No es precisamente por la cercanía de Navidad, pero la Cultura ha constituido habitualmente un punto de unión, aún con los "intrusos" en el sector como califica El Mercurio a Luciano Cruz Coke, recordándo que ésta fue territorio "que la derecha no entiende ni le interesa". Un gesto reciente es que el Presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, que encabezará un gobierno opositor a la coalición anterior, un tripartito de centro izquierdas, ha escogido dar señales de amplitud al formar gabinete. Y, como ya lo hiciera hace unos años el Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy incorporando como Ministro de Cultura a Frederic Mitterrand, sobrino del Presidente Francois Mitterrand, Mas ha escogido a Ferran Mascarell, "un ilustre ex consejero socialista de Cultura", según El País (diario a quién pertenece la foto), para incorporarlo a su gabinete. Es estimulante y revelador el que, cuando se quiere dar señas de estabilidad en políticas públicas, suelen ser las políticas culturales el símbolo de que lo que se puede ofrecer, verosímilmente, como propuestas de unidad y permanencia.
Francia y Cataluña han sido y probablemente continuarán en ello, referentes para nuestras políticas culturales. La primera, en la fase que acompañó el Centenario de la República, a inicios del siglo XX y terminó contrariada cuando un gobierno fuerte -como el de Pinochet- abominó de la intervención pública en cultura. A pesar de ello, el Museo de Bellas Artes, la Biblioteca Nacional y la Estación Mapocho, mantienen el recuerdo de una arquitectura que recuerda la "excepción cultural" que Francia fue en el mundo pre crisis. Cataluña se ha erigido en las últimas décadas en catedral de la formación de nuestros cuadros de la gestión cultural y en atractiva institucionalidad al crear un Consejo de la Cultura, el primero del sur de Europa continental.
Permanencia de las políticas para formar hábitos de consumo cultural es lo que se ha pretendido en Chile con la creación de un Consejo Nacional de la Cultura de las Artes participativo, plural y autónomo en la fijación de políticas. Así, cuando hace un año campeaba la última campaña presidencial, señalábamos que más que cambio de políticas, cualquier nuevo gobierno sólo aportaría cambios de rostros.
Al menos desde dentro de nuestra institucionalidad parece ser así. El Directorio del CNCA continúa operando con personas representativas de las diversas áreas de las artes, la gestión y el patrimonio y los mecanismos de renovación de las políticas culturales, las Convenciones, siguen su curso anual. Y debieran ser ellos los que reciba propuestas de cambio, como la aún pendiente re estructuración del sector patrimonio que considere a la DIBAM y el Consejo de Monumentos Nacionales. Ese debiera ser el debate que viene.
Mientras tanto, los cambios en política cultural -como era previsible - no han sido mayores. Sólo movimientos de personas -tal vez más que las necesarias- que luego las autoridades se apresuran a afirmar que no obedecen a cambios de política. Es que en esta área de las políticas públicas se ha logrado un consolidado de líneas de acción que pueden complementarse -como ocurre con la profundización de las políticas de apoyo al cine nacional o la ampliación de la labor pública a hacia la arquitectura, el diseño o las artes circenses- pero difícilmente borrarse de una plumada.
El secreto de esta realidad está en el modo cómo éstas se construyeron, con mucha calma -más de 20 años de discusiones- y con participación de los actores involucrados. He allí el camino entonces si se deseas plantear algunas modificaciones. En estos terrenos, la imposición dejó de regir cuando la mayoría dijo ¡NO! en un plebiscito y luego la participación vino para quedarse cuando estas mismas políticas dieron paso a la formación de audiencias como uno de sus componentes centrales. La productora del Festival más antiguo del verano -FITAM-, Carmen Romero, ejemplifica aquello señalando "con Andrés Pérez aprendí que este festival lo hace el público".
Así se explica además que, por otro lado, el Ministro Luciano Cruz Coke rechace cualquier reducción de su cartera y, por el contrario, reafirme la continuación de programas tan potentes como anteriores a su mandato como son el de Centros Culturales para ciudades sobre 50 mil habitantes y el GAM, que apuntan, precisamente a que los públicos puedan "jugar de local" para producir y acoger arte y cultura.
Es que, cuando las políticas públicas están basadas en la gente para la cuál están orientadas, se produce una solidez que explica que, tal vez algún día, también en Chile, quienes deseen demostrar que el país seguirá por los senderos ya trazados por administraciones anteriores, se recurra al símbolo de quién encabece las políticas culturales para encender las luces de la continuidad, sin apagar los reflejos de la necesaria renovación que deriva del voto popular.
Ese será el momento en que la cultura habrá dado otro gran paso desde la unión del alma de los chilenos -que quizás ya está logrando- a la unión simbólica de las estructuras políticas que velan, con ella, por un país más integrado y más sabio de cómo se deben enfrentar -en conjunto- los grandes desafíos nacionales.
Pero, aún falta tiempo. Aunque estamos en temporada de buenos propósitos.
Feliz 2011.
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