21 mayo 2010

VALPARAÍSO, CIUDAD CREATIVA


Un segundo encuentro internacional de economía creativa realizado en la sede del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes la tercera semana de mayo de 2010 –el primero fue en Buenos Aires, en 2009- permite algunas reflexiones sobre esta inasible condición y la muy palpable ciudad de Valparaíso. La creatividad, por definición, acepta características diversas y es antagónica a esa forma encuadrada que es la innovación, la que supone que hay que hacer algo nuevo, sobre lo que se define como viejo e inservible, útil sólo para ser superado por esta compulsión por derribar antes de construir.

Es lo que no acontece en Valparaíso. Sus grandes proyectos de infraestructura están basados precisamente en lo antiguo, en lo arcaico, en lo que nuestros innovadores terminarían de destruir. Aún no amaina la lucha por migrar los cuadros del Museo de Bellas Artes a su sede renovada del viejo Palacio Baburizza. Ya se recuperó el antiguo Correo para el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes que alberga además un activo Centro de Extensión que recibe este encuentro engalanado con muestras del diseño local. Los sueños que comienzan a revelarse están sitos en el edificio Luis Cousiño, monumento nacional desde 1994, cuando la picota innovadora ya lo tenía más herido que el tiempo de abandono y que el DUOC UC está transformando en un centro de gestión de turismo y patrimonio; en la recuperación del Teatro Velarde, espacio que los sucesivos alcaldes han sido incapaces de convertirlo en Teatro Municipal de veras, hasta que el terremoto del 27/F los conminó a hacerse cargo, con una pequeña ayuda de la ciudadanía; en la antigua Cárcel, múltiples veces inaugurada como centro cultural por autoridades que nunca pudieron compatibilizar este sueño con sus tenaces ocupantes que esperan formar a nuevas generaciones de creadores desde la simpleza de un parque y que tuvieron la serenidad de abortar sendos proyectos de Sebastián Irarrázabal y Oscar Niemeyer que ponían la arquitectura –externa y no concursada- por sobre la conciencia autosuficiente de los porteños; en la tradicional Universidad de Playa Ancha, dónde académicos y estudiantes de artes escénicas sueñan con transformar el antiguo casino en una sala multiuso que atienda y forme espectadores entre pobladores, soldados, estudiantes y demás habitantes de la populosa Playa Ancha; en el antiguo edificio de la salitrera Anglo Lautaro, de calle Serrano dónde instalará sus humanidades la Universidad de Valparaíso; en la fogueada Estación Puerto dónde se construye un nuevo acceso al Metroval y tres módulos de edificaciones que se destinarán a oficinas, hotelería y estacionamientos.

Para qué seguir, allí está la ciudad, su ciudadanía avanzando sin ansiedad, sin dejarse llevar por las modas, como si vivieran a miles de kilómetros de Santiago… y de las autoridades. Esa es quizás la fuerza heredada de los emigrantes que se adhirieron de manera improbable a los cerros para acompañar a un puerto que recibía cotidianamente bienes de todo el mundo y sobretodo, oportunidades de crecimiento comercial y humano.

Esa integración de la fuerza de la creatividad con la potencia de la geografía y las edificaciones añosas es lo que hace de Valparaíso una ciudad que tiene otros ritmos, que no se ocupa de convencer a quienes anhelan hacerle un bien de que tal vez sus buenas intenciones vienen impregnadas de otras lógicas, que acá las apariencias ya están y tienen raíces, que las vestimentas y las comidas pueden ser diferentes a lo que dictan las revistas y los cronistas, que finalmente, esta realidad es inabarcable, contradictoria y sorprendente.

Se trata de una ciudad excepcionalmente no proselitista, que no se ocupa de tener accesos luminosos ni turísticos, que bloquea periódicamente su principal acceso por la Avenida Argentina con una feria que intercambia alimentos, antigüedades y ropas usadas con naturalidad y parsimonia, cuyos ciudadanos se movilizan, en el plan, con la tranquilidad de troles y ascensores combinados por la vertiginosidad de los colectivos que circulan en los cerros. Como si el retorno a los miradores que son sus casas fuera lo único urgente.

Valparaíso es de procesos tan largos como recurrentes. En una guía bilingüe de la oferta creativa porteña que tiene el sugerente nombre de ten.haz!, editada por CORFO, conviven tanto novísimas tiendas de arte, fotografía y diseño con la Biblioteca Santiago Severín, la tradicional Sala El Farol de la Universidad de Valparaíso y el Instituto Chileno Norteamericano.

Lo nuevo no se explica sin lo antiguo, lo original no existe sin su contraste con la diversidad del entorno. Un productor de cine señaló en el encuentro que había logrado, para una película extranjera, recrear en Valparaíso siete ciudades de Europa. Ojalá lo pudieran lograr otras urbes que sólo ven oportunidades en la expansión urbana hacia los cielos y hacia los contornos, en la demolición sistemática y en la importación de estilos, que es muy diferente en la inmigración de los mismos.

Por eso, Valparaíso es diferente aún en su creatividad. Y cuesta mucho entenderlo. Sobretodo que el título de este Encuentro es “Hacer las cosas bien”.

¡Bravo! Háganlo bien, sin mirar a quién.

Capaz que resulte.

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