27 diciembre 2010

LA CULTURA COMO CAMINO DE ENCUENTRO

No es precisamente por la cercanía de Navidad, pero la Cultura ha constituido habitualmente un punto de unión, aún con los "intrusos" en el sector como califica El Mercurio a Luciano Cruz Coke, recordándo que ésta fue territorio "que la derecha no entiende ni le interesa". Un gesto reciente es que el  Presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, que encabezará un gobierno opositor a la coalición anterior, un tripartito de centro izquierdas, ha escogido dar señales de amplitud al formar gabinete. Y, como ya lo hiciera hace unos años el Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy incorporando como Ministro de Cultura a Frederic Mitterrand,  sobrino del Presidente Francois Mitterrand, Mas ha escogido a  Ferran Mascarell, "un ilustre ex consejero socialista de Cultura", según El País (diario a quién pertenece la foto), para incorporarlo a su gabinete. Es estimulante y revelador el que, cuando se quiere dar señas de estabilidad en políticas públicas, suelen ser las políticas culturales el símbolo de  que lo que se puede ofrecer, verosímilmente, como propuestas de unidad y permanencia. 

Francia y Cataluña han sido y probablemente continuarán en ello, referentes para nuestras políticas culturales. La primera, en la fase que acompañó el Centenario de la República, a inicios del siglo XX y terminó contrariada cuando un gobierno fuerte -como el de Pinochet- abominó de la intervención pública en cultura. A pesar de ello, el Museo de Bellas Artes, la Biblioteca Nacional y la Estación Mapocho, mantienen el recuerdo de una arquitectura que recuerda la "excepción cultural" que Francia fue en el mundo pre crisis. Cataluña se ha erigido en las últimas décadas en catedral de la formación de nuestros cuadros de la gestión cultural y en atractiva institucionalidad al crear un Consejo de la Cultura, el primero del sur de Europa continental.

Permanencia de las políticas para formar hábitos de consumo cultural es lo que se ha pretendido en Chile con la creación de un Consejo Nacional de la Cultura de las Artes participativo, plural y autónomo en la fijación de políticas. Así, cuando hace un año campeaba la última campaña presidencial, señalábamos que más que cambio de políticas, cualquier nuevo gobierno sólo aportaría cambios de rostros.

Al menos desde dentro de nuestra institucionalidad parece ser así. El Directorio del CNCA continúa operando con personas representativas de las diversas áreas de las artes, la gestión y el patrimonio y los mecanismos de renovación de las políticas culturales, las Convenciones, siguen su curso anual. Y debieran ser ellos los que reciba propuestas de cambio, como la aún pendiente re estructuración del sector patrimonio que considere a la DIBAM y el Consejo de Monumentos Nacionales. Ese debiera ser el debate que viene.

Mientras tanto, los cambios en política cultural -como era previsible - no han sido mayores. Sólo movimientos de personas -tal vez más que las necesarias- que luego las autoridades se apresuran a afirmar que no obedecen a cambios de política. Es que en esta área de las políticas públicas se ha logrado un consolidado de líneas de acción que pueden complementarse -como ocurre con la profundización de las políticas de apoyo al cine nacional o la ampliación de la labor pública a hacia la arquitectura, el diseño o las artes circenses-  pero difícilmente borrarse de una plumada.

El secreto de esta realidad está en el modo cómo éstas se construyeron, con mucha calma -más de 20 años de discusiones- y con  participación de los actores involucrados. He allí el camino entonces si se deseas plantear algunas modificaciones. En estos terrenos, la imposición dejó de regir cuando la mayoría dijo ¡NO! en un plebiscito y luego la participación vino para quedarse cuando estas mismas políticas dieron paso a la formación de audiencias como uno de sus componentes centrales. La productora del Festival más antiguo del verano -FITAM-, Carmen Romero, ejemplifica aquello señalando "con Andrés Pérez aprendí que este festival lo hace el público".

Así se explica además que, por otro lado, el Ministro Luciano Cruz Coke rechace cualquier reducción de su cartera y, por el contrario, reafirme la continuación de programas tan potentes como anteriores a su mandato como son el de Centros Culturales para ciudades sobre 50 mil habitantes y el GAM, que apuntan, precisamente a que los públicos puedan "jugar de local" para producir y acoger arte y cultura.

Es que, cuando las políticas públicas están basadas en la gente para la cuál están orientadas, se produce una solidez que explica que, tal vez algún día, también en Chile,  quienes deseen demostrar que el país seguirá por los senderos ya trazados por administraciones anteriores, se recurra al símbolo de quién encabece las políticas culturales para encender las luces de la continuidad, sin apagar los reflejos de la necesaria renovación que deriva del voto popular.

Ese será el momento en que la cultura habrá dado otro gran paso desde la unión del alma de los chilenos -que quizás ya  está logrando- a la unión simbólica de las estructuras políticas que velan, con ella, por un país más integrado y más sabio de cómo se deben enfrentar -en conjunto- los grandes desafíos nacionales.

Pero, aún falta tiempo. Aunque estamos en temporada de buenos propósitos.

Feliz 2011.

20 diciembre 2010

GAM "in progress"

Una de las más formidables muestras de que el llamado “modelo chileno de desarrollo cultural” está en funcionamiento es la entrada al espacio público del nuevo Centro Nacional de Artes Escénicas y Musicales, el GAM. En efecto, un sueño que tuviera el Presidente Salvador Allende –de que el trabajoso edificio construido con tiempo y entusiasmo récord para una reunión de la UNCTAD fuese un centro cultural-, comenzado a concretarse bajo el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, ha intentado, bajo el mandato del presidente Sebastián Piñera dar sus primeros frutos. Las cifras exhibidas públicamente de sus tres primeros meses de operación, una completa entrevista de su Directora Ejecutiva y el masivo anuncio de que será sede del exitoso Festival Internacional Teatro a Mil (FITAM 2011) dan cuenta de que este novísimo espacio ha venido para quedarse y de que probablemente, por allá por 2014 estará terminado, dando cumplimiento así a los dictados de la Política Cultural del Estado de Chile, proclamados en 2004, bajo la presidencia de Ricardo Lagos. Es decir, mandatos de diferentes gobiernos han sido capaces de persistir en la aplicación de políticas en la clave que sustenta nuestro camino cultural: su permanencia en el tiempo.

Pero lo acontecido refleja no sólo voluntades presidenciales. Por el contrario, éstas han sabido escuchar y aplicar lo que el mundo de la cultura ha establecido a través de sus mecanismos de participación conocidos y fijados de la misma manera. En efecto, las primeras luces de este trabajo inicial del GAM están señalando mejoría en los índices de presentaciones y asistencia en el campo de la danza, una sostenida oferta de actividades musicales y la ya mencionada acogida de festivales de artes escénicas en general. Junto con la presencia de diferentes actividades y unidades de negocios que contribuirán de manera creciente a auto sustentar su labor.

Detrás del GAM está no sólo ese ferroso edificio que aún alberga al Ministerio de Defensa y que debiera llegar a ser próximamente otra unidad de negocio del centro cultural, sino toda una historia de construcción y gestión de centros culturales en nuestro país, iniciada en 1990 cuando el Presidente Patricio Aylwin determinó –también escuchando el clamor de una animoso colectivo cultural, que profesaba entre los ganadores del NO-  que la vieja y abandonada estación Mapocho deviniera en Centro Cultural. La experiencia de administración privada sin fines de lucro de ese centro remodelado, ha ido informando el trabajo de nuevas corporaciones como las de Matucana 100, Balmaceda Arte Joven, Amigos del Teatro Regional del Maule y varias decenas de centros culturales que se diseminan por el país a través de otro de los programas longevos del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes: el de Infraestructura Cultural, iniciado el 2000 cuando dicho consejo era sólo un deseo del Presidente Lagos y un proyecto en la carpeta de su asesor, Agustín Squella.

También y muy principalmente, están las personas, jurídicas o naturales. En orden de aparición, los socios fundadores, en 2008, de la Corporación Centro Cultural Gabriela Mistral que representan a instituciones tradicionales de la República como la Universidad de Chile, el Teatro Municipal, la Universidad de Concepción o pujantes creaciones derivadas de la reciente institucionalidad como el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, la Fundación de Orquestas Juveniles, la Corporación Cultural de la Estación Mapocho, la Fundación del Centro Cultural Palacio de la Moneda, el Teatro Regional del Maule, y organismos nacidos desde la sociedad civil como la Fundación FITAM o las agrupaciones gremiales  de actores y de la danza. De tales constituyentes, surge un Directorio, encabezado por el Ministro Presidente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, que orienta el trabajo de un equipo ejecutivo dirigido por Alejandra Wood, designada tras una poco frecuente unanimidad que traspasó corporaciones y gabinetes. Con ella, labora un conjunto de profesionales experimentados, muchos de ellos formados en los propios centros cuya experiencia sustenta al GAM.

Pero las más destacables son las más de cien mil personas que han visitado el GAM los últimos tres meses, en diversas actividades y que comenzarán a tenerlo entre sus derroteros habituales que ya contemplan paradas periódicas en estaciones como La Moneda, Bellas Artes, Cal y Canto, Baquedano, Santa Lucía, Manuel Montt, Parque O´Higgins y, recientemente, El Golf.

No es que para ir a un centro cultural debamos necesariamente utilizar el Metro -aunque es siempre aconsejable- , sino que, a la inversa, cada vez más el metro deberá fortalecer sus servicios para atender a quienes de dirigen masivamente a disfrutar del arte.

¿Será mucho soñar?

En todo caso es un fenómeno que se ha iniciado cuyo progreso más reciente se llama GAM y se llega  a él  por la estación Universidad Católica. 
Amén.

25 noviembre 2010

¿ES LA GESTIÓN CULTURAL UNA PROFESIÓN?



Desde el 7 de julio de 2003, cuando intenté responder esta interrogante a través del siguiente texto, ha pasado mucha gestión bajo los puentes. Y junto al río. Muchos colegas y estudiantes han consultado el texto, que más de algo, estiman generosamente, contribuyó a sus quehaceres. Dado que no es posible encontrarlo en su versión original, en el Portal Iberoamericano de Gestión Cultural, se reproduce a continuación tal como fue expuesto en un Seminario académico:

El filósofo Jorge Millas tenía razón cuando afirmaba que los hombres de pensamiento deben pensar como hombres de acción y que los hombres de acción deben comportarse como hombres de pensamiento. Quizás si los administradores culturales constituyan uno de los mejores ejemplos de que esa síntesis propuesta por Millas entre pensamiento y acción es realmente posible. Agustín Squella, Asesor Presidencial de Cultura.
Motivante pregunta la que nos reúne.
La primera reflexión que me surge es que la gestión cultural es un TRABAJO, en vías de ser una profesión.
Me inspiro para ella en  las reflexiones del Profesor y colega Cristián Antoine, con quién he  compartido  buenos momentos de pensar sobre nuestra actividad. "Profesión", dice Antoine,  es   la actividad o trabajo aprendido, mediante el cual el individuo trata de solucionar sus necesidades materiales y los de las personas a su cargo, servir a la sociedad y perfeccionarse como ser moral. La profesión es el fruto de la más genuina expresión humana: "la vocación".

Para él, los deberes específicos del profesional son diez:
1. La lealtad a la profesión elegida.
2. La preparación adecuada. 
3. El ejercicio competente y honesto de la profesión.
4. La entrega al trabajo profesional como corresponde a una verdadera vocación.
5. La realización de las prestaciones resultantes de este trabajo a favor del bien común y al servicio de la sociedad.
6. El constante perfeccionamiento del propio saber profesional.
7. La exigencia justa de obtener no sólo el prestigio profesional, sino también los medios para una vida digna.
8. La lealtad al dictamen verdadero, razonado y reflexivo de su  propia conveniencia, a pesar de las posibles circunstancias contrarias  o contradictorias.
9. El derecho moral de permanecer en la profesión elegida.
10. El esfuerzo constante por servir a los demás, conservando plenamente al mismo tiempo, su libertad personal.
Teniendo en cuenta estos elementos, Antoine afirma que la profesión consiste en la actividad personal  puesta de una manera estable y honrada al servicio de los demás y en beneficio propio, a impulsos de la propia vocación y con la dignidad que corresponde a una persona humana.
 La gestión y administración de la cultura es trabajo, pero ¿es una profesión?

Considero que estamos embarcados en un proceso de convertirla en ello. Somos, como agrupación gremial, un elemento esencial  junto con las universidades, que deben perfeccionar más y más sus planes estudios y formación y las corporaciones y fundaciones, constituyen las fuentes más plenas de trabajo para un gestor.

Estos elementos, en juego y complementación con la labor del Estado que  por una parte genera los marcos reguladores y por otra estimula la creación artística, fuente natural de nuestro trabajo.

La segunda afirmación, es que la gestión cultural es un ejercicio de la libertad y la diversidad.

Demostrándolo por absurdo. Sin libertad no hay necesidad de gestión cultural. Es decir, en un sistema teórico en que todo en cultura es financiado y organizado por un solo ente, por ejemplo el Estado, no se requiere gestión, sólo producción y el financiamiento está asegurado.

En otro sistema teórico en el que la creación no es libre, es decir, se crea sólo “a pedido” tampoco se requiere gestión cultural. Se creará sólo aquello que  está “vendido” a priori.

Por tanto, la gestión cultural es una derivación de la existencia de la libertad de creación y de la diversidad de financiamientos de la actividad artística y cultural.

Es decir, en un sistema en el que el financiamiento es escaso y compartido por diversos sectores,  la gestión cultural es indispensable.

Podemos afirmar entonces que la gestión cultural nace desde el momento en que hay creaciones múltiples y variadas, esperando por ser conectadas con un público también diverso y variado.

Es decir, parte de la afirmación de que por reducida  que sea una creación, siempre habrá una audiencia – pequeña o mayor según el contenido -  dispuesta a recibirla y valorarla como una manifestación artística o cultural. En los tiempos que corren, no estamos en presencia del artista que crea sólo para satisfacción personal o de un solo individuo (mecenas). La creatividad es un bien social y la forma de hacerlo explícito y concreto es a través de la gestión cultural.

Así como tenemos una diversidad de creadores y de audiencias, también debemos tener una diversidad de gestores. Es decir, gestores dispuestos a emprender acciones de la más diversa índole. No debiera ser concebible una creación cultural o artística que no pudiera lograr un administrador cultural que la gestione.

La gestión cultural es entonces, por definición diversa y debe abarcar diferentes aspectos de la vida en sociedad.

Una tercera reflexión en que  el intento de organizar una agrupación de gestores culturales se enfrenta entonces a DESAFÍOS crecientes.

Lo público versus lo privado. Existen gestores culturales tanto en la administración pública central y municipal como en empresas y en corporaciones y fundaciones sin fines de lucro. A todos ellos debemos dar cabida.

Lo universitario versus lo no universitario. Hay administradores que han egresado de los postítulos existentes en Santiago (U. de Chile y otras) y regiones (Concepción) y hay otros, seguramente la mayoría de los que están en ejercicio, que tienen una formación en otras disciplinas y han sacado su bagaje de la experiencia. Cómo integrar esa ecuación de experiencia con formación profesional académica, sin descuidar las naturales exigencias de calidad y ética que requiere toda entidad profesional.

Lo “francófilo” versus lo “estadounidense”. Existe, un sesgo hacia las experiencias culturales desarrolladas en Estados Unidos o en sociedades de capitalismo liberal de larga data. Por otra parte, hay un buen sector de gestores con formación en Francia y con un sesgo hacia experiencias de mayor intervención del Estado en el desarrollo de la cultura. Cómo logramos un equilibrio entre ambas posturas, que sea a la vez compatible con un mundo globalizado y con las características de nuestro país.

La experiencia versus la inexperiencia.  Existen sectores con  muchos años de trabajo en administración cultural, pero en un ambiente diferente al actual, esto es, menos propicio al desarrollo cultural y centrado más bien en los lugares y espacios ubicados en sectores de altos ingresos. Existen otros administradores con experiencia en labores más locales y de difusión cultural. Existen finalmente aquellos con estudios o gran interés en trabajar en el sector, pero sin gran experiencia.

Los docentes versus los “alumnos”. Existe un grupo creciente de profesores de gestión cultural tanto en el ámbito universitario como de institutos tecnológicos y de formación profesional, mientras otros grupos requieren de formación sistemática en el área. Cómo enfrentamos entonces el tema de la capacitación permanente de los gestores.

Centralismo versus regiones. Hay gran desconfianza en gestores de ciudades como Valparaíso o Concepción respecto de las iniciativas de la capital. Debemos asumir el desafío de incorporar a todos los gestores del país, a partir de sus propias problemáticas e inquietudes.

Los conceptos: gestor versus administrador. De hecho, dos universidades  tienen designaciones diferentes para sus postítulos o diplomados. Debemos aclarar los conceptos con que trabajamos. Por ejemplo, se usa mucho la palabra auspicio para referirse a los “patrocinios”, donaciones para un simple intercambio. Debemos hacer un esfuerzo por uniformar lenguaje, conceptos y metodologías.

Las corrientes históricas: las universidades católicas versus las laicas; las corporaciones culturales versus las municipalidades... Hay egresados de diferentes universidades que tienen muchas veces visiones distintas y formaciones diferentes. Hay tradiciones de trabajo en departamentos de municipios y otras, de trabajo en corporaciones dependientes de otros municipios. Debemos integrar a todos y reflexionar en conjunto sobre los planes y programas de formación universitaria.

Las organizaciones sin fines de lucro versus las empresas con fines de lucro. Legítimamente hay quienes sostienen que sólo las organizaciones sin fines de lucro son las propiamente culturales. Hay otros que piensan que la persecución del lucro también cabe en esta área. ¿Qué papel cumplen las galerías de arte? ¿Caben en una organización como ésta, sus propietarios? Es un debate a enfrentar.

Los administradores versus los productores; los comunicadores versus los manipuladores de medios... Muchos piensan que los productores son un estamento diferente y que de hecho, tienen sus propias organizaciones y redes. ¿Caben en nuestra asociación quienes producen eventos, más allá de su carácter cultural o no? 

Pero, el asumir esta diversidad no implica necesariamente una profesionalización.
Y de hecho ha sido así. Se dice que detrás de los grandes creadores hay grandes mujeres. Y ¿qué son sino gestoras las esposas del pintor Roberto Matta, el escultor Sergio Castillo, el novelista Pepe Donoso, el poeta Raúl Zurita y tantos otros? Otra cosa es que tengan la formación necesaria para ese trabajo y la capacidad de hacerlo profesionalmente. Pero igual la función social se cumple.

Desde el momento en que un creador  dice a su esposa (o viceversa) que no quiere atender el teléfono a un editor y que hable ella (o él) se está cumpliendo la primera función del gestor cultural: la intermediación. Poner algo (o alguien) entre el creador y el financista de la creación o su multiplicación.

La afirmación que subyace es: “yo estoy en este mundo para escribir, no para conseguir tal o cuál cosa de mi editor y mientras más tiempo dedico a crear, mejor producto tendrán los lectores y por tanto, ese editor”. Por ende, el gestor o intermediario beneficia tanto al creador como a su público o a quién  financia la divulgación de su obra.

Es entonces ¿una profesión? No necesariamente. Porque tal función la pueden cumplir y de hecho la cumplen muchas personas que no son “profesionales” del tema. Siguen siendo dueñas de casa, comerciantes o cualquier otro oficio.

Lo novedoso de los últimos tiempos es que esa función se ha ido haciendo cada vez más compleja (las audiencias son cada vez más complejas no necesariamente porque hayan variado, sino  porque son cada vez más conocidas en sus diversidades y estimuladas sus posibilidades).

Ya no basta una esposa o esposo para negociar con una editorial. Se requiere saber de tiradas, de derechos de autor, de contratos, de tipos de papel, de índices de lectura en varios países, de áreas lingüísticas, de adaptaciones para cine, etc., etc.

Lo mismo con cualquier otro rubro artístico. No basta con la pareja del vocalista para organizar las giras de una banda Rock, o la esposa de un empresario para organizar el concierto de Navidad de una industria. Cada vez más el tema es de profesionales.

El debate entre el creador y quién de una u otra manera lo financia es PROFESIONAL, por ambos lados.

Frente a un creador o intérprete existe normalmente una empresa que busca asociarse con su obra para obtener beneficios, sean estas deducciones de impuestos, imagen corporativa o bienestar de su personal. Estos beneficios son evaluados por gerencias de marketing, departamentos de contabilidad y altos ejecutivos, quienes a su vez suelen reportar a directorios que representan a sus accionistas. Es decir, es también un proceso complejo de toma de decisiones que requiere de información adecuada.

Esta información (encuestas, estudios de audiencia, beneficios tributarios, efectos en la imagen corporativa) es imposible que sea entregada por los propios creadores. Sea por falta de tiempo o por ausencia de conocimientos especializados. Se requiere entonces de profesionales que lo busquen, la ordenen y la presenten a quienes corresponda.

Este es un trabajo profesional. Semejante al que una agencia publicitaria hace con su cliente para persuadirlo que debe (o no) invertir en tal o cual medio de comunicación.

Por tanto, vamos al menos desarrollando el perfil del profesional posible a  quién llamamos el gestor cultural.

El primer rasgo, no necesariamente el más importante pero quizás el que nos ha abierto mayores espacios, es la capacidad de comunicación. Un colega  afirmó que “en los medios masivos de comunicación no hay una mirada al proceso que hay detrás de un espectáculo. La gestión cultural NO está en la agenda de los MCM”
La difusión de la acción  cultural  en los Medios Masivos de Comunicación es INDISPENSABLE  para obtener su financiamiento. En este terreno, la comunicación es necesaria para convocar a las audiencias a las manifestaciones culturales; para difundir las marcas que desean verse asociadas a la manifestación cultural, y para crear una imagen positiva que sensibilice a los responsables de asignar fondos públicos a la cultura.

Otro elemento del perfil del gestor cultural tiene que ver con su capacidad de conocer las audiencias o públicos. Es su capacidad “sociológica”.  El Gestor debe ser capaz de crear producciones para diferentes audiencias. Considerar su capacidad de difusión (convocatoria). Con objetivos diferentes. Ej. Día del Patrimonio para un impacto masivo. Ej. Feria de Joyas para obtener recursos para otras producciones.

Un tercer elemento es su capacidad de obtener financiamientos para los productos culturales.  Existen variados tipos de financiamiento cultural. El Público: busca el desarrollo cultural de la nación, Ej. Fondos concursables. El de  empresas o personas: buscan publicidad, aprovechan estímulos tributarios, Ej. Ley Donaciones, y el financiamiento por la vía de las  audiencias: buscan una prestación artística, Ej. Las industrias culturales y la  taquilla. En este sentido, el FINANCIAMIENTO es un trabajo ESTRATÉGICO. Debe ubicarse al más alto nivel de una organización cultural. Con capacidad de Formular Políticas de Imagen y Difusión y Proponer producciones de apoyo y usos de espacios y recursos.  

17 noviembre 2010

LOS GORDOS, POMPEYA Y LA CULTURA


“Por primera vez, el mundo acoge a un número de obesos superior al de quienes padecen de hambre”. La frase es impactante. Y nuestro país contribuye con entusiasmo a esta nueva calamidad. Una simple mirada a los pequeños comercios que pueblan nuestras calles permite apreciar que la gran mayoría son expendios de golosinas, refrescos, dulces, quequitos, superochos, sopaipillas y toda una vasta gama de productos que se consumen masivamente en el metro, los cines, las veredas, reemplazando desayunos domésticos, colaciones escolares y comidas elaboradas en casa. Una segunda colección de comercios –en cantidad- son las farmacias, que sin ignorar algunas chatarras como las mencionadas, proveen a los eventuales intoxicados de paliativos ad hoc para seguir comiendo. Y mucho. Pareciera que engordar al prójimo es más rentable que hacerlo fumar, sin restricciones ni envases amenazantes.

Desafortunadamente los excesos tragones no son los únicos que asolan nuestra sociedad. Hay desmesura en las manifestaciones post deportivas, se gane o se pierda; en las gruesas paredes milhojas de carteles pegados uno sobre otro que no sobreviven más de una noche anunciando    conciertos rock & pop; hay excesos de publicidad en diarios gordos de insertos y flacos de contenidos; hay excesos de goles internacionales mientras estamos vedados a los goles locales que se pueden ver sólo en canales de pago que –hemos sabido- pertenecen a los mismos que fomentan las barras bravas que desaconsejan ir a los estadios. Para qué si se pueden ver en la tele, cómodamente sentados y… comiendo. Un implacable círculo grasoso que lleva a que hoy más chilenos pueden morir de gordura que de hambruna.

¿Pueden estos excesos llegar a afectar a la cultura? ¿Llegaremos a la oferta de espectáculos masivos supuestamente culturales que engordan pero no alimentan? ¿Existe el riesgo de este efecto en los conciertos de "música de películas” que no es la música ni pasan la película pero son formidables en “agregados” publicitarios?

Evidentemente no ocurre así, pero debemos tomar precauciones. Bien, muy bien por las empresas que brindan espectáculos culturales gratuitos o de “farándula de altura” como graficó Cristián Warnken en un almuerzo en una de ellas, pero que están conscientes de que éstos entretenimientos forman parte de programas de responsabilidad social hacia la comunidad que los acoge y que deben dar preferencia a las ciudades cercanas a sus explotaciones –como Antofagasta, en el caso de BHP- luego favorecer a quienes habitualmente no acceden a tales manifestaciones –por ello el Estado exige gratuidad y se hace parte en un 50% a través de excepciones tributarias -, finalmente solicitar a las audiencias que hagan un gesto de interés por lo ofrecido: retirar Invitaciones con antelación y en número limitado, como ocurrió con Celfín en el Centro Cultural Palacio de La Moneda, ante el concierto de Itzhak Perlman.

Con estas reservas podremos recibir espectáculos tan potentes como los  de los últimos días, pero no debemos bajar la guardia. Verificar que estas reuniones multitudinarias no deriven en actos vandálicos, que no se permita la reventa de entradas, que estén vinculados a espacios culturales con experiencia, como el Teatro Regional del Maule, en el caso de la Ópera de San Carlo de Nápoles.

Pero, sobre todo, que no se pierda la motivación maravillosa de los actores principales: los músicos que, como reveló Salvatore Caputo, el director del coro del teatro napolitano nació mucho más de la presencia de una bandera italiana esgrimida por un puñado de integrantes de la colonia porteña que de cualquier otro estímulo y que ocasionó un inédito “O sole mío” cantado a todas las voces a pesar del contundente frío de la noche de Valparaíso.

Lo que complementa ese singular entusiasmo –agregó Caputo- fue otra bandera, la chilena, que ondeó en la noche de Italia el 30 y 31 de julio cuando Inti Illimani histórico, Beto Cuevas, Jorge González, Francisca Valenzuela, Isabel Parra, Claudia Acuña y Denisse Malebrán, en conjunto con la orquesta y coro del Teatro San Carlo, de Nápoles, se presentaron en el Teatro de Pompeya homenajeando a Víctor Jara y Violeta Parra.

De seguir en esta línea, no habrá morbidez que valga y la cultura de allá y de acá se nutrirá sólo de contenidos inspiradores. Sin grasa.

Así sea.

06 noviembre 2010

SETENTONIO



El domingo 7 de noviembre de 2010, Antonio Skármeta, mi "socio" y amigo cumple SETENTA años de vida. Es impreciso decir cómo comenzó lo segundo y muy exacto cuando nos iniciamos como socios: fue gracias al llamado del flamante director de programación de TVN/1990, Eduardo Tironi: tenemos espacio en pantalla y tú tienes buenas ideas respecto de los libros. Queremos un programa literario. De inmediato pasó por mi mente una escena, en el cerro San Cristóbal, a fines del año 1989, cuando la misma TVN hacía un programa-repaso cultural del año. Allí estaba Fernando Rosas compilando el año musical y Antonio, haciendo lo propio con los libros.


No me cupo duda, ni a Eduardo tampoco, que Skármeta era "el hombre". Procedí entonces a llamarlo, concertar una templada cita -entre el calor del verano y la frescura de su piscina- y poner a correr la imaginación. La clave: los pares de elementos. Literatura y ... El complemento perfecto: Mariano Aguirre, conocedor de cuanta obra publicada circulaba por el mundo hispano. El nombre de la creatura lo puso mi socio: tiene que ser un show, es decir, hablar de literatura pero en lenguaje de la televisión. Lo demás es conocido: los improbables éxitos de rating, el reconocimiento de la UNESCO, los intentos de Carmen Balcells por  adaptar el programa a España (fallidos por la imposibilidad de encontrar un Skármeta peninsular) y el reconocimiento público concretado (valga la metáfora) por el piropo de un obrero de la construcción, un día cualquiera, desde su andamio proverbial: "güena pelao".


Desde entonces, nuestros nombres y firmas aparecieron juntos en sendos contratos con canales y productoras. No por muchos años, desde luego muchos menos que la amistad que comenzó en los interconectados pasillos de Quimantú, la casa de Ariel Dorfman, algúna sede del MAPU y, más tarde, las solemnes reuniones del Directorio del Centro Cultural Estación Mapocho.


Como las buenas amistades -y esta es una de ellas- se extendieron a los cercanos. En especial a Don Antonio, su padre, que se distinguia del vástago sólo por un apellido croata tan complicado como el de su hijo, pero claramente diferente. Con el Don nos juntábamos a recordar -él a recortar- las andanzas de Antonio por los senderos del exilio. Incluso lo suplantó cuando con la modesta editorial Melquíades presentamos en la Feria del Libro la primera reedición de "Desnudo en el tejado" en tiempos de dictadura. Libro calificado entonces como "caballo", aludiendo a su tenaz afición por la hípica.


Incluso, Don Antonio, (un supuesto cura que aparece en el spot del NO agradeciendo la victoria que vendrá) me hizo heredero de un completo estudio y materiales valiosísimos que había coleccionado por años para crear una revista para adultos mayores. Le agradecí y concerté cita con la editorial más adecuada para el proyecto. Lo tomaron con tanto interés que encargaron un estudio de mercado, el que lamentablemente arrojó que - por esos años 80s- nadie se acercaría a un kiosco a adquirir una revista para la Tercera Edad, delatando su ancianidad. ¿Habrán cambiado las condiciones? Al menos -y Antonio hijo lo demuestra- hoy el tiempo de vida útil se ha extendido.


Mi socio ha tenido la delicadeza de hacerme compartir  los textos de despedidas dolorosas de sus dos padres. Verdaderas piezas de oratoria. La más reciente fue la de "mamita" que partió este año, arrullada por canciones de su croacia natal y con el homenaje de su hijo que le agradeció su inspiración por ese poema que es el cuento "El ciclista del San Cristóbal".


En su vida vinieron otros empeños. Novelas, premios, viajes, óperas, incluso una Embajada en Alemania hasta dónde retornó a agradecer esa potencia de la naturaleza que es Nora, su esposa germana. También allí celebrará este cumpleaños, antes de cantar con sus amigos que haremos lo propio cuando regresen a Chile. Tal vez por primera vez, este 7 de noviembre no sentiré la incomodidad de no poder acompañarlo, junto a muchos, a entonar el himno del "primer foco de luz de la nación".  El insuperable mayor defecto que Antonio me reprocha es no ser exalumno del Instituto Nacional.


Reconozco tal limitación y le respondo majaderamente invitándolo a la feria del Libro de Santiago, la que siente -lamentablemente, como muchos-  lejana por reconocer escasamente los méritos de escritores nacionales de tonelaje internacional.


Tal vez por ello prefirió "pasar" este año de visitarla y celebrar su aniversario en Berlín.  Hasta dónde llegará este saludo con enorme gratitud por su amistad y el cariño de su "socio" y amigo. 


Como si lo llevara el Cartero de Neruda.

02 noviembre 2010

MORIR EN VALPARAÍSO




Texto de presentación del DICCIONARIO DE LA MUERTE de César Parra, RIL editores. Leído el 31 de octubre de 2010 en la Feria Internacional del Libro de Santiago.

Como en todo aquello vinculado a la dictadura de la muerte (valga la redundancia), me sometí a la solicitud de César Parra de presentar su Diccionario de la muerte. Sólo después de un adecuado “velorio o velatorio” (página 294) caí en cuenta que había aceptado introducir una paradoja. En efecto, un diccionario es, en palabras actuales, un “motor de búsqueda” y la muerte es su antónimo, es decir la única certeza de que disponemos desde nuestro nacimiento. Lo único que no requiere de búsqueda alguna. La negación de la wikipedia y de google al mismo tiempo. Por más que busquemos, sabemos el resultado.

Me consuelo (término ausente del Diccionario) pensando que estamos en una época de búsquedas. Los buscadores son “signos de los tiempos”, diría revista Mensaje, y, reconociendo que provengo de tiempos de certezas (el tiempo de las ideologías, término que no encuentro en el Diccionario de la muerte, a pesar de tanto agorero) me resigno a peregrinar por las páginas de la obra en comento, a pesar de saber que no será una tarea fácil para quién, en su tiempo, buscaba poco y encontraba mucho (compañeros, camaradas, líderes, enemigos del pueblo, gorilas, fachos). Ingreso al motor de búsqueda con mis propias asociaciones con el tema. 

Busco: Valparaíso (una ciudad que está muriendo desde mucho antes que allí yo naciera allí, cuando emergió el Canal de Panamá, autor de un crimen no prescrito). Aparece sólo una mención: bajo el descriptor “Tumbas Malditas”, la cuarta acepción, referida al sarcófago de Martín Busca, en el cementerio de Playa Ancha, que como un modo de escabullir su pacto con Satán, no toca el suelo sino  reposa sobre una salvadoras patas de león. ¡Gran metáfora! Valparaíso se ha ido salvando de la muerte –aunque no necesariamente del infierno- con improbables patas de león provistas por conmovidos gobernantes que periódicamente le otorgan: un congreso arquitectónicamente indigno aún del más modesto de sus hermosos cementerios; una declaratoria de patrimonio de la humanidad, caída desde La Moneda; un reciente Fórum -casi clandestino- de las culturas… mientras su índole urbana se empeña en impactarnos con solemnes incendios, conmovedoras explosiones de gas y electricidad simultáneas, regulares desfalcos de fondos públicos y cinematográficos encallamientos de navíos semi fantasmas. Pienso que más lo segundo que lo primero conserva esta permanente agonía que la hace, a mi juicio, una de las mejores ciudades para morir. Me explico.

Valparaíso tiene el honor de haber creado el primer cementerio de disidentes del país (si no del sub continente) evitando que ingleses, luteranos, judíos, griegos y otros especímenes de “gringos” varios se pudrieran en la vía pública mientras los católicos se pudrían en privado.
Valparaíso escenifica los mejores funerales de bomberos que conozca. Nunca tan bien empleado el término (curiosamente ausente del texto en comento) de “pompas” fúnebres que benefician tanto a los difuntos voluntarios de la Pompa Italia como a los de todas las compañías uniformadas con los más variados colores, que ascienden al anochecer por los cerros, cada bombero con una generosa antorcha hasta llegar, tras una genuina carroza, tirada por caballos y gobernada dócilmente por  pálidos cocheros, a las helénicas puertas del cementerio número dos que acoge el mausoleo institucional. “Quisiera ser bombero en Valparaíso” añora Edwards Bello.

No sólo por la pomposidad del entierro ni la generosidad de una vida de apagar siniestros generalmente estimulados por dos causas humanas y una natural: la deficiente mantención de edificios centenarios, la espeluznante afición porteña a los fuegos artificiales y –la natural- el pertinaz viento que estimula en instantes que una chispa se convierta en “infierno” (páginas 165 a 169). También es recomendable morir en Valparaíso por las probables desventuras que seguirán al reposo –a tiempo impredecible-  debido a la ubicación del acogedor conjunto integrado por los cementerios número 1, número 2 y de disidentes, localizados en las cumbres del Cerro Cárcel, antes Cementerio o Panteón, poseedores de una de las vistas más privilegiadas de nuestro primer puerto según el profesor Leopoldo Sáez Godoy. Tal es así que durante el devastador terremoto de 1906 –que desangró, entre otras, las arcas dispuestas para celebrar el Centenario de 1910- los muertos de los cerros retornaban al plan en macabro matrimonio con los fallecidos recientes, fruto de la tragedia. Fue difícil al Almirante Gómez Carreño imponer el orden, no obstante pudo lograrlo no sin incrementar por su mano los ocupantes de cementerios locales, en especial de saqueadores y todo tipo de delincuentes que pretendían profitar del desastre. Sin embargo, el Almirante (imperdonablemente ausente de este Diccionario) pudo retirarse al mausoleo familiar del cementerio número dos a yacer sin cargos de conciencia bajo su decidora lápida “fondeado sin novedad”.

Decía que incluso el Cerro Panteón ha dejado huella literaria. Sólo ficticia. Según Sáez Godoy: “puede considerarse desaparecido”.

No obstante tales desventuras sigo pensando que Valparaíso es un buen lugar para morir:
Dada su geografía anfiteatral, es posible abarcar en un solo golpe de vista el lugar de nacimiento y el cementerio de tus antepasados, facilidad que muy pocos lugares ofrecen. Misma condición geográfica que permite determinar con certeza –ya en vida- la visión de la bahía que se tendrá por la eternidad y por tanto, acepta que se comience a disfrutar en plena vida. Una verdadera sinopsis o anticipo del panorama que vendrá. 

Debido a su condición histórica de ciudad puerto y puerta de migrantes es sencillo conocer a los antepasados de un porteño incluso hasta la primera generación en Chile debido a que cada colectividad se enorgullece de su respectivo mausoleo y muestra con orgullo a los primeros padres que desembarcaron un día con la vista fija en los cerros que los acogerían. ¡Qué diferencia con los parques actuales dónde es imposible prever quienes serán tus vecinos eternos ni mucho menos sus ascendientes ni sus compatriotas!

A causa de la generosidad de SM la Reina Victoria y de algunos remotos mecenas franceses, es posible, en Valparaíso, disfrutar hoy de dos de los más notables órganos de que dispone Chile y que harán inolvidable las ceremonias de despedida así como estremecedoras las sesiones de recuerdo que podrán verificarse en la Iglesia Anglicana de Saint Paul, en el cerro Alegre (un plus) o en la Iglesia de los Padres Franceses de calle Independencia (otros plus). Nunca más familiares llevando radios portátiles a las ceremonias de despedida para mal escuchar la música favorita del fallecido.

Finalmente, la proliferación de bares, picadas, salones de té, cafés literarios, cinzanos, jotacruces, rotondas y demases hacen posible amortiguar el dolor en comidas y bebidas para todo paladar sin tener que obligarse al monopólico quitapenas (otra ausencia, aunque perdonable), que  no por tradicional deja de ser  poco variado.

Lo que sí es extraordinariamente diverso es el Diccionario de César Parra. Se trata de un conjunto multitudinario de significados que se asocian con delicadeza y certeza poco frecuente a anécdotas, plantas, vampiros de los más ignotos orígenes, tumbas de inimaginables decoraciones, ritos de religiones y usos de todo el orbe y toda la historia, esculturas funerarias de inédita variedad, cementerios de geografías diversas, relatos escalofriantes, muertes para todos los gustos y sabrosos guiños literarios que revelan la índole del autor.

Recordamos a asesinos notables como el falso anticuario Roberto Heabig, descubierto por Víctor Vaccaro, entonces reportero de “Clarín” (pag.41).

Conocemos aquí como Lincoln soñó su propia muerte un mes antes de su asesinato, de qué calibre son los entierros de los hampones y cuáles son las  inexcusables historias del Instituto Médico Legal. Porque no hay lugar que haya tenido vida, que no haya padecido muerte. Y es así como no podría terminar esta presentación doblando la cerviz ante la implacable verdad del día y el lugar que nos reúne.

No podía César Parra convocarnos sino un 31 de octubre (ver Halloween, página 160) para advertirnos que cuando salgamos de esta sala nos encontraremos con una añosa celebración del día de los muertos. Y no podría yo terminar estas palabras sin saludar a los muertos de la casa, aquellas “sombras pasajeras que, sin saberlo, cada tanto nos visitan”, como reza, parodiando a Neruda, el acceso a la sala dónde preparamos nuestros cafés que revolvemos sin dejar de saber que hemos venido a perturbar a la “vieja chica” y el “leñador” que antes, mucho antes de que éste fuera un centro cultural, se paseaban como almas en pena y que paulatinamente se han habituado a los quehaceres culturales en que nos empeñamos, llegando a acompañarnos cada vez con más frecuencia, en paz, como probablemente lo hacen esta tarde, en esta estación.

14 octubre 2010

¿POR QUÉ HACER MAL LAS COSAS SI SE PUEDEN HACER BIEN?




He intentado en los últimos días, explicar a mis colegas y amigos del extranjero qué es realmente lo acontecido y por qué, con el rescate de los 33 mineros que ha "conmovido al mundo". Literalmente. Porque la primera constatación es de que en aconteceres improbables como éste, las palabras toman su real dimensión. No queda margen para la exageración. Se los "extrajo de la montaña, encapsulados". Los familiares, autoridades y rescatistas los esperaban "al pié del cañón"; los trabajadores estaban en "el centro de la tierra" y "entre la vida y la muerte". En fin, los mineros nos han regalado un valioso uso del lenguaje,  incorporando al léxico común palabras precisas de la ingeniería, la medicina y la minería.

La explicación que más me ronda respecto del éxito del rescate es obvia: resulta bien aquello que se hace bien. Aquello en que todos los procesos se estudian previamente, se establecen planes de acción, se realizan pruebas y ensayos paso a paso. En fin, se reduce al mínimo las probabilidades de error. Y a la vez se toman las precauciones para que, en caso de acontecer la falla, estar preparados para superarla.

Inevitablemente, esta enumeración se me comienza a parecer a las clases sobre gestión cultural: "Los hechos resultan o no, mucho antes de acontecer. Ya en los preparativos o el proyecto, es posible detectar el resultado", me han escuchado incansablemente mis estudiantes. Esta frase no es más que el resultado de la experiencia, la observación y la reflexión posterior. "Actuar como hombres de pensamiento y pensar como hombres de acción" nos decía Jorge Millas, el filósofo.

Ocurre que, en nuestro país, es posible hacer las cosas de esta manera. No siempre, pero sí cada vez más. A lo menos, me consta, en el ámbito de la cultura. Quizás porque desde que se comenzó a perfilar un nuevo modelo de desarrollo cultural, hace 20 años, se incorporó a esa discusión la variable gestión y el factor infraestructura. En términos simples, se incorporó ingeniería. Tanto industrial como civil.

Y los resultados están a la vista, mientras vemos cómo en muchos países cae el gasto público en la cultura y el arte, Chile ha tenido un incremento de casi cuatro veces entre 2003 -año de creación del CNCA- y 2010, como se aprecia en el cuadro adjunto.

Desafortunadamente, las noticias del mundo nos traen más a menudo de lo que se quisiera, informaciones sobre reducciones de gastos en cultura, tanto desde México como desde Gran Bretaña dónde se ha dado a conocer un plan de racionalización por parte de Jeremy Hunt, Secretario de Estado para la Cultura, Juegos Olímpicos, Medios de Comunicación y Deportes.Después de una revisión del gasto público en diversos ámbitos, a finales de julio el gobierno británico anunció la decisión de suprimir algunos organismos públicos no ministeriales (las entidades denominadas ''arm's-length'') del sector cultural. 

Entre los organismos que desaparecerán se encuentran el Consejo Británico del Cine y el Consejo para los Museos, las Bibliotecas y los Archivos (MLA), mientras que se revisarán las funciones y los ámbitos de actuación de otros, tales como English Heritage. Hunt, también solicitó a otros organismos de financiación de la cultura, tales como el Arts Council England, que hicieran estimaciones para una reducción de la financiación entre un 25% y un 30%.

A raíz de estas decisiones se han producido diversas reacciones, tanto de los propios organismos afectados como de otras entidades y profesionales de la cultura. El mencionado Consejo de las Artes ha señalado: "El presupuesto de las artes es muy pequeño, cuesta menos de la mitad del precio de un litro de leche. A cambio tenemos: artes de primer nivel y artistas, un sector que da a Gran Bretaña una ventaja internacional como un lugar dinámico para vivir, trabajar y hacer negocios, un sector que alimenta las industrias creativas y la generación de empleo futuro en una de las zonas de más rápido crecimiento de la economía, y un sector con un historial probado de la regeneración de las ciudades y contribuir a una sociedad cohesionada y comprometida".

No sólo en el Reino Unido las artes y la cultura están contribuyendo con la economía a través de las industrias creativas. Para que eso ocurriera han debido pasar más de 60 años desde que se creara el Arts Council. En Chile, nuestro lábil -palabra que debemos a los mineros- CNCA tiene sólo una décima parte de la edad del Consejo inglés y por tanto, requiere todavía de mucho apoyo público y del mundo de la cultura. Un frenazo en su financiamiento creciente podría ser fatal.
Espero que el presupuesto nacional del 2011 así lo considere.




05 septiembre 2010

¿QUE PASA CON LA MÚSICA, PABLO?













¿Cuándo va a haber buen cine chileno, Pablo? Le preguntaban a Neruda. Cuando haya mal cine chileno. Respondió categórico. Es decir, cuando haya mucho cine chileno. O de otra manera: de muchos tipos de cine chileno. Nótese que no dijo: cuando sea obligatorio exhibir un porcentaje de filmes nacionales en las carteleras. Lo mismo puede aplicarse a la legislación en discusión que obliga a radioemisoras a emitir música nacional.
Disposición, que por lo demás existió en nuestro país hace decenios y que involucraba incluso a cabaret, nigth clubes y otros escenarios que presentaban artistas. Recuerdo con fastidio que cuando la noche brillaba en su mejor esplendor, luego de bailes, magias y desnudos femeninos –el oscurecido strip tease- aparecían en escena un grupo de huasos muy vestidos, con cara de mayor tedio que los espectadores. Era el minuto preciso en que los parroquianos sentían incontenibles ganas de ir al baño o dar por finalizada la juerga. De bailarines de cueca o admiradores del folklore nacional, ni hablar. Es decir, nada más pernicioso para la difusión de la cultura, cualquiera esta sea, que la obligación.

Podríamos justificarlo con que se trata de un mal momento de parlamentarios que desconocen las leyes culturales que aprobaron en los últimos 20 años. Si todo fuese tan sencillo en difusión cultural como dar cuotas obligatorias de exhibición, nada tendría que hacer el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Menos, el plan de construcción de centros culturales que pretenden establecer los hábitos de consumo cultural, libremente adquiridos por ciudadanos que voluntariamente se someten a sistemáticas dosis de lectura, visitas a museos, asistencia a conciertos o recorridos por museos a galerías de arte.

Chile se ha dado una institucionalidad cultural, desde 2003, que básicamente, a través de una gestión pública y privada, pretende diseminar espacios culturales en todo el país a la vez que servir a audiencias cada vez mayores y más aficionadas a alguna o algunas de las artes. Al mismo tiempo, admite perfectamente la entrega de estímulos, a través de sus múltiples fondos concursables, a las radios u otros medios que fomenten la creación nacional.

Estamos avanzando en ese camino con signos potentes, como la creación del Centro Cultural Gabriela Mistral o la réplica del Día del Patrimonio por mirar sólo los más cercanos, cuando surge este “fast track” parlamentario: obliguemos a escuchar música chilena. No nos distraigamos en enseñar a tocar violín a los integrantes de las orquestas juveniles ni pensemos en enseñar a bailar a los adolescentes motivados por la danza. Sencillamente obliguémoslos a escuchar un 20% de música chilena en las radios y lo demás se nos dará por añadidura.

Gran oportunidad para apagar la radio, cambiar el dial o encender el Ipod o cualquier otra forma de reproducción de música, previamente envasada, a gusto del consumidor.

En esa línea han respondido los involucrados: los radioemisores han advertido la caída de las audiencias y los creadores de música han previsto aumento de ingresos por derechos de autor. Se equivocan: una legislación de este tipo o su sola probabilidad debe estimular a los centenares de propietarios de radioemisoras a ser cada vez más creativos (con talentos locales de guionistas, programadores, radio controladores, locutores... sin cuotas obligadas), a desarrollar estrategias de conservación de un público que ya es selectivo y que está sometido a una amplísima oferta radial, televisiva y de redes sociales. Es decir, más trabajo para el talento local.

Los músicos, además de criticar la falta de estética que implica un Premio Nacional (de suyo, un bien escaso) entregado consecutivamente a dos hermanos, deben dedicarse, para legítimamente aumentar sus recursos, a gestionar su talento –hay profesionales de fuste en el mercado local de la gestión cultural- para que las radios, las televisoras y todo escenario por modesto que sea, se vea obligado a acogerlos, por su calidad y por su sintonía con las audiencias. Porque hay tantas emisoras y nacen tantos centros culturales que no es difícil encontrar alguno que se sienta atraído por su obra.

De no ser así, y lleguen a conformarse con la obligación de ser programados ante una audiencia que tenderá a ser fantasma, caeremos en lo ocurrido en países europeos que lamentan unos creadores fláccidos, acostumbrados a reclamar un subsidio más que a desarrollar su creatividad. Entonces deberemos recordar otra frase que cuentan las Memorias de Neruda, cuando un diplomático soviético le espetó:

- Tu país es poco serio, Pablo.

25 agosto 2010

ADIOS A GUILLERMO






















Como estudiante secundario lo conocí a través de ese entrañable caballo que es Ruibarbo, que transitaba cansinamente por las páginas blancas, muy blancas, de uno de los primeros textos escolares impresos en papel couché, que expedía el olor a tinta de una inédita manera. Mucho tiempo después lo releí en las formidables páginas de Camisa Limpia, uno de los textos más lúcidos sobre nuestros antepasados sefardíes, tal como La gesta del marrano de Marcos Aguinis. Entre ambas lecturas, fue mi profesor, mi maestro y mi amigo.

El paso simultáneo de la primera condición a la segunda y la tercera se debió a un episodio de comienzos de la dictadura militar. Corría el año 1973 y el profesor de Redacción –eso fue Guillermo en la Escuela de Periodismo de la U.C.- pretendió, más con su bondadoso corazón que con la fuerza de la realidad, que nada debería cambiar en sus clases entre el antes y después del 11 de septiembre. Así fue como nos encomendó un trabajo de redacción sobre las principales noticias de ese año. “El sangriento cambio de gobierno en Chile…” fue mi primera línea de ese encargo académico.

-Déjenlo en la secretaría -como era habitual en las fechas de fin de año- fue la instrucción del profesor.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando, habiendo pasado un par de meses desde la entrega y cumplía con la obligación de la práctica profesional en el diario La Patria, un sucedáneo de La Nación entonces administrado por el Colegio de Periodistas, me llama el Jefe de Crónica, me aparta a un lado de la Sala de Redacción y me explica que no podré continuar en el diario.

- Es que escribiste algo sobre el cambio de gobierno…

Pasado el aturdimiento, días después, decidí exponer la situación –que por cierto no tenía remedio- al profesor Blanco. Me miró incrédulo:

- ¿Qué pretenden? ¿Qué se haga pescador?

Ambos entendimos que no era necesario mencionar la palabra delación, ni gastar un segundo en el delator, que ambos sabíamos que vestía boina, presumía ser sacerdote y asistía al curso. Quizás ambos lo imaginamos leyendo los trabajos de sus compañeros en el mesón de la secretaría de la Escuela y yendo a destilar su odio ante el Director del diario.

Aún así, no valía la pena, aprovechamos el tiempo conversando de literatura, de periodismo, riéndonos de buena gana, como lo hacía Guillermo. Ese gesto atroz de intolerancia y soplonaje provocó que, imperceptiblemente el profesor de redacción se tornara en maestro y el maestro devino en amigo.

Hace pocos días, celebrando los 60 años de la Cámara del Libro –“era que no”, diría- nos brindamos las últimas carcajadas, los saludos a nuestras querencias y un abrazo.

No pudo haber despedida mejor.

23 agosto 2010

LA CONVENCIÓN DEL SÉPTIMO AÑO

Siete es un número sugerente. No sólo por aquello de los ciclos bíblicos que interpretó José ante el sueño del faraón egipcio. Francia, un país nada ajeno a la tradición cultural chilena, cambia de Presidente cada siete años. Casualmente o no, el Consejo Nacional de la Cultura enfrentaba su séptima convención con Presidente nuevo y con un gobierno de diferente signo respecto de las seis convenciones anteriores. Adicionalmente, la región de Los Lagos, con su sólida infraestructura turística y cultural, recibía por primera vez al par de cientos de delegados que volaban desde todo el país a discutir sobre políticas culturales y comenzar a determinar el horizonte 2015 de las mismas. Como para tener expectativas.

El Ministro Luciano Cruz Coke dio inicio al congreso con un discurso agradecido, ambicioso, desafiante, crítico, sugerente y clarificador. Gratitud hacia quienes habían trazado la huella que permitía el alto nivel institucional alcanzado por la cultura en nuestro país: Manuel Antonio Garretón, Claudio Di Girólamo, Milan Ivelic y Agustín Squella, sin olvidar a quienes integraron el Directorio Nacional desde su creación en 2004 a la fecha.

Fue ambicioso el Ministro al plantear la necesidad de incorporar a esta institucionalidad áreas similares que persisten aún en otros ministerios, desde la reiterada anomalía que implica una DIBAM lejana, hasta el Consejo de Monumentos Nacionales y los departamentos de Relaciones Exteriores, Obras Públicas, Vivienda y hasta Interior que tienen relación con la cultura y el patrimonio.

Fue desafiante el discurso inaugural en cuanto planteó que era imperioso resolver tal situación considerando incluso la presencia del Consejo de la Cultura en instancias como los concursos del Consejo Nacional de Televisión o los Premios Nacionales de Artes.

Fue crítico en relación al propio servicio que dirige señalando que de las 52 medidas planteadas por la política 2005-2010 sólo se había logrado un resultado completo en 23. No obstante, ratificó los sustantivos avances de programas como los de infraestructura y los intentos de reforzar la relación entre educación y cultura.

Fue sugerente respecto a la iniciativa aplicada por el Presidente Lula, en Brasil, referida a subsidiar la demanda por arte y cultura a través de vales entregados a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Fue clarificador afirmando que era partidario de los estímulos en lugar de fijar cuotas de difusión de nuestra cultura.

Pero eso era el puntapié inicial. Luego se ofreció a los convencionales un menú de propuestas, en boca de expertos, que buscaban provocar el debate. Desde las contrapuestas posturas entre un decidido estímulo a la demanda que creó Brasil y el formidable apoyo a la oferta de Carlos Cardoen en el Valle de Colchagua. O el convincente llamado de Santiago Schuster a "mover las industrias" creativas que a su vez contrastaba con un planteo de institucionalidad de Patricio Gross, discutido -y desechado por amplia mayoría- en un encuentro de 600 agentes culturales en el Parlamento, en noviembre de 1996.

El prolongado aplauso final que coronó la exposición del Alcalde Claudio Orrego sobre el trabajo en cultural en Peñalolén fue la primera expresión de la voluntad de la Convención por un modelo de desarrollo cultural participativo, inclusivo, diverso, con liderazgos comprometidos y preocupado no sólo de lo local, sino pensando fuertemente en lo global. Un ejemplo de "glocalización".

Despúes vinieron las comisiones, espacio natural para que se expresaran las opiniones de los delegados de todo el país. Entre ellas y como ejemplo, propuestas estimuladas por los expertos, tamizadas a nuestra realidad, como la creación de un fondo concursable que a la vez subsidie la demanda -entregando recursos a adultos mayores, estudiantes e integrantes de la red de protección social- y la oferta, entregando estímulos a los espacios culturales que presenten arte y cultura que acojan a los poseedores de tales subsidios. O la lógica sugerencia de "invitar para ser invitado", en relación con la presencia de nuestro arte en los circuitos internacionales.

Ya vendrán las conclusiones y la sistematización de ellas que hará el Directorio Nacional. Lo que quedó claro es que fue posible realizar una séptima Convención sostenida en los sólidos brazos de las seis anteriores, con la presencia de los nuevos funcionarios y los antiguos consejeros y ex consejeros; que fue posible experimentar la inédita sensación en la historia patria de sesionar en una región que ofrece orgullosa una variedad de infraestructuras culturales de alto nivel -como el Diego Rivera de Puerto Montt o el Teatro del Lago de Frutillar- que no habrían sido posibles sin los programas de infraestructura y gestión que forman parte de la Política Cultural de Chile.

En el primer balance quedan también el creciente protagonismo del Directorio Nacional en la jornada y su preparación, el entusiasmo de los organizadores y la cariñosa acogida de los anfitriones del Consejo de la región de Los Lagos, que pueden esgrimir una infraestructura consolidada para el turismo de convenciones y una interesante oferta cultural.

La Convención finalizó con un panel que buscaba la "Reconstrucción del Alma", planeada a partir de la tragedia del 27/F. Sin desconocer el esfuerzo de los expositores, la mejor señal en esa dirección la dieron los celulares que sonaron al unísono cuando el avión que traía de regreso a un nutrido grupo de convencionales, Ministro incluído, aterrizó en Santiago.

Los mineros estaban vivos.

La Convención del séptimo año terminó muy bien.

30 julio 2010

LA TV, EL ALMA Y LOS HOGARES

Una acertada versión 2.0 de la quijotesca frase “con la Iglesia topamos, Sancho”, podría ser: “con la tele topamos, Sancho” y no porque televisores han desplazado a muchos crucifijos en muros domésticos o porque las encuestas señalan la pérdida de influencia de la iglesia católica (a la que se refería el Hidalgo Caballero) en Chile, sino porque la televisión, como industria, es capaz de devastar o al menos paralizar a quienes la acometen.
Hay historia y presente que aconsejan prudencia en la relación entre cultura y televisión.

En los albores de las discusiones sobre políticas culturales, en los años 90’s se tomó la sabia medida de separar el debate de aquella del programa sobre las comunicaciones y la televisión, luego de que sesiones y sesiones se desperdiciaban confrontando tesis sobre la eventual autonomía o ingerencia que los gobiernos de la post dictadura debieran dar a la televisión. De otros medios, nada y de cultura… menos. Aún sin ley de divorcio, los comunicólogos hicieron tienda aparte y quienes nos interesábamos en las políticas culturales, pudimos entrar a nuestro tema.

Es que la tele es invasiva. Desde luego, está en todos los hogares y hasta se podría decir que en casi todas las habitaciones. Raras veces, en relación a sus interminables horas de transmisión, llega al corazón: cuando la Roja se desplaza por canchas mundialeras o cuando se conciertan majaderas campañas de solidaridad. Por el contrario, la cultura y el arte están en el alma.

Son, por tanto, circuitos diferentes que no deben ser confundidos. Para asistir a una manifestación de arte, hay que ser activo: “arreglarse”, salir de casa, trasladarse, vivir la emoción de traspasar marquesinas luminosas o pórticos señoriales. Todo ello, en la TV, equivale a un efímero clic, sin viajar, sin glamour, sin peinados ni trajes especiales… sin espíritu.

Se dice que la TV es compañía, porque transmite 24/7, pero con mucho menos efectividad que la radio, que sigue punteando las encuestas al respecto. Porque sin tener alma, requiere de imaginación, que es uno de sus componentes.

La cultura, en cambio, puede ser 100% compañía, intensa y fascinante, durante todo el tiempo que un espectador está expuesto a su influjo. Luego, se convierte nuevamente en transitar la gran puerta, marquesinas, viajes, regreso al hogar donde probablemente se mira con inapetencia al televisor.

Existe un factor tiempo para disfrutar lo suministrado por creadores y artistas. El mismo tiempo del que no disponen los incansables programadores de TV. “Nada de ésto sirve para mañana” señalaba un director de noticiero,al terminar la entrega de ese día.

Por todo ello, cultura y televisión son mundos diversos. Si el legislador puso al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes como línea para traspasar fondos al CNTV es sólo un guiño y no un llamado a “chavizar” la relación del gobierno con la televisión. El verdadero sentido de dicho guiño es destacar las similitudes estructurales del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, el CNTV y TVN, que tienen un denominador común: la ambición de autonomía y para ello, una autoridad superior colegiada. Si esta similitud funciona, es allí donde debiera reflejarse los complementos entre TV y cultura. Porque dichos consejos provienen de la misma sociedad civil, del mismo país, por tanto, conocen lo que ocurre en los hogares y saben como es su alma.

Adicionalmente, el CNTV y el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes asignan fondos concursables en los cuáles también operan estructuras transparentes y juicios de los pares respecto de los proyectos que se presentan. Otro escenario en que la sociedad concede los fondos que el Estado pone a su disposición para distribuir entre quienes demuestran mayor talento para reflejarla.

Un ejemplo de la manera cómo funcionan estos directorios colegiados es la reciente designación del Director Ejecutivo de TVN que ha recibido improbables –para muchos- halagos desde el mundo de la cultura. Es que se trata de un gerente que supo estimular, desde su posición en una gran empresa, aquellas actividades que llegan al alma de un país. La sensatez de ese Directorio ha sido llevar esa sensibilidad al canal público.

Ese gesto vale mucho más que cualquier intervención vía transferencias presupuestarias.

Es un intento por llegar a las almas y no sólo a los hogares.

23 julio 2010

LAS MAPUCHE QUE VIENEN DEL MAR
















El entorno era colorido como primavera; el frío, penetrante como invierno. Ellas, Patricia Antilao, Marcela Antio, Maria Antonieta Diaz Caullan, Margarita y Rosa Pailaya, Pamela Melo Antio, Isamari Antileo y Ángela Marihuen habían llegado hacía pocos minutos desde Tirúa, en la costa de la provincia de Arauco y lucían orgullosas sus trajes y joyas más elegantes, representativas de su cultura Lafkenche. Ellas venían a Santiago solamente a inaugurar una exposición de fotografías tomadas por Mónica Nyrar, cuyas protagonistas son ellas mismas.

Difícil es describir lo significativo que es acoger a estas mujeres, modelos y público a la vez, que forman parte de la Asociación de Tejedoras Lafkenches “Relmu Witral” y que fueron retratadas con iluminación de estudio y fondo negro para concentrar la atención en ellas, su indumentaria tradicional y la dignidad sobrecogedora con que reconocen su identidad y su cultura.

Cuentan de su trabajo con la lana, con la que hacen maravillas, que esta vez han dejado reposando en los telares para viajar intempestivamente –algunas por primera vez- a Santiago. Sólo alcanzaron a equiparse de sus hermosos vestidos, joyas y algunas pequeñas artesanías para mostrar su trabajo en metales. Lo demás es su rostro cercado por platerías y presidido por una seriedad ancestral. Lejos quedaron aquellas imágenes de indígenas rodeados de paisajes y rucas ahumadas. Esta vez, lo relevante son sus facciones poderosas de mujeres criadas al borde del océano -porque Lafken significa mar- alimentadas de pescados, mariscos, algas y leyendas que cuentan sobre porqué la mar es femenina.

Están en la Sala Joaquín Edwards Bello del Centro Cultural Estación Mapocho, disfrutando de un protagonismo que la historia negó sistemáticamente a sus ancestros. Desmintiendo a Diego Barros Arana que afirmaba, en 1875, en los Apuntes sobre la etnografía de Chile: "todo Chile es poblado por una sola raza en que predomina el elemento europeo mas o menos puro, i en que no se habla mas que un solo idioma, el español". Actualizando las fotografías que Gustave Verniory publicaba en Diez años en Araucanía 1889-1899, en las que la mujer mapuche aparece cargando cántaros de agua, encaramada a un rehue, señalando la cuna portátil de su hijo, acompañando en la imagen cuya centralidad es la ruca que habita o complementando el retrato de la familia mapuche.

Ahí están, en la exposición “Ante mis ojos: Iñche azkintunieel”, colgadas en los muros de la vieja estación remodelada, solas, dignas, despojadas de otros roles diferentes al de ser simple y totalmente mujeres, con su rostro, sus trajes, sus joyas y su mirada tranquila, dispuestas a ser juzgadas por el espectador de una obra de arte.

En esa misma sala, dos años atrás, el académico mapuche José Ancán, Máster en Antropología en la Universidad de Barcelona, señalaba, a propósito de la re-edición de la Crónica militar de la conquista y pacificación de la Araucanía de Leandro Navarro Rojas, publicada originalmente en 1909, que en este libro encontró "una especie de símil de la Araucana de Alonso de Ercilla. Esta vez, eso sí, no hay héroes homéricos ni hazañas grandilocuentes narradas en octavas reales. Navarro, soldado en campaña lo mismo que don Alonso, registra y narra en detalle la empresa, en el aséptico estilo de los informes y memorias militares, en el que además queda de manifiesto una nueva dimensión del engaño y permanente doble discurso en relación a los mapuches".

Aquí hay otra muestra de esos mapuche reales, sin la idealización de Ercilla ni el ninguneo de Barros Arana. Como en muchas oportunidades en la historia, son la mujeres, madres y matrices, quienes ponen ese símbolo de realismo y cordura. Es un centro cultural -que acoge a una de las culturas de nuestros antepasados como antes la Expo Indígenas Urbanos, Culturas en el aire, o la Bienal Indígena- que siente con ello estar cumpliendo su misión.

Y que adicionalmente me permitió descubrir otro motivo -universal y categórico- de empatía con las tejedoras Lafkenches.

Es que, como dijo Margarita Pailaya, ambos nacimos en la costa, como en las mejores leyendas... venimos del mar.

20 julio 2010

¿INNOVACIÓN O CREACIÓN?


















¡Buena pregunta! Nuestra sociedad parece encaminarse, al menos en el debate académico, hacia una suerte de consenso respecto de que el camino del futuro será de la innovación. Se aplica este concepto casi como una pócima milagrosa que hará florecer empresas, gobiernos y hasta universidades. Lo que decididamente no funciona sólo con innovación, es la cultura. A diferencia de industrias o entidades gestoras, el arte por definición está vinculado a su capacidad de reconocer que hay modelos a seguir y ejemplos que no es necesario superar, sino más bien imitar: los clásicos.

En una inspirada columna de opinión, publicada en The Clinic, el Académico de la Universidad de Chile, Patricio Meller, distingue entre universidades clonadoras e innovadoras.

“¿Debiera importar – se pregunta respecto de las primeras- el hecho que tengan dueños con una determinada tendencia religiosa y/o ideológica? Además de conocimiento –se responde- , las universidades transmiten valores, por lo que si los dueños de alguno de estos centros de estudio sólo contratan a profesores que piensan como ellos y con su mismo tipo de valores, nos enfrentamos a una verdadera ‘Universidad de los clones’. Sus profesionales egresados entonces son perfectos clones, con los mismos valores e ideología que los de los dueños”. Aclara más adelante que “el rol de la universidad es educar a los jóvenes para que tengan pensamiento propio, para lo que -entre otras cosas- se requiere de una sala de clases donde se produzca una suerte de ‘mercado de las ideas’, donde los futuros profesionales sean expuestos a un intercambio amplio, fundamentado y diverso de pensamientos u opiniones”. Concluye que “si este siglo XXI es el de las ideas, entonces las universidades no debieran estar dedicadas a la clonación, sino que decididamente a la innovación”.

Comparto el planteo de fondo, pero reemplazaría por creación su última palabra.Desde muy temprano aprendí que las universidades se definen por ser creadoras de conocimiento, para ello sus laboratorios y bibliotecas. Por tanto, creo más en el término creatividad que el de innovación.

Esta última, además de ser una palabreja de moda, tiende (según la moda) a asociarse con lo joven y descarta el aporte de otras generaciones. Sugiere, además, que todo debe ser sujeto de innovación, algo así como "la revolución permanente" de Mao. El cambio por el cambio.

La creación de conocimientos es un proceso más complejo, que considera que no todo debe recrearse siempre. Un creador es capaz de reconocer lo clásico, que es permanente, inspirador y no debiera ser innovado. En la capacidad de distinción entre ambos hay implícito un acto de creatividad.

Innovación suele ser la aplicación que hacen los emprendedores (otra palabreja) de lo que otros crean. Por tanto es un proceso menor que el de la creatividad. Sin creadores, no hay innovadores, pero sin innovadores, si hay creadores.

La creatividad es un nivel superior, previo y por tanto, un deber de las universidades para incrementar el conocimiento de la humanidad.

Pienso, a diferencia de Meller, que el opuesto de clonar no es necesariamente innovar, sino crear. El clon es fruto de una repetición y un condenado a seguir reiterando; incluso es concebible que exista un clon innovador, pero, por definición, jamás será un creador, porque no es una creatura sino una copia.

Clonar es repetir, no iniciar. Cuando inicio, creo. Clonar es reiterar una y otra vez (como las copias de un CD). Crear es inventar lo que contiene ese CD, innovar puede ser cambiar la carátula, la tecnología de copia o el tamaño del disco.

La música no es más que reiteraciones de sonidos o notas, sin embargo el secreto de su maravilla está justamente en los silencios que se agregan entre los sonidos y que hacen diferente una melodía de otra. Sólo un creador es capaz de hacer esas reiteraciones creativamente. Por ejemplo, Roberto Bolaño, en su novela 2666, nos reitera al describir hasta el agotamiento los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez, una y otra vez, aparentemente iguales pero con tal talento que no se puede dejar de leer y a la vez transmite vívidamente la tragedia que hay tras esa realidad.

Esto, para afirmar, finalmente, que incluso la repetición puede ser creativa, pero la creación no puede ser "clonativa". Eso se llama copia y constituye una industria, como la editorial, la audiovisual o la de los fonogramas.

Aunque estimo que las universidades clonadoras no merecerían calificarse de tales, postulo la universidad creadora, que es más deseable que la meramente innovadora.

Al menos para las artes. Lo que no es poco.