En una de sus primeras visitas a Chile, luego del concierto que había dirigido en Valparaíso, el maestro Zubin Mehta se llevó dos impresiones fuertes en un restaurante ubicado en los cerros del puerto. La primera, fue descubrir la hermosa visión de la bahía, enteramente iluminada, en una fría noche de agosto. Sacó su teléfono móvil y llamó de inmediato a su casa, en Bombay, para compartir con sus seres queridos que estaba frente a una de las radas más hermosas del mundo.
La segunda, fue encontrar a una joven pareja porteña que celebraba, en una mesa cercana, una romántica cena y que no podía creer que de pronto estaban frente al propio Zubin Mehta. El galán, sin hablar idioma alguno que fuera comprensible para el maestro, se agitó de tal manera que logró, mediante señas y gestos, hacerle ver que era pianista. Una fotografía con Mehta coronó de manera sublime el encuentro amoroso. Luego de ello, el maestro pudo plácidamente orquestar los sabores marinos locales con el fortísimo ají que habitualmente lo acompaña en un hermoso pastelero.
Sólo con gestos, el diálogo entre el Director de la Orquesta de Israel y el pianista de Valparaíso nos había dejado un mensaje de entendimiento.
Tal como lo hace Zubin, siempre en agosto, cada cuatro años, cuando llega con su magnifico conjunto, demostrando que la formación de audiencias culturales requieren de regularidad tanto de tiempo como de públicos. Especialmente de jóvenes.
La primera vez fue en 1997, en el Centro Cultural Estación Mapocho -ocasión a la que pertenece la foto inicial- cuando de la mano de Mozart, Richard Strauss y Brahms, Mehta se maravilló ante un público de más de cuatro mil cuatrocientas personas compuesto por miembros de las orquestas juveniles, estudiantes de música, profesores del ramo de todo el país y público habitual del centro cultural y la temporada de la Fundación Beethoven. Un público musical. Era 5 de agosto y hacía un frío penetrante. En el escenario, calefaccionado por un ingenioso sistema de aire caliente que emergía por los pies de los músicos, lo que más se advertía era tibieza.
Las veces siguientes -2001 y 2005- hubo funciones en el Aula Magna de la UTFSM de Valparaíso y el Teatro Municipal de Viña del Mar. Se conservó siempre una segunda función, en el Teatro Municipal de Santiago.
Demostrando el desarrollo alcanzado por las artes en el país –ya registrado en cifras recientes de una encuesta del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes- la visita más reciente, el 29 de agosto 2009, reunió a más del doble de la primera: diez mil personas en la Movistar Arena que disfrutaron de Beethoven, Strauss, Haydn y Violeta Parra. Sin embargo, el perfil del público fue muy parecido a aquel de la Estación Mapocho: cinco mil músicos de las orquestas juveniles de todo el país eran el fuerte, les acompañaron centenares de miembros de la sociedad coral de profesores, la federación de coros de Chile, miembros de los coros evangélicos, mormones y del crecer cantando, los integrantes de los elencos estables de la USACh y la U. de Chile. Un público musical.
Sólo que esta vez, en la platea, un señor mayor, de bigotes y anteojos gruesos, agregaba a la satisfacción de las veces anteriores en que, como ésta, había gestionado la visita de la Filarmónica de Israel, un reconocimiento no menor: ostentaba la medalla Pablo Neruda, máxima condecoración al mérito cultural que entrega la Presidenta de la República por disposición del Directorio Nacional del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Isaac Frenkel, que así se llama el responsable de haber recibido a éstos 120 visitantes, se parece mucho a la definición que la Presidenta Bachelet hizo de él en la ceremonia, en el Palacio de La Moneda: “un benefactor de la música en Chile, que ha traído tanto bien al país”.
Cuando recibió la medalla, en el Salón Montt-Varas estaba su amigo, Zubin Mehta, que ocupaba sus eminentes manos para aplaudir al galardonado, cediendo temporalmente el protagonismo a quién hace posible que los diestros de la Filarmónica de Israel hayan dado 12 clases magistrales a 600 jóvenes músicos chilenos, contemplen a nuestro país en sus giras mundiales como un destino habitual y nos brinden cada 1460 días una noche invernal en que nadie se acuerda de la baja temperatura y todos recordamos a ese asombroso director de orquesta que extrae de un centenar de músicos que vienen del medio oriente el lenguaje de la música, que se parece mucho al lenguaje de la paz universal, y que explica que esa noche de agosto haya sido, una vez más, una de las mejores del año 2009.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario