI) en 1987; el Teatro desapareció en 1991. 
Pero, su principal ocupación en el edificio de Alameda 1371 estaba varios pisos más arriba, en el séptimo, donde está el gabinete del Ministro. Allí, Ricardo Lagos escuchaba sus sueños respecto de la creación de orquestas juveniles e infantiles, muy bien acompañado por su esposa, Luisa Durán. Varios viajes a Caracas, reuniones con el maestro José Antonio Abreu, Ministro de la Cultura, Vicepresidente y Director del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) de Venezuela, entre 1989 y 1995. Siempre inspirado en el señero ejemplo del maestro serenense Jorge Peña Hen, asesinado por la Caravana de la muerte, en 1973.
Cuando Lagos accedió a la Presidencia, tuvo buen cuidado de asegurar la cercanía del proyecto con La Moneda, depositando su dependencia en el gabinete de la Primera Dama. No pudo tener Fernando una mejor madrina. El proyecto devino en fundación el 2001 y aseguró financiamiento vía presupuesto nacional. Encontró sede en la antigua Casa Amarilla que fuera residencia del jefe de Estación de Mapocho y se desparramó por Chile.
Incansable, Fernando tenía otro amor: la Fundación Beethoven. Recurrió por él también ante el Presidente Lagos. Lo que motivó, en vísperas de semana santa de 2000, un sereno llamado presidencial: -Arturo, ¿pueden ustedes hacerse cargo de administrar el Teatro Oriente? -Lo voy a estudiar Presidente. -Ya, entonces el lunes me contestas. La curiosa tarea que culminó un domingo de Resurrección, arrojó una fórmula que permitió que, desde ese año, la Fundación Beethoven pudiese presentar allí su temporada y asegurar que durante tres años el recinto tuviese números azules en su operación.
Con tanto ajetreo, no debí sorprenderme que, deambulando por los cerros porteños descubriera que Fernando era hijo de don Lautaro Rosas Andrade, alcalde de Valparaíso entre 1928 y 1930 quién fundó el museo naval, construyó el estadio Playa Ancha (hoy Elías Figueroa) y adquirió el edificio del municipio local. Fernando nunca me había mencionado tan potente antecesor, tampoco al parecer muy detalladamente a su hija Magdalena, primera directora regional del Consejo Nacional de la Cultura  en Aysén y actual gestora del la orquesta de Marga Marga, quien se fascinó con las revelaciones sobre su abuelo, llegando a publicar un libro al respecto.
Los sueños de Fernando tenían sus ángeles guardianes, varios de ellos, lo acompañan desde sus aventuras viñamarinas como la creación del colegio Patmos. Uno de ellos, Ernesto Rodríguez, me confesó cuando en alguna oportunidad quería abandonar, por inviable, otra de sus aspiraciones: -A Fernando no hay que juzgarlo, sólo hay que quererlo.
Gran lección. Así no más es, Maestro.

01 octubre 2014

LEYES SECTORIALES, LA LEGISLACIÓN QUE FALTA



Mientras más se adentra el Consejo Nacional de la Cultura en la consulta indígena, queda la impresión que con la misma fuerza se escapa aquella meta de tener -ya no en los cien primeros días, tampoco en los cien segundos- presentada una indicación sustitutiva del proyecto de Ministerio de Cultura. Sin embargo, la Ministra Barattini parece estar tranquila y segura en que está haciendo lo correcto. Pero el atraso del Ministerio no debiera impedir, sino estimular, la presentación de proyectos de leyes sectoriales que alivien este incumplimiento que parece ir por el camino lento, pero sabio, de escuchar. Entre ellas, la delantera parecen llevarla las artes escénicas y el libro aunque no deben olvidarse aquella del CMN y los premios y estímulos. Sin descartar que aparezcan otras, en este "río revuelto", como una ley sobre artesanías.


Los premios y estímulos claman por orden y coordinación. Ya no sólo los premios nacionales que definitivamente entraron en crisis con el reciente otorgamiento del Premio de Literatura que causó poco impacto en la prensa y menos en librerías. Costaba encontrar a los postulantes en vitrinas y escaparates destacados. Sólo quedó en la retina las andanadas de puyas -redes sociales mediante- contra quién merecidamente ganó, en buena lid, dentro de la legislación vigente. Considerar realidades nuevas como la existencia del Consejo Nacional de la Cultura, las universidades públicas y privadas creadas después de la ley original, nuevas disciplinas que exigen ser reconocidas y recompensadas, el hecho de que también los postulantes viven más que antaño y por ende se acumulan más meritorios aspirantes que aconsejarían volver a la anualidad, son situaciones que en este máximo premio deben considerarse. Una puesta al día de jurados, disciplinas y plazos. Junto con revisar la vergonzosa situación de tener que esgrimir postulaciones de intelectuales que debieran ser más que conocidos por un jurado de notables.

Otros galardones también requieren ordenarse. El Consejo del Libro y la Lectura entrega los premios literarios más sustanciosos de la plaza que alcanzan un impacto muy por debajo de los estímulos que crean empresas o periódicos, peor dotados económicamente.

En los premios Altazor se da la curiosa situación que quienes lo organizan parecen querer deshacerse de su criatura. Como concepto, es una especie de academia hollywoodense en la que los pares premian a sus mejores, lo que debiera recibir un aporte estatal que asegure su permanencia. No parece ser papel de una sociedad de derechos de autor, con intereses corporativos muy definidos, organizar premiaciones a un alcance y costo que la excede.

Las ordenes al mérito, también requieren una mirada. La más prestigiosa y antigua es la Orden Gabriela Mistral, que otorga el Ministerio de Educación, por un trabajo de excelencia en docencia y cultura -como Gabriela- en tres diferentes grados. El primer directorio del Consejo Nacional de la Cultura creó en 2004 la Orden al Mérito Pablo Neruda, que sigilosamente fue transitando desde su órgano colegiado al Ministro Presidente -buena metáfora de los tiempos- y quizás debiera volver a recuperar su espíritu original toda vez que ese Directorio fue el primer órgano de la República que considera a un galardonado por el Premio Nacional entre sus integrantes.

El teatro y las artes escénicas también requieren de una legislación, pendiente desde que se privilegió a las artes que constituyen industria (música, literatura, artes visuales) con el objetivo de introducir el factor sociedad civil en la asignación de recursos públicos a esas disciplinas que deben emergen en una situación de mercado compleja por decir lo menos, ante la formidable industria competitiva de la entretención y los medios masivos.

El teatro, en especial aquel que no es bendecido por la varita mágica de los festivales o la TV para ciertos rostros, requiere de apoyos públicos que complementen a los fondos concursables y legislación que sustente la difícil vejez de quienes desgastan una vida en los escenarios. También se ha escuchado a la autoridad actual ofrecimientos de apoyos económicos permanentes a salas de artes escénicas. En la actualidad, organizaciones de la sociedad civil, avanzan en un ante proyecto al respecto.

Más adelantados están las modificaciones a ley del libro y la lectura que ha encabezado el Consejo Nacional de la Cultura a través del consejo respectivo. Lo que se busca es también actualizar una legislación de diez años para un sector que ha visto aparecer novedades como el libro electrónico, la centralidad de las bibliotecas reforzadas por sólidas web como, por ejemplo, Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional, o la dramática reducción del número de las editoriales internacionales. Es muy posible que nuevamente el sector de la lectura y el libro -en este nuevo orden- ocupe el primer lugar de la renovación de nuestra legislación cultural.

Ello, sin desconsiderar que la Ley de Monumentos Nacionales vigente merecería se declarada tal y rápidamente actualizada. Hay propuestas surgidas de organizaciones de barrios patrimoniales y otras organizaciones sociales.

Estas u otras iniciativas legales contribuirían además a aligerar la sequía legislativa en materia cultural que afecta a la Comisión respectiva en loa Cámara de Diputados. También en este caso, una lluvia de proyectos, sea de iniciativa gubernamental o parlamentaria, sería muy bienvenida.

Es notorio, eso si, que casi todas estas iniciativas están vinculadas a movimientos sociales que las impulsan. Excepto aquella de los premios, espacio donde los ya galardonados debieran tener poco interés por cambiar la situación y los eventuales ganadores futuros, un cierto pudor ...

Una gran oportunidad para los legisladores.


08 septiembre 2014

JOAQUÍN MURIETA YA ESTUVO EN EL TEATRO MUNICIPAL


Cuando ocurrió, re-viví a Murieta. Desde los fragmentarios recuerdos del estreno teatral de 1967, la improbable versión operística de 1998, la equilibrada clase introductoria del profesor Juan Alfonso Pino y las urgentes relecturas del original nerudiano, surgieron miles de impresiones que se agolparon esa noche de gala, en el Municipal. Esa noche Murieta, el mito, estaba vivo. El bandido seguía cabalgando, sacando ventaja por varias cabezas a sus múltiples imitadores como el Zorro, los supuestos siete dobles o tantos otros forajidos mexicanos. En fin, un Mío Cid de los tiempos de la fiebre del oro que ha resistido el paso del tiempo y sustentado con dignidad la acometida del centenario Neruda que lo llevará próximamente a Savonlina, Finlandia y ya lo instaló en la historia de nuestro prestigiado Teatro Municipal. Allí, lo viví con emociones contrapuestas, como suele ocurrir con las verdaderas obras de arte. 

Reí con ganas ante el sin dudas mejor entonado ¡chuchas! de la historia del ese escenario, puesto en boca de muy compuestitos Galgos que veían con estupor la resurrección del Caballero Tramposo.

Acompañé la nostalgia del minero porteño instalado en un mal cabaret californiano cuando suspira: ¿Qué hora será en Valparaíso?

Lloré cuando el escenario se llenaba cadenciosamente de las espectrales figuras del coro, todas de negro, portando los retratos que aludían a los desaparecidos mientras la magnificas voces del conjunto llenaban la sala.

Ello, en el mismo momento en que la historia, insospechadamente irónica, nos permite comenzar a hablar públicamente de cuerpos desenterrados y mutilados años después de muertos. Justo en este momento, Neruda ponía en escena al bandido chileno descabezado con saña luego de ser asesinado por cien balazos:

Tanto miedo le tenían
al bravo Joaquín Murieta
que cuando murió el valiente
y no tenía defensa
del miedo que le tenían
le cortaron la cabeza.

Sobrecoge el poeta al entregarnos una obra en la que Murieta casi no aparece, no obstante nos estremece con su historia de amor, apasionada y mortal, tan bellamente escenificada por bailarines y coro.

Luego del amor y de la muerte emerge, tan vigente como urgente, la coreada premonición final de Neruda:

No tendremos temor ni terror. No será derrotado el honor.
Serán respetado por fin el color de la piel y el idioma español.

¿A qué más y a qué menos podemos aspirar como nación?

A que se acaben los temores de todo tipo, a que sean sólo un mal recuerdo los horrores, a que el honor valga en todo su mérito, a que nos queramos entre los hombres de todos los orígenes, religiones, sexos y razas tanto como el poeta ama a las palabras.

Cuando todo ello ocurra, devendremos en el país que soñamos.

Sentí esa noche que estábamos cerca de lograrlo. Por el lugar que nos reunía; por quienes creaban la historia, componían la música, dirigían la actuación, el coro y el baile; por quienes nos invitaban; por quienes eran ovacionados en el escenario; por las voces que nos conmovían; por Murieta; por Neruda; por quienes seguíamos expectantes la trama... porque todos teníamos en común esa curiosa cultura que nos separa del resto del mundo y nos condena: ser chilenos.

Publicado en junio de 2005 en revista Siete + siete.

05 septiembre 2014

ANTI-SITIOS WEB: "¡ADELANTE CON LOS FAROLES!"

Con esas palabras, Nicanor Parra dio, en 2005, el vamos al concurso de creación de páginas web o anti-sitios al que convocó Clara Budnik, desde su ejecutivo trono de la Biblioteca Nacional. La respuesta: se crearon más de 300 anti-sitios de los que 53 postularon, desde Calama, Lolol, Santiago o Tomé, para recibir los sólidos equipos con que empresas vinculadas a la nada poética electrónica agasajaron a los ganadores.

Todo, merced a la más que generosa donación de la Fundación de Bill y Melinda Gates que hace ya algún tiempo hizo posible a la Dirección de Bibliotecas chilena instalar computadores junto a los anaqueles de las bibliotecas públicas del país, desde Visviri a Puerto Williams, con antena satelital incluida.

Pero, estos peligrosos aparatos que permiten a los pescadores de Melinka saber del precio del kilo de merluza española en los mercados europeos y regular así el volumen de su propia captura, no venían solos. Traen en su vientre la riesgosa capacidad de crear páginas web. Es decir, no sólo de recibir inconmensurable información desde la aldea global, sino de producirla y ponerla al alcance del mundo.

De esa perversión nació la idea de convocar a los jóvenes chilenos a homenajear a Nicanor. Y qué mejor que hacerlo a través de un anti-sitio público en biblioredes.cl El propio anti poeta podrá verlas en la biblioteca de Las Cruces, que cuenta con servicio de Internet.

Conste que estamos hablando de y en Chile 2005, no son sueños de Bicentenario ni promesas de campaña, sino ejemplos de un concepto que se hace cada vez más fuerte en nuestro obstinado mundo cultural: la complementación necesaria entre vanguardia y patrimonio; la conciencia de que conservar no es antónimo de progresar; que una biblioteca puede ser cibernética o que la centenaria Estación Mapocho, monumento y patrimonio nacional transformado en centro cultural, puede acoger espléndidamente una reggaeton o la electrónica Southfest.

En esta atmósfera, no debiera extrañarnos las multitudes del Día del Patrimonio o las voces crecientes que piden acceso a subsidios públicos para que los propietarios de edificios declarados como monumentos nacionales puedan invertir en ellos y la conciencia de legisladores como el Senador Gabriel Valdés de que debe modificarse la añosa ley del Consejo de Monumentos Nacionales.

Extrañamente, un exceso de modernidad como podría ser catalogada la presencia de la computación en las bibliotecas públicas es lo que nos lleva a reflexionar en cómo revalorizar nuestro patrimonio y comenzar, como país, a preocuparnos de darle nueva energía, llenándolo de vanguardia. Basta visitar la notable página de la Corporación del Patrimonio Cultural, animada por la incansable Cecilia García Huidobro y premiada por el World Summit Award de Naciones Unidas (www.nuestro.cl ), para demostrar la absoluta compatibilidad entre cueca tradicional urbana y computación. O pensar en la obvia complementación entre Ciudad Patrimonio de la Humanidad y Polo Tecnológico, como acaba de verse en Valparaíso.

Fui honrado con la misión de ser jurado del anti concurso. Lo disfruté y aprendí muchísimo. Entre otras cosas, que crear un sitio en internet no es incompatible con el contenido local. Para muestra, recomiendo el notable trabajo de Pamela Vega, Valeria Ramírez y Vicente Gómez, ciudadanos de Lolol  o de Cristián Paredes, joven de Calama, que nos recuerdan poéticamente el valor universal de nuestra localidad, ya descubierto por lo demás por don Quijote de La Mancha cuando afirma que “mas sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena”.

Además, para acompañarse del antipoeta estos días invernales, no se pierda el sitio ganador, nacido en la metropolitana Providencia de las teclas inspiradas por mano de Roxana Muñoz, quién sin duda estaba con los faroles encendidos a giorno. Su nombre lo dice todo: parraguazo y punto (cl, por supuesto).

Publicado en junio de 2005 en revista Siete + siete.

03 septiembre 2014

¿UN MINISTERIO DE PARTICIPACIÓN IMAGINARIA?





La Ministra Claudia Barattini, en entrevista de prensa reciente, consultada sobre la suerte que correría, con el nuevo proyecto de ley de ministerio, el aparato colegiado del Consejo Nacional de la Cultura, reconoció hidalgamente que el proyecto crea un Consejo de la Cultura "que asesorará al ministro en el diseño de las políticas culturales y patrimoniales" y un Consejo del Patrimonio, responsable de informar en relación a la declaración de Monumentos Nacionales, sobre patrimonio inmaterial y tesoros humanos vivos. "Lo que cambia es que no es vinculante. Pero es incidente, porque el ministro está obligado a consultar. Es lo más avanzado que podemos generar con la actual Constitución y con la Ley de Administración Pública, para que el proyecto no tenga objeciones constitucionales".


- Ese es el costo de pasar de una lógica de Consejo a una de Ministerio, agregó, nuestra propuesta es que los temas en los que el ministro tenga que escuchar, consultar, asesorarse, sean bastante amplios. Llevado al extremo, efectivamente se podría decir que finalmente decide el ministro, pero decidir en contra de un Consejo es difícil.

No fue necesario agregar que desaparecen los vigentes comités consultivos nacional y regionales, que nada se dice de las Convenciones nacionales y regionales y que los consejos sectoriales del libro y lectura, audiovisual y música se subsumen en un servicio público ejecutor de políticas, lo que podría llevarlos a languidecer en corto plazo.

Tampoco que tales consejos asesores serán remunerados, que aumentan su número de integrantes respecto del actual Directorio del Consejo Nacional de la Cultura, que se elimina de ellos la figura de los gestores culturales privados, reduciendo los actores culturales a representantes de los artistas. Tampoco se aclara su forma de remoción, hasta ahora imposible por la autoridad administrativa. Todo lo cuál podría incidir en los grados de autonomía de los futuros consejeros.  

Puede verse en ello un retroceso hacia formas de presidencialismo clásico, como el que resume la imagen del inicio. Si hay en la administración pública chilena alguna institución nacida y criada en la democracia post dictadura esta es el Consejo Nacional de la Cultura. Es poco coherente verla convertida en un Ministerio vertical en que se imponen las políticas que dicta el Presidente a través de su Ministro y la ciudadanía acata; toda vez que hace sólo diez años el Presidente Ricardo Lagos instruyó al flamante primer ministro presidente del Consejo Nacional de la Cultura: "todos los demás Ministros cumplen lo que yo digo, usted deberá cumplir lo que el Directorio Nacional acuerde".

Sin embargo, la Ministra es honesta al reconocer el zapato chino en que está su proyecto, sin duda no calzado por ella sino por la administración anterior y, es justo agregar, acatado por algunos partidarios de la Nueva Mayoría.

Ministerio, es una promesa, pero implica un retroceso indudable en participación, de la mano de la desaparición de la palabrilla aquella: vinculante. Consejo, es una realidad con dificultades prácticas, sobre todo en la forma en que (no) se relaciona con el sector del patrimonio y que perdería sentido como formulador de políticas al asumir la precariedad de otra palabreja: incidente.

Es verdad que Barattini ha mostrado un estilo que le costaría decidir en contra de un consejo, pero ella no será ministra por siempre y sabemos cómo la autoridad -y esto no excusa a las futuras- ha prescindido de consejos que no son vinculantes.

De modo que el debate se ha planteado entre quienes prefieren perder incidencia en la formulación de políticas a cambio de ordenar el mundo cultural, patrimonial y artístico bajo una sola mano pública y quienes prefieren conservar -con perfecciones- aquello tan difícilmente obtenido que permite a los creadores, gestores y patrimonialistas, públicos y privados, de organizaciones sociales y sin fines de lucro, intervenir en la formulación y evaluación de las políticas culturales, sin posibilidades de ser removidos por la autoridad y en consejos en los que los representantes de órganos del gobierno en ejercicio constituyen minoría, no obstante tienen originales formulas de considerar integrantes de gobierno y oposición.

Pero, hay más. Estamos en un gobierno caracterizado por la participación de la ciudadanía. Cuándo se creó el CNCA, en 2003, se hablaba menos de participación, pero las consultas fueron muchas, con la convicción que se estaba construyendo un consejo colegiado y vinculante. Tal vez por eso se apura la Ministra en aclarar que "el borrador de proyecto es una propuesta que puede modificarse, en función de la consultas con los pueblos originarios y otros sectores". 

Con poética paciencia, debemos pensar entonces que las merecidas celebraciones del centenario de don Nicanor nos jugaron una travesura haciéndonos creer que los mecanismos de participación vinculante -creados en democracia- que tenemos y no queremos perder, se convertirán en participación imaginaria en un ministerio imaginario, con un ministro imaginario que seguirá los consejos imaginarios que consejeros imaginarios le brinden en contundentes sesiones imaginarias.

Con Parra todo es posible. Por ahora, celebremoslo. Ya vendrá el debate

28 agosto 2014

LA MINISTRA, EL MINISTERIO Y LOS PUEBLOS INDIGENAS


La institucionalidad cultural chilena sufrió, en días recientes, un cambio telúrico. Su eje se trasladó drásticamente desde Valparaíso a Temuco. No sólo porque la Convención Nacional del Consejo Nacional de la Cultura se desarrolló en el tradicional Hotel Frontera, sino porque tal entorno permitió que se dieran a conocer las dos claves de la administración Barattini: la Consulta Indígena y el proyecto de Ministerio, que a estas alturas no tiene garantizado ni siquiera su nombre.

En efecto, el debate en curso del posible cambio de institucionalidad sufrió dos episodios que lo condicionarán. Uno, la simple observación del sociólogo Manuel Antonio Garretón que consultó a la Convención porqué el Consejo Nacional de la Cultura  no tiene, legalmente, nada qué decir, por ejemplo, sobre derechos humanos, urbanismo o televisión cultural. Remató describiendo que tenemos una institucionalidad de aparatos y no de sustratos. Nadie lo contradijo porque, efectivamente, el Consejo Nacional de la Cultura fue construido para organizar, de un modo participativo y transparente, la distribución de los recursos (pocos) de que el Estado comenzó a disponer para la cultura, luego del apagón de la dictadura.

Es decir, a diferencia de las reformas que se persiguen en educación, tributos o el sistema electoral, la institución que en cultura se busca razonablemente perfeccionar no es una construcción autoritaria sino democrática en origen y desempeño.

De ello se desprende que no debiera tener las mismas prisas ni plazos. Al contrario, como señala Pedro Cayuqueo, "lo que Chile más necesita -y urgente- es un cambio cultural profundo, un mirarse al espejo, un reencontrarse con sus raíces, un reconciliarse con su historia".

Ningún cambio cultural profundo se consigue de un día para otro y lo que ha ocurrido en la XI Convención Nacional de la Cultura 2014 es sólo el comienzo. Lo sugerían la presencia de expositores como Eliucura Chihuailaf, José Ancán, José Aylwin, Claudia Zapata, Rosamel Millaman y el propio Cayuqueo, que salió en defensa de las críticas a la Ministra Barattini: "se cuestiona el atraso extremo de la agenda legislativa por causa de la consulta y el cumplimiento del Convenio 169 de la OIT. Y el poco avance en otras áreas supuestamente claves para los destinos culturales del país y el bendito ego de un selecto grupo de artistas y gestores culturales criollos. ¿Y cuánto han esperado los pueblos indígenas para ser escuchados y tomados en cuenta en esta fértil provincia llamada Chile? ¿Dos siglos desde la Independencia?, ¿130 años desde el despojo chileno del territorio mapuche?".

Luego de advertir esta nueva mirada de los tiempos, la Convención escuchó también a la asesora legislativa de Barattini, Vitalia Puga, exponiendo latamente los contenidos de la indicación sustitutiva del proyecto de ley que crea el Ministerio de Cultura, treinta y tres sustanciosas láminas que aparentan contener la totalidad de las aspiraciones que han ido apareciendo en los disimiles procesos de participación que han estado o están en curso.

En esencia, se busca crear un Ministerio manteniendo las instancias participativas del Consejo Nacional de la Cultura e incluso reforzando algunas con más integrantes "para lo cual también será relevante considerar los aportes provenientes del Plan de Participación, en particular de la Consulta Indígena que actualmente se está implementando".

El Ministerio tendría una subsecretaría, dos consejos nacionales -uno de las artes y otro de patrimonio- que dependerían del ministro/a al igual que los seremis en todas la regiones con sus respectivos consejos regionales. Este cuerpo tendría la misión de formular las políticas culturales.
Los consejos, el de las artes y el del patrimonio, serán una conexión directa con los intereses ciudadanos y con el mundo del arte y la cultura, cumplirán un rol relevante en la elaboración de políticas de todo el sector y propondrán las declaratorias de patrimonio en las categorías legales pertinentes. Ambos incluirán a representantes de los pueblos indígenas y de la sociedad civil.

Aparte, y en la línea ejecutiva existirían dos servicios públicos que se relacionaran con el/la Presidente de la República a través del Ministro de Cultura. El servicio de Patrimonio que asume las actuales funciones de la Dibam y parte de las funciones del CMN (las restantes recaerán sobre el Consejo del Patrimonio) y se le dotará de organización interna idónea para asumir las tareas relativas al patrimonio cultural del país; su sede estará en Santiago.

Por su parte, el Servicio de las Artes e Industrias Creativas asume las tareas relativas al fomento del libro, la música, las artes audiovisuales, las artes escénicas, la artesanía, la arquitectura y las artes de la visualidad (diseño, fotografía, artes visuales y nuevos medios) y se hará cargo de las bibliotecas públicas del país. Su sede estará en Valparaíso. De este servicio dependerán los tres consejos sectoriales existentes: libro y lectura, audiovisual y música.

Sin duda, este somero relato deja muchos cabos sueltos y abrirá un debate sobre una proposición concreta, lo que es un avance, pero que requiere de tiempo, en especial para hacer coincidir en algún momento esta eventual futura institucionalidad ¿de la cultura o las culturas? con el llamado cambio cultural profundo: "por mucho tiempo se ha llamado artesania a nuestro arte -agrega Cayuqueo-, dialecto a nuestras lenguas y supersticiones a nuestra cosmovisión. Chile requiere transitar hacia un cambio cultural profundo y aquel es el desafio que se ha propuesto la ministra. Los pueblos indígenas, no sin dificultad, han debido lidiar con dos códigos culturales diferentes. El propio, fértil cantera de realismo mágico y universos azules; y el occidental, que hunde sus raíces en el racionalismo filosófico de los griegos. La mayoría de los mapuches transitamos ambos códigos culturales y de manera casi cotidiana. ¿Cuántos chilenos pueden recorrer hoy el camino inverso?".

Más allá de lo principal, hay cuestiones que siguen preocupando al mundo de la cultura. Se ha propuesto en repetidas ocasiones modificar la Ley de Premios Nacionales, ojalá acompañada de una política nacional de premios y reconocimientos, que resuelva también la crisis de los Altazor. Hay una preocupación por el papel de las artes en la educación formal. El mundo de la lectura y el libro ha iniciado con mucha fuerza un proceso de actualización de su institucionalidad y bien pudiera llagar a las escuálidas carpetas de los diputados de la Comisión de Cultura una propuesta de este sector antes de la indicación sustitutiva ministerial.

En definitiva, lo que viene será una etapa en la que con talento y claridad de objetivos coexistan una institucionalidad perfectible que, finalmente, es la que ha permitido llegar a develar todos los pendientes que hemos señalado, con un proyecto de nueva estructura más de sustrato que de aparatos, como los fondos concursables, y que sea muy relevante, a largo plazo, para los pueblos indígenas del país.

No estamos ante un desafío simple, que puede dejarnos, si lo hacemos bien, así como fue el Consejo Nacional de la Cultura  en su momento, en un lugar de avanzada entre los organismos culturales de nuestro continente.