Es la pregunta que sugiere la novela Voces en altamar, de Thamar Álvarez Vega. Un par de mujeres que habían pasado por la dura experiencia de Villa Grimaldi, se encuentran en altamar, en un crucero, cuarenta años después, con una voz, que inevitablemente, pertenece al hombre que torturó a ambas, sin que ellas se hubiesen conocido antes de este casual encuentro.
El título es provocativo. Sugiere misterio (voces en alta mar) provoca la idea de cierta soledad como El viejo y el mar. Pero no. La realidad es una vocinglería propia de un crucero turístico.
Lo que genera la trama, es una sola voz. Que es simultáneamente reconocida por dos pasajeras desconocidas entre sí y que, curiosamente, terminan identificándose y casi mimetizando. Dupla a la que se agrega un tercero, pareja de una de ellas, que solo se diferencia por una cierta capacidad premonitoria.
Tal es la fuerza de aquella voz, o del daño provocado por su poseedor, que pasadas décadas, en un contexto completamente diferente, es fácilmente reconocida, sin requerir siquiera mayores chequeos.
La voz –ni siquiera el contenido de sus palabras- o sea más bien el tono de voz escuchado (da lo mismo el lugar donde se produce y el mar pasa a ser completamente irrelevante) se convierte en el protagonista de la novela y el trío, formado casualmente, en su antagonista.
Una vez constituido el antagonismo central de la trama, se procede a describir la vida de las dos mujeres del trío. Una, valdiviana, de familia de origen alemán y gran inquietud por la música (de allí la certeza para descubrir la voz), otra, porteña descendiente de prestigiosos abogados de la zona que comete matrimonio con un joven comunista, compañero de universidad, romance gestado en esa gran casamentera que son las semanas universitarias.
Sus vidas son plácidas y comprometidas con el proceso político, que aparece fuertemente en el relato por ambas partes, hasta que emerge el golpe militar que cambiará su destino. (¿Porqué en la obra de escribe con mayúscula? Lo mismo ocurre con otras palabras esotéricas).
Desde entonces se produce una mezcla entre la fuerza vital realista y cotidiana, con acontecimientos descritos como casi mágicos o providenciales.
En ellos, son siempre mujeres las protagonistas y los hombres reducen su participación a comparsas de sus parejas, no siempre acordes con su actuar; a simplemente malvados sin salvación, o amables servidores de anís (¿Del Mono?) y riojas –para mí- de dudosa calidad.
Son mujeres quienes logran salvar a las protagonistas de las mazmorras, costándole a una de ellas –Isabel- la vida por su propia mano. Los hombres parecen operadores de sus planes muy bien elaborados o una presencia fantasmal, como Hernán. Son las mujeres –la madre abogada, la tía alemana- las verdaderas heroínas que salvan a las prisioneras, colgándose de acciones ejecutadas por hombres –embajador sueco, pescador/secuestrador- pero tramadas en delicados cocteles o precarios encuentros femeninos.
Cabe preguntarse si no hay aquí una –otra- premonición de lo que sería –es- el rol femenino en el siguiente siglo.
En la obra hay intento de reconstrucción de lugares –La Reina, Valparaíso, Menorca- y situaciones ya muy descritas de la UP y la dictadura. Sin embargo, aparece con mucho más detalle y cariño la isla balear, como si fuese –el exilio allí- un buen láudano para las penurias chilenas y casi por arte de magia –otra vez- un lugar donde el trío antagonista de la voz se hace uno, actúa prácticamente sin diferencias de opinión, toma decisiones casi por simples miradas.
Se extraña, al llegar al desenlace, quizás un debate interior del trío que refleje las diferentes opciones respecto al ¿Qué hacer? frente a la presencia de la voz, encarnada en un anciano.
De este modo, la solución al conflicto inicial parece en tono menor, respecto de los brutales hechos que lo desencadenan. Coincidentemente, la visita que hace el trio al lugar de las torturas es también un cierre tenue:
“Ninguna de las dos volvería a poner sus pies allí. El necesario ritual de reencuentro con el pasado se había llevado a cabo con la dignidad y el compromiso que la ocasión ameritaba”.
Queda la inquietud sobre qué pensarían de este cierre las madres y otras familiares y amigas que enfrentaron directamente el proceso de liberación de las detenidas. Ellas, a su modo, fueron víctimas de la misma represión, se jugaron literalmente la vida bajo dictadura. Y, probablemente, seguirán visitando el lugar pensando que las víctimas eran otras.
Muchas gracias, Arturo Navarro, por tan estupenda reseña y mi agradecimiento por un lanzamiento espectacular en el Centro Cultural Estación Mapocho. Un abrazo apretado.
ResponderBorrarGracias, Arturo Navarro, por el apoyo a este sentir de Thamar, desde la persecución y prohibición de la libertad en el propio país...donde no se pudo vivir mientras la dictadura no lo permitió.
ResponderBorrarUn honor recibirlas en una sala con nombre de mujer, Maria Luisa Bombal; en una mesa emblemática que data de las Letras de España, 1993; con una placa que recuerda que, como la Mistral, Democracia se escribe con Mayúscula.
ResponderBorrarFue una tarde memorable, y muy feminista incluso en los detalles, algunos de ellos de la mano del Destino... Y con interesantes referencias a España (mi país de acogida en el exilio) Te agradezco mucho la oportunidad y el cariño. Escribamos todos Democracia como Gabriela Mistral la escribía. Y también Memoria Histórica. Un abrazo
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