Un día pleno de amor, en el que anuncian -junto a su mujer Priscilla Chan- el nacimiento de su hija Max, fue el escogido por Mark Zuckerberg, la séptima persona más rica del mundo, para agregar que está dispuesto a donar el 99% de sus acciones de Facebook. No es extraño, en la cultura en la que creció, asociar la filantropía al cariño. Es quizás ello lo que nos falta en Chile para comenzar a ser realmente filántropos.
En efecto, las grandes donaciones que nos recuerda nuestra pobre -literalmente- historia al respecto están a asociadas al cariño que tuvo, por ejemplo, don Federico Santa María por los obreros que contribuyeron a forjar su fortuna y les legó, con testamento escrito en piedra en plena avenida España de Valparaíso, un escuela de artes y oficios para que se capacitaran sus hijos.
Harto más generoso que sus sucesores que, en efecto, ampliaron el acceso de la población a la universidad pero a través de la creación de entes privados que -de pasada- contribuyeron también a crear nuevas fortunas. Hasta ahora ninguna tan generosa como la de don Federico.
Es que la corta trayectoria de esta pequeña capitanía al final del mundo enseña que el enriquecimiento no deja de ser una empresa individual con alguna "pequeña ayudita de sus amigos" -como corearon Los Beatles-, cuando éstos, vía Chicago, llegaron al Poder.
A pocos se les ocurrió pensar que la riqueza se da en un lugar determinado y debido al esfuerzo de seres humanos determinados, los que merecen un reconocimiento como país y como trabajadores. A lo más, como nos enseña la historia reciente, descubrieron que el mejor uso de esa riqueza era "invertirla" en dirigentes electos que defendieran sus privilegios.
Hasta ahí, de filantropía nada. Sólo algunos tímidos intentos de hacer pensar a los empresarios que tenían una cierta "responsabilidad social", por la que se los premiaba prematura y dócilmente.
Pocos, muy pocos, al menos en cultura, decidieron invertir en artes y educación. Otros, continuaron creyendo que ambas son una buena forma de marketing organizando conciertos y muestras en lugares remotos o que impiden la necesaria reiteración habitual que es consustancial a la formación de públicos cultos y educados.
Es sabido que esta formación de hábitos, se da en espacios concretos, sí de concreto y fierro, como lo entendieron quienes han invertido en el Teatro del Lago o el más reciente Centro 660. En ambos casos, es posible advertir una dosis de amor por las artes, las musicales en el primer caso y las plásticas en el segundo. Pero también comienza a advertirse -así lo han señalado personeros del Teatro del Lago- una desafección de las nuevas generaciones, con la consiguiente incertidumbre respecto del futuro de los proyectos.
Ante ello surge la intención de mirar hacia el Estado. Grave error pues éste está precisamente cerrando la cartera de la infraestructura cultural luego de haber cumplido con las ambiciosas promesas de construir, con el mismo cemento y fierro, centros culturales en todas las ciudades mayores de cincuenta mil habitantes. Se dispone ahora, con toda lógica, a enfrentar el tema del perfeccionamiento de la gestión de todos aquellos lugares edificados en este siglo XXI.
El paso adecuado es incitar a la filantropía privada. Todos juntos, Estado, empresarios, sociedad civil, corporaciones, líderes de opinión.
Al respecto parece una buena iniciativa la del Harvard Club de Chile de celebrar su fin de año escuchando a Nicola Schiess relatando la experiencia del Teatro del Lago. También, la Corporación del Patrimonio Cultural, que preside Carlos Aldunate, se apresta a desarrollar iniciativas relacionadas.
Y dejemos de creer que anunciando "proyectos exitosos"va a llegar más dinero. Conociendo nuestro temperamento, el éxito acarrea envidias. Lo que tenemos son proyectos inconclusos, bien encaminados, regularmente gestionados... y que requieren ser mirados como esa Max que contemplan los Zuckerberg, con amor, sin verlos como competencia.
Sino como necesarios aportes solidarios con esta sociedad que nos pertenece tanto como a nuestros hijos y nietos.
Comparto interesante comentario del profesor Fernando Díaz, de la U de Los Lagos.
ResponderBorrarQuerido Arturo:
He leído tu interesante artículo, filantropía y varios. Aporte de Federico Santa María, del Teatro del Lago, Carlos Aldunate y tantos otros; sin embargo, hacen notar desafección de parte de las nuevas generaciones por las artes, tanto como audiencia o bien como artista.
El aporte de Santa María a sus trabajadores se encontró con un proletariado que buscaba o anhelaba un mayor bienestar a sus familias y aspiraba que sus hijos y familia progresaran. Es decir, allí existió un diálogo fructífero entre patrón y obrero.
Lo que acontece después, en situaciones parecidas, varía sustancialmente por los avatares del tiempo y por desuso.
Ciertamente, la dictadura destruyó la formación en artes en básica y media; quizás nunca hubo preocupación de ello, pero el clamor social hacia que las artes siempre estuvieran presentes; cabe recordar las acciones culturales de artistas de diversas disciplinas; uno se pregunta, en qué estaban las artes en aquellos espacios educativos. No era necesario indagar, simplemente existían.
Luego, la reinstalación de la democracia y su noble aspiración de recuperar lo soñado, desafortunadamente replicó el modelo instalado: estado subsidiario.
Las artes en los establecimientos educacionales en nada prosperaron, mantuvo su funcionalidad como dice Errázuriz, vivió y vive en estos años de un abandono preocupante.
Investigación del Teatro del Lago, de nuestra carrera de Pedagogía en Artes de la Uniersidad de los Lagos en Puerto Montt y otras, señalan la figura del dejar hacer que impacta en la formación de nuevas audiencias y por consiguiente de un compromiso de las nuevas generaciones por acercarse al arte.
Siguen las horas de artes sustituidas por reforzamiento, se mantiene el ranking. El esfuerzo del Gobierno, es interesante, pero si no está presente el diálogo entre sistema escolar y las artes, especialmente en las universidades y éstas consigo mismas, sobretodo en regiones, la debacle será mayor.
Se vuelve a repetir la desigualdad y la inequidad. La elite mantiene su lugar en la formación integral. El pueblo, y ese 47% de "clase media" según nueva encuesta, se mantiene alejado de la belleza.
Andrés Bello está feliz en su tumba al observar que su discurso, en cuanto al rol de la educación, mantiene su vigencia: para la elite gobernante un modelo que incluye las bellas artes, y para quién produce, el proletariado, el trabajador, obrero, empleado o universitario, el modelo técnico que instruye. No interesa que el trabajador se cultive, no necesita que piense, reflexione, pues cuando alimenta cerdos, pollos, salmones o extrae mineral el "penseque" no es útil y aparecen los problemas, se preguntan, se organizan, forman sindicatos, defienden sus derechos. Atroz, diría una pituca, los rotos nuevamente nos quieren gobernar.
La responsabilidad del Estado es mayor, no se reemplaza con mayores fondos en términos de aportar a los artistas o de nobles propósitos de mecenas (el E° es su mayor contribuyente), si no en la elaboración de un discurso desde una realidad que observa, que no asume y la mantiene en la periferia.
La generación de audiencia es una tarea sistemática y no de simples talleres; la formación de docentes y de profesionales en la educación superior debe incorporar en sus mallas o currículo materias relacionadas con el arte, la cultura y el patrimonio. Estas nuevas audiencias se generan desde temprana edad y se fomentan en las familias. Debiese haber una mayor preocupación por incentivar la creación de carreras o licenciaturas en las regiones, para romper la centralidad que inhibe.
Miles de experiencias en escuelas y liceos rurales dan muestra que es posible dar un vuelco o torcer este fierro enmohecido.
Los modelos finlandés, noruego, sueco se hacen cargo de lo dicho.
Saludos,
Fernando Díaz Herrera
Académico Ped. Artes
fdiaz@ulagos.cl