Recibí, a comienzos del año 1971, el encargo de Tomás Moulián, director del departamento de libros de ficción en Quimantú, de crear una colección chilena de libros infantiles por primera vez en nuestra historia; nunca había existido una colección para niños hecha absolutamente en Chile en términos de su concepción, su diseño y de gran parte de sus autores.
Era un encargo maravilloso a un joven de veinte años que carecía en lo absoluto de experiencia al respecto; embebido del espíritu de la empresa Quimantú, integrada al área social de la economía creada por el Presidente Allende, era el espíritu de la participación. Por tanto salí a preguntar, primero al asesor literario, Alfonso Calderón; juntos llegamos a cierto listado de títulos a publicar con un concepto muy simple pero muy claro: se trataba de editar aquello que nos parecía publicable tal y como era, no estábamos por modificar obras, porque había en la empresa también una tendencia, que se reflejó en la revista Cabrochico, en la cual había cuentos que se intervenían, y teníamos cosas como la Caperucita Roja cantando el Venceremos o el Gato con Botas convertido en agitador del campo.
Queríamos publicar libros por su valor en sí, por los valores que estos libros enseñaban a los lectores con un propósito muy simple pero revelador del gobierno del presidente Salvador Allende, democratizar la cultura. Ese fue el concepto madre, pero había que concretarlo; entonces fui a hablar con las distintas personas de la empresa que podían enseñarme.
La primera conversación fue con los dos diseñadores del departamento de libros, María Angélica Pizarro y Renato Andrade (Nato), que era un famoso ilustrador y creador de un personaje entrañable de la revista Estadio, que se llama Cachupín.
Conversando con ellos, de pronto María Angélica se pone a jugar con un pliego de Letraset, una especie de papel mantequilla que tenía unas letras grabadas. Jugando con estas letras que se raspaban, de pronto junta una cantidad de seis o siete letras “O” y las últimas como que se levantan un poquitito semejando una cabeza y yo le dije “ahí está”, “esa es”, es la cuncuna. De esta manipulación virtuosa de María Angélica de las Letraset, surge el logo de la colección por lo tanto el nombre y esta cuncuna se empieza a convertir en un personaje en la empresa y el editor de la colección fue conocido como Cuncunita.
Teniendo esta primera solución gráfica, tenemos que aplicar este logo, este nombre en algún producto editorial, con un papel determinado con un tipo de letra determinado, con un tipo de color determinado y había que ir a hablar con los compañeros del taller. Conversé con compañeros de prensas quienes recomendaron el formato de la colección, el más simple, el formato 16 -de un pliego salen 16 páginas-, que era el formato de las “revistas de patos”, como eran conocidas en el taller, Disneylandia o Tribilín, que se imprimían en la empresa; para distinguirlos de las revistas, en vez de ser parado era acostado, se llama formato apaisado; entonces es un formato 16 apaisado.
Conversando con los trabajadores me recomiendan un papel, que fuera blanco. En general para los libros de ficción de literatura se trabajaba con papeles mas amarillentos, con papeles de diario, como el papel Bio Bio, porque la empresa adhería profundamente a la palabra del presidente Allende, “en mi gobierno los únicos privilegiados serán los niños”. Toda esta mística lleva a elegir un tipo de papel blanco semisatinado, no el más fino ni el más caro, no era un papel couché, probablemente debe haber sido un papel importado de Finlandia o Noruega. Entonces teníamos ese papel, lo cual nos condicionaba a que los libros deberían tener 16 paginas o 32 o 64, pero ese era el formato. El papel estaba determinando el formato y la cantidad de páginas.
Luego vino la elección del tipo de letras; recordé algunos estudios de mi formación como periodista, que nos había enseñado el profesor de diseño respecto a la legibilidad de las letras limpias, las letras sin-serif -sin patita-, lo más redondita posible. Entonces escogimos un tipo de letras llamado redonda, elegimos un tamaño porque tampoco podía ser pequeño; “los niños merecían un tamaño 18”. Después venía el tema más complicado, el de los colores porque éste era un libro que por sus características nos condicionaba también el tipo de prensas que teníamos que usar y esta era plana, no una rotativa, ya que el papel que habíamos elegido venía en pliegos, no en rollos, opción que quedaba muy bien porque por el tipo de trabajo que estábamos haciendo se usaban mucho más las prensas de offset y las prensas de rotograbado que las planas que tenían menos carga de trabajo.
Así, los compañeros de prensas planas se convirtieron en grandes colaboradores de Cuncuna. De repente sonaba el citófono y me decían:
-Oye, Cuncunita, estoy imprimiendo la portada de tal libro, pero me queda un espacio de 5 cm por 25 cm. ¿Por qué no nos envías un tema para poner de marcador de libro?
Entonces yo les mandaba alguna de las ilustraciones que teníamos a mano y así también la Cuncuna se fue llenando de papelería adicional, marcadores de libros, pequeños afiches…
Hicimos, en una oportunidad, con la imagen del negrito Zambo, un cartelito “Perdón, pero somos privilegiados” y salía el negrito Zambo con toda la guata parada después de haberse comido 200 panqueques y así… Otro de una cuncuna con gorro de noche y una vela que decía “Silencio, niños durmiendo”.
Resuelto el formato, la impresión a color conlleva a imprimir a cuatro colores; eso significa no hacer cuatricromía. La diferencia técnica estriba en que al imprimir a cuatro colores, se imprime primero el azul, luego el amarillo, después el rojo, después el negro, esa es la impresión a cuatro colores, porque cuatricromía significa imprimir fotos que era muchísimo más caro; porque había que hacer unas separaciones de colores que, técnicamente, era muchísimo más caro; se ocupaba muchísima más tinta. Todas las ilustraciones que nosotros teníamos eran “con camisa” -significa que el color está en un papel mantequilla aparte-. Aparecieron otros compañeros que decían:
-Oiga, pero imprimir a cuatro colores por los dos lados es más caro, ¿por qué no imprimimos a cuatro colores por un lado y a dos por el otro?.
Esto reduciría el 50% del costo de la impresión y de la tinta del reverso; en el anverso -incluida la portada- era a cuatro colores. Entonces había, de las 16 paginas, 8 a 4 colores y las otras 8 a 2 colores. Teníamos además un libro muy bonito porque se dio a partir de una situación no esperada; los niños una vez que recibían el libro, coloreaban las paginas a dos colores, porque había como una incitación, debido a que era el mismo personaje que en la página anterior estaba a todo color y después parecía con dos colores; entonces lo completaban.
Definidos estos aspectos básicos, la Cuncuna se fue haciendo “regalona” de la empresa, tal que cuando llegamos al libro un millón impreso por Quimantú, el director de editorial, Joaquín Gutiérrez, decidió que el libro al millón de ejemplares era un Cuncuna, entonces se empezó a hablar de la “Cuncuna millonaria”.
Hubo que hacer la presentación de la colección y para ello estaba el departamento de publicidad. Quimantú era una empresa que tenía 800 trabajadores -en turnos de día, de enlace y de noche-. Dentro de eso había una agencia publicitaria. Entonces voy a hablar con un joven redactor publicitario -hoy Premio Nacional de Literatura 2016- Manuel Silva Acevedo y le digo:
- Mira, compañero tenemos que difundir esto.
- No te preocupes -me dice- vamos a crear una campaña para Cuncuna.
Pasan un par de días y aparece el compañero Manuel Silva y me dice:
- Mira, este es el lema de la colección ¿qué te parece? “Carita de pena no queda ninguna, lágrimas en risa convierte cuncuna”.
- ¡Maravilloso! ¡Maravilloso!¡Aprobado!
Se convirtió en el lema, apruébese y pásese al departamento de producción.
Se hizo un spot porque teníamos la posibilidad de pasarlo por Televisión Nacional, nuestra aliada en la difusión, y dijimos: “Bueno, esto hay que presentarlo en alguna parte. ¿Dónde vamos a presentar una colección de niños? Obvio, en un jardín infantil”.
Como tenía algunos conocidos en la población Los Nogales, que está en Estación Central, nos fuimos a su jardín infantil.
Imprimimos una invitación preciosa que decía: “Invitación a mi fiesta”, con la Cuncuna en la portada; en el interior salía la dirección, el texto de la invitación y una torta. Con eso debuta la colección con los primeros títulos: El negrito Zambo, El gigante egoísta, El rabanito que volvió y La flor del cobre.
La empresa publicaba 50.000 mil ejemplares semanales de los Minilibros y 30.000 ejemplares de Quimantú para todos. Nosotros editábamos la modesta cantidad de 20.000 ejemplares de cada uno; entonces , para el buen uso de las máquinas, se imprimían de cuatro cuncunitas a la vez.
Cuncuna fue extraordinariamente bien recibida, por cierto, por los trabajadores de la empresa, porque se regalaba a todos los compañeros de la empresa y tuvo muy buena recepción en su distribución. Teníamos dos canales, el más grande era el institucional que se vendía a sindicatos, juntas de vecinos, organizaciones sociales, empresas del área social y librerías. En todas ellas resulto extraordinariamente bien; al final salieron 21 títulos.
Además, creamos Cuncuna Pintamonos, libros de pintar a partir de esta experiencia en la cual los niños coloreaban las páginas a dos colores; eran mucho más simples, no necesitábamos imprimir a color, fue como una pequeña ramita de complemento de la colección.
Cuncuna ha tenido una larga vida, todavía es posible encontrar algunos libros en librerías de viejos. Se han reeditado algunos ejemplares con la editorial Amanuta, que imprimieron exactamente igual, con tapa dura, a la altura de los libros importados y paulatinamente la Biblioteca Nacional a través de su página Memoria Chilena ha puesto cinco ejemplares que se pueden descargar, y poco a poco se irán agregando los demás. Cuncuna está bastante viva, mucha veces me encuentro con personas, no tanto menores que yo, que fueron lectores y que disfrutaron de Cuncuna como los primeros libros de su vida. Eso es muy gratificante.
Este texto forma parte del proyecto Pro-videncias del artista Miquel García, recogido y transcrito por David Almidón, Leonora Díaz Mas y Natasha Pons a partir de una conversación con el autor.
-Oye, Cuncunita, estoy imprimiendo la portada de tal libro, pero me queda un espacio de 5 cm por 25 cm. ¿Por qué no nos envías un tema para poner de marcador de libro?
Entonces yo les mandaba alguna de las ilustraciones que teníamos a mano y así también la Cuncuna se fue llenando de papelería adicional, marcadores de libros, pequeños afiches…
Hicimos, en una oportunidad, con la imagen del negrito Zambo, un cartelito “Perdón, pero somos privilegiados” y salía el negrito Zambo con toda la guata parada después de haberse comido 200 panqueques y así… Otro de una cuncuna con gorro de noche y una vela que decía “Silencio, niños durmiendo”.
Resuelto el formato, la impresión a color conlleva a imprimir a cuatro colores; eso significa no hacer cuatricromía. La diferencia técnica estriba en que al imprimir a cuatro colores, se imprime primero el azul, luego el amarillo, después el rojo, después el negro, esa es la impresión a cuatro colores, porque cuatricromía significa imprimir fotos que era muchísimo más caro; porque había que hacer unas separaciones de colores que, técnicamente, era muchísimo más caro; se ocupaba muchísima más tinta. Todas las ilustraciones que nosotros teníamos eran “con camisa” -significa que el color está en un papel mantequilla aparte-. Aparecieron otros compañeros que decían:
-Oiga, pero imprimir a cuatro colores por los dos lados es más caro, ¿por qué no imprimimos a cuatro colores por un lado y a dos por el otro?.
Esto reduciría el 50% del costo de la impresión y de la tinta del reverso; en el anverso -incluida la portada- era a cuatro colores. Entonces había, de las 16 paginas, 8 a 4 colores y las otras 8 a 2 colores. Teníamos además un libro muy bonito porque se dio a partir de una situación no esperada; los niños una vez que recibían el libro, coloreaban las paginas a dos colores, porque había como una incitación, debido a que era el mismo personaje que en la página anterior estaba a todo color y después parecía con dos colores; entonces lo completaban.
Definidos estos aspectos básicos, la Cuncuna se fue haciendo “regalona” de la empresa, tal que cuando llegamos al libro un millón impreso por Quimantú, el director de editorial, Joaquín Gutiérrez, decidió que el libro al millón de ejemplares era un Cuncuna, entonces se empezó a hablar de la “Cuncuna millonaria”.
Hubo que hacer la presentación de la colección y para ello estaba el departamento de publicidad. Quimantú era una empresa que tenía 800 trabajadores -en turnos de día, de enlace y de noche-. Dentro de eso había una agencia publicitaria. Entonces voy a hablar con un joven redactor publicitario -hoy Premio Nacional de Literatura 2016- Manuel Silva Acevedo y le digo:
- Mira, compañero tenemos que difundir esto.
- No te preocupes -me dice- vamos a crear una campaña para Cuncuna.
Pasan un par de días y aparece el compañero Manuel Silva y me dice:
- Mira, este es el lema de la colección ¿qué te parece? “Carita de pena no queda ninguna, lágrimas en risa convierte cuncuna”.
- ¡Maravilloso! ¡Maravilloso!¡Aprobado!
Se convirtió en el lema, apruébese y pásese al departamento de producción.
Se hizo un spot porque teníamos la posibilidad de pasarlo por Televisión Nacional, nuestra aliada en la difusión, y dijimos: “Bueno, esto hay que presentarlo en alguna parte. ¿Dónde vamos a presentar una colección de niños? Obvio, en un jardín infantil”.
Como tenía algunos conocidos en la población Los Nogales, que está en Estación Central, nos fuimos a su jardín infantil.
Imprimimos una invitación preciosa que decía: “Invitación a mi fiesta”, con la Cuncuna en la portada; en el interior salía la dirección, el texto de la invitación y una torta. Con eso debuta la colección con los primeros títulos: El negrito Zambo, El gigante egoísta, El rabanito que volvió y La flor del cobre.
La empresa publicaba 50.000 mil ejemplares semanales de los Minilibros y 30.000 ejemplares de Quimantú para todos. Nosotros editábamos la modesta cantidad de 20.000 ejemplares de cada uno; entonces , para el buen uso de las máquinas, se imprimían de cuatro cuncunitas a la vez.
Cuncuna fue extraordinariamente bien recibida, por cierto, por los trabajadores de la empresa, porque se regalaba a todos los compañeros de la empresa y tuvo muy buena recepción en su distribución. Teníamos dos canales, el más grande era el institucional que se vendía a sindicatos, juntas de vecinos, organizaciones sociales, empresas del área social y librerías. En todas ellas resulto extraordinariamente bien; al final salieron 21 títulos.
Además, creamos Cuncuna Pintamonos, libros de pintar a partir de esta experiencia en la cual los niños coloreaban las páginas a dos colores; eran mucho más simples, no necesitábamos imprimir a color, fue como una pequeña ramita de complemento de la colección.
Cuncuna ha tenido una larga vida, todavía es posible encontrar algunos libros en librerías de viejos. Se han reeditado algunos ejemplares con la editorial Amanuta, que imprimieron exactamente igual, con tapa dura, a la altura de los libros importados y paulatinamente la Biblioteca Nacional a través de su página Memoria Chilena ha puesto cinco ejemplares que se pueden descargar, y poco a poco se irán agregando los demás. Cuncuna está bastante viva, mucha veces me encuentro con personas, no tanto menores que yo, que fueron lectores y que disfrutaron de Cuncuna como los primeros libros de su vida. Eso es muy gratificante.
Este texto forma parte del proyecto Pro-videncias del artista Miquel García, recogido y transcrito por David Almidón, Leonora Díaz Mas y Natasha Pons a partir de una conversación con el autor.
Crecí con la coleecion cuncuna, y hoy a mis 47 años tengo una nostalgia por tenerlos en mis manos de nuevo...que linda aventura hubiera seguido nuestra cultura y educación sino hubiera sido castrada por el golpe y dictadura militar
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