09 abril 2020
¿QUÉ HICIMOS MAL EN CULTURA?
Sorprende, entre tantas sorpresas de estos tiempos, cómo el mundo de la cultura ha reaccionado de diversas maneras ante la epidemia: desde quienes abarrotan con generosidad las posibilidades de visita virtual a sus depósitos de obras; a quienes ofrecemos nuestros espacios para acoger contagiados, a quienes buscan apoyos para protestar por la escasez de los eventuales recursos públicos para el sector.
La costumbre señala que este mundo ha tenido espléndidos resultados cuando actúa de consuno. Ejemplos sobran, baste solo recordar la exitosa demostración para el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y aquella que terminó, en muy pocas horas, con un ominoso ministro de culturas "de cuyo nombre no quiero acordarme".
En el caso de quienes ofrecen, casi sin discriminación, presentaciones virtuales, surgen al menos tres observaciones.
La primera es, sin dudas la calidad de obras que en su totalidad -o casi- fueron preparadas para otro formato y que por tanto pierden mucho de su mensaje artístico al ser exhibidas en pantallas preparadas para informaciones, entretención banal y hasta juegos simples. Se responde que con esto se escabullen barreras de acceso a las artes. Si esto fuera tan simple, tales barreras ya se habrían derribado hace mucho.
La segunda es borrar con el codo todo lo que escribimos con la mano, respecto de la gratuidad de la cultura. Acostumbrar al público de que la cultura es gratis, sin barreras de ingreso es dispararnos en el pié. Cuando todo se normalice (o la normalidad que pudiera suceder a la pandemia, o sea meses), será muy difícil volver a cobrar por presentaciones que fueron gratuitas al solo golpe de tecla. Sencillamente eso no es verdad. Todo lo que hoy está al alcance de la tecla tuvo costos de creación, de producción, de montaje, etc etc. Aunque con dificultades y tiempo, se había avanzado en convencer a la ciudadanía que nada en arte es gratis y que cuando lo es, sospecha, pues alguien está pagando por ti y quizás con qué propósito. Hoy, podría decirse que el loable propósito es combatir el tedio de la cuarentena, sin embargo, la prisa con que esto se realizó no permite que las autoridades piensen que debieran poner en prioridad el financiamiento de aquellas instituciones que generosamente abrieron sus archivos. Total, si lo hacen gratis...hay otras prioridades.
La tercera es escabullir otro trabajo de décadas: el respeto por los derechos de autor, que instituciones como la SCD y varias sociedades similares, en áreas más allá de la música, han construido lentamente. Conozco, por mi afiliación a ella, el silente trabajo de SADEL -de los autores de libros- que ha sufrido horrores para que respetables universidades públicas y privadas, paguen por los derechos de los infinitos autores que piratean en fotocopias, en sus propios recintos.
Desde el año 2000, el estado ha realizado un gigantesco esfuerzo por dotar al país de espacios culturales, meta que, incluso, se puso el Presidente Ricardo Lagos, en su visión del Bicentenario, el 2010. Me pregunto, ¿cuántos de estos espacios a niveles local, regional o nacional están hoy a disposición de las autoridades sanitarias para contribuir en la epidemia que nos asuela? Al menos no ha sido destacado por la prensa -en papel o pantalla- ni tampoco por los propios agentes culturales que han desperdiciado una oportunidad para demostrar -en gestos concretos- la relevancia de la flota de espacios culturales chilenos, que no es menor.
La tercera sorpresa, quizás la mayor, es la inquietud de algunas organizaciones -no todas, es verdad- por exigir no solo más recursos públicos sino también intervención en su asignación. En el momento más complejo para ello.
Desde la creación, en 2003 del Consejo Nacional de la Cultura -e incluso desde antes-, se han realizado ímprobos esfuerzos para que las organizaciones de la cultura se incorporen a las múltiples instancias de participación que dicho consejo proponía. Pues nada. Los consejos consultivos, uno de ellos, murieron de inanición por falta de interés de los gremios involucrados. Directorios de corporaciones culturales que acogen gremios han visto que éstos se restan de designar a sus representantes; consejos regionales claman por postulantes de la sociedad civil; jurados de fondos concursables tienen vacantes entre los evaluadores... "porque si evalúo, no puedo participar". No es muy complicado turnar artistas para que quien postule hoy pueda servir mañana en otras tareas.
Algo hicimos mal para que tengamos este escenario.
Es evidente que la respuesta a en qué hemos errado, no la tendremos en plazos breves. A pesar que también se han desgajado voces -pocas- planteando que éste es EL momento para estableces nuevas políticas culturales, en cuarentena y con la gente luchando por sobrevivir. Afortunadamente, la vecindad de un plebiscito constituyente atenúa tales (des) propósitos.
A mayor abundancia, gremios, creadores, gestores, vieron con indiferencia cómo esa institucionalidad participativa derivaba en un ministerio con lindo y largo nombre, pero con mucho menor participación transversal y sin capacidad vinculante en las políticas que fijaba.
Parece curioso que toda la participación desechada, sea exigida, justo hoy, cuando estamos en emergencia, con muchos colegas cesantes, con instituciones con riesgo de desaparecer y con cuarentena generalizada.
Sin embargo, quisiera acotar algunas señales interesantes.
Las comunicaciones de cuarentena, (redes sociales, periódicos) han sido generosas en días recientes, en acoger y manifestar: me gustan, favoritos y comentarios positivos, respecto de, por ejemplo, el cumpleaños de Gabriela Mistral y la reivindicación de su obra; el aniversario del estreno de la Pérgola de la flores, o la reaparición de Radio Beethoven en el dial FM.
Los tres, son clásicos de nuestra cultura. Como si la ciudadanía -en situaciones complejas- quisiera aferrarse a grandes iconos de las artes, a cuestiones probadas. No explorar manifestaciones derivadas de conceptos como innovación y experimentación.
Como señala Pedro Lastra, querido poeta retenido en NY por el virus "aquí estoy, releyendo El Quijote, hasta aprenderlo de memoria".
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