11 mayo 2014

ARJONA Y MARIA PAZ EN TIEMPOS DE KATIA KABANOVA



¿Quién lo creyera? En pleno siglo XXI, a inicios de un gobierno que se anuncia transformador, el debate cultural se ha desarrollado en los últimos días, una vez más, en torno al más que sesquicentenario Teatro Municipal. Primero, por el anuncio de que en su escenario se presentaría el cantante Ricardo Arjona, luego por el estreno en Chile de una notable ópera -Katia Kabanova- cuya dirección de escena fue encomendada al joven cineasta Pablo Larraín (Tony Manero, NO), finalmente por el acto reparatorio con que autoridades nacionales y municipales homenajearon a la pianista María Paz Santibañez, baleada en el frontispicio del teatro, en 1987, en plenas protestas contra la dictadura.


Lo de Arjona, que simplemente es parte de una estrategia comercial de la administración del teatro para allegar recursos por la vía de los arriendos de espacios; tal como se hace en todas partes del mundo -museo del Louvre y museos de Harvard incluidos- se convirtió en una suerte de debate sobre los límites de la amplitud artística del teatro, acelerada desde la llegada a su presidencia de la Alcaldesa Carolina Tohá y el directorio por ella renovado parcialmente. Curiosamente, esta vez a las "cartas y llamados" como suele identificar El Mercurio a las presiones que recibe la dirección del teatro, se unieron voces del nuevo directorio para pedir ser informados previamente de este tipo de determinaciones administrativas.

Unos y otros ignoran que, aunque el edificio sea añoso, las formas de gestión cultural se han actualizado y suelen considerar diferentes y complementarias maneras de obtener recursos. Así, la taquilla, los fondos públicos asignados por ley de presupuesto, los fondos concursables y el arriendo de espacios son diversas estrategias de financiamiento cultural que los responsables de cada corporación deben barajar.

De ellas se derivan distintas maneras de comunicar las actividades de modo de dejar claro aquellas que forman parte de la misión del centro cultural respectivo y aquellas otras que sólo contribuyen a su financiamiento. En el caso del Municipal, existe la temporada oficial, habitualmente presentada por sus elencos estables, los conciertos o compañías de danza extraordinarios, invitados por el Teatro y otras actividades que sólo pagan un arriendo por sus instalaciones cuando las dos anteriores lo permiten.

De qué Arjona o cualquier otro cantante popular forme parte, algún día, de la temporada oficial o invitada dependerá de las determinaciones de la Corporación Cultural de Santiago. Pero a que cualquier empresario artístico aspire a arrendar el Teatro cuando este disponible y pague la tarifa estipulada, nadie debiera oponerse. Sólo teatros como el Bolshoi o el Marinski, en Rusia, completamente financiados por el Estado, pueden darse el lujo de mantener gigantescas infraestructuras sin ocupación y sin obtener recursos por demás tan necesarios en países como el nuestro que no aspiran al monopolio estatal de la cultura.

El episodio, más allá de que el audaz productor de Arjona haya querido engalanar su show con una supuesta bendición de la élite, vuelve a dejar en evidencia el daño causado por la postergación de la construcción de la sala del centro nacional de artes escénicas, ubicada en el GAM, que no mereció hasta ahora siquiera una primera piedra.

El hermoso y espectacular montaje de Larraín activó también las críticas privadas y profesionales como suele acontecer con cualquier cambio, por modesto que sea, al habitual quehacer del Municipal.

Es famosa la anécdota de una antigua integrante de los Amigos del Municipal, que palideció y rechazó con vigor la consulta del escritor Antonio Skármeta, en un evento social, respecto de cual sería el camino para obtener el permiso para filmar en el teatro la última escena de la película El baile de la victoria, de Fernando Trueba, que transcurre precisamente en el Municipal, historia de ficción nacida de la generosa pluma de Skármeta.

En este caso, la crítica fue lejos y se distanció de la reacción que la sala tuvo en cada una de las funciones de Katia Kabanova, esfuerzo notable que difícilmente se repetirá en el corto plazo. Y que, de pasada, dejó en evidencia que entre la música de películas y la música para operas hay más de algún gen en común.

La misma semana de Arjona y las críticas a la Kabanova, sorprendió en Santiago a María Paz Santibañez, la pianista baleada por un carabinero de tránsito frente al Teatro, en 1978. Ella no estaba por casualidad en Chile, había sido llamada por la autoridades para recibir el cargo de Agregada Cultural en Francia, país donde reside y ejerce su arte. La Ministra de Cultura encomendó a su Directora Regional, Ana María Arriagada, que organizara un homenaje a la flamante diplomática. Obviamente éste debía ser en el frontis del Municipal y consideró la proyección de una placa virtual que recordaba "para que nunca más en Chile" el incidente que se enmarcó en las protestas estudiantiles contra el rector delegado José Luis Federici y que congregó a compañeros universitarios de Santibañez, su entonces Decano de Artes Luis Merino, artistas y ejecutivos del teatro y a dos compañeras de correrías: la alcaldesa Tohá y la ministra Barattini, que recordaron su coincidencia generacional y de lucha callejera con la pianista.

La presencia de artistas jóvenes provocó que uno de ellos quisiera expresar su rechazo ¿al Teatro, al homenaje, al nombramiento? mediante una considerable micción en su puerta principal. Para su mala suerte, el acto fue advertido por la Alcaldesa, quien reprendió justa y vivamente al incontinente.
Como para pensar que al Municipal, esta semana, le ha llovido sobre mojado.

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