Ilustración: Sociología de los Públicos. Revista MGC. |
Si existe algo novedoso en Chile, que no se visualizaba antes de los años 90 del siglo XX, son centros culturales de gran público. Es decir, que reciben anualmente visitantes que superan el millón de visitantes. El primer indicio se conoció en 1999, cuando el Centro Cultural Estación Mapocho contabilizó un millón doscientos doce mil personas que, además le permitieron -taquilla mediante- solventar los gastos de un año de fuerte crisis económica. Después vinieron guarismos similares en el GAM y el CCPLM, hasta llegar al 2015 en que los tres espacios superaron holgadamente la millonaria cifra.
¿Qué ha acontecido? Lo primero es que, merced a una política de desarrollo de infraestructuras esbozada en 1990 y formalizada en 2000 por el gobierno de Ricardo Lagos, se crearon grandes edificaciones -remodeladas o nuevas- que complementaban una feliz política aprobada en 2004 por el flamante Consejo Nacional de la Cultura, de crear centros culturales en las ciudades mayores de 50 mil habitantes. Es decir, no se sostendría tal volumen de visitantes a tres espacios de Santiago si no existieran sus referentes en otras ciudades y comunas que alimentan y se alimentan de estos "grandes".
Por ello es relevante el anuncio del nuevo Director del GAM, Felipe Mella -avalado por su Directorio- de convertir el centro en "el gran alimentador de programación para las regiones". Como complemento, el Centro Cultural Estación Mapocho ha dado plataforma de visibilidad a festivales regionales como FICIL Bío Bío o Cielos del Infinito.
Quizás en el intercambio y no unilateralidad se basa también el que la señalada política se complementó más adelante con la edificación de teatros regionales -ya muestran sus frutos Rancagua, Maule y Magallanes, mientras se construyen en Coquimbo, Bío Bío- y que en el reciente concurso para Director del GAM hayan postulado con mérito y hasta la lista corta final, dos gestoras regionales: una del Teatro Municipal de Temuco y otra del Teatro del Lago de Frutillar.
Por ende, más allá de la alegría que produce hacer balances millonarios en audiencias, es justo reconocer la contribución que otros centros culturales de todo el país hacen para sostener esa creación de hábitos de consumo cultural, tan necesarios para la política de inclusión y acceso que se promueve desde las máximas instancias de la cultura nacional.
El Centro Cultural La Moneda, acaba de celebrar con un cuadro pequeño y una cena grande, sus diez años de esfuerzos por llevar públicos abundantes a un subterráneo vecino del Palacio de Gobierno, que suele intimidar más que estimular, debido a los naturales cercos policiales que suelen coronarlo. Doble mérito de la calidad de las muestras recibidas y los esfuerzos de sus ejecutivas por financiarlas y difundirlas.
El GAM, acaba de finalizar un transparente proceso de escoger director ejecutivo, sin por ello detener su colorida actividad ni dejar de preparar una programación para el año que comienza. Es decir, estas instituciones no sólo están consolidando audiencias sino también institucionalidad y capacidad de gestión.
En este entorno, una luz de alerta dejó el reciente paro de funcionarios de la DIBAM, que afectó a algunos museos, bibliotecas y archivos, que pasó inadvertido -excepto quizás los Bibliometro- para el gran público, que no logró entender qué y cómo se afectaba la cultura cuando los centros "millonarios" y los crecientes festivales de diversas artes, simultáneamente, copaban la agenda ciudadana.
Advertencia para quienes desean que en el proyecto de indicación sustitutiva se conserve, en el Servicio Nacional del Patrimonio, una estructura de la DIBAM semejante a lo existente. La realidad indica, desde hace décadas, que sus espacios requieren reingeniería que los asemeje a los centros cultuales capaces de crear audiencias, incrementarlas y a la vez desarrollar capacidades de gestión para acoger grandes públicos y recibir aportes financieros privados y de los propios asistentes.
Por eso, sería aconsejable que la mencionada indicación contemple alguna instancia en que se encuentren y compartan experiencias tanto los museos nacionales como estos centros culturales de impacto nacional, más que por su nombre, por su capacidad de atraer -por millones- a los chilenos.
A prepararse.