Ya era hora. Después de los cien días de tolerancia, auto asignados por los últimos gobiernos, ha comenzado la temporada de críticas. Y cultura no podía ser la excepción. Lo novedoso es que ésta vez los fuegos no los abrieron artistas, ni gestores, ni siquiera patrimonialistas, sino aquella difusa categoría, sin limites claros, a la que muchos aspiran: intelectuales.
El talento de Barattini ha sido mantener controladas las expectativas de sus interlocutores más habituales. A los artistas les ofreció subvenciones para salas independientes, apoyar la subsistencia de los premios Altazor y esbozó apoyo a la demanda musical del 20% de interpretaciones chilenas en las radios; como retribución a su labor de agregada cultural en Italia, cosechó los honores que significó el León de Plata de la Bienal de Venecia, celebrado incluso en La Moneda.
Se ha reunido con defensores del patrimonio de diverso origen y escuchado demandas de barrios, regiones y gremios. Su mayor avance ha sido someter el proyecto de Ley de Ministerio a una consulta a los pueblos indígenas, dejando "con los crespos hechos" a los diputados de la Comisión de Cultura.
En este plano se ha reservado una opinión necesaria sobre lo acontecido en la reunión de la UNESCO en Qatar con el proyecto de mall Barón, que su condición de vecina de Valparaíso -por nacimiento y residencia de su institución- le demanda.
Los profesionales de la gestión cultural están a la expectativa de que se normalice el funcionamiento del Comité de Donaciones Culturales y de lo que se determine en corporaciones sin fines de lucro donde el Consejo Nacional de la Cultura actúa como principal financista y ella integra sus directorios. También de que su comprometido apoyo al Teatro Municipal de Viña, se vincule a la creación de una corporación cultural que lo administre, superando la figura de la gestión dependiente del municipio, tal como parece que acontecerá con el Teatro Oriente y Providencia. En este campo, algo escapa a su ámbito, al menos mientras no modifique su institucionalidad: el Teatro Municipal de Santiago. Ha observado en silencio -entretanto El Mercurio busca pautar a sus futuras autoridades-, dejando la cancha libre para que la Alcaldesa Tohá continúe su plan modernizador.
Las críticas públicas, hasta ahora de voces sindicadas como intelectuales por la prensa, son de dos tipos: la primera se refiere a por qué el Consejo Nacional de Cultura no está presidido por un intelectual, como el Ministerio de Cultura en Francia. El tema data desde la creación del Consejo, en 2003, cuando Agustín Squella declinó asumirlo.
El problema es como el del cine chileno. Neruda dijo que "habrá buen cine chileno, cuando haya mal cine chileno" es decir, cuando exista mucho cine nacional. Cabría parodiar al vate esgrimiendo que habrá intelectuales en la cultura cuando intelectuales se ocupen de las políticas culturales. Si se hubieren ocupado de ello, no estaríamos con una Ley de Premios Nacionales añosa y criticada; tampoco han desarrollado un debate al respecto cuando se convoca a todos los ganadores de premios nacionales a elegir su representante en el Directorio del Consejo Nacional de la Cultura, un colectivo tan estimulante como inédito.
La otra línea crítica consiste en advertir cierta ausencia de cultura, de relatos, de recuerdos, de canciones, de imágenes que acompañen al gobierno. Los artistas no han estado presentes en esta historia, se dice, y afirma que "han sido aplastados por los funcionarios".
Cultura no son sólo los artistas ni los artistas se expresan sólo por canciones o imágenes de "acompañamiento". La valerosa participación de los integrantes del mundo de la cultura en el plebiscito de 1988, dio inicio al período en que dejaron de ser el "arroz del plato". Afortunadamente, el tiempo de los creadores participando sólo en los escenarios de las campañas está atrás y bien que así sea porque lo que seguía a ese libreto eran las prebendas a los cantantes en el gobierno de quién habían apoyado cuando candidato. Tampoco es bueno que los artistas aparezcan vinculados al ejercicio del poder político, sino que se los reciba sólo para ser reconocidos en su aporte histórico y social como aconteció con el reciente homenaje de la Presidenta Bachelet a Jorge Peña Hen y las orquestas juveniles.
No se trata de que los trabajadores de la cultura hayan opacado a los artistas, sino que éstos, desde los inicios de los noventa y de los fondos concursables, están dedicados a lo suyo que es crear mientras gestores presentan proyectos a los fondos respectivos, y otros se hacen cargo de cumplir con los requerimientos de una asignación de recursos de manera transparente, participativa y justa, en una eficaz división de tareas.
La opción de separar a quién dispone los recursos -el Estado- de quién los asigna -Consejos representativos- ha demostrado ser infinitamente superior al camino que entrega a quién gobierna la facultad discrecional de, a la vez, disponer y asignar los recursos, con el consiguiente cambio de criterio tras cada elección.
Este modelo, participativo y estable, fue escogido unánimemente por Chile al crear, por ley, el Consejo Nacional de la Cultura y no se ha conocido proyecto alguno que busque revertirlo. Al contrario, las iniciativas más recientes buscan ampliarlo hacia nuevos sectores, como el patrimonio, agregando nuevas formas de participación y consulta, por ejemplo, a los pueblos indígenas.
Por tanto, la temporada de críticas ha sido, en sus inicios, leve.
Lo que no asegura, necesariamente, un futuro similar.
Cultura no son sólo los artistas ni los artistas se expresan sólo por canciones o imágenes de "acompañamiento". La valerosa participación de los integrantes del mundo de la cultura en el plebiscito de 1988, dio inicio al período en que dejaron de ser el "arroz del plato". Afortunadamente, el tiempo de los creadores participando sólo en los escenarios de las campañas está atrás y bien que así sea porque lo que seguía a ese libreto eran las prebendas a los cantantes en el gobierno de quién habían apoyado cuando candidato. Tampoco es bueno que los artistas aparezcan vinculados al ejercicio del poder político, sino que se los reciba sólo para ser reconocidos en su aporte histórico y social como aconteció con el reciente homenaje de la Presidenta Bachelet a Jorge Peña Hen y las orquestas juveniles.
No se trata de que los trabajadores de la cultura hayan opacado a los artistas, sino que éstos, desde los inicios de los noventa y de los fondos concursables, están dedicados a lo suyo que es crear mientras gestores presentan proyectos a los fondos respectivos, y otros se hacen cargo de cumplir con los requerimientos de una asignación de recursos de manera transparente, participativa y justa, en una eficaz división de tareas.
La opción de separar a quién dispone los recursos -el Estado- de quién los asigna -Consejos representativos- ha demostrado ser infinitamente superior al camino que entrega a quién gobierna la facultad discrecional de, a la vez, disponer y asignar los recursos, con el consiguiente cambio de criterio tras cada elección.
Este modelo, participativo y estable, fue escogido unánimemente por Chile al crear, por ley, el Consejo Nacional de la Cultura y no se ha conocido proyecto alguno que busque revertirlo. Al contrario, las iniciativas más recientes buscan ampliarlo hacia nuevos sectores, como el patrimonio, agregando nuevas formas de participación y consulta, por ejemplo, a los pueblos indígenas.
Por tanto, la temporada de críticas ha sido, en sus inicios, leve.
Lo que no asegura, necesariamente, un futuro similar.