Mujica, San Martín y Maurín, son tres de los personajes relevantes de esta historia llamados Sergio: Mujica era el propietario de la editorial Zig Zag; Sergio San Martín (en la foto) era Presidente del sindicato de la misma, al momento de asumir el gobierno del Presidente Allende, y Sergio Maurín, fue el único gerente general de la Editora Nacional Quimantú.
Zig Zag enfrentaba una grave crisis económica que derivó en un conflicto con sus trabajadores, quienes, hacia noviembre de 1970, acordaron un paro de actividades con el objetivo de que la editorial fuera integrada al área social de empresas del Estado (María Isabel Molina "Las prácticas editoriales en Quimantú" Grafito Ediciones, 2018).
La empresa estaba en situación de quiebra y acumulaba deudas generadas en los últimos años. Enfrentó huelga de casi 2 meses que exigía reajuste y pago de deudas previsionales. El gobierno de Allende, decretó reanudación de faenas el 1° de diciembre del 70 y el fallo arbitral se dictó el 9 de diciembre. A los pocos días, Zig-Zag ofreció en venta al Estado sus activos y se firmó acuerdo el 12 de febrero de 1971. (Sergio Maurín, Le Monde Diplomatique 13 de septiembre de 2013).
Sigamos a Maurín: el Gobierno compró oficinas y talleres de Zig-Zag en pleno funcionamiento, donde laboraban 780 trabajadores que conservaron sus cargos. Además se transfirió la propiedad de 14 revistas con bajo tiraje y algunos contratos de impresión que incluían las revistas norteamericanas Visión y Reader’s Digest.
El valor de la compraventa lo fijó la consultora estadounidense Price Waterhouse. Las fuertes deudas con Banco del Estado, SII, Cajas de Previsión y proveedores, se descontaron del precio de compra y se transfirieron a la Editora. CORFO depositaría los fondos para que Quimantú las pagara. Se firmó contrato de impresión por 2 años de las 16 revistas que Zig-Zag conservó. Es decir, se continuó imprimiendo lo de siempre.
Quimantú nació con las arcas vacías. Debía pagar sueldos y enfrentar gastos para cumplir con los clientes y sacar sus propias ediciones. Los ingresos llegaban con mas de 1 mes de atraso. La CMPC vendía el papel con pago al contado. Al poco andar exigió pagos anticipados y retrasaba los despachos. Incluso suspendió un mes la venta de papel para revistas. La vía ineludible fue el endeudamiento.
El fuerte déficit operativo, la falta de capital de trabajo, el endeudamiento necesario, la impresión de textos escolares a bajo precio, la inversión requerida para el inicio de masiva edición de libros con retornos tardíos, la escuálida y elitista red de librería y distribuidoras existentes, prefiguraban un complicado marco operativo inicial. No se podía abordar todos los objetivos, lo que significó atrasar el lanzamiento masivo de libros. Las fortalezas eran: el complejo industrial impresor con aproximadamente un 65% de capacidad ociosa; los activos fijos que respaldaban préstamos; la plena autonomía operativa otorgada, y la alta capacidad de sus 800 trabajadores, todos afiliados a un Sindicato único, destacado impulsor de cambios. A ello, se sumaba el interés del conjunto de quienes provenían de Zig-Zag, por mantener su fuente de ingresos.
A los trabajadores heredados, se sumaron 6 funcionarios directivos en representación del Estado dueño de la empresa, quienes constituyeron el primer Consejo Administrativo.
La gestión de la Editorial Quimantú, es recordada por su espectacular éxito en la edición de libros: 317 títulos y 11.7 millones de ejemplares en 2 años de los cuales se habían vendido cerca de 10 millones, además de imprimir textos de estudio para el Ministerio de Educación.
Una condicionante esencial poco conocida, fue que la Editora debía autofinanciar su operación y su desarrollo debido a carencias fiscales. Jamás recibió aportes financieros ni franquicia alguna. Se le dio trato similar al de una empresa privada, con la diferencia que su misión era maximizar su aporte al desarrollo cultural y no de maximizar ganancias.
Por ello, no extrañará que el aniversario de los treinta años del Quimantú, se celebrara en otra institución con el mismo imperativo de autofinanciamiento cuya misión es aportar al desarrollo cultural por la vía de conservar el edificio patrimonial y difundir la cultura: el Centro Cultural Estación Mapocho.
A esa celebración, conmemorada con una pequeña cajita de cartón que contenía las portadas de todos los títulos de Cuncuna -elaborada por ediciones Ekaré- asistió Sergio San Martín, con un notorio portadocumentos. En el momento adecuado, pidió la palabra -ese don que lo caracterizaba desde sus años de sindicalista- y emocionó a los presentes extrayendo del maletín diferentes publicaciones de Quimantú, refiriéndose con conocimiento y cariño a cada una de ellas. También a algunas de las presentes que aparecen en la fotografía: Iris Largo Farías, sonriendo, e Hilda López Aguilar, aplaudiendo.
Sergio San Martín, luego de el golpe militar se radicó en Gorbea, provincia de Cautín, donde trabajó como artesano, investigador e historiador autodidacta dedicado a la defensa de la etnia mapuche. Incursionó también la literatura infantil, escribiendo "Cuentos del abuelo". Falleció en 2018, fecha desde la que el Centro Cultural de Gorbea, lleva su nombre.
Esa tarde, en la ribera sur del mismo río Mapocho que, unas millas arriba, y en su ribera opuesta sorteaba el edificio de Quimantú, se brindó por aquella empresa que, según Maurín, alcanzó la madre de todos los logros: la participación plena de los trabajadores en la gestión: el derecho a participar en las decisiones a todo nivel.
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