Foto Vicaría de la Solidaridad. Archivo y Centro de Documentación
A pocos días del inicio de la dictadura, sin haber pasado un mes desde el fatídico 11 de septiembre de 1973, a contar del del 4 de octubre, una dirección circulaba en voz baja entre los familiares de quienes habían sido detenidos desde el golpe. En medio de datos de improbables lugares que entregarían información de los detenidos, comisarías, regimientos, estadios, una casa era "dateada" con esperanza: vayan a Santa Mónica 2338, allí les escucharán.
¿Qué ocurría en esa casa de piedra en el sector poniente de Santiago?
Lo primero que se encontraba en el patio eran muchas personas que hablaban en voz baja y compartían detalles sobre lo acaecido a su familiar, luego eran recibidos por amables asistentes sociales que solicitaban un relato detallado de cada caso, que iba a ocupar una carpeta con el nombre de la víctima de la represión.
Esa carpeta pasaba luego, internamente, a una sala donde un puñado de abogados tecleaban sin parar los recursos de amparo que debían presentarse a la Justicia cuanto antes. No había tiempo que perder.
A poco andar, las autoridades de "el Comité" -como comenzó a conocerse públicamente- encabezadas por el joven sacerdote jesuita Fernando Salas, que había sido reclutado por "el Cardenal" -como se conocía a don Raúl Silva Henríquez- desde la parroquia de la población Los Nogales, comenzaron a notar dos cosas: la gran magnitud de las detenciones y la regularidad de las características de muchas de ellas.
Las asistentes sociales y abogados no sólo requerían mayor número de colegas para acoger esta avalancha represiva, sino también de apoyo de otros profesionales. Se encomendó esa tarea al abogado José (Pepe) Zalaquett, conocido por su capacidad organizativa.
Fue en esa etapa que -mientras esperaba en una clínica el nacimiento de mi primera hija y era tentado para hacer mi práctica de periodista en un noticiero de TV- que recibí un escueto telegrama: debía presentarme al día siguiente en Santa Mónica 2338.
Ante semejante "marraqueta", recibí a mi hija como correspondía, descarté la opción televisiva y partí a la invitación. Pepe requería encomendar a un equipo de cinco o seis personas, sistematizar la relevante información que contenían las mencionadas carpetas. Para ello contábamos con las "comodidades" del garage de la casa, muchas fichas, varias tijeras y algunos palillos (si, palillos de tejer).
Se trataba de (estábamos en la era pre computación) intervenir las primorosas tarjetas perforadas en sus bordes, con datos de las carpetas. Por ejemplo, detención en horas de la noche, por civiles no identificados, que viajaban en camionetas sin patente. En las innumerables tarjetas se introducía el palillo en determinado descriptor: las que salían adheridas al instrumento eran descartadas y las que quedaban en su lugar eran los casos que presentaban esa características.
Así se construían estadísticas que se analizaban y presentaban a las cabezas de "el Comité". Conocí a varias de ellas, como el obispo luterano Helmut Frenz.
Helmut era hostigado por algunos de sus fieles y resolvió dar la cara en una conferencia de prensa en su propia iglesia. Antes, preparamos ese interrogatorio, en el Comité, bombardeando al pastor con preguntas como: -Señor Frenz, se dice que usted tiene dos caras... Sonriendo y acariciando su pipa respondía: -En efecto, tengo dos caras, una con pipa y otra sin pipa...
El encuentro real con la prensa fue mucho menos confrontacional que las intensas preparaciones en el Comité. Solo llamó la atención un par de "periodistas" que se identificaron como del Diario Ilustrado. Dos amables parroquianos que recibían a la prensa se extrañaron y -en mi condición de periodista- me consultaron por estos "colegas". El Diario Ilustrado dejó de existir hace muchos años, les informé... Abochornados, los presuntos periodistas se dieron media vuelta y partieron raudos dejando ver que ambos usaban sendos calcetines verdes.
Conocí también al rabino Ángel Kreiman, uno de los co fundadores del Comité, que también sufría críticas de miembros de la colectividad israelita, pero que mantuvo su respaldo solidario al Cardenal.
Conocí al locuaz obispo católico Carlos Camus, amenazado entonces por el gobierno debido a declaraciones suyas a la prensa. Mientras analizábamos cómo reaccionar ante los públicos ataques, reparó en mi nombre y me consultó si era pariente del ingeniero Arturo Navarro de Valparaíso. Es mi abuelo, respondí. Perdóneme, -acotó Camus- fue mi profesor de cálculo en la Universidad Santa María, cuando estudiaba ingeniería química, es uno de los hombres más inteligentes que conozco pero también el profesor más aburrido.
Finalmente, la presión de la dictadura fue insostenible: fueron detenidos varios de los abogados del Comité y los funcionarios vivíamos bastante preocupados. Tal que cada día al llegar nos contábamos -como los presos en una cárcel- para saber si estábamos todos. Un día, el encargado de personal olvidó advertir que iba a pasar al banco a hacer un depósito y no se presentó a la hora de ingreso al trabajo. Por cierto, al llegar lo abrazamos mientras algún abogado rompía discretamente el recurso de amparo que ya se había preparado.
En diciembre de 1975, el Cardenal respondió al dictador que cerraría el Comité. No pasó un mes y ya había creado, en el palacio arzobispal, en plena Plaza de Armas de Santiago, la Vicaría de la Solidaridad. La misión no estaba cumplida y ahora se haría desde un órgano oficial del arzobispado de la capital de Chile.
El amplio reconocimiento que recibió y recibe el Comité, cuando se aproximan 50 años desde su creación, solo se ha visto empañado por el sorprendente cambio de nombre de la calle Santa Mónica, por el Concejo municipal de Santiago.
El hecho ha motivado que los antiguos funcionarios se movilicen para intentar revertir tal acuerdo. Una cincuentena de ellos ha presentado, con fecha 25 de septiembre de 2023, una solicitud de reconsideración al mencionado Concejo.
Por otra parte, la concejala Rosario Carvajal ha planteado la idea de "declarar como Sitio de Memoria la casa ubicada en calle Santa Mónica 2338, por ser el lugar en el que se creó el primer organismo de derechos humanos de los familiares de las y los detenidos desaparecidos de la dictadura".
Una vez hecha la solicitud, es el Consejo de Monumentos Nacionales —dependiente del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio— el encargado de tal declaración que, sin duda, sería muy bien acogida por el mundo vinculado a los Derechos Humanos.
La ministra de Culturas, tiene la palabra.
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