16 mayo 2014

ARTE, CULTURA Y MOVIMIENTOS SOCIALES


Durante la anterior fase de agitación social con trascendencia mundial –en los años sesenta- el arte y la cultura estuvieron sobre sus escenario y en los muros, “prohibiendo prohibir”. Grupos comprometidos cantaban y actores conocidos daban rostro a la lectura de demandas o alocuciones poéticas. En la segunda década del siglo XXI, los creadores han descendido a la platea y fundido con los movimientos sociales; tal que músicos, actores, bailarines y payasos se intrincan con las multitudes y artistas plásticos dibujan en las calles mientras columnas de manifestantes pasan sobre las mismas creaciones, que contienen entonces no sólo el fruto de manos creativas sino además la tranquila huella de quienes se manifiestan. Músicos, batucadas y bandas forman parte de la marcha, no son animadores lejanos.


Esta imagen expresa el nuevo rol adoptado por el arte y la cultura dentro de los procesos sociales. En Chile, su primera manifestación fue para el plebiscito de 1988: los artistas fueron protagonistas, voceros, autores, guionistas e inspiradores de una campaña completamente cultural, sin promesas de construcción de viviendas u hospitales. Sólo una invitación a la alegría.

Lo mismo ocurre con los pueblos indígenas, que se manifiestan con una presencia consciente de su cultura y raíces. Como si la resolución de deudas históricas no fuese posible fuera de los marcos de su cultura ancestral. Ello implica la adopción de símbolos como banderas multicolores, ponchos o lienzos que revelan más su sentido de pertenencia a un pasado que a una ideología presente. Las banderas rojas no son suficiente expresión de la diversidad de quienes se manifiestan.

Y la diversidad, naturalmente habla de culturas y del respeto que cada una de ellas debe a cada una de todas las otras.

Bolivia creó un ministerio de las culturas. Chile acaba de anunciar una unidad de asuntos indígenas en su Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, sin esperar a que se formalice un probable nuevo Ministerio, que ahora no podrá prescindir de esta realidad.

No es posible pensar en que tendremos desarrollo sin cultura.

La pregunta es cómo accedemos a una cultura más democrática, más participativa, más respetuosa y diversa. Desafortunadamente, no vivimos en una sociedad suficientemente sensible a esos temas. Así como en los años treinta se quería una sociedad alfabetizada, hoy requerimos de un sociedad alfabetizada no sólo en lo digital –que se logra por defecto en las nuevas generaciones- sino una sociedad alfabetizada en democracia y derechos humanos.

Si en los sesenta se quería democratizar la cultura hoy debemos culturizar la democracia. Profundizarla, enseñarla, practicarla, vivirla, soñarla.

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