23 marzo 2022

¿SON PELIGROSOS LOS BONOS CULTURALES?


 

¿Son peligrosas las platas regaladas para el consumo cultural? Es una pregunta que ha cruzado décadas de discusiones sobre las políticas culturales. El viejo dilema si estimular de la oferta o la demanda. Por cierto, en nuestro país se ha privilegiado ampliamente el apoyo a los creadores y no a los consumidores de cultura. Una información del 23 de marzo, que viene de España, señala que todos los jóvenes que cumplen 18 años en 2022 recibirán un bono de hasta $450.000 para "comprar entradas de conciertos, cines, museos y festivales además de libros, revistas, partituras, videojuegos y también para consumos en línea".


Habitualmente me inscribía entre quienes prefieren el apoyo a la oferta cultural. 

Sin embargo, la destrucción a que sometieron los "jinetes del Apocalipsis" -estallido social, pandemia, indolencia gubernamental- al mundo cultural, hacen reflexionar sobre la pertinencia de tales bonos.

Estamos en período de reconstrucción y así lo reconocen las autoridades que asumieron el 11 de marzo de 2022.

La política anunciada por la ministra portavoz española, Isabel Rodriguez, me parece bien enfocada.

En primer lugar porque va dirigida a jóvenes que se inician en la toma de grandes decisiones, como por ejemplo votar en las elecciones. Y solo a ellos. Tiene entonces cierto contenido formativo.

Luego, tiene un tiempo acotado: un año, lo que les da espacio para reflexionar sobre sus opciones. 

Está abierta a lo que se presume -habrá que hacer estudios al respecto- preferirán los jóvenes: conciertos, festivales, videojuegos y consumos digitales. Lo que reconoce que la digitalización ha llegado para quedarse. Amplía, quizás definitivamente, la lista de bienes culturales, considerando aquellos accesibles por internet y conciertos masivos en la misma condición de libros, partituras o museos. 

Desafía a otras actividades presenciales a mejorar su oferta y, sobretodo, su difusión en el mundo virtual.

Refuerza la necesaria idea que la cultura no es gratis y que debe ser pagada, aunque sea con dinero público. Un golpe necesario a la "gratuidad" que estimulan ciertas empresas, buscando justificaciones a sus prácticas dañinas al medio ambiente. Y una advertencia a algunos alcaldes que invitan a sus espacios culturales como si fueran propios, verbigracia el edil de Rancagua.

Reconoce la perspectiva -surgida del modelo Patrocinador que predomina en la comunidad Británica- que si bien el estado provee recursos, son otros (en este caso, los jóvenes consumidores) quienes deciden dónde se usa dichos aportes. Un paso hacia recuperar institucionalidad participativa vinculante, perdida en Chile con la creación del Ministerio de las Culturas.


Quienes desconfían de los bonos, podrán decir que se arriesga a las bellas artes, tan favorecidas hasta ahora por los dineros públicos. Me parece que más bien las insta a modernizarse y no celebrar con bombos y platillos, acciones tan poco juveniles como el mundialmente usual y antiguo debut de una directora mujer en el Teatro Municipal o la restauración de palacios por decisiones de autoridades "pala ciegas".

En definitiva, serán medio millón de jóvenes españoles quienes, rigurosamente estudiados, dictaminarán si estamos o no en presencia de una buena política cultural.

Estaremos atentos.


 

3 comentarios:

  1. El bono cultural se ha usado con jóvenes en Chile asociado a rebajas principalmente en servicios y tiendas. Ahora emerge este incentivo asociado al consumo cultural, no así a la oferta -produccion y distribución de obras creativas. Como casi siempre, estas políticas tiene sus ventajas y desventajas. Navarro rescata bien las novedades que introducen en el fomento de la gestión cultural artística.

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  2. Me gustaría anotar un par de eventuales riesgos: primero, refuerza el carácter consumidor de las audiencias, ya que aborda al sujeto joven solo como individuo y centra la atención en sus gustos y preferencias ya formadas. Reproduce el sistema y los hábitos creados por los medios y la publicidad. No incentiva para nada la participación cultural de los sujetos, con sus múltiples potencialidades y variantes. De otro lado, tampoco establece variantes que favorezcan el gusto por creadores emergentes y favorece solo a los que han consolidado su condición de genios. En suma, el riesgo es favorecer el consumo de más de lo mismo, dejando escaso espacio para cultivar la resignificación y el desarrollo t nuevos formatos.

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