15 diciembre 2014

FUTURO MINISTERIO: PARTICIPACIÓN Y DESCENTRALIZACIÓN


Tal vez no sean quienes encarnan las posturas más enfrentadas sobre un eventual Ministerio de Cultura, pero un grupo de estudiantes del Magister en Gestión Cultural de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, graficó en dos Presidentes del Consejo Nacional de la Cultura, máscaras en mano, las ideas que protagonizan el debate cultural del momento. A sendos enmascarados, unos como Claudia Barattini, le asignaron la defensa de un proyecto de Ministerio y a otros, embozados como el ex Ministro José Weinstein, la defensa del modelo vigente de Consejo Nacional de la Cultura. 

Para construir su trabajo de Políticas culturales comparadas, optaron por la metodología del diálogo entre las autoridades quienes, caracterizados, daban a conocer sus argumentos a partir de un cuidado guión.

Así como ellos, otros grupos de estudiantes, también apuntaron a los ejes más relevantes de la discusión: la participación y la descentralización. Detectando, varios de ellos, que se da la contradicción de que la institucionalidad vigente clama menos por ambos aspectos, pero los contiene en su estructura. Mientras que el esquema convencional de Ministerio los reduce, pero es sostenido por quienes se reconocen como adalides de la participación amplia y una descentralización mayor.
Será la manera de destrabar este nudo la que permita avanzar hacia una forma de institucionalidad más participativa que la actual -considerará desde luego a los pueblos originarios y detalladamente a las regiones- y más descentralizada.
¿Será posible, con seremis y dos jefes de servicio en cada región, aumentar el grado de decisiones de la sociedad civil regional?
¿Será posible, con un Ministro designado e instruído directamente por él o la Presidente de la República, con un horizonte máximo de cuatro años de gobierno, alcanzar una política cultural más estable y diversa que aquella instalada por un Directorio transversal y participativo, que no cambia con los gobiernos, apoyado en consejos regionales y una Convención nacional igualmente participativos?

Por otro lado, ¿será posible alcanzar un grado mayor de relevancia para la cultura y las artes sin tener derechamente un Ministerio del sector y no sólo un Consejo que no es más que un servicio público que debe reportar algunos aspectos no menores al Ministerio de Educación?
¿Será posible empoderar a la cultura en el escenario actual en el que bibliotecas, museos y monumentos nacionales caminan por otro sendero, huérfanos de gestión y en ocasiones duplicando funciones que ejerce el Consejo Nacional de la Cultura?

Por ahora, esas preguntas carecen de una respuesta definitiva, por el contrario, reciben muchas -cada vez más- respuestas desde las múltiples instancias de participación en curso.
El trabajo que viene, de sistematizar, compatibilizar y jerarquizar será clave para encontrar el camino más adecuado a los nuevos tiempos. Tampoco se puede dejar aquello solamente a los servidores públicos, este proceso final requiere también de presencia ciudadana, de artistas, gestores y patrimonialistas que resuelvan en colectivo a partir de un listado de propuestas ordenadas conforme a su relevancia y contenido.

Como el proceso que culminó, con buenos resultados, en 1996 cuando en el Parlamento, con ayuda del personal de la Cámara de Diputados y la experiencia de una decena de parlamentarios, se enumeraron las 120 demandas del mundo de la cultura. La número uno fue entonces, la creación del Consejo Nacional de la Cultura, concretada seis años después. La mayoría de las otras están cumplidas.

Tal vez sería entonces el momento de culminar este proceso participativo con un  gran Congreso de la Cultura que resuelva democrática y transversalmente la institucionalidad que más convenga al país.

Ojalá, sin máscaras.

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