01 septiembre 2015

TOMÁS MOULIAN Y LOS LIBROS


A pesar de haber sido candidato presidencial, Rector y Director de unidades académicas, aunque él no lo quisiera -que lo dudo- Tomás Moulian, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2015, será recordado muy especialmente por su relación con los libros. Por leerlos, en cantidad; por analizarlos, en proporción no menor; por publicarlos, por un tiempo como editor; por escribirlos, casi una veintena. Y, por cierto, por todo aquello que revela una robusta relación con los impresos: crear pensamiento. Difundirlo, defenderlo y perfeccionarlo, si hay buenos argumentos.


Las primeras noticias sobre Tomás las escuché en los patios de la escuela de Sociología de la Universidad Católica, desparramados en Apoquindo 7228, ex seminario mayor. Era el profesor anhelado, el que recibía personalmente a cada alumno que así lo deseaba en una oficina que poco había cambiado desde su monjil destino anterior. Era el mítico sociólogo de pipa, camisa a cuadros, chaqueta de tweed, amigo y compañero en Lovaina de otro mito: Rodrigo Ambrosio.

Anhelo de sucesivos centro de alumnos era que Moulián hiciera clases incluso a los mechones de primer año, no reservarlo para los sesudos cursos de Teoría que comenzaban años después. Es que no había tiempo. La reforma universitaria de 1967 y la posibilidad pronta de un gobierno de la Unidad Popular aconsejaban que sus conceptos marxistas fueran transferidos, a la vena revolucionaria que se gestaba -quizás por vez primera- en la UC.

Revolucionaria e inconformista. Recordado es su texto sobre Checoslovaquia, "Un crimen y un error", en el que criticaba ácidamente la entrada de los tanques soviéticos en agosto de 1968, a Praga, que constituyó un dolor de cabeza para su partido y sus futuros socios comunistas de la Unidad Popular.

Mas tarde, en entrevista con el historiador Javier Amorós, Moulian sostuvo que la sociedad chilena construyó a fines de los 60 el “mito” de tener “una democracia ejemplar”, cuando “tuvimos siempre una democracia política en proceso de perfeccionamiento, pero con una sociedad muy oligárquica y muy autoritaria en sus jerarquías”.

Sin embargo, la urgencia de esos años lo arrastró, militante al fin, a sumir una tarea envidiable en el Gobierno de Allende: Jefe del Departamento de Libros de Quimantú, la editorial del Estado. Ello implicaba hacerse cargo de todo aquello que hoy se denomina ficción. Los de no ficción, estaban bajo la rigurosa mirada de compañeros más "adelantados" en las aguas de Marx: el PC Joaquín Gutierrez y el PS Alejandro Chelén.

Tomás asumió el desafío, asesorandose por el irremplazable escritor y lector compulsivo Alfonso Calderón y delegando a un novato asistente, que la empresa le proveyó, las publicaciones de textos escolares e infantiles. Impulsó además un comité asesor editorial donde opinaban impetuosos escritores jóvenes como Ariel Dorfman, Luis Dominguez o Antonio Skármeta. Así, nacieron bajo su dirección las colecciones Quimantú para Todos, Nosotros los Chilenos y Cordillera. Y se publicaron noveles plumas como Walter Garib, Ernesto Malbrán o Germán Marín.

De allí saltó a otras responsabilidades que culminaron, durante el paro de camioneros de octubre de 1972, en su más original texto político: ALERTA, un diario que se pegaba en los muros de Chile entregando información fresca y convenientemente analizada al pueblo que entraba de lleno a la espiral de lucha ideológica de aquellos años. Más de una noche Moulian salía con las brigadas verdirrojas del MAPU a pegar personalmente aquellos afiches que durante el día redactaba.

El inesperado crimen de Edmundo Pérez Zujovic, el 8 de junio de 1971, había conmocionado a la clase política y a la sociedad chilena en general. En medio del año de “la fiesta”, como lo llamara Moulian, la euforia gobernante se rompió cuando el deseado acuerdo político con la Democracia Cristiana, que le daría seguridad al avance socialista de la Unidad Popular, vio enterrar sus posibilidades junto al cuerpo del acribillado ex-ministro del interior del gobierno de Frei Montalva.

Durante la dictadura cívico militar no bajó la guardia y muy tempranamente intentó recomponer esos lazos frustrados a través de la clandestina revista UMBRAL, un compendio de artículos de sociólogos -entre otros el recientemente fallecido Ignacio Balbontín- economistas, periodistas y dirigentes de la UP y la DC que comenzaban a transitar juntos, al menos en sus páginas mimeografiadas. Mucho del sueño sobre la renovación socialista y la posterior concertación por la democracia traspasó ese umbral.

También escribió columnas en APSI y Análisis.

Con el retorno a la democracia, profundizó su independencia de toda militancia, acertando el pleno de la suerte -como él mismo señala que necesita un texto para ser rankeado entre los más leídos- con el ensayo "Chile actual: anatomía de un mito" publicado en 1997.

Lo que vino después es sabido y culmina con Tomás como intelectual público ampliamente reconocido y galardonado con el Premio Nacional.

Un enorme acto de justicia.

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