Mi primer recuerdo de la casona de San Isidro, data de finales de los 60, está vinculada a la Reforma. La visité como dirigente estudiantil, pues Periodismo era una de las escuelas más cercanas junto a Arquitectura, Ingeniería Eléctrica y el Instituto de Sociología, cuyo centro de alumnos presidía. Entre los dirigentes estudiantiles de Periodismo de entonces destacaban colegas como Abel Esquivel; Francisco Castillo; Vicente Pérez; Rodolfo Gambetti (QEPD); Eugenio Rengifo; Jorge Andrés Richards; Jaime Moreno Laval (QEPD) Enrique Ponce de León (QEPD); María José Lecaros; Eduardo Santa Cruz y Pablo Portales.
La segunda visita fue, como ayudante de Cecilia Allendes, a inicios de los 70s. Quien me había encargado elaborar la bibliografía de un Taller que dictamos, titulado Periodismo de Familia.
Me llamó la atención la biblioteca, ubicada en la capilla. Al dirigirme a ella, vi a alguien que leía, en penumbras, detrás del altar que constituía su escritorio.
Tales ayudantías, dictadas a primera hora, para no interferir mi trabajo en Editorial Quimantú, me permitieron, en la espera, tener largas charlas con el entonces Canciller, don Cloro, que perseveraba en su cátedra de Periodismo Internacional. Nos paseábamos conversando de lo humano (más) y lo divino (haciendo honor al entorno) hasta que una cantidad razonable de alumnos llegaban a las respectivas salas. Esos invitantes pasillos fueron testigos también de horas de diálogo con Lucho Domínguez, uno de los mejores conversadores de la literatura chilena.
Sin embargo, fue en la tercera condición en que acudí a San Isidro 560, la de alumno en 1972, cuando valoré la formidable e invencible flota de maestros de redacción que ofrecía la escuela: Calderón -también sub director-; Skármeta; Blanco y Domínguez...
No es extraño entonces que podamos celebrar hoy a colegas reconocidos escritores como el prolífico Hernán Rodríguez Fisse (“Prefiero Chile” sobre los inmigrantes judíos a nuestra patria) y Rodrigo Atria (“Las ataduras del silencio”, un testimonio periodístico), ambos, por obras previas recibieron el Premio Revista de Libros de El Mercurio (en 2017 y 2021, respectivamente), y Guillermo Hormazábal, que nos acaba de impactar con estremecedor testimonio de su detención en plena dictadura: “Entre la voz y el miedo”.
Pero no sólo de palabra escrita vive el comunicador; también era potente (de muchos watts) el equipo de Radio compuesto por Manfredo Mayol; Fernando Reyes Matta o Cachito Ortiz... O las experimentadas nociones de foto, cine y televisión que entonces entregaban Bob Borowicz; Juan Domingo Marinello; Rafael Sánchez, y Silvia Pellegrini.
No es de extrañar entonces que en 1993, 1997, 2005 y 2009, la Universidad de Chile se distrajese y se otorgaran Premios Nacionales a Pilar Vergara; Patricia Verdugo (QEPD); María Olivia Monckeberg, y Juan Pablo Cárdenas, en ese mismo orden. En una mucho mejor proporción a la habitual, un 25% de hombres, (recuerden que las postulantes en la primera generación, 1961, fueron 120 mujeres y sólo 12 hombres).
Proporción que se invierte si consideramos los Directores de Escuela en San Isidro -todos hombres- desde esa fecha: Patricio Prieto (1961/1966); Sergio Contardo (1966/1968); Luis Domínguez (1968/1972) y Alfonso Calderón (1972/1973). Luego del golpe asume José Ortiz Segundo.
Cabe también recordar que tuvimos nuestra propia legión extranjera, encabezada por el Premio a la Trayectoria José Carrasco; Rafael Otano Garde (natural de Pamplona) y Hermán Antelo quién llegó a ser Cónsul General de Bolivia en Chile (= Embajador).
Sería injusto no recordar hoy a quienes ya no están, que son muchos y sería imposible mencionarlos a todos. Me quiero centrar solo en dos más recientes: Augusto Góngora Labbé y Jaime Martínez Williams.
Augusto, tuvo una destacada carrera en la prensa audiovisual: Teleanálisis y recordados programas culturales en TVN. Pero su aporte en la prensa escrita dejó huella y ya se acerca a cumplir 50 años: Solidaridad, el Bole de la Vicaría, que tuvo entre sus fundadores a varios “Isidrones”, como Pablo Portales; Ramón Abarca; Guillermo Hormazábal, y el suscrito. Augusto me reemplazó como Editor a fines de diciembre de 1977 y tuvo un gran rol en los tres volúmenes de “La Memoria Prohibida”.
Jaime, periodista y abogado, fue Decano de esta Facultad, director de Qué Pasa y gran cronista gastronómico -a cuatro manos, con su esposa Laura Tapia- sin embargo se ganó un lugar en la defensa de los derechos humanos por su aporte presencial en la constatación del hallazgo de cuerpos de desaparecidos en Lonquén.
Permítanme también un reconocimiento personal: fui fundador y director de APSI hace 50 años (el 30 de julio de 1976, apareció el primer número). Debí dejar ese cargo en agosto de 1981, por clausura de la revista. Al recibir ese mazazo en las oficinas de DINACOS, en el entonces edificio Diego Portales, lo primero que hice fue ir a manifestar mi protesta a la asociación gremial que nos acogía: la ANP. Allí me recibió con cordialidad y dignidad, Jaime Martínez Williams, su Secretario Ejecutivo. Fue un remanso en el momento más complejo de mi carrera periodística. No estoy seguro de habérselo agradecido así de claro. Lo hago hoy, ante más de cien colegas de nuestra universidad.

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